Vivimos en tiempos extraños e
históricos. Hace poco más de cinco años, el presidente era un hombre cuya única
finalidad era exterminar a los grupos guerrilleros sin importar el método que
usara, cuántas muertes “accidentales” ocurrieran en el camino o cuántas leyes
debían ser ‘acomodadas’ para la ejecución
de su política de guerra; esta semana,
uno de sus antiguos hombres de confianza, y quien ahora nos gobierna, optó por
el camino del diálogo con la misma guerrilla y anuncia la paz para marzo del
próximo año.
Resulta curioso ver el apretón
de manos entre Santos y Timochenko. Recuerdo, como si fuera ayer, el discurso
del jefe guerrillero después de la muerte de Alfonso Cano, anunciando guerra y
muerte por doquier y qué decir de Juan Manuel Santos quien como Ministro de
Defensa de Uribe propinó golpes tan certeros como la muerte de Raúl Reyes, El
Mono Jojoy y Alfonso Cano. Verlos a ambos, vestido de blanco y dándose un
apretón guiados por la mano de Raúl Castro resulta algo que nunca pensamos ver
en nuestra vida.
Anunciaron que el 23 de marzo
de 2016 será la fecha límite para la firma de la paz. Tal anuncio ha generado
una honda división en el país: Existe un grupo que cree que se le está
sirviendo el país a las Farc en bandeja de plata y que los rebeldes serán
premiados con impunidad por sus actos terroristas; por otra parte, otras
personas están cansadas de una guerra infructífera de más de sesenta años que
lo único que ha hecho es abonar la tierra con cadáveres y que ya es hora de
solucionar este camino con las palabras. En este ámbito, ¿quién tiene la razón?
Desde pequeños nos han
enseñado el valor de la paz. La relacionamos con palomas, globos, desfiles y
vestidos blancos, con abrazos y besos, algo de cierta forma tan lejano y
utópico que creemos que nunca podremos alcanzar.
Si algo hemos aprendido de la
historia es que la paz no es otra cosa que un periodo de descanso entre guerras.
Ningún país que se precie de serlo vive en una quietud absoluta, siempre hay
conflictos internos, problemas de delincuencia común, inmigrantes, inseguridad,
miedo al país vecino, al extraño, porque en cierta forma seguimos siendo
humanos y todo aquello que representa lo desconocido nos aterra.
Lo que se está logrando en
Cuba no es la paz, ni siquiera algo que se le acerque. Si lo miramos de manera
fría y cínica podríamos decir que es la jubilación de los peces gordos de la
guerrilla quienes cambiaran su vida de violencia en el monte para venir a las
ciudades y al Congreso a convertirse en aquello contra lo que lucharon por
tantas décadas.
Hablamos de paz pero no se han
solucionado los problemas del país. La guerrilla nunca fue la raíz del mal,
simplemente un síntoma de aquello a lo que a nadie le importa resolver. Mucho
diálogo en La Habana pero la justicia colombiana es una de las más ineptas y
corruptas del mundo, criminales abyectos pero poderosos hacen fiesta cuando se
les da la gana en una cárcel que parece de mentiras, mientras que fiscales y
procuradores parece que sólo les importara figurar y no hacer en su trabajo
eficiente y en silencio como ocurriría en un país serio.
Se culpa de todo a las Farc
pero no se menciona que el Congreso es una letrina donde políticos se reparten
el país de forma grotesca, donde hacen leyes inmundas que sólo les favorecen a
ellos mientras anestesian al pueblo tonto y estúpido con reinas, fútbol y noticieros
manejados al dedillo.
Y la gente parece olvidar un tema sumamente
importante y controversial. Las drogas siguen siendo ilegales, y siguen siendo
el mejor de los negocios, mientras esto no se resuelva muy pronto nuevos grupos
criminales tomaran las banderas de los ya desaparecidos y los cultivos de drogas
seguirán siendo nutridas por la sangre y el plomo de las personas.
Hay odios que no se olvidan,
resentimientos que no mueren y que siguen presentes. La gente de las
principales ciudades se refugia en sus fortalezas de concreto y olvidan que hay
un país allá afuera, olvidan las masacres, la rabia, la zozobra por el acecho
de grupos ya sean paramilitares o guerrilleros, las violaciones, el exilio y la sangre, tanta tantísima sangre que parece
ser el sino de este país. Mucho se deberá trabajar para cerrar heridas y seguir
hacia adelante.
Decía anteriormente que las
negociaciones de La Habana culminarán con la jubilación y, seamos sinceros, la amnistía
de los peces gordos y medios de las Farc. Tengo el presentimiento que al
guerrillero raso, a pesar de promesas y demás, le darán poco menos que una
patada en el culo, y serán presa fácil de las bandas criminales y
narcotraficantes que emergerán del viejo monstruo, las Bacrim se incrementarán
y seguirán existiendo mientras las drogas sigan siendo ilegales y la pobreza
siga azotando los campos.
Pero, y a pesar de todo lo que
he dicho antes, tengo fe en el proceso que se está llevando a cabo en Cuba. Hemos
vivido muchos años con la sombra de la guerrilla, con su existencia. Hemos
teñido nuestra mente y nuestra alma con violencia, con odio, con muerte. Más de
una década, más de medio siglo, quizá toda nuestra existencia como país, siendo
un conflicto armado reemplazado tras otro tan sólo reemplazando los nombres de
los grupos enfrentados y de sus protagonistas en una guerra que parece no tener
fin.
Creo en este proceso porque
vivimos en una era histórica, en tiempos de transición. Porque el país necesita
cambiar su imaginario colectivo de violencia desmedida e inútil, de las
políticas del fin justifica los medios y
el todo vale de hombres tan disímiles
pero a la vez tan parecidos como Pablo Escobar y Álvaro Uribe, por un
pensamiento de reconciliación, de una nueva senda (que sí, será muy dolorosa) que
será las puertas de un nuevo amanecer para Colombia.
Los retos, como algunos que he
mencionado en este texto (y mucho me temo que sólo he rasgado muy por encima la
punta del iceberg) son enormes, gigantescos y no solamente del gobierno y de Juan Manuel
Santos depende el futuro del país sino de aquello que hagamos todos como nación, y la manera en qué nos
enfrentemos a los retos nos irá dando la respuesta a ello.
Creo que el problema sigue en invisivilizar y pretender que todo lo que no sean grandes urbes no existe. Pero como se sensibiliza a una sociedad que crece egoista?
ResponderEliminarLa legalizacion para algunas drogas podría funcionar, pero eso (a mi parecer) solo haría que el medio cambie. La cuestion reside en valorar las riquezas como bien supremo, por encima de las personas. Mientras hacer plata facil sea la prioridad, no importa si es a través de armas, drogra, o trata de personas, eso no se va a detener.
Muchas gracias por leerme, Felipe. Estoy completamente de acuerdo contigo: Mientras no cambie la mentalidad de las personas y se invierta por cambiar factores como la pobreza, la educación y la escasa investigación en el país será poco lo que se pueda hacer por lograr un avance. Saludos.
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