Un año no es otra cosa que el
periodo en que la Tierra le da una vuelta al sol, pero en este lapso pueden
pasar muchas cosas en el planeta: Cuatro estaciones ocurren en los países que
no viven en el trópico, doce meses de treinta o treinta un días (y hasta de
veintiocho) pasan sin prisas. En el caso de los humanos este tiempo es mucho
más rico: Florecen amores y corazones son rotos, compartimos tiempo con
personas que creíamos desaparecidas para siempre pero que al final regresan, la
vida nos sorprende de diversas formas, se da el nacimiento de nuevos visitantes a
este planeta loco y otros seres amados se despiden para siempre volviéndose
parte de la tierra y el cosmos en un ciclo que se ha repetido por miles de años
y que lo seguirá haciendo hasta que la raza humana desaparezca.
Hace un año, aproximadamente a
esta hora, estaba encontrando a mi padre tirado en el piso, con los ojos bien
abiertos aunque ya no volverían a ver jamás, y un líquido de color café que
había salido de su boca y nariz a la hora de fallecer. Me gustaría decir que
murió en mis brazos pero ya llevaba algún tiempo así antes de que yo llegara.
Desde luego no reacciono a los esfuerzos inútiles con los que intenté
reanimarlo y uno de los pocos consuelos que me quedan es saber que sufrió un
ataque fulminante donde no sufrió más que un par de segundo a lo sumo.
Después de ese día siguieron
las ceremonias. El velorio, el entierro, el apoyo de mucha gente que estuvo
presente en cuerpo, palabra y espíritu con mi familia y conmigo en, lo que llevo
de vida, los días más triste que he vivido y la cicatriz que queda y que no ha
sanado y no lo hará, por la ausencia de mi papá.
Los seres humanos somos dados
a darle un significado al tiempo. Creamos celebraciones como el cambio de año o
los cumpleaños cuando la tierra completa una nueva trayectoria sobre el sol.
Nos gusta celebrar estar vivos un trayecto más de tiempo, de sobrevivir un poco
más antes de sufrir el destino inevitable.
Hoy se conmemora el primer aniversario
de la muerte de mi papá y quizá es otro día más en que este planeta gira en el
espacio. Tal vez sea un día para pensarlo, para tenerlo presente en la cabeza y
en el corazón, pero quizá para mí no tiene tanto sentido porque desde que se fue no hay un
día en el que haya dejado de extrañar su voz, sus consejos o querido darle un
abrazo.
Un año es un tiempo en el que
pueden pasar tantas cosas. En mi caso son muchas las dudas que albergo. ¿Pude
haber hecho más por él? ¿Fui un buen hijo? ¿Estuvo verdaderamente orgulloso de
mí? He intentado hacer las cosas de
manera correcta en mi vida pero siento que fallo demasiado, muchas veces. Ansío
con todo mi corazón hablar con él para que me aconsejara sobre qué rumbo tomar
en muchas cosas de mi vida….
En los últimos días lo he
pensado más que de costumbre. Me acuerdo del tiempo que pasamos cuando era niño,
adolescente y adulto, del ejemplo de honestidad, entereza y esfuerzo que me
dejó, del hombre gigante (desde luego en sentido metafórico, mi papá haciendo
gala de su apellido Fernández nunca midió más del metro y medio) cuya huella
debo honrar y seguir engrandeciéndola cada vez más, y me acuerdo especialmente de
sus últimos días, cuando se fue apagando cada vez más y donde yo debí
devolverle un poco de lo tanto que hizo por mí cuando era pequeño y traté de
cuidarlo y apoyarlo en sus pataletas y rabietas de persona mayor.
La inmortalidad es una de las
mayores obsesiones del ser humano. Escribimos libros, componemos melodías,
pintamos cuadros y levantamos imperios y ciudades para dejar un legado, algo
que haya sido testigo de nuestro paso fugaz por el mundo, pero es inútil. Los
libros se queman, los cuadros desaparecen, las melodías son olvidadas y los
imperios y ciudades quemadas y arrasadas ante los cimientos. Pienso que la
inmortalidad la logramos en nuestros recuerdos. Aquellos que han partido viven
en nuestros corazones y en nuestra alma y perdurarán allá hasta que nosotros
mismos hayamos partido y dejado un poco de nuestra esencia, de nuestra
inmortalidad en la gente que amamos y con la que compartimos nuestra vida y lo
que aprendimos con los que tanto nos quisieron y enseñaron.
Siempre vivirás en mí, papá. Te
amo y te extraño cada día.
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