martes, 31 de octubre de 2017

Lucía

Como todos los años, mi regalo de Halloween en forma de cuento de terror. Espero les guste.

TuLio

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Sueño con oscuridad y al despertar me rodea, grito pero mi voz es devorada por la noche que se desliza por mi garganta, ahogándome. Afuera está ella, puedo escuchar el sonido de sus manos sin uñas raspando la puerta, gimiendo débilmente con su boca sin lengua, amenazando con entrar pero sin atreverse, me tapo con la cobija y me pongo a rezar, sabiendo que al amanecer se habrá ido pero me habrá dejado indicios de su visita.

Cuando pienso en Lucía lo primero que se me viene a la mente son esos ojos grandes, almendrados y unos hoyuelos en sus mejillas a los que ningún adulto podía resistirse. Han pasado más de cincuenta años desde la última vez que la vi pero me parece como si todo hubiera pasado ayer. El eco de sus gritos aterrados es el sonido que oigo cuando estoy en silencio y las pesadillas se tiñen con su rostro goteando pus mientras maldice mi nombre.

Era lo que los gringos llaman la chica de al lado, mi pequeña vecina. Vivíamos en un conjunto de casas a las afueras de la ciudad, al lado de un bosque donde los únicos niños éramos nosotros y mi pequeño hermano Antonio, que en ese entonces tenía cinco años. Me gustaba verla, no creo que a mis doce años supiera lo que era estar enamorado, pero podía pasar horas contemplándola, imaginándome cómo sería darle un beso, su pelo olía a chicle y  a veces, cuando me visita, puedo sentir del otro lado de la puerta un leve olor a menta descompuesto.

Solíamos jugar todos los días en el bosque después de volver del colegio. Lo recorríamos de arriba abajo y conocíamos cada uno de sus rincones que se abrían como un libro para nosotros. En ocasiones hacíamos picnics, jugábamos a los exploradores o  intentábamos construir una casa en el árbol, pero a veces sus juegos eran un poco más siniestros.

Una vez me dijo que jugáramos a los médicos. Había visto en la televisión una operación y quería emularla. Salimos al bosque, nos seguía Saturno, un gato callejero al que alimentábamos de vez en cuando. Llegamos a los pies de un roble, llamó al animal que se acercó y ella empezó a acariciarle el lomo hasta que lo tomó con fuerza y lo volteó boca arriba.

-Agarra a Saturno y por nada del mundo vayas a soltarlo- ordenó.

Cogí al gato de las patas delanteras, mientras ella apoyaba sus rodillas sobre las traseras. El animal se debatía como una fiera maullando como endemoniado. Sacó entonces un bisturí. ‘Mira lo que cogí del despacho del abuelo’ dijo,  lo acercó al animal que empezó a bufar con mayor fuerza. En un instante comprendí lo que iba a hacer, no fui capaz de detenerla ni gritarle, solo me quedé observándola: Estaba más radiante que nunca, con el tiempo aprendería que la locura de la muerte incrementaba su belleza, vi el bisturí frío rajar el estómago del gato quien lanzó un maullido sobrecogedor y luego solo hubo silencio.

Empezó a sacar cada uno de los órganos del felino con la destreza de un carnicero. Depositándolos en el suelo y observándolos como si fueran trofeos. Se ufanaba conmigo de lo hermoso que era lo que habíamos hecho; le gustaba ver la sangre correr, manchar la hierba y sus manos. Yo tenía ganas de vomitar pero aun así fui quien hizo el agujero para enterrar los restos desperdigados de Saturno.

¿Qué pasa por la mente de un asesino? ¿Qué siente? En el caso de Lucía fue como si se hubiera despertada un hambre, inusitada, feroz, insaciable, cada vez que mataba un nuevo animal fueran patos, ranas, iguanas o golondrinas, ya pensaba en el siguiente. Le gustaba jugar con sus restos calientes, ordenaba las vísceras como si fueran muñecas, lo hacía de mayor a menor y por colores, a veces las estripaba con el pie mientras reía a carcajadas como si fuera un chiste. Me decía que no hacíamos nada malo, que los animales eran sólo práctica para su carrera de cirujana y que cuando fuera famosa nos iríamos a vivir juntos.

 Un día estábamos en el bosque cuando me preguntó si creía que las personas serían muy diferentes a los animales que habíamos ‘operado’. En ese momento pude verla como era realmente y sentí una oleada de asco, le dije que ni se le ocurriera hacerlo, se acercó a mí con su aroma de chicle y me besó, fue un beso prolongado, con una pasión que nunca he sentido de adulto, hasta que me mordió el labio haciéndome sangrar, ‘eres un cobarde, no quiero verte nunca más’ dijo mientras relamía mi sangre, luego de lo cual salió corriendo.

No volvimos a hablar pero la veía a lo lejos. Cada vez más ensimismada, consumida en su obsesión; mis papás atribuían su parquedad a una pelea amorosa que habíamos tenido y no me molesté en contradecirlos. Pronto se cansó de los animales pequeños y empezaron a desaparecer las mascotas del conjunto: perros salchichas, chihuahuas, gatos, lo peor fue cuando desapareció Sultán, el labrador de la misma Lucía. Conocía a ese perro desde cachorrito, y las semanas siguientes tuve pesadillas imaginándolo siguiendo a su ama por el bosque mientras movía su cola de aquí para allá, acostándose a su lado mientras ella le acariciaba la cabeza, hasta que hubiera sentido el bisturí entrando por su lomo o su panza, lo pude ver desangrándose sin poder explicarse porque lo atacaba una y otra vez mientras él le lamía sus manos con la lengua seca y moría.

 Pensé varias veces en contarle a mis padres o a los suyos pero era una batalla perdida. Nadie me iba a creer, no si era mi palabra contra la de ella, la hermosa niña de los hoyuelos en las mejillas, la mejor estudiante de la clase, la perfecta Lucía Maldonado. La idea murió antes de concretarse pero el remordimiento quedaba. Empecé a alucinar, tenía visiones de animales sangrantes, sin piel que gemían y gritaban pidiéndome que les devolviera sus entrañas. Soñaba todas las noches con Sultán y me despertaba la sensación de su lametazo en mis pies.

Una tarde llegué del colegio y no encontré a mi hermano. Un oscuro presentimiento se apoderó de mí. Le pregunté a mi mamá si sabía dónde estaba y me dijo que no lo veía desde hace rato, seguramente estaría por ahí paseando o habría ido a jugar con Lucía. Tuve que morderme la lengua para evitar lanzar un grito de terror, salí de la casa y empecé a correr, me perseguían las imágenes de ella con el bisturí, abriendo al gato, retorciendo sus asquerosas manos arrancado los ojos de un gorrión que aún estaba con vida, y en mi cerebro sonaba como un taladro su voz preguntándome si sería muy diferente un humano a sus animales.

Me interné en el bosque y lo vi teñido de sangre y las ramas de los árboles se convirtieron en patas de perro, alas de aves y tripas de rana, el viento susurraba mi nombre mientras yo gritaba el de Lucía. Lo que siempre fue un mapa abierto se había convertido en un laberinto de pesadilla, hasta que finalmente la vi y mi corazón se detuvo.

Lucía me vio llegar y me observó en silencio. A sus pies estaba mi hermano con la garganta rajada y la mirada fija en mí. Me arrodillé y grité el sonido de los condenados. Agarré una piedra del piso y corrí hacía donde estaba, intentó defenderse pero me poseía una fuerza sobrehumana, me hice encima de ella y la golpeé con la roca en la cabeza mientras pataleaba como tantas veces lo vimos hacer con los animales que había sacrificado, la volví a golpear una y otra vez hasta mucho después que sus gritos cesaron y su vida se extinguió. Rodé a su lado, me dirigí hacía donde mi pobre hermano y empecé a reír porque finalmente comprendí la verdad.

Lo que había visto como mi hermano era sólo un cervatillo degollado que me miraba estúpidamente con la lengua afuera. No sé cómo pude confundirlos y ya no importaba. Empecé a reír y a llorar al mismo tiempo y me pareció que el ciervo cerraba la boca y me daba las gracias. No podía dejarla allí porque sabía que la encontrarían y tarde o temprano descubrirían la verdad. Fue entonces cuando tuve la idea.

Volví a mi casa (antes de llegar pude ver a mi hermano montando en su flamante bicicleta) sin que nadie me viera fui por un galón de gasolina y un encendedor. Volví adonde ella, la rocié y le prendí fuego. Me quedé observando como las llamas consumían su piel, llenándola de pústulas, consumiendo su cabello, sus uñas, matándola por segunda vez. Luego de eso regué gasolina por los alrededores. El fuego se extendió con rapidez purificadora de ese bosque que tantas veces fue testigo de nuestros actos.

Nadie me descubrió. Con el caos que se formó, mientras llegaban los bomberos pude guardar la gasolina en su lugar. Y cuando descubrieron su ausencia y encontraron sus huesos fui el que más lloró y aunque nadie lo supiera lo hacía por ella, por mí, por Sultán, Saturno y por tantos seres vivos anónimos.

A pesar de estar muerta, mi vida se tiñó con su nombre, Lucía. Nunca pude casarme por miedo a tener una esposa o una hija como ella y no podía estar cerca de ningún animal sin indisponerme, tenía pavor de sentir que alguno de ellos dijera la verdad, me reclamara por mis crímenes, hasta terminé por volverme vegetariano porque el olor de la carne quemada me recordaba el de su piel siendo presa de las llamas.

Pero ahora cuando ha llegado la vejez y estoy solo, ella me acecha. Puedo sentirla aruñando las puertas de mi habitación todas las noches, disfrutando mi cobardía de viejo. Ayer al salir pude ver a una rata muerta frente a mi puerta. Sé que muy pronto llegará el día en que Lucía tenga la fuerza para abrir la puerta de mi cuarto y avancé dejando una estela de ceniza y sangre y se acerqué a mí para saber lo que se siente ‘practicar’ con un humano. Que el Señor me proteja y me perdone.



jueves, 26 de octubre de 2017

Carta a Verónica

Mi amada sobrina:

Naciste una fría pero soleada mañana del 26 de octubre, haciéndolo un par de semanas después de lo previsto. Creo que no ha habido bebé más esperada que tú, pero me gusta pensar que incluso desde antes desde tu nacimiento, tu carácter indómito, de fuego, que espero te acompañe durante toda tu vida, decidió que llegarías en el momento que tú lo quisieras y no cuando los demás lo hicieran.

Pesaste 3175 gramos  y mediste 50,3 centímetros, siendo una hermosa niña sana. No estuve presente en ese momento pero puedo imaginar la cara de tu mamá, mi adorada hermana, en el momento en que te oyó llorar y te acercaron a su rostro, agotado pero feliz y el rostro enamorado de tu papá, cuando por fin pudo ver ese pequeño ser, ese milagro que él ayudo a crear.

Llegas a un mundo maravilloso y a la vez terrible. Como diría Dickens (y sí, lo siento este es el tío que te tocó, de esos que hacen cartas y citan a escritores): “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”, pero supongo que es lo mismo que todos dirán de la época en que les tocó vivir, nadie está del todo conforme con su realidad pero al mismo tiempo viven sus vidas lo mejor que pueden.

¿Qué puedo decirte de la vida? Tengo 34 años y a veces siento que no tengo ninguna respuesta y al contrario surgen cada vez más preguntas, nuevas inquietudes. Lo primero que puedo decirte es ¡Bienvenida!, este mundo será lo que tu conviertas de él; estar vivo de por sí es algo maravilloso, llorarás, reirás, a veces tendrás ganas de mandarlo todo a la mierda y acabar con todo de una condenada vez, otras estarás tan feliz que te preguntarás si todo es real o es solo un sueño, te enamorarás y amarás, a veces te corresponderán y otras no, romperás tantos corazones como lo harán contigo; a veces odiarás a tus papás y te parecerán los seres más injustos del mundo (especialmente cuando estés adolescente)  pero cuando crezcas te darás cuenta lo mucho que te amaron y que eran solo dos seres llenos de errores y aciertos que querían lo mejor para ti, y después cuando ya no estén los extrañarás atrozmente y comprenderás la sabiduría detrás de sus actos, incluso los que más reclamabas.

Te hablaba ahorita del mundo y lo jodido que está. Llegas un momento en que el odio, la intolerancia y la discriminación empiezan a resurgir con fuerza en los países. En el tuyo, Estados Unidos, hay ahora un tipejo que alborota la xenofobia, que hace del odio y la discriminación su bandera para gobernar (acá en Colombia, tu segunda patria, también contamos con seres iguales), donde se piensa en seres superiores por el simple hecho de nacer en un país siendo tan ciegos para ignorar que los países son grandes por lo que han hecho de sí los inmigrantes, los extranjeros, donde ese miedo al otro es simplemente una excusa para ganar adeptos, ha ocurrido en el pasado y me temo seguirá ocurriendo en el futuro.

No juzgues a nadie por su nacionalidad, su procedencia o su color de piel. Júzgalos por sus acciones, por su corazón. No caigas en estereotipos, en odios sin razón. Trata de comprender las acciones de los otros en vez de calificarlos. Aún eres muy pequeña para saberlo pero el tiempo te enseñará que no todos tenemos las mismas oportunidades en la vida, que quizá mientras tú tuviste el amor de tu familia en un hogar cálido, mucha gente creció en medio de odio, abusos y frío.

Y naces mujer, y es maravilloso. Las mujeres son seres sabios, espectaculares, el hecho de portar y dar vida es un misterio que ningún hombre podrá comprender jamás. Pero naces en medio de una sociedad machista, donde las mujeres han sido abusadas, sometidas y reprimidas por muchos siglos. Muchas veces pienso que los hombres tienen miedo de las mujeres y la mejor manera de expresarlo es intentando anularlas, por medio de una falsa superioridad, de la rabia.

Es difícil ¿sabes?, hemos crecido en una sociedad donde de maneras sutiles se nos ha enseñado que la mujer es inferior al hombre y debe estar supeditada a él. A veces me sorprendo teniendo estos comportamientos machistas incluso sin ser consciente de ello pero te juro que intento cambiarlo. La mayoría de las personas que más adoro en este mundo son mujeres y me avergüenzo de acciones y pensamientos que he tenido, mi compromiso contigo es intentar cambiar, porque para cambiar el mundo siempre debes comenzar por ti, y quiero un mundo mejor para ti, uno donde puedas caminar sin que ningún morboso te miré de manera lasciva o te diga frases sucias o no tengas las mismas oportunidades que el resto o te sientas menos por ser mujer.

Te pido, eso sí, que no caigas en el juego del odio que veo últimamente. No todos los hombres somos violadores o acosadores en potencia y creo que para lograr un verdadero cambio en la sociedad, en la cultura, se requiere un esfuerzo conjunto tanto de mujeres como hombres. No es fácil, desde luego, pero creo que con acusaciones, recriminaciones del pasado lo único que se logrará es una guerra de sexos inútil que dejan de lado lo verdaderamente importante. Hay que ver el pasado como un espejo para cambiar el futuro y de nosotros depende ese cambio, pero hay que hacerlo desde el amor y la tolerancia.

Creo que te pinto un futuro terriblemente difícil y triste pero hay cosas hermosas también. Están las estrellas, el abrazo de un ser querido, el beso con el hombre o la mujer que ames, un día de sol que te reconforta, el pasto bajo tus pies, el sabor de un platillo delicioso, un buen vino, hacer el amor con pasión, leer, conocer, aprender, el encuentro con un amigo del alma. Mi consejo es que ames, hazlo sin limitarte, dándote toda a los demás así sientas que es inútil, así te lastimen. Hay una comedia que dudo que veas, El chavo del ocho, que decía lo siguiente: ‘La venganza nunca es buena mata el alma y la envenena’ y es cierto, el odio, el resentimiento lo único que hace es amargarte la vida, La ira es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en el que se almacena que a cualquier cosa en la que se vierte decía  Mark Twain (ya ves, citando otra vez autores, qué horror) y tiene razón, no sucumbas a esos sentimientos autodestructivos, no permitas que la gente que odia, los envidiosos, los estúpidos, los malvados te ganen la partida, tienes la luz, el fuego para brillar con la misma fuerza del sol.

Y no olvides nunca, jamás, que tu tío te adora, que siempre podrás contar conmigo, que nunca te juzgará por lo que hagas, que te dará los consejos de lo que ha aprendido de la vida, que te corregirá con mucho amor cuando vea que te apartas del buen camino, que a pesar de la distancia estará contigo en cada paso que des con todo el amor del mundo. Vienes a un mundo maravilloso y jodido a la vez, pero créeme pequeña, mi Verónica, Vero, Verito, que es hermoso y que valdrá la pena cada segundo. Tienes sangre de personas espectaculares como tus abuelos a quienes no tuviste la fortuna de conocer pero que tu mamá en cada acto de tu enseñanza, de tu vida los hará presente y que de seguro transmitirás a tus hijos, si decides tenerlos.

Creo que esta carta ya se está haciendo muy larga. Habrá otra escrita de mi puño y letra donde hablaré de otras cosas pero en este momento y como decía tu abuelo, ‘hay mucha ropa extendida’, muchos testigos de algo que será exclusivo entre tío y sobrina que pronto te haré llegar y que espero te guste y te sirva. Hasta entonces, cuando por fin puede verte y decirte cara a cara lo mucho que te quiero, te mando un beso y mi bienvenida a este mundo enigmático y hermoso donde todo está por descubrir.

Tu tío que te ama,

                                 TuLio:.     



       


martes, 17 de octubre de 2017

Eva de Arturo Pérez-Reverte


No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era el más valiente, si bien estas palabras se refieren al Capitán Alatriste siempre he pensado que se ajustan más a su creador, el escritor español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena 1951). Periodista de guerra durante veintiún años y testigo de lo mejor y lo peor de la humanidad, no tiene reparos en plasmar en sus letras su verdad dura y desnuda chocando muchas veces en este mundo de corrección política extrema.

Sus libros son fiel reflejo de esta concepción de la vida. Sus personajes son fuertes, fieros y sedientos de aventura, no son héroes inmaculados  (muchos de ellos cometen acciones repudiables) pero a la vez son íntegros y coherentes a su manera, son simplemente sobrevivientes de una época dispuestos a hacer lo que sea con tal de ver un nuevo amanecer.

Esta noche no quiero que me maten, es la primera frase de Eva (Alfaguara 2017), la nueva aventura de Lorenzo Falcó. Para quienes ya leyeron su primer libro Falcó, sabrán que esta serie narra las aventuras de este espía durante la Guerra Civil Española trabajando para los nacionalistas (aquellos militares que encabezados por Franco dieron el golpe de Estado contra la República el gobierno democráticamente elegido) y que necesitaban hombres como él, inescrupulosos pero valientes, dispuestos a todo con tal de lograr sus objetivos.

Esta nueva entrega nos llevará hasta Tánger, territorio neutro (con cierto toque a Casablanca) donde deberá recuperar un encargo importante para la victoria nacionalista para ganar la guerra. A diferencia del primer libro que se desarrolla totalmente en España, acá nos adentramos a otros países y a su concepción sobre el conflicto, tomando parte algunos de manera disimulada y otros directamente.

La clave para hacer una buena secuela, cosa muy difícil donde muchas obras fallan, consiste en expandir el universo de la primera parte sin perder la esencia y Pérez Reverte lo consigue de manera brillante. Falcó sigue siendo ese hijo de puta encantador que ya conocimos, hombre sin escrúpulos, tan capaz de seducir mujeres casadas como de asesinar a quien se oponga a sus objetivos, pero lo conocemos un poco mejor. Un factor que ayuda es que en esta entrega podemos ver a Falcó pero desde el punto de vista de los otros personajes, desde la relación casi filial que tiene con el Almirante, la que tiene con su compañero Paquita Araña, la de amante (que descubriremos gracias a un nuevo personaje) y la de amor-odio con Eva.

Este personaje merece mención especial. Ella es el perfecto contrapunto a Falcó. Allí donde vive por y para sí mismo, Eva es el dogmatismo, el creer en una causa por la cual vale la pena dar la vida. Falcó la admira y al mismo tiempo la detesta porque sabe que a la larga las ideologías y las banderas cambian con el tiempo y los mismos jefes que te dan palmaditas en el hombro pueden fusilarte si ya no eres de utilidad. Ambos son las dos caras de una misma moneda de una época (como todas) turbulenta y caótica.

Arturo Pérez-Reverte lo ha logrado de nuevo. Ha creado una nueva aventura que no podrán dejar de leer, que atrapa desde el inicio hasta la última palabra. Un libro que les mantendrá con el corazón en la boca hasta saber si Falcó logrará cumplir su misión. No dejen de leerlo, Lorenzo Falcó, Chesca Prieto, el Almirante, Paquito Araña y Eva los estarán esperando.

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Post scriptum con spoilers

NO LEER ESTA PARTE HASTA HABER TERMINADO EL LIBRO 
(El que avisa no es traidor)





Un detalle que llama la atención es que tanto en esta aventura como en Falcó, el protagonista falla estrepitosamente en su misión. Si en la primera parte el rescate de Antonio Primo de Rivera fracasó, en parte porque todo fue una charada y en parte porque Falcó desobedeció las órdenes de sus seguidores rescatando a Eva, en esta parte el rescate del oro de Mount Castle fue un desastre absoluto. Eso nos muestra que el personaje no es ningún James Bond u otros espías infalibles (comenzando porque Falcó nunca salvaría el mundo –a menos que hubiera una buena recompensa de por medio-) sino que es simplemente un ser humano que al igual que nosotros es testigo de lo sucedido durante este turbulento periodo de vida y eso hace mucho más valioso y maravilloso este libro.