Nunca, bueno casi nunca,
hablo con mi mejor amiga. A pesar de la amistad y los años en ocasiones pierdo
el contacto con ella incluso por meses. Si bien en un principio me molestaba
con el tiempo aprendí a comprenderla. Ella, descendiente de un francés heredó
su carácter y simplemente es así, sé que no hablamos a diario, pero cuando mas
la he necesitado allí está y cuando nos vemos -porque no vive en el país- es
uno de los momentos más maravillosos del año. Y está bien, así la
quiero.
Hablo de ella
porque antier cumplí años y recibí montones de felicitaciones y amor por
cantidades. Si bien en el día estuve acompañado solo de mi gran amigo y roomate
Nelson Cadavid (quien tuvo la amabilidad de invitarme a desayunar y almorzar)
en realidad me sentí mucho más acompañado y rodeado de lo que estuve
físicamente . Sentí cada uno de los mensajes de cada una de las personas que
conozco en persona y de manera virtual de una manera tan cercana como si los
hubiera recibido de frente.
Y reflexioné
sobre la amistad. Sobre aquellas que se alimentan diariamente de rutinas y de
detalles, las que viven del recuerdo de un pasado mejor, de otras vidas; de las
que se han ido, quizá porque esa persona ha muerto, quizá porque nosotros
mismos hemos cambiado y ya no somos quienes éramos; de las lejanas cuya luz
es tan intensa que sin importar las distancias o el tiempo siempre siguen
constantes y van más allá incluso de la muerte.
Y siento que
ninguna es mejor que otra o correcta. Lo importante son los sentimientos, la
alegría que sentimos al ver ese viejo amigo, una noche rodeada de cervezas en
un bar, o una ida a cine, o simplemente hablar por un chat de whatsapp después
de mucho tiempo de no hacerlo, o compartir noches de borrachera que parecen
eternas. Lo verdaderamente importante de la amistad es que esa persona en la
que confiamos y queremos saca lo mejor de nosotros y nos acepta como somos sin
necesidad de maquillaje o las mentiras que decimos y solemos creernos para ser
aceptados.
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