El muñeco se llama Link y está en un peligroso castillo luchando por volver a casa luego de naufragar en una isla lejana. El juego se
llama Zelda, Link´s awakening y lo jugué por primera vez en 1996 en mi nuevo y flamante
Game Boy de la época. Hoy veintitrés años después, por azares de la vida, pude
volver a jugarlo y la alegría al conectar la consola y recorrer sus mundos fue
la misma que tuvo ese adolescente de trece años.
Es curioso como los videojuegos han marcado gran parte de
mi vida. Cuando era niño le hacía berrinche a mis papás porque no tenía una Nintendo.
Mi viejo con mucho esfuerzo me compró primero un atari y casi inmediatamente
después la tan anhelada consola. Cuántas noches pase en vela jugando una y
otra vez los mismos juegos casi hasta quedar ciego y casi hasta tirarme tercero
de primaria, asumo que siendo salvado por el dios de los ludópatas que no
desampara a sus pobres acólitos.
Conforme crecí fui cambiando de consola. Que el Super Nintendo,
luego el Nintendo 64, la Playstation, el
Wii y muchos años después la Playstation 4. Cada aparato de estos
representaba mi manera de ver la vida de ese entonces.
Hace poco tuve la oportunidad de tener acceso a un aparato que
me permite acceder a varias consolas del pasado –donde está el Zelda del que le
tomé la foto-. Fue amor a primera vista: jugar los Mario Bros, Donkey
Kongs y demás juegos de mi niñez me transporta a una época donde todo parecía más
sencillo: ir al colegio, hacerle caso a mis papás, rescatar con Mario a la
princesa de las garras del dragón, salvar el mundo, derrotar a los villanos.
Pero creces y los videojuegos y tu vida se vuelven más
complejas: Los villanos no son tan malos, a veces la princesa no quiere ser
rescatada y ansía irse con el dragón y el mundo está tan corrupto que te preguntas si
en verdad merece ser salvado; tus padres mueren, dejas la ciudad donde
creciste, pasas hambre y frío, te enamoras, te rompen el corazón, lo rompes tú
en más de una ocasión, el sexo suele complicar más las cosas de lo que deberían,
escribes páginas que están destinadas al olvido, te das cuenta de lo efímero de
la vida y que morirás.
Pero como aquel que recorre sus pasos enciendes la máquina
y te olvidas del mundo exterior, del trabajo, la situación del mundo o el
desastre que a veces es tu vida. Ves los juegos con los que creciste y
seleccionas y juegas, por ejemplo, al Zelda. Link necesita tu ayuda para salir
del castillo y vos no se la vas a negar, y recorres los mismos pasos que hacías
de chico y te alegras de los mismos logros y por un segundo te parece oír la
voz de tu padre diciéndote que apagues ya el condenado televisor que mañana
toca ir a estudiar y cuando te acuestas te parece sentir la mano de tu mamá
rozándote la frente con cariño diciéndote que todo estará bien y que la vida no
es más que un sueño.
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