Hay un plano fijo en el que se ve una pareja. Él habla y dice
lo que le va a hacer a su esposa, tiene una voz firme y serena; ella está
recostada en un sillón rojo y tiene la mirada perdida (y cuántas veces yo mismo
no vi esa misma mirada a pesar de no conocer a esta mujer) y su voz es solo un
hilo débil que se desgarra en monosílabos. Él se llama Ángel Hernández, ella
María José Carrasco. Ella sufría de esclerosis múltiple desde hacía treinta
años, él la ayudo a morir, suministrándole una bebida que la ayudó a descansar
de su cárcel de carne y huesos.
El caso ocurrió la semana pasada en España y, en esta aldea
global que nos ha convertido este mundo tecnológico, tuve la oportunidad de ver
el video y los ojos cansados y tristes de María José Carrasco se quedaron
incrustados un largo momento en mi alma, como una especie de fotografía transportándome
a una calurosa mañana de diciembre de 2016.
En ese momento el cáncer prácticamente había devorado a mi
mamá. De la mujer sabia y alegre quedaban pocos retazos y cada vez más el malhumor y el dolor se
apoderaban de ella. Eso sin contar con lo que quedaba de su cuerpo, era un eco
de sí misma, y aun así, a pesar de todo, siempre tuvo amor que darnos y
fortaleza que enseñarnos hasta el final. Muchas mañanas le daba una vuelta por
la unidad residencial donde vivía, como ya no tenía fuerzas para caminar yo la
llevaba en silla de ruedas, siempre despacio porque hasta el más ligero cambio
de superficie le ocasionaba dolor.
Durante nuestros paseos hablábamos, a veces de la vida, a
veces de cosas más cotidianas, como el paisaje, el calor, lo que pasaba en la
familia. Un día hice acopió de las fuerzas que tenía y le dije que si ella
deseaba morir yo podía encargarme de todo y asumir las consecuencias. Era un
tema que me estaba rondando por la cabeza durante varios días y que no tuve el
valor de preguntar hasta ese día.
Mi mamá es quizá, y con el perdón de mi papá, el ser humano
que más haya amado en mi vida. Ver el deterioro de la persona que más quieres
no es fácil, no importa que tanto lo hayas visto en televisión, cuántos libros
o relatos hayas conocido nunca estás preparado para ello. Ver a tu mamá
prácticamente con la piel pegada al cuerpo, con dolores recurrentes, sin ser capaz de comer nada porque todo le
repugnaba, ni siquiera de ser capaz de leer sus libros favoritos porque su olor
la mareaba, de vomitar prácticamente a diario y no tener fuerzas ni siquiera
para caminar te puede partir el corazón de dolor. Lo peor es que no había
ninguna salida: Mi hermana, ella y yo nos aferrábamos con la fe de un náufrago
a un lejano tratamiento en la mítica Clínica Mayo a pesar que era una quimera,
como después se demostró.
No sabía cuánto iba a demorarse todo en acabarse y a pesar de
que la eutanasia en Colombia existe recordé el caso del padre del caricaturista
‘Matador’, el cual tuvo que luchar
durante bastante tiempo para que su padre tuviera una muerte digna. Yo no
estaba dispuesto a esperar tanto, me dolía, me destrozaba, verla así e hice lo más
sensato: Le pregunté a ella que quería.
Le dije que estaba bien lo que decidiera. Que no pensará en
mi hermana, en mí o en las leyes de su dios que tan sordo se había mostrado a
sus súplicas, que pensara que era verdaderamente lo que quería. Me pidió que
nos detuviéramos, no lo pensó mucho y me dijo: ‘Quiero luchar. Hasta el final”.
No volví a hablar del tema y ella luchó con toda su alma hasta el final cuando
su débil cuerpo no aguanto más y su espíritu maravilloso por fin descansó.
Ella me dijo que no pero también me pudo decir que sí. Y si
lo hubiera hecho no me habría temblado el pulso para hacerlo. Más allá de las
leyes de los dioses o lo hombres y sus consecuencias lo habría hecho y con el
más grande amor hacia ella.
Mucho se habla de la eutanasia y sus más enconados
detractores siempre sacan la tarjeta de la religión en contra ¿Qué saben ellos?
¿Con qué huevos son capaces de decir que la única persona capaz de decir quién
se muere y cuándo se muere es su dios? ¿Con qué derecho son capaces de hablar
de ese tema si no han visto esa persona que aman vuelta mierda, llena de dolor
y siendo testigo de cómo la vida se va apagando cada día más? ¿Son tan canallas
de creer que si una persona ayuda a morir a otra lo hace lleno de alegría o por
cobardía? No hay acto de amor más grande
que el de ayudar a descansar a quien no quiere continuar pero no tiene la
fuerza para acabar por sí mismo con su vida. Pienso en si mamá me hubiera dicho
que sí, habría sido lo más doloroso en mi vida, pero no me arrepentiría.
En el caso de Ángel y María José hay otro video. Ella ya
acostada en la cama, él con el veneno disuelto en un vaso con agua. Son un
matrimonio de más de treinta años, pienso en todo lo que hubo en esa pareja,
pienso que si mamá hubiera dicho que sí yo podría haber sido Ángel y puedo ver
en las palabras que él va diciendo todo el amor que siente por su esposa, amor
que mucha gente no podrá entender jamás, le suministra el líquido y después le
dice "A ver, dame la mano que quiero notar la ausencia definitiva de tu
sufrimiento. Tranquila, ahora te dormirás enseguida".
Te entiendo pase por lo mismo con mi papa .. el ahora descansa ,pero que dolor era verlo vivir así
ResponderEliminar