A veces, cuando las luces ya
se han apagado y antes de que llegue el sueño, en ese instante en que solo hay
silencio y oscuridad, hay un pensamiento que se filtra por la puerta y se hace presente
en mi cabeza y en mi corazón y consiste en saber si pude haber hecho algo más por la gente que
quise y ya no está.
Es un pensamiento inútil. Los
muertos no vuelven más que a través de recuerdos y en ciertos actos cotidianos
de los que apenas somos conscientes como ese pequeño gesto que hacemos sin
darnos cuenta, esa canción heredada, esa comida que nos retrocede años atrás,
ese lugar que ya no existe. Lo que hicimos o dejamos de hacer mientras ellos
vivían ya es irrelevante, el tiempo no se detiene y máquinas para viajar en
el tiempo solo existen en películas ochenteras y en la mente de novelistas
febriles.
Y sin embargo, a pesar de ello, siempre vuelve.
Pienso en mis padres. En si fui un buen hijo o si pude hacer algo más por
ellos, si muchas veces no me quede con lo más cómodo, si quizá debí aprovechar
más el tiempo con ellos, disfrutar más de las historias de mi papá y no poner
los ojos en blanco cuando me contaba la misma historia por cincuentava vez o
tener mejor disposición hacia los regaños de mi mamá. Ahora que ya no están
extraño las historias de mi viejo y me hacen falta las observaciones siempre
acertadas de mi mamá –sin duda sería mucho mejor persona si las siguiera-.
En ocasiones pienso en si debí
irme a Bogotá y dejarlos solos. Siempre que me devolvía a la capital llegaba con
el corazón un poco roto después de verlos un poco más viejos y, en ocasiones,
enfermos. Pienso –de manera un poco injustificada- en si pude hacer algo para
salvarlos, si pude darle plata a mi papá para ayudarlo en la parte económica o
pude haber hecho algo, así fuera lo más mínimo para ayudar a mi mamá en su
batalla contra el cáncer, si pudimos derrotar la enfermedad de mierda.
Pienso en mi mejor amigo, en
mi Nana, en mis abuelos, en mi perro. En si fui lo suficiente para ellos. En si
pude demostrar cuánto los quería. Pienso en los que están ahora. A veces en mi
hermana, en cuando ha estado triste o me ha necesitado, si he estado lo
suficiente para ella y si puedo hacer algo más para ayudarla a que sea feliz. A
veces no hay cosa más dura que saberse pequeño e impotente enredado en las enredadas telarañas de la realidad.
Pero a la vez me queda el
consuelo que los quise. A todos y cada uno de ellos con el corazón y con el
alma. Y a pesar de las peleas, los malos entendidos, de no haber compartido el
tiempo que hubiera querido y que sin duda merecían o de no tener la plata para
consentirlos, los quise de verdad y trate de demostrarlo siempre que pude, y a
veces estar allí es lo único que la otra persona necesita de nosotros. La compañía,
las palabras dichas y no dichas, es lo único que tenemos y a veces, tan solo eso, basta.
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