Mi sonido favorito es el que estoy ocasionando en este
momento: El movimiento de mis dedos cayendo con fuerza (porque odio la sutileza
al crear mi propia pequeña sinfonía) sobre el teclado y que suena de manea
similar al de la lluvia que golpea con furia la ventana. La semejanza va
incluso más allá del sonido. Escribir como la lluvia que se desborda es dejarlo
todo en pequeñas gotas de tinta que se van plasmando en el papel dejando un
rastro negro y pegajoso del alma de quien lo hace.
Para mí escribir es lo más feliz que puedo hacer pero al
mismo tiempo es jodidamente doloroso y difícil. Alguien dijo por ahí, creo que
fue Bukowski, que hay que encontrar aquello que nos apasiona y dejar que nos
mate. En mi caso escribir me deja completamente exhausto, me gustaría decirles
la razón pero se escapa de mi mente, es la misma por la que empiezo a escribir
sin parar, como si la inspiración me fuera dictado por algo más, alguien más, al oído y no tuviera otro remedio que obedecerle y teclear
como una especie de zombie sin saber si cuando termine haya alguna recompensa,
algún final.
Pienso un poco en la persona que soy cuando escribo y cuando
no lo hago. Mis conocidos podrán decir que soy, a grandes rasgos, un buen tipo.
Uno que no se destaca por nada en particular pero que tampoco es un marginado. Simplemente uno que
encaja como tantos, como miles. Dirán que mi sentido del humor es un poco bobo
y no lo discutiré, es mi manera de encajar en la sociedad, es una especie de máscara
que no me molesto en llevar, porque al final todos de una u otra manera siempre
portamos una.
Pero cuando escribo soy otra persona, completamente
diferente. Es curioso, pero es difícil de expresarlo con palabras. Es como si
mi ser más salvaje, más oscuro y real tomara posesión de mí, como si todos los
filtros que constantemente estoy aplicando en la vida cotidiana desaparecieran,
es como si no pudiera controlar lo que escribo pero tampoco me importa tanto,
es como si estuviera desnudo, más allá de despojarme de la ropa o no.
Hay algo más que pasa cuando escribo: Me transporto a
diferentes lugares como si se tratara de algo de ciencia ficción o un episodio
de la dimensión desconocida. Escribo, pero ahora tengo veintidós años y estoy
escribiendo el primer cuento que hice, Pasión y muerte en la plaza de Marbella,
dedicado a mi hermanita; ahora estoy con
mis veintinueve en un diminuto cuarto de pensión donde tuve que parar en un mal
momento de mi vida y donde mi único escape eran las letras; ahora estoy
fumándome un cigarrillo pensando en las palabras de amor que le escribiré a la
mujer de la que estuve enamorado cuatro años y con quien nunca pasará nada más
allá de una amistad, ahora soy un niño que lee y lee y espera ser un gran
escritor algún día; y ahora estoy yo, el resultado de todos estos recuerdos
reunidos tecleando y tecleando sin parar.
Hay algo hermoso en escribir y publicar –ya sea un libro, un
post de Facebook o un blog- . De una manera u otra pensamos que nuestras
letras, nuestra alma puede llegar incluso a gente que no conocemos. Que tenemos
el poder de tocar su mente, su corazón con nuestros pensamientos y quizá sí o quizá no, pero exponemos nuestra ser en ello.
Seré un poco menos correcto políticamente que el resto y diré que escribo
porque siento placer (a la vez que dolor y agotamiento) al hacerlo y lo haría
así nadie lo leyera (pero shhht…es un secreto) pero me hace infinitamente feliz
saber que por lo menos hay una persona que me lea. A ti, mi lector, gracias por
hacerlo.
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