A veces vivir parece un acto de valentía. El mundo parece haberse ido al
garete y las noticias son como cucharadas de jarabe de ricino, amargas y
espesas. Nos levantamos y no sabemos si estar más aterrados por lo que ocurre
en el mundo con sus guerras, la paranoia y el odio al que es diferente que
crece como un monstruo desbocado o el miedo a lo cercano, a ese ser desconocido
que vive en nuestra calle o es cercano a nosoros y que detrás de una cara
amable puede esconder un violador o un asesino en potencia.
Actos horribles ocurren en el mundo y los gritos silenciosos de los
asesinados por fuerzas oscuras, los niños cuya inocencia es arrebatada por
bestias disfrazadas de hombres, las bombas que arrasan poblaciones y que no nos
importan porque son en lugares lejanos se convierten en parte del paisaje que,
en el mejor de los casos, darán pasos a airadas y efímeras protestas que se
olvidarán a los pocos días para dar paso a la rutina de siempre, a la vida en
donde la tragedia y la comedia esperan acechantes a la vuelta de la esquina.
Pero me gusta pensar que también hay bondad en el mundo. Que a pesar de
la oscuridad también hay un rayo de sol que puede atravesar la noche, que los
seres humanos podemos ser compasivos con el otro de manera desinteresada, que
el alma humana que en ocasiones puede ser tan superficial y egoísta puede al
mismo tiempo albergar los sentimientos más hermosos.
Durante los últimos meses de la enfermedad de mi madre pude comprobar
esto último. En ningún momento estuvo sola. Siempre hubo algún vecino, familiar
o amigo dispuesto a visitarla y acompañarla; personas que incluso que viajaron
desde ciudades lejanas para hacer algo que la hicieran sentir mejor. Cuando
viajaba veía todo ese amor que la rodeaba, esa romería de personas que no la
desamparaban un momento, que no tenían ninguna obligación con ella pero aun así
estaban pendiente de su salud, algunas incluso a diario.
Pienso quizá que esto se debió a que fue ella quien cultivó esas
amistades, ese cariño. Siempre estuvo presta a dar un consejo, a ayudar a quien
la buscara. Pero a veces, esos actos de bondad, no suelen ser recíprocos y en
los momentos más difíciles las personas que estuvieron en la fortuna suelen ser
los primeros que se alejan y huyen. Afortunadamente ese no fue su caso.
Incluso después de su muerte muchas personas se siguieron manifestando.
En ambas ceremonias que le hicimos, tanto en Estados Unidos como en Colombia
los lugares estuvieron llenos para recordarla. Recibí gestos de condolencia
incluso de gente que hace mucho tiempo no veía y de personas que no creí que
fueran capaces de tal empatía, de personas que ven en mi hermana y en mí un eco
de lo que ella fue y que nos han acompañado brindándonos con su cariño la
fuerza necesaria para atravesar este triste momento.
Una de las frases que más repetía mi mamá era “Para qué las más hermosas
flores sobre mi tumba si en vida no se portaron bien” y creo que recibió ramos
infinitos de astromelias (sus flores favoritas) de manera simbólica mientras
estuvo viva y que a día de hoy lo sigue haciendo mientras se le recuerde con
cariño.
Gracias. Infinitas gracias a todos aquellos que la acompañaron de manera
paciente y amorosa hasta el fin de su camino, con actos que incluso podían
parecer insignificantes pero que tuvieron para ella un gran significado.
Gracias por quererla y por no tener miedo en demostrarlo. Gracias a quienes en
estas horas aciagas nos acompañan a mi hermana y a mí con una palabra de apoyo,
un consejo o simplemente oírnos. Gracias mil y un veces..
Mientras tanto una lluvia
de pétalos de astromelias siguen cayendo por mi ventana donde brilla la luna.
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