miércoles, 31 de octubre de 2018

Pigmalión


Como todos los años, mi regalo de Halloween en forma de cuento de terror. Espero les guste.

TuLio

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 El camino que lleva hacia la mansión Blackwood pasa por un bello estanque donde el ambiente es liviano y sereno, se interna por un bosque donde el follaje es tan espeso que la luz del sol no lo traspasa, sus ramas son largas y afiladas como garras para luego ascender a la casa ubicada junto al precipicio. Aunque había visitados muchas veces el lugar hasta prácticamente hacerlo mi hogar, esta es mi primera visita luego de la partida de mi amada Eloisa.

Al bajar de la carroza me recibe Lord Blackwood, alto y sombrío como siempre. Desde el entierro no habíamos vuelto a hablarnos por lo que me asombró su invitación para que viniera justamente un día antes del quinto aniversario de la muerte de Eloisa. Luego de los saludos de rigor damos una vuelta por los jardines donde fuimos tan felices antes de la tragedia.

-Antes de continuar quiero mostrarte algo –dice mi anfitrión.

Me dirige a una pequeña construcción que no reconozco. A medida que me acerco el olor se hace penetrante y lastima mi olfato, huele a descompuesto a inmundicia. En su interior hay una especie de gran círculo, una especie de chiquero con un único huésped, un cerdo gigante que malvive en condiciones infrahumanas incluso para un animal. El ente al ser consciente de nuestra presencia intenta huir chillando de manera sobrecogedora. Lord Blackwood coge un palo y agarra a golpes al porcino quien se retuerce de dolor y su gemido parece retumbar por toda el lugar. Mi anfitrión disfruta maltratando al animal hasta que se le cansa el brazo y la pobre bestia exhausta deja de chillar, en cierto momento el cerdo me mira y siento repulsión, asco y compasión por partes iguales, su mirada es un grito de socorro que nunca había visto y nunca más veré en mi vida.

-Henry –me dice Harold Blackwood- te presento a Pigmalión.

No le hago ninguna pregunta. Desde pequeño fue bastante extraño. Recuerdo que mientras Eloisa y yo jugábamos por los patios, él se encerraba a leer libros extraños de culturas lejanas y siniestras.

Seguimos paseando por los alrededores y empezamos a recordarla. Él era su hermano pero a veces parecía tener una obsesión enfermiza por ella; yo su prometido y si la muerte cruel materializada en un ladrón que habría de segarla en la flor de su vida no hubiera aparecido sería familiar de este hombre. Caminábamos y nos parecía verla en medio de las flores, riendo y creando coronas de crisantemos para nosotros. Perderla ha sido el dolor más grande que he sentido en mi vida y si estaba de nuevo en la que fue su casa visitando a ese hermano lejano y extraño era porque sentía que tenía esa deuda hacía ella.

Después de la cena nos dirigimos hacía el salón principal donde empezamos a beber coñac y fumar unos deliciosos habanos.

-No te has casado ni has vuelto a comprometerte, incluso no se te ha conocido novia o relación alguna. Eres un hombre rico, joven y apuesto,  el compromiso que adquiriste con mi hermana fue hace cinco años y lo normal sería que lo olvidarás y te decidieras a conformar una nueva familia podría preguntarte ¿por qué? – pregunta  Blackwood mientras entrecierra sus ojos y me observa de manera atenta como un halcón.

-Eloisa era la única mujer en mi vida. No he vuelto a ver la belleza de sus ojos, ni su dulzura, sentido del humor o inteligencia en otra mujer. Sé que mi padre dice que si no consigo pronto una esposa y le doy un nieto me desheredará y pasará toda su fortuna a mi hermano Jonhatan. No me importa, lo único que lo hace es que cada vez que duermo la veo en mis sueños.

- ¿Y qué hay de su asesino? ¿Qué le harías si lo tuvieras al frente?

Pienso en mi prometida. En su cuerpo degollado. El tajo que se extendía por su cuello. La sangre que bañaba su vestido celeste, en los ojos de terror que tenía su cadáver. Muchas veces esa última mirada me acompañaba por días enteros.

-Lo mataría. Mil veces si pudiera. De maneras horribles- exclamo.

Lord Blackwood sonríe.

-¿Qué tanto sabes del alma?- pregunta cambiando de tema.

-El alma es lo que nos conforma. Lo que complementa nuestro cuerpo humano. Es la esencia de dios en cada uno de nosotros. Cuando morimos el alma abandona el cuerpo y va a juntarse con el creador.

-¿Cómo puedes afirmarlo?

-No lo sé –respondo meditabundo- es algo que se siente más que comprobarse, tal como la existencia de dios, sabemos que existe pero la ciencia no ha podido probarlo pero tampoco ha podido desmentirlo.

-Así es –concordó mi amigo mientras encendía otro puro- Vivimos en una sociedad avanzada, que no parece necesitar de dios. Nos apegamos a la ciencia como si fuera la última respuesta, la única. Pero hay cosas que ella no puede explicar…. Después de la muerte de mi hermana juré atrapar a su asesino a cualquier precio, no demoré más de tres meses en hacerlo, pero eso no calmó mi dolor.

-Él….¿está aquí?.....- pregunto con voz trémula.

-En cierta forma sí –responde Lord Blackwood, toma una pausa y retoma el tema anterior sin explayarse en mi pregunta- Vagué por países lejanos sin rumbo, queriendo morir, pero a la vez buscando respuestas. Vi un hombre provocar la muerte de otro a kilómetros de distancia solo entonando un mantra; vi un demonio que se apoderó de un padre ejemplar  para asesinar a su familia y luego abandonar el cuerpo de su huésped quien desesperado por lo que había hecho se suicidó. He visto grandes sabios beber la sangre caliente de recién nacidos para alcanzar la iluminación y la vida eterna.

Me siento incómodo por la conversación y quiero retirarme a mis aposentos pero al mismo tiempo estoy fascinado bajo el influjo de sus palabras.

-Finalmente llegué a la ruinas de Hamput, una de las civilizaciones primigenias y olvidadas de la historia. Allí oí por primera vez la leyenda del Karem Hana-el, el Cuchillo de los Dioses, se dice que este artefacto condena tu alma a que se quede en este plano astral. Es una bendición y una maldición. Cuando morimos volvemos a nuestro creador, somos parte de él y perdemos todo los que nos conforma, nuestra alma se hace una con la suya, morir por el cuchillo nos permite mantener nuestra esencia pero no nos deja descansar, un dulce castigo, ¿no crees? En fin, vagué otros tres años por lugares malditos en busca del cuchillo, me costó la mitad de la fortuna de los Blackwood e hice cosas que me condenarán para siempre pero lo conseguí.

Diciendo esto se levanta, camina hasta una pequeña caja de marfil, la abre y puedo ver el cuchillo de los dioses. Es de bronce y emite un brillo opaco, extiendo mi mano hasta casi tocarla pero siento un temor reverencial, mis manos empiezan a sudar y la retiro.

-Eres un hombre prudente, Henry, por eso te amaba mi hermana, por eso y por el amor que le profesaste te invité.

-¿Pero qué tiene que ver esta  historia con…?

-Todo a su debido tiempo –me interrumpe- Pero ahora es tarde y deberías descansar, mañana es el gran día.

Abandono el gran salón mientras veía al enigmático hombre, destapando otra botella de coñac y consumiéndola en compañía de la llama de la chimenea.  

Recostado en el cuarto de huéspedes  me parecía sentir la presencia de Eloísa, su voz llamándome para reunirme con ella, su aliento cerca de mí a punto de besarme, su rostro degollado buscando ese beso; en un momento se derrumbó y apareció en el cuarto Pigmalión, gruñendo y acercándose a su cuerpo, intenté detenerlo pero mi cuerpo estaba paralizado, quise gritar  pero mi voz era vacía, silenciosa, el cerdo estuvo frente a su cuerpo exánime y empezó a mordisquearla, desgarrando su piel llenando su inmunda trompa con su sangre y gruñendo de alegría devorando sus vísceras, después de acabar se dirigió hacia mí, pude sentir su trompa húmeda antes de despertar gritando y bañado en sudor.

La mañana era soleada pero fría. En el quinto aniversario de la muerte de Eloisa nos dirigimos al panteón familiar de los Blackwood, donde está enterrada juntos a sus padres. Es la primera vez que visito el lugar desde el entierro. Sé que era el primer lugar que debí visitar al venir pero intenté evitarlo, hacerlo era reconocer una vez más el dolor de su ausencia. Harold había cambiado su tradicional vestimenta negra por una camisa blanca sin ningún ornamento.

Dejamos un ramo de crisantemos blancos, su flor preferida, en su tumba. No sé cuánto tiempo estamos frente a ella en silencio, pensando sobre la vida, la muerte y su risa, hasta que finalmente Harold se levanta y dice ‘Ya es suficiente’.

Me guía hacía la casa del chiquero. Algo en mí me dice que no lo siga, que abandone el lugar de inmediato, que huya hasta estar de nuevo en la comodidad de mi mansión pero lo sigo como una res al matadero. Entramos, el cerdo dormía inquieto.

-Ayer te contaba que a los tres meses de su muerte capturé a su asesino –empieza a hablar Blackwood-. Era un don-nadie, un ladrón pobre diablo que cercenó la vida de mi hermanita por unas cuantas monedas. Lo encerré como la bestia que era y lo sometí a la peor de las torturas. Le arranqué los ojos y la lengua, pero pronto sentí terror, una sola muerte no sería suficiente para que pagara por su crimen. Ordené a mis criados que lo mantuvieran con vida hasta mi regreso so pena de muerte y me marché tal como te lo relaté ayer.
“Al obtener a Karem Hana-El, supe lo que debía hacer, regresé a mi casa, al asesino. Su condición era deplorable y a duras penas seguía con vida. No estaba del todo convencido de lo que iba a hacer pero no tenía tiempo. Usé el cuchillo con él, tantas, tantas veces, que pensé que no había conseguido mi objetivo, pero entonces la vi, su esencia repulsiva, su alma, la capturé en un frasco sagrado y luego se la transfundí a Pigmalión…  Henry, los animales no tienen alma, no tienen la esencia de nuestro creador, pero pasada una semana pude ver como su mirada era igual a la del ladrón. Lo trasladé a esta edificación donde lo he torturado de todas las formas posibles hasta donde lo sacrificaré y luego pasaré su alma a otro animal, dentro de un año lo mataré de nuevo y haré lo mismo una y otra vez. Mil muertes me dijiste ayer, te juro por el alma de mi hermana que lo haré”.

Sus ojos brillan y su emoción febril alimentada por la locura parecía darle una energía que nunca pensé advertir en él…y sin embargo había visto a Pigmalión y había advertido algo en él que no supe distinguir que era, quizá el brillo de una humanidad perdida, pero no, no podía ser posible.

-Estás loco, Harold– digo.

-Ya verás si lo estoy o no- responde y diciendo esto saca el Cuchillo de los Dioses y una pequeña botella que tenía guardada en el pantalón, se quita la ropa a excepción de la interior e ingresa al chiquero.

Despierta a Pigmalión de una patada que a cualquier humano le habría roto un par de costillas. El cerdo despierta gruñendo de dolor y al ver a su verdugo empuñando el cuchillo abre los ojos de par en par, empieza a correr por el círculo desesperado, sabiéndose sin salida, empieza a chillar pero el sonido no es porcino sino como si fuera humano deformado, pareciera decir, Yuda, yuda, ayuda, siento ganas de llorar, el animal se hace frente a mí, empieza a llorar, implora mi perdón, mi socorro, pienso en Eloisa, su cuerpo ensangrentado. Me quedo quieto. Harold llega junto a él, lo abraza y lo muerde, le arranca la oreja de un mordisco, el animal se retuerce, lo acuchilla una vez, dos veces, pierdo la cuenta a la décima acometida, el animal, llora, chilla, se mueve cada vez más lento, su sufrimiento llena de energía a mi amigo que lo sigue lastimando. No podría decir cuánto tiempo dura el suplicio, al final Lord Blackwod está completamente teñido de la sangre del cerdo y su propio sudor y el porcino muere.

-Ahora verás –me dice mientras se ríe.

El cuerpo inerte del cerdo empieza a moverse y de un momento a otro empieza a vomitar. Bota sangre, sus intestinos, tiñe el suelo de rojo hasta que de un momento a otro empieza a trasbocar un líquido negro,  inmundo y  viscoso, una vez en el piso, y juro por dios que todo lo ve, empezó a moverse con lentitud como intentando huir.

-Rápido, la botella- me ordena.

Se la paso mientras miro de asombrado ese despojo, ¿es esa el alma humana? ¿o tan solo una horrible como la del asesino de mi querida prometida? Con prontitud Harold raspa el suelo con el cuchillo y toma hasta la última gota negra que se ha vertido en el suelo y la traspasa a la botella. Horrorizado observo como ese líquido, ese ente, sigue moviéndose e intenta de manera desesperada huir de su nueva prisión.

-No podrás escapar de aquí, ¿me oyes maldito? Ya tengo un nuevo huésped para ti. Mañana lo conocerás….-dice mientras rie de manera desquiciada el hombre que alguna vez fue mi amigo.

Pasamos el resto del día sin decirnos gran cosa, a la mañana siguiente abandoné la Mansión de los Blackwood para no volver jamás.