Esperan por la carroña, destrucción
y muerte. La desean, huelen y sienten antes de que pase. La rondan con hambre
insaciable, obscena, y tan pronto ocurre son los primeros en llegar al desastre:
Se alisan su hediondo plumaje antes de presentarse como los salvadores sin
importarles que mientras graznan sus horribles discursos de odio, tengan el
pico untado de la sangre del cadáver sin enfriar de las víctimas.
Tuve esta imagen repentina cuando
ocurrió el atentado del Centro Comercial Andino. Las primeras voces que se
oyeron fueron las de Uribe y su séquito, su discurso exudaba tanta prepotencia,
odio –ni siquiera por el petardo sino contra Santos- y falsedad que parecía que,
de una manera grotesca y vulgar, se alegraran de lo ocurrido.
Para nadie es un
descubrimiento que la ideología de Álvaro Uribe se basa en el odio y la muerte.
Su discurso se alimenta del rencor que anida en el alma de los colombianos, en
un país de pensamiento retrógrado que se preocupa más por la sexualidad de sus
ciudadanos que en la pobreza y corrupción a la que han aprendido a tolerar.
Hay mucho odio en la mayoría de la sociedad, miedo
a lo desconocido, a aceptar nuevas realidades y aceptar que no hay verdades
absolutas donde de un lado están los buenos –ellos- y en el otro bando quienes
no piensan como ellos, tengan su sexualidad o crean en su dios, y es en un país
como éste que una figura como la de Uribe, autoritaria, paternalista y de derecha se erige como faro y guía de ese país
que quiere seguir viviendo a comienzos del siglo XX sin darse cuenta que la
humanidad sigue avanzando.
Eso explicaría el cinismo y la
prepotencia de las huestes uribistas. No solo mienten una y otra vez sino que
lo hacen de una manera tan mediocre, tan mal hecha que uno se pregunta si no lo
hacen de aposta para burlarse en la misma cara de sus seguidores. Las
falsedades del referendo, la reunión que tuvieron con Trump (una mentira tan
patética como ridícula que era obvio se iba a descubrir), todo lo que dijeron
del proceso de paz son prueba de lo que digo. Pero sus seguidores siguen
hechizados por el magnetismo de su líder, no solo ignoran cuando se descubre el
engaño sino que incluso toman estas mentiras, incluso las más absurdas como
verdades indiscutibles.
A veces pienso sin embargo que
este país quizá sí se merece a Álvaro Uribe, no el títere que elija como su
candidato para gobernar desde las sombras, sino él mismo. En ocasiones siento una
mentalidad tan cerrada, tan radical, tan viciada, que dan ganas que lo nombre presidente
vitalicio, una figura como la del Generalísimo Franco o Pinochet o incluso
Hitler que haga más oscura la noche que nunca cesa en Colombia, porque si algo
nos ha enseñado la historia es que después que se toca fondo hay un
renacimiento en los países.
Pero mientras tanto los
buitres siguen volando en el cielo, al acecho, esperando…..
Que pronto tengáis un amanecer justo.
ResponderEliminarSaludos.
bueno y claro. Mil gracias
ResponderEliminarMuy bueno, como siempre. Tan pertinentes estos editoriales.
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