viernes, 26 de marzo de 2021

A mi tía

 Hay una anécdota que mi tía solía contarme cada cierto tiempo. Yo había nacido hace poco y ella quería abrazarme o besarme pero no se lo permitieron debido a una tos que tenía por fumar . Ella que quería consentir al primogénito de su hermano adorado apagó el último de los cigarrillos que fumaría en su vida. Cada vez que cumplía años me recordaba que llevaba diez o veinte o treinta o los años que yo cumpliera de vida sin fumar.
Nunca terminamos de conocer del todo a las personas que amamos ni ellas a nosotros. Quizá podrían hacerlo nuestros padres que nos conocieron desde el principio, pero lo más probable es que mueran antes que nosotros. Amigos, pareja e hijos llegarán en un momento en que nuestra historia ya está empezada y muchos de ellos se irán en el momento menos pensado. Somos un enigma: qué tantos secretos, dolores, alegrías y misteri
os esconde el alma humana en donde incluso nosotros mismos somos incapaces de reconocernos en el espejo y saber quiénes somos en realidad.
Pensaba en todo esto por mi tia. Helena Fernández Bonilla, es una de las mujeres que más he amado en mi vida. Podría hablar de ella por horas y sería incapaz de abarcar más que ese universo que compartimos juntos, del amor de tía y sobrino, tan íntimo. No puedo hablar de ella como madre, amiga, hermana, hija, más allá de lo poco que pude ver que es tan pequeño como un copo de nieve durante una nevada. Quienes la conocieron quizá tenga su propia imagen de ella, cada uno guarda una Helena en su corazón y recuerdos y no es mi intención abarcarla en todas sus dimensiones sino simplemente hablar de la tía que conocí.

Es difícil recordar una época de mi vida donde no estuviera. En los momentos más importantes estuvo presente. Se me ocurre por ejemplo mis cumpleaños cuando era niño, mi grado del colegio, tengo especial recuerdo por los seis años de mi hermana en su magnífica casa en Ciudad Jardín, en la fiesta sorpresa que le hicimos a mi mamá cuando pensamos que la pesadilla del cáncer había pasado….pero también estuvo presente en los momentos difíciles, dura y valiente como un roble, cuando mi papá murió y lloramos en una noche sin estrellas ni fin, la despedida de mi mamá cuando partió a una muerte segura y así mil momentos más, siempre presente, nunca ausente . Con una palabra, un beso, un consejo.
Mi tía, y debo decirlo ahora, no era una mujer sencilla. Tenía un temperamento difícil, pero voy a confesarlo ahora, no era algo que me molestara sino algo que siempre admiré. Me gustaba y sé que a mi papá también lo hacía que peleara tanto. Incluso cuando no tenía la razón, incluso cuando se equivocaba.
Decía que no terminamos de conocer a las personas del todo, pero pude observar a través de pequeñas rendijas del día a día algunas facetas de ella. La mujer que vivió 55 años con el esposo que eligió, a la madre amorosa con Fercha y Jaime A que son su fiel reflejo, seres humanos valientes y bondadosos. Sé que como mi abuela siempre intentó ayudar al más desfavorecido, a quien lo necesitara. A través de los años siempre pude ver una mujer alegre, vital, de buen humor, (cómo amo su risa y su voz) amiga de sus amigas y orgullosa de su sangre, familia y linaje.
Por lo general cuando alguien muere enmarcamos tantas cualidades que se suele decir que ‘no hay muerto malo’ y podría decir tantas de mi tía que no pararía. ¿Ignoro sus errores? Por supuesto que no, sé muy bien cuáles eran, pero no vale la pena quedarse en ellos, así como no vale la pena quedarse con los dos últimos meses de su vida. No vale la pena pensar en la mujer después de la operación, en la prueba de hiel para su familia que vio su llama apagarse de manera lentamente hasta el final. Para mí, mi tía es la mujer que siempre me recibía mis llamadas con un ‘Hola Tulin’, la que quiso a mi papá como ningún otro ser humano lo hizo, que amó a mi hermana con la misma intensidad que a mí, la mujer que se llevo a vivir a la Nana, mi negra hermosa, como una reina después de su justa jubilación, la abuela y tía abuela orgullosa de las nuevas generaciones, la mujer que no solo hablaba de su dios sino que lo intentaba aplicar en su vida cotidiana.
La última vez que la vi, y no me refiero a este triste momento, fue hace un año. Antes de la pandemia. Como siempre hizo que me quedara en su casa donde fui consentido y querido, al igual que siempre lo hacía. Un día antes de partir me pidió que la acompañará a hacer varias vueltas. Fuimos al banco, luego a mercar, a dejarle plata a un ancianato para ayudar a una pobre viejita, luego a comprar una biblia para un regalo a no sé quién, recuerdo que en un momento la vi tan linda pero a la vez tan vulnerable que pensé que la amaba con todo mi corazón. Y así era. Y así es.
Recuerden a mi tía, con sus luces y sombras, pero guárdenla en su corazón y siempre que piensen en ella que sea en el amor y los buenos momentos hasta que llegue el momento inevitable en que nos reunamos con ella.
Gracias por tanto. Espero ser tan buen tío con mis sobrinos como lo fuiste conmigo.