Desde
hace ocho años tengo la costumbre de escribir algo para mi cumpleaños. Comienzo
a escribir desde las once de la noche del once de mayo y así me coge la
medianoche. Reviso lo que he escrito años pasados para no repetirme, en parte
es infructuoso, a pesar de todo sigo siendo la misma persona. Cambiarán algunas
situaciones, personas se habrán ido, otras habrán llegado, pensaré distinto
sobre ciertas cosas, pero al final la esencia sigue siendo la misma.
Este
año me sorprende con un evento histórico –para bien o para mal- que no le tocó
a nuestros padres o abuelos y que seguramente no se repetirá en mucho tiempo, si
somos positivos. La pandemia me ha tocado solo, mi roomate, mi buen amigo
Nelson Cadavid está pasando este suceso en Cali con su novia. En esta soledad
pienso mucho en lo que ha sido mi vida, lo que he hecho, lo que he dejado de
hacer, mis aciertos y errores, en lo que soy yo realmente, sin antifaces o
máscaras.
Me
gusta imaginar distintos escenarios, como miles de granos de arena en la
playa. En uno de ellos estoy casado y tengo hijos, en otro soy un novelista
famoso, o tengo tanta plata para no tener que preocuparme nunca más por
trabajar, en otros tengo una enfermedad larga y penosa e incluso en los más
siniestros he muerto. A mi edad Alejandro Magno no sólo había conquistado todo
el mundo conocido, sino que también había muerto; Jesucristo llevaba cuatro años
de haber muerto y resucitado, también había muerto Rimbaud después de haber
alcanzado la inmortalidad antes de cumplir los veinte años; José Saramago
estaba a tres años de publicar su primera novela, mi papá aún era un soltero
empedernido y mi mamá ya tenía dos hijos.
Es
un ejercicio nada más, pero pienso mucho en el pasado, en las decisiones que he
tomado, en la gente que he ayudado y a la que he lastimado. A veces creo que
vivo demasiado en el pasado, en los días soleados de una Cali lejana y difusa
donde mis padres, abuelos, la Nana y Camilo estaban vivos, incluso pienso en
Gruñón, mi fiel perro, que siempre me recibía con una alegría inocente cuando
iba de visita. Ellos ya no están y cada ausencia me ha servido para madurar,
para crecer y aceptar que la muerte es una amiga que nos está vigilando hasta
el día en que debemos partir con ella a la nada.
Pero
también pienso en lo que mi gran amigo Esteban me dijo: Lo que somos ahora es
producto de todo lo que hemos vivido, los malos y los buenos momentos, los
actos hermosos y los horribles. Somos el producto de nuestras acciones y como
repetía mi papá constantemente: Somos los arquitectos de nuestro destino, y a
la larga a pesar de las malas decisiones no puedo quejarme. He conocido gente
maravillosa, gente que me detesta, he viajado a lugares exóticos, he amado, he
odiado, he conocido la bondad, la maldad, la traición, el odio…y acá sigo y de
todo he aprendido.
Quizá
es hora de dejar ir el pasado. No olvidarlo porque hace parte de mí y lo hará
hasta el día en que muera y el amor de quienes han partido siempre me
acompañará, pero también debo aprender a ver la belleza del presente, volver a
sorprenderme con cada pequeño milagro de la vida tal y como lo hacen los niños.
Y
sobre todos agradecerles a ustedes las personas que me han acompañado en este
camino. A mi hermana, el gran motor de mi vida, a mis pequeños sobrinos en
cuyos ojos veo un futuro brillante y hermoso, a todos mis amigos reales y
virtuales que con su cariño y amor hacen de mi vida algo maravilloso, a todos
GRACIAS, los amo.
De
imagen pongo a Trunks de Dragon Ball Z (nunca dejaré de ser un niño, lo siento)
porque un día como hoy, un doce de mayo a la diez de la mañana, dos terribles
androides aparecerán para destruir el mundo, espero que no sea este año porque
ya bastante tenemos con el Coronavirus y si así es espero que el gran Gokú
defienda la tierra una vez más.
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