Mi abuela fue una de las mujeres
más fuertes que he conocido. Pasó de ser una más de siete hermanos (creo que me
equivocó en la cifra, ya me corregirán mis primos) a ser la primera caleña en
ganarse el premio Paul Harris del Club Rotario y llegar a ser Concejal, era
tanta su importancia que sus hermanos le decían ‘La Doctora’. También
podría mencionar a mi mamá que luchó con
uñas y dientes diez años contra un feroz cáncer y aun así tuvo la fortaleza de
no rendirse jamás ni siquiera hasta el fin y cuyo amor y ejemplo siempre
vivirán en mi corazón. Podría mencionar a mi Nana, mi tía, podría hablar de mi
hermana que es mi columna y fortaleza, el motivo por el que me levanto cada
mañana, o mencionar a mi sobrina Verónica y sus ojos que parecen esconder el
secreto de un futuro radiante.
He tenido la suerte de conocer
a lo largo de toda mi vida a mujeres
brillantes, talentosas valientes y
bondadosas. Mujeres con la fortaleza emocional que harían sonrojar a muchos que
presumen de saberlo todo y al final no saben nada. He amado a muchas de ellas,
en ocasión algunas me han correspondido y otras no. He sido amigo, hijo,
hermano, novio y amante, en mi trabajo la mayoría de compañeras son mujeres y
mis jefas también lo son. Cada día aprendo de ellas, de su diferencia, de su
manera maravillosa de concebir el mundo.
Una de las cosas con las que
no comulgo con el feminismo radical es el maniqueísmo que promulgan. Para
muchas de ellas (y evito tratar de generalizar porque como me dijo mi mejor
amiga, no hay un feminismo sino muchos que pugnan por hacer oír su voz) todas
las mujeres son buenas por el simple hecho de pertenecer al género femenino y
todos los hombres son malvados y violadores en potencia, machos privilegiados
que deberían sentirse avergonzados por su género y pedir perdón por ello.
Mi visión de la realidad es un
poco diferente. Ser de una raza o un género no te define ni para bien o para
mal, lo hacen tus acciones, la manera en que concibes el mundo y te relacionas
con los otros seres humanos, la empatía que puedes tener ante las injusticias y
el sufrimiento ajeno. Así como más
arriba he dicho que he conocido mujeres maravillosas que a pesar de ser tan
diferentes se caracterizan por su valentía, también he conocido mujeres
malvadas, llenas de odio y rencor, que disfrutan hablando a las espaldas o
engañando, o simplemente haciendo el mal de una manera frívola y macabra. No
las juzgo por ser mujeres sino por ser humanos. Las personas no somos blancas o
negras sino que nos movemos en un amplia gama de grises y todos sin importar
que seamos somos capaces de lo peor…también, por fortuna, de lo mejor. Querer
encasillarnos no solamente es estúpido sino perjudicial.
Dicho esto es estúpido negar
que las mujeres lo han tenido muy jodido durante toda la historia. Han sido
discriminadas, asesinadas, violadas, usadas como trofeos de guerras, gracias a
religiones misóginas han sido relegadas o al rol de santa o al de puta. En
diferentes culturas a lo largo del tiempo han sido humilladas de mil y un
formas y su voz silenciada. Por siglos fueron relegadas a parir y encargarse de
labores domésticas y me pregunto con tristeza cuántas artistas, científicas,
filósofas y creadoras nos hemos perdido por una historia injusta que ha
ignorado a la mitad (o incluso más) de su población durante tantísimo tiempo.
Incluso hoy, cuando se ha
avanzado tanto en la lucha por la igualdad de derecho siento que falta
muchísimo. Quiero que las mujeres que tanto conozco y admiro puedan luchar por
lo que quieren sin desventajas de ningún tipo. Sueño con que mi sobrina no
tenga que soportar ningún pervertido que la haga sentir incómoda, que no tema
por caminar sola de noche, que tenga miedo de ser violada y peor aún sea
revictimizada de diferentes formas (sin que eso nos lleve a desconocer la
presunción de inocencia), ni que nadie la haga sentir menos por ser mujer.
Siempre he creído que la mejor
manera de cambiar la sociedad debe partir desde el amor y no desde el odio. La
mejor manera de construir una mejor sociedad debe ser cambiando la cultura y
echando abajo los cimientos de la anterior. Creo que para una sociedad más
justa el cambio debe venir no solamente de las mujeres sino también de los
hombres pero no aislando a ninguno de los géneros sino haciéndolo juntos sin
pretender ser iguales, sino más bien celebrando la diferencia entre hombres y
mujeres, pero pugnando por la igualdad de derechos y el respeto en todos los
ámbitos y creo que compromiso debe partir de cada uno de nosotros y hacerlo evidente no con palabras sino en acciones, solo así podremos tener un futuro más hermoso. Como el que veo cada
vez que me sumerjo en los ojos de mi sobrina.
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