jueves, 20 de agosto de 2015

Volar

Volar

Fuimos fuego y nuestras almas se envolvieron en llamas
Nuestras venas y corazones fueron incandescentes ante la pasión y los ideales
Arrasamos la vida que se marchitaba con  la lava y ceniza que guiaron nuestros caminos

Fuimos agua
Del mar y del cielo
Lágrimas de felicidad y tristeza
Saliva que mezclamos con el ser amado en segundos que quisimos eternizar,
Y la pequeñez que  sentimos alguna vez al ver la inmensidad del mar
Tan infinito como el universo, tan impasible como un dios.

Fuimos tierra
De ella vinimos y a ella volvimos
Barro, lodo, polvo, la tierra que nos vio nacer
La patria que forjó nuestro carácter, a la que aprendimos a amar
De la que paulatinamente nos convertimos en extranjeros
Pero a la que retornamos  muchas vidas después para finalmente morir en paz

Somos viento
Ligero y etéreo
Sutil, delicado y doloroso como un beso de despedida.
Pacífico como brisa, violento como tempestad
Flotando más allá del llanto y de las risas
De los problemas del fuego, el agua y la tierra

Volamos
Despegamos los pies del piso y nos dejamos llevar por el viento
Soltamos las amarras y nos liberamos del peso del existir
Dejándonos arrullar por el sonido de la armonía
El silbar de los árboles y las nubes que nos susurran secretos ancestrales
Elevándonos por encima de la muerte, el mal y el bien

Somos nómadas del fluir de las vidas
Nada nos llevamos al mundo eterno
Más que los rostros de quienes amamos, la sinfonía de sus risas
El sabor de sus besos y sus cuerpos
Los recuerdos que atesoramos a lo largo de nuestra existencia
Y que son el secreto de la inmortalidad, el motivo de la envidia eterna de los dioses a los hombres.

La vida y la muerte, la tristeza y la alegría, el amor y el odio,  el amanecer y el ocaso
Son la esencia de nuestro peregrinar interminable por este mundo de maravillas
Y sin embargo, sin embargo, a veces todo se reduce a cerrar los ojos, dejarse ir
Y volar.



Feliz cumpleaños, Papá. 





lunes, 17 de agosto de 2015

Un año


Un año no es otra cosa que el periodo en que la Tierra le da una vuelta al sol, pero en este lapso pueden pasar muchas cosas en el planeta: Cuatro estaciones ocurren en los países que no viven en el trópico, doce meses de treinta o treinta un días (y hasta de veintiocho) pasan sin prisas. En el caso de los humanos este tiempo es mucho más rico: Florecen amores y corazones son rotos, compartimos tiempo con personas que creíamos desaparecidas para siempre pero que al final regresan, la vida nos sorprende de diversas formas,  se da el nacimiento de nuevos visitantes a este planeta loco y otros seres amados se despiden para siempre volviéndose parte de la tierra y el cosmos en un ciclo que se ha repetido por miles de años y que lo seguirá haciendo hasta que la raza humana desaparezca.

Hace un año, aproximadamente a esta hora, estaba encontrando a mi padre tirado en el piso, con los ojos bien abiertos aunque ya no volverían a ver jamás, y un líquido de color café que había salido de su boca y nariz a la hora de fallecer. Me gustaría decir que murió en mis brazos pero ya llevaba algún tiempo así antes de que yo llegara. Desde luego no reacciono a los esfuerzos inútiles con los que intenté reanimarlo y uno de los pocos consuelos que me quedan es saber que sufrió un ataque fulminante donde no sufrió más que un par de segundo a lo sumo.

Después de ese día siguieron las ceremonias. El velorio, el entierro, el apoyo de mucha gente que estuvo presente en cuerpo, palabra y espíritu con mi familia y conmigo en, lo que llevo de vida, los días más triste que he vivido y la cicatriz que queda y que no ha sanado y no lo hará, por la ausencia de mi papá.

Los seres humanos somos dados a darle un significado al tiempo. Creamos celebraciones como el cambio de año o los cumpleaños cuando la tierra completa una nueva trayectoria sobre el sol. Nos gusta celebrar estar vivos un trayecto más de tiempo, de sobrevivir un poco más antes de sufrir el destino inevitable.

Hoy se conmemora el primer aniversario de la muerte de mi papá y quizá es otro día más en que este planeta gira en el espacio. Tal vez sea un día para pensarlo, para tenerlo presente en la cabeza y en el corazón, pero quizá para mí no tiene  tanto sentido porque desde que se fue no hay un día en el que haya dejado de extrañar su voz, sus consejos o querido darle un abrazo.

Un año es un tiempo en el que pueden pasar tantas cosas. En mi caso son muchas las dudas que albergo. ¿Pude haber hecho más por él? ¿Fui un buen hijo? ¿Estuvo verdaderamente orgulloso de mí?  He intentado hacer las cosas de manera correcta en mi vida pero siento que fallo demasiado, muchas veces. Ansío con todo mi corazón hablar con él para que me aconsejara sobre qué rumbo tomar en muchas cosas de mi vida….

En los últimos días lo he pensado más que de costumbre. Me acuerdo del tiempo que pasamos cuando era niño, adolescente y adulto, del ejemplo de honestidad, entereza y esfuerzo que me dejó, del hombre gigante (desde luego en sentido metafórico, mi papá haciendo gala de su apellido Fernández nunca midió más del metro y medio) cuya huella debo honrar y seguir engrandeciéndola cada vez más, y me acuerdo especialmente de sus últimos días, cuando se fue apagando cada vez más y donde yo debí devolverle un poco de lo tanto que hizo por mí cuando era pequeño y traté de cuidarlo y apoyarlo en sus pataletas y rabietas de persona mayor.

La inmortalidad es una de las mayores obsesiones del ser humano. Escribimos libros, componemos melodías, pintamos cuadros y levantamos imperios y ciudades para dejar un legado, algo que haya sido testigo de nuestro paso fugaz por el mundo, pero es inútil. Los libros se queman, los cuadros desaparecen, las melodías son olvidadas y los imperios y ciudades quemadas y arrasadas ante los cimientos. Pienso que la inmortalidad la logramos en nuestros recuerdos. Aquellos que han partido viven en nuestros corazones y en nuestra alma y perdurarán allá hasta que nosotros mismos hayamos partido y dejado un poco de nuestra esencia, de nuestra inmortalidad en la gente que amamos y con la que compartimos nuestra vida y lo que aprendimos con los que tanto nos quisieron y enseñaron.


Siempre vivirás en mí, papá. Te amo y te extraño cada día.


martes, 11 de agosto de 2015

Libros leídos (9)- Good Omens de Terry Pratchett y Neil Gaiman

Sinopsis: Según Las Buenas y Acertadas profecías de Agnes la Chalada Bruja (el único libro fiable de profecías, escrito en 1655, antes de que ella explotara), el fin del mundo tendrá lugar el sábado. El próximo sábado, para ser exactos. Justo antes de la hora de la cena. Los ejércitos del Bien y del Mal se están agrupando, la Atlánti da está resurgiendo, llueven sapos y los ánimos están algo alterados así que... todo parece ajustarte al Plan Divino. De no ser por un ángel quisquilloso y un demonio buscavidas que han vivido a costa de los mortales desde el comienzo de los tiempos y que no están dispuestos a aceptar tan fácilmente eso del “Fin de la civilización tal y como la conocemos” . Y... ¡vaya por Dios! ¡Parece que alguien ha hecho desaparecer al Anticristo

Antes de empezar esta reseña, quisiera contarles una anécdota. Quiero que se imaginen a un joven y entusiasta periodista que prácticamente no tiene donde caerse muerto, entrevistando a un autor de imaginación prodigiosa pero prácticamente desconocido que solo había publicado una novelilla, entre ambos hombres  habría de gestarse una amistad maravillosa. Como más de uno podrá haber adivinado, el escritor es Terry Pratchett, la novelilla es El color de la magia (la primera entrega del Mundodisco) y el periodista es Neil Gaiman.

Para nadie es un secreto mi admiración por estos dos autores, aunque debo reconocer que me decanto un poco (no mucho) más por  Pratchett. Ambos son maestros en el género de la fantasía, saben usar de manera asombrosa su imaginación creando situaciones alocadas y magníficas, llenas de frases para enmarcar y armados con la dosis precisa de veneno y sarcasmo que hace que el lector se ría a carcajadas y reflexione con la misma intensidad.

Good Omens (o Buenos Presagios como se le conoce en español) la única novela que escribieron juntos es prueba de ello. Verbigracia podemos decir que se trata del Apocalipsis en ojo de este par de locos. En él podemos encontrar un ángel bonachon y bibliotecario, Aziraphale, y Crowley un demonio aficionado a los carros antiguos y a la banda de rock Queen, quienes a pesar de sus evidentes diferencias han aprendido a ser amigos, quienes hacen causa común para detener el inminente Apocalipsis que habrá de suceder el sábado que viene.

Crowley y Aziraphale, demonio y ángel dispuestos a detener el día del juicio final.
Desde luego no estarán solos en estas páginas,  junto a ellos estarán personajes cada uno más excéntrico que el anterior como una organización de monjas satánicas, un cazador de brujas que se enamora de una descendiente de la  bruja que fue quemada por su tataratarabuelo, los cuatros jinetes del apocalipsis que esta vez andan en moto, el cancerbero, guardián del infierno convertido en un inofensivo cachorro y un anticristo que no sabe lo que es, o lo que se espera de él.

Es fácil reconocer los estilos de los autores. Obviamente a Gaiman se le puede identificar por poner seres mitológicos en entornos cotidianos tal como lo hace con los jinetes del apocalipsis y que aplicaría en obras suyas como Sandman y American Gods, mientras que Pratchett despliega su humor negro y situaciones descabelladas a lo largo de la obra. Sin embargo, a pesar de esto, ello no plantea ningún inconveniente para el desarrollo del libro, sino que por el contrario lo enriquece y lo hace más adictivo.

A pesar de los personajes disparatados y las situaciones que alocadas el libro mantiene una especie de cordura en donde el lector no sólo se cree todo lo que le están contando sino que también hace parte de esta aventura en busca de detener el inefable fin del mundo.

En fin, lo que pueda decir de esta maravilla de libro es poco. Mi única recomendación es que traten de conseguir un ejemplar y leerlo cuanto antes. Les aseguro que este apocalipsis valdrá la pena. Por mi parte me quedaré con la imagen del periodista y el escritor desconocido sentados en un bar sin saber que el destino les presagiaba un futuro brillante.

Terry Pratchett y Neil Gaiman, padres del apocalipsis y genios de la literatura fantástica.





martes, 4 de agosto de 2015

Acabo de empezar una nueva novela

Acabo de empezar una nueva novela. No llevo demasiado sumergido en ella, tan solo cuatro o cinco días pero en cierto sentido siento un compromiso tan grande como el que tuve con la primera que escribí.

Estoy escribiendo sobre fantasía, quizá alguien podría clasificarlo como literatura juvenil. Me gusta este género porque me abre las  puertas a otros mundos dentro de éste, amplía el espectro sobre lo que es real y no, cómo se percibe el mundo y cómo seres imaginarios y magníficos, mitológicos y aterradores se hacen tan reales que puedes sentir sus alas y sus colmillos cerca de ti…

Lo más difícil es, desde luego, empezar. Tienes la hoja en blanco y una idea que te ha rondado en la cabeza por días, meses, incluso años, pero no sabes cómo empezar a plasmarla, traducir la imagen que tienes en tu cerebro al papel y que se siga viendo igual de atractiva, sin afearla ni estropearla. Ese bloqueo, ese fenómeno de la hoja en blanco no se limita al día en que finalmente decides empezar, sino que viene de mucho tiempo atrás, desde el génesis de la misma idea, pero procrastinas una y otra vez hasta que no puedes hacerlo más y empiezas a escribir de nuevo. Y es maravilloso

En mi caso, la razón para este aplazamiento indefinido (que hasta ahora lleva dos años) es el miedo, miedo a escribir. Tal vez esta sea la verdad que no he revelado, la escritura para mí es lo más placentero pero lo más doloroso que pueda existir.

Nunca soy más yo que cuando escribo. Nunca muestro más de mi verdadero ser que cuando tecleo como endemoniado, no encuentro más paz o reposo que en las letras con las que intento comunicar algo. Pero es al mismo tiempo, una esclavitud, una fuente que me agota de maneras inimaginables porque es tanto lo que dejo en ella que me deja exhausto a nivel físico, intelectual y anímico. Es una relación de amor y odio, deseo y necesidad que se repite una y otra vez en los ciclos que decido ponerme manos a la obra, tal como un yonki con la droga que lo lleva al cielo a la vez que lo destruye.

Pienso que hay gente que nace para amar y ser amados, para encontrar un descanso en el dulce abrazo de la persona correspondida, otras  que lo hacen para ser felices y  llevar vidas despreocupadas adaptándose a los cambios sin problemas; también hay quienes nacieron para viajar, explorar países y paisajes maravillosos, y otras que nacimos no para buscar la  felicidad, o ser amados o conocer lugares exóticos sino para escribir, para plasmar de manera frenética historias maravillosas, fantásticas o trágicas, porque ese es nuestro destino, nuestro llamado.  

Escribo, porque es lo que me mueve, porque es lo que verdaderamente me llena sin importar las consecuencias, es el alivio, el amor y el verdugo, la salida a la carga que  lleva dentro, porque la escritura me muestra que entre más me intenté alejar de ella y pertenecer a otra parte al final  volveré a ella una y otra vez como un hijo pródigo.

Acabo de empezar una nueva novela y no sé qué vaya a pasar con ella. No me importa si se convierte en letra muerta, en una historia que no le interese a nadie, palabras, frases y hojas cuyo destino sea acabar en el olvido, pero es mi historia, mi novela, el reflejo de mi alma y por el momento eso es lo que importa. Es pequeña y luce desvalida pero está hambrienta esperando a ser alimentada por mis sueños y pesadillas y se ve casi indefensa. Pero respira.