Hace algún tiempo me enamoré
de una mujer. Lo hice de la única manera en que sé hacerlo: Con toda la pasión
y el alma porque el amor puede ser todo menos tibio. Hice lo posible e
imposible porque ella sintiera lo mismo que yo, pero a pesar de todos mis
esfuerzos -o quizá por ellos- nunca me quiso de la misma manera en que yo lo
hacía. Curiosamente este año, en cierto
sentido, me ha resultado similar a lo que sentí en esa época que amé a esa
enigmática mujer de ojos oscuros.
Personalmente ha sido un año
de extremos. He tenido la más grande de las tristezas y la mayor de las
alegrías en mi vida. La mujer que más amaba murió y la que más amo nació. Mi madre falleció en febrero luego de
resistir como las más valientes esa enfermedad de mierda que es el cáncer y mi
hermosa sobrina, hija de mi adorada hermana y mi querido cuñado, nació en octubre siendo fiel a la ley de los
escorpiones (esa que dice que en el transcurso de un año de su nacimiento muere
alguien en la familia y viceversa). Podría decir como Dickens que para mí fue
el mejor de los años y el peor de los años (Carajo, ¿cuántas veces voy a seguir
citando este fragmento? Pero a la vez es tu culpa Charles, qué pedazo de
frase).
Para el mundo ha sido un año
de aceptar las consecuencias de sus actos. Colombia apenas está asimilando que
el proceso de paz es una realidad y ‘fuerzas oscuras’ buscan por todos los
medios acabar con un hito histórico para el país. El mundo se acostumbra a
Trump, sus rabietas y las decisiones
irresponsables que en cualquier momento pueden prender la mecha de una nueva
guerra y territorios como Cataluña sueñan con la independencia sin saber que su
fuerza proviene de la unión.
El próximo año será decisivo en
muchos aspectos. La lucha feminista que cada vez toma más fuerza deberá
demostrar de qué está hecha y si en verdad busca una nueva sociedad inclusiva y
llena de oportunidades para las mujeres o se queda en el odio y la guerra de
sexos. Las elecciones del próximo año en Colombia son las más importante en
mucho tiempo, de ellas depende el rumbo que tome el país en el futuro, sí desea
apostar por el perdón y la paz o si quiere seguir enfrascada en un espiral de
odio y violencia por los siglos de los siglos.
Retomo lo que les decía al principio.
Me enamoré locamente de esta mujer, fue amor a primera vista, como quizá nunca
lo haya hecho en la vida. Decidí actuar y vaya que lo hice, quizá más tiempo
del que debí, lo hice con todo mi corazón y empeño, esperando a que ‘el
universo conspirará en mi favor’ como dicen por ahí los gurús de la autoayuda
pero no pasó absolutamente nada. Simplemente yo no le gustaba y nada habría logrado
cambiar ese hecho (como en efecto pasó). De aquello me quedó una enseñanza y es
la razón por la que este año se parece tanto a esa vivencia.
No escogemos lo que nos pasa,
no hay un dios benevolente o castigador o un universo conspirando a tu favor, para
morir basta estar vivos y para vivir basta con aprovechar cada bocanada de
aire. Salir a la calle es una batalla diaria donde todo puede ocurrir, podemos
ganarnos la lotería, enterarnos que nuestra madre tiene cáncer, encontrar al
amor de la vida al voltear la esquina o que alguien a quien queremos esté pasando por un mal momento ; lo
que sí depende de nosotros es decidir qué hacer, podemos quedarnos en la rabia o el
dolor, aplastados por la vida o actuar,
luchar contra la adversidad como leones; sin embargo, al igual que en lo que
les conté, es posible que la dama en cuestión no se enamoré de ustedes, que esa
madre muera, que el negocio aquel no funcione, que te despidan del trabajo, en
fin que todo se vaya al carajo no
importa que tanto lo intentemos, y está bien. El sabor de la vida es
precisamente esa incertidumbre, esa inseguridad, ese ‘cualquier cosa puede
pasar’.
Entonces eso es lo que me
queda de este año. Saber que la vida no siempre funciona como lo esperas a pesar de todos tus esfuerzos. Lo
que no quiere decir que haya que quedarse de brazos cruzados, ¡al contrario!
Son nuestras acciones las que deciden nuestro destino, es el amor que damos a
pesar de los tiempos adversos y sobreponernos a las dificultades lo que
verdaderamente importa, es dejarse la piel por nuestros ideales y seres amados así en ocasiones fallemos, lo que verdaderamente le da sentido a
la vida, así como aprovechar cada segundo
cada momento bueno como malo con toda la intensidad es definitivo porque como
dice el gran Enrique Bunbury: “Un momento se va y no vuelva a pasar”.
En este momento veo a mi
sobrina, sus ojos de recién nacida y me pregunto qué le deparará el futuro y
su vida. Mi compromiso con ella para este 2018 (y quizá el resto de los años)
es tratar de ser un mejor ser humano más tolerante, más compasivo, sin odios y
envidias, para dejarle un mejor mundo. A todos quienes me leen y me han dado el
privilegio de su amistad tanto real como virtual les mando un abrazo gigante y
que este año se cumplan todos sus deseos.
¡Feliz 2018!
Feliz Año Nuevo!
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