lunes, 31 de octubre de 2022

Sacrificios de piel (Cuento de terror)

Como todos los años, les comparto este cuento de terror para Hallowwen. Espero les guste.

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El día había sido espectacular. El Parque de Atracciones resultó ser todo lo que Mamá prometió. Se montaron en los carritos chocones, el carrusel, un trencito, en la Casa del Terror donde a pesar de reírse al final, sintió miedo ante la oscuridad y los esqueletos que se les acercaban (‘son solo personas disfrazadas, Migue’, le dijo Mamá). También comieron hasta casi reventar: engulleron algodones de azúcar, caramelos, mazorcas y gaseosa. Mamá le recordó que solo por hoy, como premio a las buenas notas del colegio podía hacerlo, que era una ‘excepción’.

Pero ahora estaba frente a un desconocido. No recordaba en qué momento se había soltado de la mano de Mamá, solo que en cierto momento pasaron en medio de muchísima gente. Cuando se dio cuenta empezó a llorar y gritó, pero todo era engullido por los sonidos de la Feria, las risas y alaridos de los cientos de asistentes. No supo por qué, pero no se detuvo sino que siguió vagando a la espera de encontrarla, pero solo sentía el olor dulzón de la feria y veía los pies de los adultos que iban de un lado a otro.

Hasta que oyó una voz.

—¿Estás bien?

La voz era cálida y parecía ser amable. Miguel vio al desconocido. Era un hombre de baja estatura y barba corta. Tenía una camiseta de Spiderman y una gorra con la cara de Pikachú.

—¿Te gusta? —dijo al darse cuenta que el niño la miraba con insistencia.

—Mi mamá dice que no debo hablar con extraños —respondió Miguel con cautela.

—Y tiene toda la razón —replicó el hombre quitándose la gorra y poniéndola frente a él. —Hola, pequeño, hola Pikachu, mi nombre es Reinel.

—¿Reinel? —Miguel río— es un nombre muy raro….

—Pika Pika —dijo el hombre remedando al Pokemon y luego hablando con esa voz tan amable—. Tienen razón niño y Pikachú es un nombre rarísimo pero me lo puso mi mamá y por eso me gusta…a propósito ¿dónde está tu mamá?

Miguel no pudo evitar que un par de lagrimones cayeran por sus cachetes.

—Me perdí y no la encuentro.

—Lo siento mucho pequeño…ya sé, déjame ayudarte a buscarla, como soy más alto que tú seguro la encuentro más rápido.

—No sé…—dijo Miguel aún indeciso.

—Ya te dije que mi nombre que es Reinel, a Pikachu ya lo conoces, pero aún no sé tu nombre…

—Miguel.

—¿Ves? Ya no somos desconocidos. Mira, te regalo la gorra de Pikachú para que no tengas miedo. ¿Me dejas ayudarte?

El niño asintió levemente, tomó la gorra y cogió de la mano al desconocido.

—Mamá tenía un vestido rosa con flores, para que sepas cómo es —dijo el niño.

—Vestido rosa, flores, entendido. Pika, Pika —dijo remedando nuevamente a Pikachu.

Empezaron a caminar por todas las atracciones aunque a Miguel le pareció que se acercaban a la entrada del lugar. De repente oyó la voz de Mamá. Nunca la había oído tan desesperada, tan aterrada, gritaba su nombre pero el sonido era similar al de Magola, la perra de la finca cuando aullaba toda la noche.

—¡MAMÁ! ¡MAMÁ! ¡ACÁ EST…

De repente sintió un pañuelo sobre su rostro y luego la oscuridad.

Voces, lejanas como ecos o susurros. No veía nada. Intentó levantarse pero estaba mareado y extrañamente el sonido del motor lo arrullaba.

—Si será idiota, Reinel. Casi se caga la vuelta.

—No me joda, Mocho. ¿Qué me iba a imaginar que la señora iba a oír al niño y nos iba a perseguir?

—Menos mal estaba cerca y acá no pasó nada…¿vio cómo rodó?

—Jajajajajajaja…. Qué rata, Mocho. Cómo gritaba la muy puta. Espero que el Patrón ya esté contento. Estoy mamado de hacer esto, ni que fuéramos niñeros.

—Bueno, bueno, órdenes son órdenes —medió Mocho—. Lo que no me gusta es ese puto indio. No sé a qué horas el jefe se dejó lavar la cabeza de ese estafador. A ver con que sale cuando los Tequeños sigan como si nada.

Su charla se vio interrumpida por el llanto de Miguel.

—Calme al peladito ese, Mocho, o le juro que lo reviento a golpes.

El aludido fue hasta donde el niño y le quito la capucha. Miguel tenía frente a él una cara hosca y deformada por acné que parecía infectarle el rostro. El extraño sacó un cuchillo

—Vea chino marica —le dijo acercando el arma a su rostro—. Si sigue gritando y jodiendo voy a buscar a su mamá, la voy a violar y luego le voy a sacar un ojo con este cuchillo. ¿Me entendió?

El niño asintió y aunque el llanto no cesó ahora era mudo.

Finalmente salieron de la ciudad y se desviaron hacia una pequeña casa en el campo. Hacía mucho frío pero el niño no temblaba solo por el clima. 

La casa apestaba a descomposición y muerte. Miguel vio horrorizado al entrar varios cadáveres de niños apilados en la esquina.  Muchos de ellos no tenían piel. Alguna vez, cuando vivía su papá, le mostró un conejo despellejado, tuvo pesadillas durante varios días, imaginando que su piel se desprendía de su cuerpo y como hasta la más mínima brisa ardía como fuego.

Quiso cerrar los ojos y pensar en Mamá. Mamá yendo a recogerlo al colegio, jugando a los policías y ladrones; Mamá acostándose a su lado cuando estaba enfermo o tenía pesadillas y susurrándole mientras le acariciaba la cabeza que todo estaría bien; Mamá con el viento revoloteando su pelo en el Parque de Atracciones y dándole un beso sin saber que sería el último.

Pero un empujón que casi lo tumba lo devolvió a la realidad. Avanzaba a través de dos hileras de sombras que lo observaban , finalmente llegó hasta un anciano en taparrabos que usaba una especie de piel amarilla sobre su cuerpo. Cuando se dio cuenta de qué se trataba se orinó en los pantalones. 

El viejo estaba cubierto de pieles humanas.

Miguel fue arrastrado a una especie de altar a cuyos pies había otros cadáveres con un hueco sangrante en el pecho. Junto a ellos podía ver varias mazorcas organizadas de forma ceremonial. 

Junto al hombre en taparrabos había otro de túnica roja que lo miraba con devoción.

—Axayácatl —dijo— ¿Con este último sacrificio terminamos el rito? 

—Tlacaxipehualiztli — respondió el otro molesto con una voz hosca como un ladrido—, así se 

llama la ceremonia. Y no temas mi Señor que después de hoy, mi Dios te favorecerá con abundancia y destruirá a tus enemigos. Te he mostrado un poco de su poder y has respondido, has invocado su nombre, has sacrificado en su honor, has bebido la sangre y devorado la carne. Eres digno.

—Gracias, gracias —respondió el hombre y empezó una especie de cántico extraño que tenía anotado en una hoja e insto a sus empleados a que lo siguieran.

El anciano tumbó a Miguel sobre una losa fría. Hizo que lo agarrarán de pies y manos. El niño empezó a retorcerse como una serpiente pero no podía soltarse de los brazos de sus captores. Le quitaron la ropa. Solo conservó sus calzoncillos de Bob Esponja. Gritó, lloró y pataleó pero todo era devorado por el canto y la algarabía. Finalmente el anciano alzó una mano y se hizo el silencio.

Empezó a canturrear 


Tú mi señor

Que diste de  comer al hombre por primera vez

Que arrancaste tu piel y te sacaste los ojos

Tú, dios de la fertilidad, el maíz y los sacrificios

DESPIERTA

Tú , dios desnudo, de la rabia y la renovación

Tú enemigo de la sequía y Señor de la Abundancia

DESPIERTA


Miguel vio como el anciano se callaba y agarraba una taza con un líquido rojo e inmundo y lo acercaba hacía él. Intentó quitar la cabeza pero varias manos se la sujetaron y le abrieron la boca. Pudo sentir como ese brebaje inmundo inundaba su garganta. Nunca había sentido tantas ganas de vomitar en su vida. Sentía el sabor de la sangre, unos granos de maíz y pequeños trozos de carne. Una extraña certeza se apoderó de él, eran pedazos de los corazones de los niños que habían estado sobre en esa misma losa antes que él.  

Su visión se nublo. Los cánticos volvieron y esta vez pudo oír que lo instaban a despertar. Sintió gozo y lo invadieron las ganas de reír, gritar y llorar. Vio al viejo que se acercaba esta vez con un cuchillo con punta de piedra. Sintió el filo de la obsidiana sobre su pecho que se abrió como una flor mientras la sangre manaba  y unas manos frías arrancaban su corazón. 

Y en ese momento, justo cuando debía morir sintió que lo observaban. Una presencia llena de muerte y vida, de rabia acumulada; una presencia milenaria que demandaba su sumisión pero a la vez le pedía que confiara en él. Un ser con hambre de destrucción que haría lo que él no podía. Se entrego a él.

El sacerdote Axayácatl le presentó el corazón humeante aún, al hombre que lo había contratado. Efrén Martínez, jefe del Cartel de los Chupas, lo aceptó y  empezó a apretarlo con fuerza hasta bañarse en su sangre y lamerla. Estaba tan embebido en su ritual que no vio como el anciano se retiraba en silencio hacia una esquina.

Tampoco vio como el cuerpo de Miguel se levantaba. La piel del rostro del niño se  desprendió hasta quedar como una máscara mal acomodada, sus ojos se reventaron dando espacio a unas cuencas que mostraban la desesperación de cinco mundos.

El niño se acercó al capo y tan pronto lo tocó su piel empezó a desprenderse, sus dientes se reventaron y sus uñas se cayeron. La sangre brotó de cada uno de sus orificios. Su cuerpo cayó marchito mientras el resto de asistentes se entregaban al pánico.

Mocho intentó sacar su arma y dispararle pero sintió como si un cuchillo le rebanara los dedos. Empezó a llorar pero sus párpados se pegaron hasta que sintió la voz del niño susurrándole palabras en un idioma que nunca había escuchado y luego sintió todos y cada uno de sus órganos estallar a la vez.

Reinel, Ferney, y los quince asistentes a la ceremonia intentaron escapar pero las puertas no abrían. Algunos suplicaban  por su vida, otros lloraban pero ninguno habría de salir de esa casa maldita. Los sonidos de muerte y desesperación aumentaron hasta que fueron cesando, convirtiéndose en débiles ecos de sí mismo.

Finalmente, la criatura, sin corazón pero viva, sin ojos pero que todo lo veía y con la piel colgante del rostro se hizo frente al anciano. 

Axayácatl se arrodillo.

—Nuestro Señor Desollado —gimió—. Perdone por despertarlo en un lugar tan vulgar como este. Pero lo he invocado. Le he conseguido un nuevo portador, un nuevo envase, y le he brindado a estos hombres, a estos guerreros, como sacrificio. Nuestro Mundo ha cambiado y lo necesita. Mi Señor, por favor déjeme enseñarle.

Xipe Tótec, Señor de la abundancia y la renovación, contempló a su súbdito. Avanzó en medio del mar de sangre que se extendía a sus pies y habló.

—Muéstrame —sentenció.

Y así anciano y niño se perdieron en las sombras de un nuevo amanecer.