miércoles, 22 de febrero de 2017

Gracias

A veces vivir parece un acto de valentía. El mundo parece haberse ido al garete y las noticias son como cucharadas de jarabe de ricino, amargas y espesas. Nos levantamos y no sabemos si estar más aterrados por lo que ocurre en el mundo con sus guerras, la paranoia y el odio al que es diferente que crece como un monstruo desbocado o el miedo a lo cercano, a ese ser desconocido que vive en nuestra calle o es cercano a nosoros y que detrás de una cara amable puede esconder un violador o un asesino en potencia.

Actos horribles ocurren en el mundo y los gritos silenciosos de los asesinados por fuerzas oscuras, los niños cuya inocencia es arrebatada por bestias disfrazadas de hombres, las bombas que arrasan poblaciones y que no nos importan porque son en lugares lejanos se convierten en parte del paisaje que, en el mejor de los casos, darán pasos a airadas y efímeras protestas que se olvidarán a los pocos días para dar paso a la rutina de siempre, a la vida en donde la tragedia y la comedia esperan acechantes a la vuelta de la esquina.

Pero me gusta pensar que también hay bondad en el mundo. Que a pesar de la oscuridad también hay un rayo de sol que puede atravesar la noche, que los seres humanos podemos ser compasivos con el otro de manera desinteresada, que el alma humana que en ocasiones puede ser tan superficial y egoísta puede al mismo tiempo albergar los sentimientos más hermosos.

Durante los últimos meses de la enfermedad de mi madre pude comprobar esto último. En ningún momento estuvo sola. Siempre hubo algún vecino, familiar o amigo dispuesto a visitarla y acompañarla; personas que incluso que viajaron desde ciudades lejanas para hacer algo que la hicieran sentir mejor. Cuando viajaba veía todo ese amor que la rodeaba, esa romería de personas que no la desamparaban un momento, que no tenían ninguna obligación con ella pero aun así estaban pendiente de su salud, algunas incluso a diario.

Pienso quizá que esto se debió a que fue ella quien cultivó esas amistades, ese cariño. Siempre estuvo presta a dar un consejo, a ayudar a quien la buscara. Pero a veces, esos actos de bondad, no suelen ser recíprocos y en los momentos más difíciles las personas que estuvieron en la fortuna suelen ser los primeros que se alejan y huyen. Afortunadamente ese no fue su caso.

Incluso después de su muerte muchas personas se siguieron manifestando. En ambas ceremonias que le hicimos, tanto en Estados Unidos como en Colombia los lugares estuvieron llenos para recordarla. Recibí gestos de condolencia incluso de gente que hace mucho tiempo no veía y de personas que no creí que fueran capaces de tal empatía, de personas que ven en mi hermana y en mí un eco de lo que ella fue y que nos han acompañado brindándonos con su cariño la fuerza necesaria para atravesar este triste momento.

Una de las frases que más repetía mi mamá era “Para qué las más hermosas flores sobre mi tumba si en vida no se portaron bien” y creo que recibió ramos infinitos de astromelias (sus flores favoritas) de manera simbólica mientras estuvo viva y que a día de hoy lo sigue haciendo mientras se le recuerde con cariño.

Gracias. Infinitas gracias a todos aquellos que la acompañaron de manera paciente y amorosa hasta el fin de su camino, con actos que incluso podían parecer insignificantes pero que tuvieron para ella un gran significado. Gracias por quererla y por no tener miedo en demostrarlo. Gracias a quienes en estas horas aciagas nos acompañan a mi hermana y a mí con una palabra de apoyo, un consejo o simplemente oírnos. Gracias mil y un veces..

Mientras tanto una lluvia de pétalos de astromelias siguen cayendo por mi ventana donde brilla la luna.





martes, 7 de febrero de 2017

Mamá

I.

El día en que mi madre murió abordé un avión a las diez de la mañana desde Bogotá hacia Orlando donde ella estaba viviendo. En el vuelo repetí la película Doctor Strange y terminé el libro No es país para viejos de Cormac McCarthy; a las tres de la tarde  llegué a Estados Unidos y tuve que esperar media hora hasta que mi hermana me recogió. En su carro hablamos de la situación de mamá y paramos por burritos para llevar a casa. Cuando llegamos al apartamento la vi. Estaba mucho más flaca que de costumbre y ya no podía caminar ni tenerse por sí misma, no se alegró visiblemente de verme pero me hizo saber que estaba feliz de que estuviera allí.

Me pidió que la llevara desde su cama hasta el sillón reclinable donde veía televisión, la cargué y me sorprendí que una persona tan esquelética pudiera pesar tanto. Vimos Zootopia en inglés y ella se durmió la mitad de la película por su cansancio. Vino una vieja amiga que hace once vive acá a hacerle la visita y dejó una sopa a medio terminar; en algún momento mi hermana me dijo que ella estaba agonizando, a las diez de la noche pidió que la trasladáramos a la  cama porque tenía sueño (días después mi hermana me confesaría que ella nunca se acostaba tan temprano), la cargué de nuevo desde el sillón hasta la cama y apagamos las luces.

Antes de la medianoche empezó a quejarse, a gemir, a decir que tenía mucho calor, que la ayudara. Yo estaba a sus pies en una colchoneta improvisada a su lado; empecé a moverla de un lado a otro, me dijo que tenía una incomodidad pero no sabía dónde, le unté los labios de hielo, le quité la pijama porque se quejaba del calor, ‘quiténmelo, quítenmelo’ repetía una y otra vez; mi hermana salió de su cuarto, se acostó detrás de ella y la abrazó, de un momento a otro empezó a respirar pesadamente…miento, a respirar dolorosamente, sé que suena raro pero así fue, era un sonido extraño, un fuelle cuya exhalación era una expresión de dolor, un eco atroz e inolvidable.

En la oscuridad la tomé de su mano, era delgada, casi en los huesos. Ella que al final no soportaba el contacto físico no la retiró, empecé a acariciarla. Tanto mi hermana como yo empezamos a decirle cada uno por nuestro lado lo mucho que la amábamos y que ya era justo y necesario que descansara, que tenía que dejarse ir, en un momento dijo con todas sus fuerzas, ‘Dios ayúdame’.....empezó a respirar cada vez más frenéticamente y cada exhalación seguía siendo una queja, hasta que la intensidad de cada suspiro empezó a disminuir, en la oscuridad me pareció ver que miraba un punto fijo que iba más allá de cualquier objeto terrenal que me sobrecogió (a día de hoy me preguntó si habrá visto a la muerte) me apretó la mano y empezó a respirar cada vez más bajo hasta que dejó de hacerlo. Cuando mi cuñado asustado por los gritos de mi hermana  prendió la luz, mi mamá había dejado de ver ese punto exacto, había cerrado sus ojos y había partido de este mundo con sus amados hijos a su lado.



II.

Días después mi hermana me confesó que la última vez que la enfermera fue a ver a mi mamá  fue incapaz de encontrarle el pulso, estaba  tan débil que era incapaz de ser detectado. Le dijo a mi hermana que su situación era tan difícil que creía que le quedaban un par de semanas y que seguramente no llegaría a fin de mes. Tan pronto mi hermana me hizo saber esto no dudé antes de pedir una licencia en mi trabajo (donde tanto la gerente como mi jefe han demostrado una calidad humana de la cual estoy infinitamente agradecido y que parece increíble encontrar en estos tiempo frenéticos) que me permitieran acompañarla sus últimos días que a la postre terminaron convirtiéndose en sus últimas horas.

Ayer al venir las enfermeras a recoger los insumos de mi madre me dijeron algo más. Según quien la había visto me dijo que su situación era tan grave que no le quedaban más de 24 horas, incluso 48 era una exageración, pero ella superó todos esos records aguantando casi 72 distribuidas en tres días. Su cuerpo estaba completamente roto pero su alma no lo estaba y esperaba algo más.

Mi hermana me cuenta que el sábado en que mi madre murió había amanecido relativamente bien, pero tan pronto llegué empezó a empeorar a una velocidad inimaginable hasta su fin. Ella estaba esperando que llegara  para poder partir en paz y estoy convencido que si no hubiera viajado ese sábado sino el lunes como era mi plan inicial ella, a pesar del inmenso dolor, habría aguantado porque quería despedirse de su primogénito.

  Y pienso que a pesar de su lamento sobrecogedor de sus últimos minutos de vida, a pesar de que ya no expresaba gran cosa por el dolor y el agotamiento el haber estado con ella hasta el final, el haber sentido el apretón de su mano en el momento final hace que todo hubiera valido la pena una y mil veces más.




III.

Trato de no pensar en mi mamá en sus últimos meses de vida y me pregunto qué es aquello que conforma a una persona. Si sus momentos malos o los buenos o los tristes o felices. Si es posible encasillar a nuestros seres queridos en una sola categoría como la Santa, la Virgen o el Villano y llego a la conclusión que no hay categorías absolutas como el blanco y negro sino que todo se reduce a una gama casi inabarcable de grises donde la mayoría de las personas nos movemos durante toda nuestra vida.

En los últimos días mi hermana se repite una y otra vez algo que decía  mi mamá en sus días finales: ‘Qué he hecho yo para merecer esto’….y no hay una respuesta satisfactoria para esto, no hay cielo ni infierno, ni recompensa ni castigo, no existe un dios que nos castigue o recompense, ni un karma similar a una policía de lo moral dispuesto a culparnos por nuestros pecados, lo único real es el azar que no respeta ni ricos o pobres o buenos o malos y lo único realmente  importante son nuestras acciones ante ese azar.

Mi mamá fue una persona hermosa y no pude elegir una mejor madre para que fuera la mía. Pienso ahora en miles de recuerdos que se entremezclan uno sobrepuesto al  otro: Ahora me está disfrazando para ir a pedir dulces en Halloween, ahora estamos viendo Félix el gato en un miserable colchón en un diminuto televisor en blanco y negro en una apartamento vacío en 1989 , ahora me acaricia la cabeza de una manera en que ninguna mujer lo ha hecho o hará de una forma que era como su firma sobre mi piel; ahora me aconseja sobre aquella mujer pelinegra de mirada perdida en el infinito a quien amé pero no me correspondió, ahora estamos en Brasil disfrutando de la playa de Río de Janeiro en un día  de sol que no parece terminar jamás, ahora me dice al igual que papá que debo ser muy unido con mi hermana y que el dolor de uno lo debe sentir el otro; ahora me está poniendo la ropa (una camisetica amarilla y unos pantaloncitos cafés)  y acompañándome a la portería del conjunto esperando el transporte de mi jardín infantil, ahora la veo llevándonos a mi hermana y a mí a terapia mientras ponía  en  casette y cantaba a todo volumen a Juan Gabriel en su viejo Zastava del año 71 y ahora la veo en el chat de la familia llamándonos a mi hermana y a mi ‘tortolitos’ y diciendo lo mucho que nos amaba y planeando nuevos viajes que nunca habrían de realizarse.

El legado más importante de su mamá fue su valentía, su fortaleza.  No importaba lo podrida que estuviera por el cáncer o los diagnósticos de los doctores, nunca derramó una lágrima. “Lloren, lloren todo lo que quieran pero no quiero que cuando me hayan ido se vayan a enloquecer o hacer tonterías” nos dijo cuando los doctores nos dijeron que ya nada se podía hacer por ella. Y al final, por irónico que pueda parecer, ella venció, no se fue cuando el cáncer se le dio la gana sino cuando ella así lo quizo, pateándole el culo por infinita vez a esa enfermedad de mierda, demostrándole que un espíritu y una voluntad  de fuego es capaz incluso de derrotar al peor de los males.

Hay un libro del Joël Dicker, El libro de los Baltimore para ser más exactos,  donde uno de los protagonistas sufre de cáncer y dice lo siguiente: “Somos muchos los que buscamos darle algún sentido a la vida, pero la vida solo tiene sentido si somos capaces de cumplir estos tres propósitos: dar amor, recibirlo y saber perdonar. Todo lo demás es una pérdida de tiempo”.  Pienso en toda la gente que fue a visitar a mamá en sus últimos días, tantas muestras de amor de quienes fueron testigos de sus últimos meses, personas que nunca pensamos aparecerían y así lo hicieron; pienso en que hizo las paces con todos antes de partir y pienso en que me esperó para poder partir mientras le decía a mi hermana lo mucho que la amaba y me recomendaba con ella. Pienso que ella amó intensamente, fue amada con la misma magnitud, perdonó las ofensas contra ella y pidió perdón por los errores que pudo haber tenido. Pienso que su legado vive en mi hermana y en mí, y que la vida es solo el amor que damos y recibimos y ella fue generosa hasta más allá del límite en brindar su amor y cariño y sé que ahora junto lloramos porque nunca es fácil decir adiós a alguien tan querido pero su fuego vive en nosotros y de nosotros depende que su valentía sea la estrella más brillante en el cielo que nos habrá de guiar hasta que sea hora de reunirnos con ella.

Te amo mamá. Me haces mucha falta. Algún día nos veremos de nuevo.


María Cristina Mendoza. Septiembre 8, 1958 – Febrero 4, 2017


miércoles, 1 de febrero de 2017

Un monstruo viene a verme: Mi mamá y el cáncer y el cáncer, mi hermana y yo


La primera vez que a mi mamá le dio cáncer fue hace once años. Lo que empezó como una molesta sensación de pesadez en el vientre se convirtió en un tumor que casi le cuesta la vida en una operación. Después vinieron las quimioterapias, la caída de pelo, la debilidad, la enfermedad en toda su plenitud que ella, con voluntad de hierro, derrotó.

Pasaron seis años y cuando pensamos que todo había sido solo una horrible pesadilla, recayó. De nuevo las quimioterapias, los dolores, el vómito y el querer seguir adelante. Cuando nuevamente se sobrepuso a la enfermedad, mi hermana en recompensa la invitó al Mundial de Fútbol de Brasil en unas vacaciones inolvidables, que ahora en esta noche que no parece terminar parecen difusas, como si hubieran ocurrido en otra vida.

Las recaídas se hicieron más constantes. A finales de ese año tuvieron que operarla nuevamente y el 2015 se tiñó de nuevas quimioterapias;  el año pasado la situación empeoró y ya el tratamiento no le surtió ningún efecto, su salud se deterioró  de manera acelerada los últimos tres meses del año y los doctores dictaminaron que ya no se podía hacer nada por ella. En diciembre tuvimos una pequeña luz de esperanza cuando la reconocida Clínica Mayo nos dijo que era posible un tratamiento. Mi hermana se la llevó a Estados Unidos donde vive para que la vieran los doctores de la Clínica, pero la luz se desvaneció en seguida cuando le dijeron que en su estado actual no soportaría ningún tratamiento y que lo único que podíamos hacer era esperar.

Reflexiono en todo esto después de leer el triste y hermoso libro UN MONSTRUO VIENE A VERME de Patrick Ness. En él nos narran la historia de Conor O’ Malley, un adolescente de trece años que debe ver como su mamá está muriendo de cáncer y para hacer más fácil este difícil (no tienen idea cuánto) proceso, invoca la figura de un monstruo que le enseña a aceptar la realidad y dejar ir.

Es increíble como esta novela refleja muy bien lo que hemos estado viviendo. Nos habla de la tristeza, la impotencia ante lo abrumador de esta enfermedad pero no sólo eso, quienes hayan tenido la desgracia de ver a un familia sufrir de este terrible mal se verá reflejado en la madre del protagonista, en su deterioro, su debilidad, el no tener ni siquiera aliento para hablar, el vómito constante (en nuestro caso un balde al que he llegado a detestar como si fuera una persona viva que debemos acercarle a mamá cuando va a trasbocar).

Al ser Conor incapaz de expresar sus emociones explota de la peor manera, en algún momento destroza parte de la casa de su abuela o coge a golpes al abusón de su colegio que se burlaba de él. Y sí, a veces es tanta la frustración y la tristeza que también dan ganas de hacer lo mismo, de mandar todo a la mierda, de darle un golpe, o quizá más de uno, a cierto cabrón manipulador; pero al ser uno adulto tales salidas no le están permitidas y hay otras más sutiles pero igual de dolorosas y destructivas.

Pienso en mi mamá. Es quizá el mejor ser humano que conozco y no merece nada de lo que le está pasando, al igual que tantas personas que han atravesado por esta enfermedad de mierda que acaba con el cuerpo y el espíritu. No hay palabras dichas o escritas que puedan expresar el cansancio o la tristeza que estamos atravesando en este momento.

Pienso en mi hermana, la mujer más valiente que conozco. Ha sido capaz de dejarlo casi todo por venirse a Colombia a cuidar a mi mamá tres meses y que lo sigue haciendo ahora desde Orlando, quienes hayan atendido a una persona enferma saben lo agotador que pueda ser, y ella lo ha hecho sin quejarse contagiándonos a todos de su fuerza y energía.

Pienso también en muchas cosas. En que me gustaría hacer mucho más de lo que hago para que estén mejor así sea a la distancia, en lo mucho que amo a mi mamá y quisiera que estuviera sana o pudiera descansar de tanto dolor, en tantas cosas que he aprendido de ella y que lo sigo haciendo incluso ahora; en tantos momentos vividos, lo efímero de la vida y la importancia que le damos a tantas cosas que no la tienen mientras dejamos de aprovechar a quienes nos aman que si fuéramos conscientes que el tiempo con ellas es tan corto no dejaríamos de besarlas, abrazarlas y decirlas cuanto las queremos.

Del libro sacaron una adaptación cinematográfica que está actualmente en cartelera que no dudo en recomendar a quienes atraviesen por un momento similar y para quienes no, recuerden la importancia del amor y la familia en los momentos más difíciles.


Y mientras tanto mi mamá sigue en Estados Unidos,  viviendo con mi hermana, esperando, rodeada del amor de quienes la conocemos, lo que tenga que ocurrir. 


Mi mamá, yo y mi hermana