miércoles, 31 de enero de 2018

Vacío

Una línea titila en el computador, intermitente, expectante y ansiosa, como si estuviera esperando una orden para llenar una hoja en blanco que se extiende como un desierto infinito. Yo que soy a quien la jodida línea le hace la pregunta, a quien le exige su alma en cada letra, a quien requiere de manera ciega y le hace ese guiño coqueto cada segundo que aparece y desaparece, no tengo nada que decirle.

Este 2018 me sorprende con la mente en blanco. Completamente,  como si fuera un tablero borrado o me hubieran hecho una lobotomía. Quizá la descripción más acertada sería ese blanco sin matices que azota a todos en El ensayo de la ceguera de Saramago. Intento escarbar en ella en busca de una idea original, una frase ingeniosa, algo qué decir, pero nada, siento como si todas las ideas se hubieran ido o quizá nunca hubieran estado allí del todo.

Lo curioso es que más allá de preocuparme o estar angustiado siento tranquilidad, el disfrutar de los pequeños actos de la vida sin pensar en el mañana. Todo esto me lleva a preguntarme si en verdad soy un escritor o alguna vez lo he sido. Nunca seré un Cortázar, un Saramago o un Borges, mi talento nunca ha sido tan grande, ni tan diminuto como para haber publicado un libro por pequeño que fuera, es cierto que disfruto muchísimo al escribir, la soledad de quien lo hace, ese pequeño momento de comunión con la soledad, el ruido de los dedos cayendo sobre el teclado como si fueran gotas de lluvia, pero a veces siento que no es suficiente.

Cuando era más joven soñaba con ser un gran escritor. Mi ambición era escribir algo maravilloso que logrará tocar el alma de muchas personas,  más allá de eso, lograr una especie de fama, así fuera pequeña, que logrará enorgullecer a mis padres. Al final, ambos murieron y no logré publicar –ni escribir- el libro de marras y la única victoria pírrica que me queda es haberles dado todo el cariño y el amor del mundo. Mi mamá decía que qué importaba ser famoso, si no eras una buena persona y que siempre se enorgulleció del hijo que fui con ella. Espero que eso fuera suficiente.

Hace poco recibí una carta de mi hermana y me puso a pensar. A veces pienso que mis letras pueden ser rimbombantes y un poco postizas como si olvidara que lo verdaderamente importante es lo que sale del corazón como lo hace ella, lo que en apariencia parece sencillo pero por esa misma razón es mucho más profundo y sincero, pero también pienso que es mi manera de expresarme, nunca he podido hacerlo mejor que cuando escribo, mis palabras siempre me suenan torpes y vacías, pero cuando escribo soy yo. Y quizá sea esa persona rimbombante que no sea capaz de comunicarse de otra forma.

Hace un tiempo conocí un grupo de escritores que tienen cierta fama. Quise ser como ellos, desesperadamente,  pero con el tiempo siento que ya no tiene importancia. El mundo es tan grande y la vida tan corta que al final hay cosas más importantes que si te publican un libro o no. Las personas van y vienen, la fama es efímera y las personas que celebraron tus triunfos son los primeros en irse cuando el barco se hunde. Y al final comprendí que las letras no están para quienes solo buscan fama o reconocimiento, si no para quien las escribe desde el fondo de su corazón. De manera ardiente y visceral.

Una amiga me dijo que quizá este vacío se debe a que estoy haciendo las paces con el pasado. Aceptando las pérdidas y reconociendo quien soy. Otro amigo me dijo que sólo se debe escribir por diversión, porque nos hace felices o nos ayuda a expulsar nuestros demonios. Quizá lo único importante es simplemente respirar, mirar al cielo, contemplar las estrellas, besar y abrazar a quien amamos, vivir, y en ese interludio es probable que las letras pérdidas lleguen a llenar ese vacío.