Hace cinco años, en una noche amarga
para sus hinchas, el Tigre Castillo desperdició el penalti decisivo que condenó
al América de Cali a una larga estadía en la B. Hoy, media década, después los
gritos se repiten en el estadio Pascual Guerrero pero esta vez los sonidos son
de euforia y de alegría por haber dejado atrás tan terrible purgatorio y haber
vuelto, triunfante, a la liga principal del fútbol colombiano.
El hincha americano sabe lo
que es el sufrimiento. A pesar de sus múltiples títulos e historia la escuadra
escarlata está acostumbrada al desespero y saber que puede pasar del triunfo a
la más triste de las derrotas en cuestión de segundos tal como le ocurrió en la
final de la Copa Libertadores del 87 contra Peñarol, cuando perdió el preciado
título en el minuto de reposición o cuando a pesar de ser uno de los grandes
del fútbol colombiano muchas veces
luchaba por clasificar a los octogonales aunque por lo general cuando lo
hacía quedaba campeón.
Porque a pesar de todo, el
América nunca ha dejado de ser ese equipo de los bajos fondos, de barriada, ese
que lucha en el fango contra todo y contra todos incluido sí mismo. Es por eso
mismo que quizá cuenta con una de las hinchadas más grandes donde no sólo tiene
seguidores en Cali sino en todo el país.
Alfonso Bonilla Aragón, uno de
sus fundadores y escritores insignes acuñó la frase ‘América, la pasión de un
pueblo’, donde describe muy bien lo que significa el equipo: No se trata de
seguirlo por sus triunfos sino por lo que genera, por lo que inspira,
acompañarlo en los días tristes y difíciles, donde la derrota acecha como un
depredador feroz, donde parece que será incapaz de levantarse del cruel abismo
y de la misma manera alegrarse de sus triunfos, donde son mucho más dulces que
los de aquellos equipos súper poderosos acostumbrados a ganar todo el tiempo.
No me precio de ser el mejor
hincha del mundo, ni siquiera uno particularmente bueno: La última vez que
recuerdo haber ido al estadio a apoyar la escuadra fue en el 97 cuando ganamos el
título frente al Bucaramanga, en este
tiempo no he visto un partido del equipo en la B y ni siquiera por radio, pero
sin embargo no se deja de ser quien ha sido y no dejo de pensar en esa frase de
esa gran película que es El secreto de sus ojos: “El tipo puede cambiar de todo. De cara, de
casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no
puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión”. Y eso es sin duda el
América, una gran pasión, ese primer gran amor al que podemos dejar de ver
incluso por años pero que siempre estará presente en nuestros corazones y
pensamientos hasta el día en que muramos.
Tengo amigos y familiares muy
queridos que no han dejado de ir al estadio a apoyar al equipo ni siquiera en
los peores momentos, viajando a diferentes ciudades a verlos, sufriendo por
años derrota, tras derrota y creo que esta victoria es suya. Son ellos quienes
han hecho grande al club incluso cuando la dirigencia se mostraba cómoda en la
B y los jugadores eran displicentes. Son ellos el alma del equipo y por eso
esta noche escarlata les pertenece.
Así pues, el diablo ha
dejado el reino de los muertos y se ha elevado
hasta llegar al paraíso para darle la alegría y el toque que solo él le pueden
dar a la liga colombiana. No creo que el sufrimiento haya terminado para
siempre pues hace parte de la esencia
del equipo amado, pero su tormento por el purgatorio ha cesado de momento y ya
era hora de que se volviera a cumplir aquella consigna del grupo Niche: “Un
clásico en el Pascual, adornado de mujeres sin par America y Cali a ganar, aquí
no se puede empatar”.
Que así sea.