martes, 23 de abril de 2019

Colombia, el país que no sabía amar.


A veces pienso que los colombianos estamos enfermos de odio. Nos matamos (ya sea de manera simbólica o literal) por una ideología, un partido, un político al que defender (como si al final del día a estos les importáramos en algo más allá de la época electoral) e incluso por una camiseta de fútbol. Odiamos tanto que cuando vemos el amor lo juzgamos, lo etiquetamos y lo discriminamos si no es igual al que decimos profesar.

Me refiero, claro está, a lo que pasó hace algunos días en un importante Centro Comercial en Bogotá donde un tipo se acercó a una pareja homosexual y la agredió bajo el pretexto que estaba pervirtiendo a los niños. El energúmeno sujeto  acusó de animales (que sí, que todos lo somos pero acá la intención de insulto era obvia) y de andarse manoseando con su ‘novia’ (era una pareja de hombres) alegando que él estaba con su hijo. Posteriormente las grabaciones del Centro Comercial demostraron que las acusaciones eran falsas y la pareja no había hecho nada indebido, un par de días después  un grupo nutrido de homosexuales se reunieron para hacer una ‘besatón’ de protesta y el asunto quedó allí.

O no. No quedó allí. Basta con darse una vuelta por las cloacas de las redes, es decir los foros para ver el nivel de homofobia de este país. Desde el insulto fácil e hiriente hasta la discriminación disfrazada de buenas palabras ‘Yo no tengo nada contra los homosexuales pero…..’, ‘Igual yo tengo amigos gays’ ..., ‘yo no tengo nada contra los homosexuales y hasta los tolero’ y sandeces del mismo estilo.

Lo que dicen estos amiguitos defensores de la buena moral, es que está bien ser homosexual siempre y cuando lo hagan en un espacio lejano donde nadie se entere ni los vea…y siempre excusándose en los mismos caballitos de batalla, que es antinatural, que la moral y las buenas costumbres, que la biblia dice, que los niños (como si a los pobres niños no les bastara con ser asesinados, torturados, abusados todos los días por miles para que ahora vengan a ser usados como pretextos por los homófobos para justificar su odio)...

Habría que decirle al energúmeno padre de familia que él sí que es un animal, una completa bestia. En su defensa, habría que decir que todos lo somos. Unos simios más evolucionados que razonan, que hablan, se visten y hasta van a centros comerciales pero animales al fin y al cabo. Que si nos basáramos en lo que es natural, deberíamos habernos seguido regidos por la madre naturaleza, no nos vestiríamos con los trapos muchas veces ridículos que nos ponemos como ropa y de seguro no habríamos salido de la cuevas, o hubiéramos  creado el  fuego,  o aprendido hablar y escribir, o veríamos el sexo como algo más que para reproducirnos (aunque creo que los delfines también lo hacen por placer) y que se agarre con esta noticia, porque tampoco hubiéramos creado ningún dios  y no tendría que aterrarse por ver dos personas demostrarse cariño.

No es ningún secreto para nadie que no creo en dios. Si hay una fuerza superior la felicito por existir, le agradezco de todo corazón que no se meta conmigo, y me deje en paz- yo prometo hacer lo mismo-. Si el resto de la gente quiere creer en Jehová, Ganesha, Alá o en deificar a una lechuga me parece perfecto siempre y cuando no vengan a joder a quienes no son como ellos, ya veremos los paganos si nos quemamos en el infierno o no. Lo que me parece muy jodido es que alguien que crea en una religión creada por y para gente del Medio Oriente hace más de dos mil años, que cree que venimos de arcilla, que un ente creo siete plagas en Egipto,  un viejo separó el mar  y que su salvador nació de una virgen venga a decir que le parece poco natural que dos tipos se besen porque están enamorados. Mi hermanita y mucha gente que quiero y admiro son religiosas, pero esta fuerza los ayuda a ser mejores humanos y no a creerse mejores que nadie, a juzgarlos y hacerles la vida imposible por no ser como su ‘dios de amor’esperaba. 

Me gustaría que  quedara  claro que no pretendo hablar mal de las personas que son religiosas, ni busco generalizar, muchos de ellos se apoyan en su fe para su crecimiento espiritual pero tampoco puede desconocerse que también hay una problemática con personas que usan este aspecto para atacar a los demás. 

Sinceramente compadezco a los niños de ese Centro Comercial. No por haber visto a dos tipos besándose, sino por el escándalo que ello supone. Si alguno es homosexual nunca podrá vivir plenamente su sexualidad ni su vida afectiva porque siempre tendrá en la retina la muchedumbre ignorante y sedienta de rabia que lo va a juzgar por quien es, que prefiere que viva una mentira por respeto a las ‘buenas costumbres’ a ocultar su esencia; si no lo es, va a crecer aprendiendo a odiar, a discriminar, a pensar que la violencia es el único camino, que la rabia es el único lenguaje y que ‘eliminar’ a quien no es igual es lo correcto.

Pobre Colombia, prefiere la muerte sobre la vida, el odio sobre el amor, la religión impuesta sobre la libertad, la violencia sobre la paz y por eso le va como le va... Pobre Colombia tan corto su amor y tan largo su olvido a saberse diversa y feliz





martes, 16 de abril de 2019

Todos somos el villano en alguna historia de amor

Hace poco me topé en televisión y terminé viendo de nuevo la película 500 days of Summer (0 500 días con ella, como se le conoció por estas latitudes),  que por si alguien no conoce resumiré: La película  narra la historia de Tom quien se enamora de su compañera de trabajo Summer, establecen una relación de amigos con derechos (o follamigos como dirían los españoles con la sutileza que les caracteriza) ella se aburre, lo deja y acompañamos a Tom por el tortuoso camino del desamor hasta que al final sale adelante.

Es curioso, uno por lo general ve este tipo de películas, esta y la de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos de Jim Carrey y Kate Winslet cuando está en plena tusa (bueno y no solo eso, oye hasta el cansancio a Enrique Bunbury, se embriaga hasta que no puede más y la palabra favorita es ‘si’: “que hubiera pasado si hubiera hecho esto o aquello”) y es normal. En esos momentos nos gusta retorcernos en el dolor y la miseria, nos sentimos los más infelices sobre la tierra y queremos gritarle al mundo nuestro dolor y el de ese –o esa- miserable que tanto nos ha lastimado.  Cuando ves la película en ese estado culpas a Summer, esa perra, del sufrimiento del pobre Tom, porque te ves reflejado en él, pero cuando la repites con la cabeza –el corazón- frío la percepción cambia totalmente.

Porque no. Summer no es la villana de esa historia. Desde el principio fue clara con Tom y le dijo que no quería una relación seria; pero Tom tampoco es el villano, nadie puede controlar de quién se enamora así jure que no lo vaya a hacer. Y sí, ambos cometen errores, él la idealiza y se le exige lo que ella nunca le prometió, y ella sabiendo que él no la ha superado lo invita a una fiesta donde le restriega que está comprometida con otro. Pero son cosas inevitables que pasan en el amor y en la vida.

Y lo digo con conocimiento de causa. He estado en ambas posiciones. He amado un par de veces en la vida, de manera ciega e ingenua, entregándolo todo, ignorando consejos y dejándome llevar por una palabra, una mirada; pero también he estado en la otra orilla, he rechazado el amor puro que me han ofrecido y algunas veces me he quedado por un cuerpo, una promesa, he intentado no lastimar pero al final ha sido inevitable, de hecho creo que lastimamos de maneras más crueles y duras cuando no queremos hacerlo.

Porque siempre somos el villano en la historia de  amor de alguien, porque  a pesar del tiempo compartido, los buenos momentos, el no querer hacer daño, siempre habrá alguien que nos recordará con el desprecio de la ruptura final. Y siempre ese cuerpo que amamos y poseímos se convertirá en un territorio hostil y los ojos que algunas veces depositaron en nosotros las esperanzas de un futuro compartido se apagarán para nosotros de manera inexorable.

Pero es normal. El amor no se puede exigir ni  mendigar. Simplemente fluye, libre, desinteresado. Siempre cambiante, a veces se acaba, otras muta y se transforma en algo más. El tiempo te enseña que no hay héroes y villanos cuando se ama, solamente seres humanos que ven un brillo especial que nadie más ve en otro y van vulnerables a ofrecer su alma. A veces es correspondido y todo es felicidad, otras no y cada lluvia es como las lágrimas de un corazón herido.

Y sin embargo, al final, porque siempre hay un final, quedan los recuerdos por los buenos momentos, una frase cómplice, un beso o una canción; incluso en las relaciones más desafortunadas hay enseñanzas de vida, cicatrices que como tatuajes de un guerrero nos recuerdan que no todas las personas son bondadosas y hay que escoger muy bien en quien confiar.

En la vida he conocido muchos tipos de amor y desamor. A algunas personas nos cuesta mucho establecer este tipo de relaciones, yo por ejemplo llevo siete años desde mi último noviazgo y a veces dudo de si sea capaz de volver a hacerlo. Pero también conozco gente enamorada del amor, que lo busca cada fin de semana, cada día, de manera desesperada; hay otros que lo buscan en la carnalidad sensual de otros cuerpos y hay quienes incluso renuncian a una pareja y  lo han encontrado en su dios.  Los hay quienes encuentran esa persona capaz de soportar sus luces y sus sombras, en la tranquilidad de una complicidad de pareja y hay quienes redescubren ese brillo especial en otra persona sin importar su sexo cada cierto tiempo….al final es el amor lo que nos hace verdaderamente humanos y libres.

Ah, el amor y sus oscuros y vedados misterios….




lunes, 8 de abril de 2019

El día en el que casi ayudo a morir a mamá


Hay un plano fijo en el que se ve una pareja. Él habla y dice lo que le va a hacer a  su esposa,  tiene una voz firme y serena; ella está recostada en un sillón rojo y tiene la mirada perdida (y cuántas veces yo mismo no vi esa misma mirada a pesar de no conocer a esta mujer) y su voz es solo un hilo débil  que se desgarra  en monosílabos. Él se llama Ángel Hernández, ella María José Carrasco. Ella sufría de esclerosis múltiple desde hacía treinta años, él la ayudo a morir, suministrándole una bebida que la ayudó a descansar de su cárcel de carne y huesos.

El caso ocurrió la semana pasada en España y, en esta aldea global que nos ha convertido este mundo tecnológico, tuve la oportunidad de ver el video y los ojos cansados y tristes de María José Carrasco se quedaron incrustados un largo momento en mi alma, como una especie de fotografía transportándome a una calurosa mañana de diciembre de 2016.

En ese momento el cáncer prácticamente había devorado a mi mamá. De la mujer sabia y alegre quedaban pocos retazos y  cada vez más el malhumor y el dolor se apoderaban de ella. Eso sin contar con lo que quedaba de su cuerpo, era un eco de sí misma, y aun así, a pesar de todo, siempre tuvo amor que darnos y fortaleza que enseñarnos hasta el final. Muchas mañanas le daba una vuelta por la unidad residencial donde vivía, como ya no tenía fuerzas para caminar yo la llevaba en silla de ruedas, siempre despacio porque hasta el más ligero cambio de superficie le ocasionaba dolor.

Durante nuestros paseos hablábamos, a veces de la vida, a veces de cosas más cotidianas, como el paisaje, el calor, lo que pasaba en la familia. Un día hice acopió de las fuerzas que tenía y le dije que si ella deseaba morir yo podía encargarme de todo y asumir las consecuencias. Era un tema que me estaba rondando por la cabeza durante varios días y que no tuve el valor de preguntar hasta ese día.

Mi mamá es quizá, y con el perdón de mi papá, el ser humano que más haya amado en mi vida. Ver el deterioro de la persona que más quieres no es fácil, no importa que tanto lo hayas visto en televisión, cuántos libros o relatos hayas conocido nunca estás preparado para ello. Ver a tu mamá prácticamente con la piel pegada al cuerpo, con dolores recurrentes,  sin ser capaz de comer nada porque todo le repugnaba, ni siquiera de ser capaz de leer sus libros favoritos porque su olor la mareaba, de vomitar prácticamente a diario y no tener fuerzas ni siquiera para caminar te puede partir el corazón de dolor. Lo peor es que no había ninguna salida: Mi hermana, ella y yo nos aferrábamos con la fe de un náufrago a un lejano tratamiento en la mítica Clínica Mayo a pesar que era una quimera, como después se demostró.

No sabía cuánto iba a demorarse todo en acabarse y a pesar de que la eutanasia en Colombia existe recordé el caso del padre del caricaturista ‘Matador’, el  cual tuvo que luchar durante bastante tiempo para que su padre tuviera una muerte digna. Yo no estaba dispuesto a esperar tanto, me dolía, me destrozaba, verla así e hice lo más sensato: Le pregunté a ella que quería.

Le dije que estaba bien lo que decidiera. Que no pensará en mi hermana, en mí o en las leyes de su dios que tan sordo se había mostrado a sus súplicas, que pensara que era verdaderamente lo que quería. Me pidió que nos detuviéramos, no lo pensó mucho y me dijo: ‘Quiero luchar. Hasta el final”. No volví a hablar del tema y ella luchó con toda su alma hasta el final cuando su débil cuerpo no aguanto más y su espíritu maravilloso por fin descansó.

Ella me dijo que no pero también me pudo decir que sí. Y si lo hubiera hecho no me habría temblado el pulso para hacerlo. Más allá de las leyes de los dioses o lo hombres y sus consecuencias lo habría hecho y con el más grande amor hacia ella.

Mucho se habla de la eutanasia y sus más enconados detractores siempre sacan la tarjeta de la religión en contra ¿Qué saben ellos? ¿Con qué huevos son capaces de decir que la única persona capaz de decir quién se muere y cuándo se muere es su dios? ¿Con qué derecho son capaces de hablar de ese tema si no han visto esa persona que aman vuelta mierda, llena de dolor y siendo testigo de cómo la vida se va apagando cada día más? ¿Son tan canallas de creer que si una persona ayuda a morir a otra lo hace lleno de alegría o por cobardía?  No hay acto de amor más grande que el de ayudar a descansar a quien no quiere continuar pero no tiene la fuerza para acabar por sí mismo con su vida. Pienso en si mamá me hubiera dicho que sí, habría sido lo más doloroso en mi vida, pero no me arrepentiría.

En el caso de Ángel y María José hay otro video. Ella ya acostada en la cama, él con el veneno disuelto en un vaso con agua. Son un matrimonio de más de treinta años, pienso en todo lo que hubo en esa pareja, pienso que si mamá hubiera dicho que sí yo podría haber sido Ángel y puedo ver en las palabras que él va diciendo todo el amor que siente por su esposa, amor que mucha gente no podrá entender jamás, le suministra el líquido y después le dice "A ver, dame la mano que quiero notar la ausencia definitiva de tu sufrimiento. Tranquila, ahora te dormirás enseguida".









lunes, 1 de abril de 2019

Lo que pasa cuando escribo.


Mi sonido favorito es el que estoy ocasionando en este momento: El movimiento de mis dedos cayendo con fuerza (porque odio la sutileza al crear mi propia pequeña sinfonía) sobre el teclado y que suena de manea similar al de la lluvia que golpea con furia la ventana. La semejanza va incluso más allá del sonido. Escribir como la lluvia que se desborda es dejarlo todo en pequeñas gotas de tinta que se van plasmando en el papel dejando un rastro negro y pegajoso del alma de quien lo hace.

Para mí escribir es lo más feliz que puedo hacer pero al mismo tiempo es jodidamente doloroso y difícil. Alguien dijo por ahí, creo que fue Bukowski, que hay que encontrar aquello que nos apasiona y dejar que nos mate. En mi caso escribir me deja completamente exhausto, me gustaría decirles la razón pero se escapa de mi mente, es la misma por la que empiezo a escribir sin parar, como si la inspiración me fuera dictado por algo más, alguien más, al oído y no tuviera otro remedio que obedecerle y teclear como una especie de zombie sin saber si cuando termine haya alguna recompensa, algún final.

Pienso un poco en la persona que soy cuando escribo y cuando no lo hago. Mis conocidos podrán decir que soy, a grandes rasgos, un buen tipo. Uno que no se destaca por nada en particular pero que  tampoco es un marginado. Simplemente uno que encaja como tantos, como miles. Dirán que mi sentido del humor es un poco bobo y no lo discutiré, es mi manera de encajar en la sociedad, es una especie de máscara que no me molesto en llevar, porque al final todos de una u otra manera siempre portamos una.

Pero cuando escribo soy otra persona, completamente diferente. Es curioso, pero es difícil de expresarlo con palabras. Es como si mi ser más salvaje, más oscuro y real tomara posesión de mí, como si todos los filtros que constantemente estoy aplicando en la vida cotidiana desaparecieran, es como si no pudiera controlar lo que escribo pero tampoco me importa tanto, es como si estuviera desnudo, más allá de despojarme de la ropa o no.

Hay algo más que pasa cuando escribo: Me transporto a diferentes lugares como si se tratara de algo de ciencia ficción o un episodio de la dimensión desconocida. Escribo, pero ahora tengo veintidós años y estoy escribiendo el primer cuento que hice, Pasión y muerte en la plaza de Marbella, dedicado a mi hermanita; ahora estoy  con mis veintinueve en un diminuto cuarto de pensión donde tuve que parar en un mal momento de mi vida y donde mi único escape eran las letras; ahora estoy fumándome un cigarrillo pensando en las palabras de amor que le escribiré a la mujer de la que estuve enamorado cuatro años y con quien nunca pasará nada más allá de una amistad, ahora soy un niño que lee y lee y espera ser un gran escritor algún día; y ahora estoy yo, el resultado de todos estos recuerdos reunidos tecleando y tecleando sin parar.

Hay algo hermoso en escribir y publicar –ya sea un libro, un post de Facebook o un blog- . De una manera u otra pensamos que nuestras letras, nuestra alma puede llegar incluso a gente que no conocemos. Que tenemos el poder de tocar su mente, su corazón  con nuestros pensamientos y quizá sí o  quizá no, pero exponemos nuestra ser en ello. Seré un poco menos correcto políticamente que el resto y diré que escribo porque siento placer (a la vez que dolor y agotamiento) al hacerlo y lo haría así nadie lo leyera (pero shhht…es un secreto) pero me hace infinitamente feliz saber que por lo menos hay una persona que me lea. A ti, mi lector, gracias por hacerlo.