viernes, 20 de diciembre de 2013

Villancicos Gatunos

Por: El Gato Bandido

Llega la navidad y este felino rotativo no puede alejarse de la fiesta navideña (que empezó a celebrarse desde el 1 de noviembre) y todos sus papás noeles, muñecos de nieve caribeños, natillas y buñuelos que provocarán promesas de dietas el 2 de enero. Es por ello que desde el mejor rotativo del mundo y sus contornos hemos decidido adaptar algunos villancicos a los nuevos tiempos. Esperamos los disfruten…

Pero mira como BeBe América en el rio

Umaña está despeinado
La hinchada está llorando
 El Pascual no se está llenando
El diablo otro año esperando ….

Pero mira como BeBe el América perdido
Pero mira como BeBe otro año en la B
B B y B B y vuelve a BeBer
Américaa  la promoción ha perdido otra  vez


Tutina tuturama

Tutina tuturumá
Tutina Vargas Lleras
Tutina re re reelección reelección
Tutina Tuturumaina

Los lagartos del país vienen a adorar a Santos
Vargas Lleras y Don Roy los reciben sin balazos

Tutina tuturumá
Tutina Vargas Lleras
Tutina re re reelección reelección
Tutina Tuturumaina

Uribe viene también
Con Zuluaga y Pachito
A quitarle el poder
A nuestro JuanMa querido.


Zagalillos

Pekermancillo del bosque venid
Falcaillo del Mónaco llegad
La esperanza del mundial prometido
Ya vendrá, ya vendrá, ya vendrá

La esperanza, la gloria y la dicha
De esta selección que nadie la duda
De la mano de James, Wason y Ospina
A Brasil iremos sin duda

Pekermancillo del bosque venid
Falcaillo del Mónaco llegad
La esperanza del mundial prometido
Ya vendrá, ya vendrá, ya vendrá


El Roycito sabanero
Con mi Roycito Sabanero voy camino al Senado
Con mi Roycito Sabanero voy camino al Senado
Si me ven, si me ven de partido cambiaré
Si me ven, si me ven de partido cambiaré

Con mi partido voy andando
Y de a poquitos lo voy cambiando
Si me ven, si me ven de partido cambiaré
Si me ven, si me ven de partido cambiaré

Tuqui tuqui tuqui tuqui tuqui ta
A pesar de ser médico a la salud voy a quebrar
Tuqui tuqui tuqui tuqui tuqui ta
A mi hijo en el Consejo lo voy a poner a mandar

Con mi Roycito Sabanero voy camino al Senado
Con mi Roycito Sabanero voy camino al Senado
Si me ven, si me ven de partido cambiaré
Si me ven, si me ven de partido cambiaré



Publicado originalmente en el periódico de humor: EL GATO del mes de diciembre



martes, 17 de diciembre de 2013

Cartas vampíricas II

Hace un par de meses, la escritora Carolina Andújar, autora de los libros de vampiros Vampyr y Vajda, así como del cuento infantil La Princesa y el Mago Sombrío, hizo un concurso literario donde se debía hacer una carta de amor-odio  de un vampiro hacia un mortal.

En un post pasado publiqué dos de las cartas que hice de borrador (acá la entrada: http://bit.ly/1c8wccR) y me alegra mucho anunciarles que quedé en primer puesto con lo que gané una edición especial de Vampyr dedicada.

La carta que envié fue ésta:

Amor mío,

El amanecer te traerá hasta mi cripta. Habrás rehusado cualquier compañía, te internarás en mi morada, removerás la tapa de la losa y verás mi cuerpo pálido, sediento de vida, lujuriosamente inocente; clavarás una estaca en lo más profundo de mi corazón, me decapitarás y quemarás mis restos. No necesito estar consciente para saber que mi sangre se mezclara con las lágrimas que derramarás al  exterminarme.

¿Cómo llegamos a este extremo? Sabías en lo que me había convertido desde antes de morir, en el momento en que me diste la extremaunción. A pesar de agonizar pude ver el pánico en tu cara, la impotencia ante las fuerzas demoníacas. No fuiste capaz de eliminarme los días posteriores a mi entierro a pesar de ser consciente del hambre que crecía en mi interior, de que, al igual que tu Cristo, resucitaría y vagaría en busca de vida. Te limitaste a observarme en la distancia, vigilando mis pasos. La primera vez que me percaté de tu presencia me seguías por el cementerio, la luz de la luna me bañaba haciendo de mi belleza un dolor que lastimaba tu casto corazón; cuando te vi, intentaste esconderte pareciendo un cervatillo asustado, hice como si no fuera consciente de tu presencia y se estableció una lazo entre nosotros, una relación basada en el silencio, las miradas furtivas y una pasión ardiente que nunca se podría consumar.

Fuiste testigo de  cómo me alimenté del viejo sepulturero, un par de prisioneros y unos borrachos. Aun así fuiste incapaz de lastimarme porque me amas, me deseas, te recuerdo esa vieja llama que creías extinta en tu vida; estoy segura que tu complicidad en esos asesinatos será una carga que nunca podrás lavar de tu alma. Sin embargo, cuando me alimenté del pequeño Emanuel, el hijo de la lavandera, supe que no me perdonarías. No podrás entender lo dulce que era su sangre: pura, exquisita, sin contaminar. Nunca había probado un manjar tan exquisito y sabes que una vez degustado el fruto de la inocencia es inevitable seguir alimentándome de pequeñas alimañas hasta el fin de los tiempos, y eso es algo que ni siquiera tú puedes perdonarme.

Podría convertirte pero me gusta tu esencia tal como es, no estás listo para caminar sin sombra. Por la misma razón te odio, somos dioses oscuros y tú rechazas la gloria  para ir en pos de tu dios crucificado. No podemos existir en este mismo mundo, el sol traerá mi muerte física, pero para ti solo quedará el dolor de la ausencia, de lo deseado y nunca poseído, no podrás olvidar mi sonrisa de largos colmillos ni en tus más dulces pesadillas. Está a punto de amanecer y  me acuesto para no levantarme jamás. Mientras mis párpados se cierran aún te recuerdo: Mi verdugo, ejecutor de mis dos muertes, mi sacerdote asesino, y tu nombre es un eco que se repite en las penumbras de mi mente, Anastasio, Anastasio.

Siempre tuya,   M.



El premio como ya lo dije antes fue una edición especial de su primera novela Vampyr:



La dedicatoria del libro es muy hermosa y dice lo siguiente:



Dic de 2013

Querido Tulio ¡Felicidades!
Me enorgullece entregarte este premio que ganaste al escribir esa carta tan preciosa, la mejor de todo el concurso,

Espero disfrutes esta versión de Vampyr la cual no cuenta con revisiones. Tú notarás las diferencias. Te auguro grandes éxitos en tu carrera como escritor. Mil gracias por participar, por leer y por escribir.
Con inmenso cariño,

Caro


Y acá el libro formando parte de la colección Carolina Andújar con Vajda y La Princesa y el Mago Sombrío:



Espero les haya gustado la carta y a Carolina muchas gracias por escoger mi historia y por leerla. Quedo a la espera de su nueva novela de brujas que muy pronto publicará.....

jueves, 28 de noviembre de 2013

Huellas ( Basado en una estrofa de Vinícius de Moraes)

Cada año,el  Instituto de Cultura Brasil Colombia (Ibraco) realiza un concurso literario. Ya son dos años en los que participo y no he ganado aún. Seguiré mandando mis cuentos hasta que venza o me exploten los dedos y la mente (lo que sea que pase primero).

En esta ocasión el texto debía iniciar con una estrofa del gran cantante Vinícíus de Moraes y completarlo. El texto en cuestión era el siguiente:

Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure…


Y esto fue lo que resultó. Espero les guste: 





Huellas

  
Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure…
Y queme hasta las cenizas del alma
Porque aquello que quisimos nos habrá de doler hasta la eternidad
Es la cicatriz que demuestra  que amamos
La huella indeleble que nos recuerda que estamos vivos…


El hombre caminaba mientras cantaba los versos antes enunciados. No recordaba quién se los había enseñado, quizá había sido un viejo poeta, vate de amores perdidos y nunca encontrados, o tal vez era invención suya, creados sobre la marcha, el deseo de un moribundo que no se resigna a morir.

Avanzaba sobre arenas límpidas y brillantes, dejando tras de sí el rastro de su sangre sobre las dunas, un recuerdo que pronto se llevaría el mar.  Cada paso que daba lo acercaba a la muerte, cada descanso aceleraba su deceso; aun así se seguía moviendo, de manera tambaleante, en zigzag, obstinado, pensando que la salvación estaba en continuar un poco más la senda, en no dejarse alcanzar por el vacío. Sintió frío, no sabía si era por la herida la cual se palpó de manera inconsciente o por los vientos nocturnos. Levantó la mirada y vio a la madre de todas las lunas, monstruosamente grande y apoteósica, el sumun de todos los satélites con dibujos de conejos y cráteres en su superficie,  solitaria en un manto oscuro sin estrellas. Siempre pensó que moriría bajo el sol, en un día caluroso, con los rayos calentando los corazones y palmeras, una guitarra en las manos y una canción en el corazón. Por lo menos aún conservaba esto último, pero ¿quién era su autor? Podría jurar que su nombre comenzaba con V, quizá Victoria, Vilma, Verónica, Valeria, Virginia, Valentina, Vica, Violeta o Viciao.

¿Sabía que su perdición iba a ser las mujeres? Nunca lo había dudado. Su vieja Yayá se lo había dicho desde pequeño, ‘¿Hombre moreno de ojos verdes? Serás todo un donjuán, nunca llegarás al altar pero una tumba muy pronto te esperará”, y luego se iba a fumar otro tabaco mientras  leía el tarot a otra de sus amigas. Hablaba poco y siempre en acertijos de esfinge mientras el pequeño moreno, sonreía con sus dientes perlados, refulgiendo sus ojos como diamantes, gritando que bien valía la pena morir por las piernas de una mujer, tras lo cual se iba a jugar fútbol entre garotas de buen hacer y turistas japoneses.

Cómo le dolía la herida… sentía una agonía terrible, unas ganas casi irresistibles de tirarse en el suelo y contemplar el cielo mientras las olas lamían sus pies, pero sabía que si lo hacía no se movería más. Cada paso que daba se internaba en una especie de choza imaginaria e invisible con miles de puertas que se extendían hasta el infinito. Se acercó a una y la abrió, se vio en brazos de una mujer negra como el carbón y de turbante que sostenía a un pequeño cagón que no lloraba sino que rugía, su madre entonó entonces una canción de galeras, de remembranzas de esclavitud, triste y nostálgica que hizo que su yo mayor retrocediera  y cerrará la puerta con delicadeza; otra de ellas lo llevó a una habitación inundada por el humo del tabaco y a Yayá barajando las cartas una y otra vez,  intentando cambiar un destino insobornable, mientras la anciana repetía como un mantra “Hombre moreno de ojos verdes, qué desgracia”, alzó la vista y sus ojos se encontraron con el visitante que incapaz de soportar la mirada huyó despavorido;  lo intentó por tercera vez y vio a todas y cada una de las mujeres que había amado por unas horas, por una noche, las contempló en el momento exacto que llegaban al placer. Quiso quedarse en ese cuarto pero en cuanto se acomodó supo que no era bienvenido en ese lugar, una energía femenina y salvaje lo desterraba, lo expulsaba con la promesa de tormentos peores a los de la muerte.

Es curioso, pero no recordaba el momento exacto de la herida. Cada vez que lo intentaba sólo veía un refulgir de una navaja, un aroma florido pero pesado y la risa densa de un hombre en la oscuridad.  No confíes nunca en una mujer nacida en agosto, le había dicho Yayá pero él había hecho un gesto orondo,  alzado los hombros y persiguiendo a cuánta mujer se le atravesara en su camino sin importar su mes de nacimiento y he aquí las consecuencias de sus actos. No se arrepentía del todo, había disfrutado de cada una de sus hembras, de sus  rizos cayendo por sus hombros,  sus sonrisas celestiales, sus caderas anchas y bustos generosos, no era para nada una razón por la cual no morir.

Seguía su trasegar cuando la divisó. Estaba acurrucada acariciando el lomo de un gato, mientras lo esperaba expectante.

­­—Eres tú —dijo el hombre con mucho esfuerzo—. Pierdes tu tiempo, esta noche no pretendo morir.

—Eso dicen todos —respondió con paciencia la Muerte—. Están tan convencidos de su inmortalidad que nunca son conscientes de que les ha llegado la hora.

—Di lo que quieras. Pero esta no es mi hora.
—Como digas, hoy eres la estrella de la función. Tan sólo, déjame acompañarte un rato más.

El hombre la ignoró y siguió caminando. A su lado los recuerdos se desbordaban pero más que ellos pensaba en gestos que había visto y vivido, sonrisas, lágrimas, un te amo en una tarde lluviosa, una melodía triste, todo aquello que conforma nuestra humanidad. Recordó que Yayá le había dicho que si llegaba hasta el Corcovado y le pedía con toda la devoción un deseo, el redentor se lo concedería sin importar cuál fuera. Sólo esperaba tener las energías suficientes para llegar hasta él, el camino aún era largo, siguió andando con la Muerte como sombra silenciosa mientras cantaba:

Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure




jueves, 31 de octubre de 2013

El reino de la hora (un relato de terror)

Como todos los 31 de octubre, les regalo este relato de terror. Espero les guste.

Tm 69

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El reino de la hora

La mujer se miró nuevamente en el espejo. Se puso más labial y alisó el pelo. Tocó la puerta tres veces. La habitación 69 se abrió antes de golpearla una cuarta vez.

El hombre la miraba a los ojos, no se despegaba de su rostro, tanto así que ella se sonrojó y bajó la cabeza.

—Soy Lizeth. Me manda La Academia.

‘La Academia’, bonito eufemismo para referirse a burdeles de clase alta, compuesto por damas de compañía o  prepagos, como se hacen llamar ahora. “Por mucho polvo, maquillaje o clase  que tengamos, seguimos siendo putas” le había dicho alguna vez Sandra, una de sus compañeras.

—Sí, sí, claro—respondió el hombre—  por favor Lizeth, sigue, siéntate en la cama.

Miro al hombre: Era bajo, delgado y se estaba quedando calvo. Sus pelos traseros se alzaban de manera rebelde. Él la continuaba mirando con detenimiento, pero ya no se sentía intimidada; había conocido a demasiados varones para hacerlo. Aunque seguían sin gustarle sus ojos, eran fríos, pequeños.

—Dime, ¿qué me ofreces? —preguntó él.

—Lo que quieras, nene — Siempre usaba esa palabra, a los clientes los volvía loquitos, nunca dejaban de ser niños—  relación vaginal, oral, las posiciones que quieras, te aseguro que la vamos a pasar muy rico.

—La vamos a pasar muy rico —repitió el hombre— . Ya veremos. Por favor, desvístete.
Lizeth empezó a quitarse el vestido negro de seda. El roce era delicado al tacto, su cuerpo olía a un suave perfume, un delicioso aroma.

El  hombre empezó a hablar:

—¿Sabes? — preguntó, y continuó hablando sin esperar respuesta— . En ocasiones, compré a mujeres de la calle y entré en lo más profundo de ellas, pero no fue agradable. Sus almas olían a cebolla.

¿Almas?

Mientras se acostaba, recordó que había devuelto a dos de sus compañeras. Kathy y Michelle le habían contado que el tipo las había hecho desnudar, acostar y luego de verlas por un momento, las hacía vestir e irse, sin pagarles, obviamente.

— Y las otras niñas de la Academia. ¿También olían a cebolla?

—No. Pero eran demasiadas estúpidas, sabes que no miento.
Era cierto. Hablar con ambas era exasperante; un globo lleno de helio tenía más sustancia que ellas, pero eran las más hermosas: sus ojos de esmeralda, cabello de trigo, labios carnosos y figuras perfectas compensaban su idiotez. ¿Pero cómo podía saberlo este sujeto con tan solo verlas?

—Pero tú no eres igual…eres delicadamente deliciosa. Contéstame, ¿en esta hora me pertenecerá tu cuerpo?

La mujer pensó que el hombre la quería poner a prueba. Tal vez sus compañeras se habían asustado y negado. No era tan boba.

—Todo mi cuerpo es tuyo por una hora.

—¿Toda tu mente?

Vaya tipo más loco.

—Mi mente te pertenecerá durante ese tiempo.

— ¿Y tu alma será mía por sesenta minutos?
¿Qué tendría ese loco con las almas? No era momento de asustarse. No era el primer ni el último loco que le tocaría atender. ¿No recordaba al senador Blanco? Al muy maldito le gustaba usar una bolsa en la cabeza durante el acto sexual y antes de eyacular la estrangulaba levemente. Después de hacerlo, lloraba agarrado a su cintura  y a ella le tocaba acariciarle la cabeza hasta que se quedaba dormido.

¿Iba a sentirse intimidada por ese enano?

Nunca.

—Mi alma es tuya y te pertenezco por completo porque me has comprado.

—Eso está muy bien —respondió el hombre y sonrió por primera vez. Sus dientes eran muy pequeños  y filudos como los de una piraña—,  por favor, cierra los ojos.

La mujer, ya desnuda, obedeció. Esperaba sentir de un momento a otro el cuerpo de su cliente encima de ella, penetrándola con fuerza, sintiendo su sudor, su aliento caliente.
En su lugar sintió una caricia.

—¿Qué haces?—  preguntó ella sorprendida aunque sin abrir los ojos.

El hombre no respondió y continuó acariciándola. Se sentía tan bien… En un  momento creyó sentirse excitada, por primera vez, en muchos años, pero la sensación dio paso con rapidez a un placentero  cansancio con el que ella no luchó sino que al contrario se entregó sin resistencia. Se sumergió más y más en el mundo de los sueños.

Al abrir los ojos ya no estaba desnuda en un hotel de cinco estrellas.

Contemplaba el mundo: Desde su pequeño coche sacó una manecita intentando agarrar un rayo de sol; tenía un biberón. La niñera la paseaba junto a Sultán, el gran perro de la familia.

De pronto el can vio a una paloma y se abalanzó sobre ella. Antes de que el ave pudiera escapar, estaba en las fauces de Sultán. La bebé se puso a llorar al ver la escena, la niñera asustada intentó que el perro soltara el ave y empezó a forcejear con el animal. De repente, el cadáver del pájaro salió despedido y cayó en el cochecito de la nena.

La niña miró el pajarraco, sus ojos sin pupilas, su pico, de un momento a otro el ave se estremeció y empezó a moverse. No estaba muerta después de todo.

 La infante  empezó a gritar, el ave se asustó y empezó a picarle el rostro, su cuerpecito, desgarrándole cada centímetro de piel. La niña estaba aterrada y la adulta dentro de ella empezó a gritar y a llorar con tanto miedo como el que había sentido hacía 24 años. La paloma se situó frente a ella, quería devorarla, lo sabía. Intentó moverse pero no podía, estaba agarrotada por el miedo, la criatura se abalanzó sobre sus ojos…

Se desvaneció.

…La despertaron unos ruidos. Ahora era una niña de aproximadamente  ocho años. En medio de la noche se dirigió al  cuarto de sus padres. Unas figuras discutían.

—Otra vez borracho. Eres tan repugnante — decía su madre.

—No me hables así  ¿Quién te crees? ¡Maldita perra! —respondió una voz casi ilegible.

El hombre le propinó una bofetada que la tumbó sobre la cama.

—Te voy a dar lo que te gusta…

Empezó a quitarse el pantalón.

—No, ¡No quiero!

Ignorando los gritos de su esposa, la golpeó de nuevo y le quito, con salvajes manotazos, la ropa.

—Jeremías, por favor —suplico la mujer.

El hombre la penetró con fuerza, con rabia, gruñendo como un cerdo; el llanto de su esposa era ahogado por una palabra que él repetía una y otra vez.

—Rico, rico. Qué rico perra.
Asustada la niña se alejó de la puerta, al llevarse las manos al rostro se dio cuenta de que estaba llorando.

De nuevo la oscuridad…

¡Basta por favor¡ ¡Te lo suplico! Logró gritar desde alguna parte de las tinieblas donde se encontraba.

“Todo mi cuerpo es tuyo por una hora” le respondió su propia voz como un débil eco.

…Ahora era una adolescente. Estaba sola en su habitación. Se metió la mano por debajo de su falda y empezó a acariciarse, sintiendo  como el placer iba creciendo, expandiéndose, ilimitado, infinito. Justo antes de llegar al orgasmo oyó en su mente la voz de su padre:
“Te voy a dar lo que te gusta”.

Sus dedos se movieron más de prisa aún, acelerando sus embestidas y el placer. Cerró  los ojos y sintió una descarga eléctrica deliciosa que le recorrió todo el cuerpo. Al abrirlo se encontró con su madre que la miraba sorprendida.

—Juliana….

—Mamá.

—¿Qué porquería estás haciendo?

— Mamá, yo…

—¡Cállate! ¡Sucia ramera! ¡Pecadora! Eres una pervertida…

La respetable señora agarró a su hija y la arrastró hasta la cocina. Allí la obligó a quitarse la falda, agarró un poco de ortiga y la restregó en sus genitales. El dolor que Juliana sintió y el grito que profirió estremecieron los cimientos de la vieja casa.

Negro de nuevo…

En lo más profundo, la mujer lloraba. No podía saberlo, pero sentía que en ese momento, en el hotel, su vagina sangraba igual que como lo había hecho esa ocasión.
Detente ¡No lo soporto más!

—“Mi mente te pertenecerá durante ese tiempo—  le respondió su voz, desde las sombras.

…Empezó a materializarse una figura oscura, un hombre negro la miraba fijamente, desgarrando su ser.

—Todo menos eso, no me obligues a verlo, por favor, por favor. Haré lo que sea, lo que me pidas.

Mi alma es tuya y te pertenezco por completo porque me has comprado—  le respondieron

—Maldito enano. Cómo te odio. —dijo ella con un llanto seco.
No hubo respuesta

De repente todo se iluminó. El hombre negro se acercó, llevaba una rosa en la mano. La besó con ternura.

—Juliana, te amo con toda mi alma.

—Yo también te amo, Ezequiel.

—Quiero estar contigo el resto de mi vida, mi amor.

— Mi madre nunca lo permitiría, te odia.

—No entiendo cómo puedes ser hijo de esa hiena, eres tan diferente a ella. Ven conmigo, déjalo todo.

—No es tan fácil como crees, amor. Mi mamá me paga la universidad, me da lo necesario para vivir, sin su ayuda no sé qué pueda hacer.

Ezequiel no le respondió pero su mirada fue de triste reproche.

El recuerdo se levantó con la misma rapidez con que se levantó otro.

Era de noche, estaban caminando por un parque cuando un hombre se acercó a ellos. Estaba armado.

—A ver reinita, la cartera y el reloj — dijo el asaltante de manera amenazadora.

—Por favor, no me lastime — gritó Juliana. Estaba tan nerviosa que no atinaba a quitarse las joyas

— A ver, qué pasó grandísima puta —dijo el hombre mientras golpeaba a la mujer.
Ezequiel se lanzó sobre el delincuente pero este reaccionó y disparó. Asustado por lo que acababa de hacer huyó y pronto se lo tragó la noche.

La persona que más había amado en su vida yacía frente a ella agonizante. Juliana se acercó y le acarició el rostro

—Amor mío —dijo su hombre y murió.

Sostuvo la mano inerte de su amado junto a su rostro mientras lloraba, cuando quiso separarla ya no pudo, se había quedado pegada a ella y la sangre empezó a manar de manera exagerada, grotesca. Con horror, vio como el líquido caliente y pegajoso le llegaba a las rodillas, a su ombligo y boca. Se estaba ahogando en la sangre de su amado. Quiso gritar, pero sólo tragaba ese líquido inmundo. Cerró los ojos...

— ¿Cómo es que vas a tener un hijo de ese negro inmundo?

—  Sí mamá, lo voy a tener ¡Le daré todo el amor que jamás he tenido en esta casa!

—No te atrevas desagradecida…si lo haces olvídate de este lugar y de mi ayuda económica.

—No volveré nunca, y ya no me considere su hija,  señora Lizeth.
Y diciendo esto se dirigió hacia la puerta cuando escuchó la voz de su madre.

—Pero sabes que tu hijo no nacerá con vida ¿cierto? —le dijo con una sonrisa macabra.

— Cállate vieja bruja.

—Tu hijo nacerá muerto. Es lo menos que te merecías, mala hija, pecadora.

— ¡CALLATE!—  repitió de nuevo con un grito Juliana — ¿Cómo puedes saberlo? Yo nunca te lo conté y nunca más nos volvimos a ver.

— Lo sé todo porque yo soy tú — dijo mientras se arrancaba su rostro revelando algo horrible: la cara de una rata vieja y asquerosa que se acercó hacia ella, arrancándole la nariz de un mordisco.

…Ahora estaba acostada en una mesa de cirugía, un médico le acariciaba la cabeza. Puja, puja, decía, ella obedecía, pero sabía que al momento de nacer su hijo ya estaría irremediablemente muerto.

Se escucharon chillados y el médico exclamó.

—Es un hermoso bebe.

¿Cómo?

Le acercaron un bulto sanguinolento, al destaparlo, gritó aterrada.

Era un polluelo sin plumas, solo se veía su carne desnuda y sangrante, sus ojos sin pupilas; empezó a chillar de una manera tan aguda que se vio obligada a taparse los oídos.

Los médicos se felicitaban entre sí mientras se quitaban los tapabocas. Eran unas palomas gigantes y sus plumas y chillidos inundaban la habitación. Juliana agarró un escalpelo de la mesilla de instrumentos quirúrgicos y lo dirigió hacia su garganta.

Pero no pudo hacer nada, porque ahora tenía encima a Ezequiel que le hacía el amor. Ella le agarró la espalda y le clavó las uñas con fuerza como lo hacía antes de alcanzar el orgasmo. Sus dedos se enterraron en la espalda de su amado.

Una costra le cayó en el rostro, miró de nuevo a su novio y se dio cuenta de que quien la poseía era su cadáver en descomposición, el ser sacó su lengua, blanca, llena de pústulas.
La mujer logró apartar de un empujón el cuerpo putrefacto y se dirigió hacia una puerta. Luego de abrirla, vio un pasillo oscuro y al final de esta otra puerta y así una y otra vez.  Corrió sin pausas, sintiendo como se hundía en el suelo,  mientras  que a lo lejos, como campanadas, se escuchaba Hotel California de Los Eagles: You can check anytime you want, but you cant never leave.

Finalmente llego a una puerta blanca de mármol que tenía un letrero:
La vamos a pasar muy rico.

La abrió

Al entrar vio un nuevo corredor pero este completamente iluminado, con puertas a cada uno de sus lados. Abrió una:

Una manada de lobos salvajes devoraba a su padre que estaba amarrado a un tronco. El hombre gritaba de dolor pero entre más fuertes y desgarradores eran sus gritos, más bestias llegaban excitadas a desgarrarle las entrañas.

Cerró la puerta y, temblando, se dirigió a otra.

Vio una réplica suya que miraba a su madre. Su doppelganger sacó una larga daga y se la enterró en el pecho a la señora Lizeth. La Juliana que miraba la escena observaba en silencio. Ese había sido su sueño más retorcido e inconfesable aunque nunca lo hubiera llevado a cabo.

Abrió otra puerta: Estaba al aire libre, en el campo, la brisa golpeaba su rostro. Escuchó múltiples voces que gritaban llenas de júbilo. Eran sonidos alegres, pero eran, al mismo tiempo, obscenas, vulgares: ‘Alaben todos al rey de la noche’ parecían proclamar todas ellas. En lo alto, alumbraban las estrellas y se asomaba una luna roja que se ocultaba bajo el humo de mil hogueras. Cientos de duendes, jorobados y seres deformes y contrahechos aplaudían y aullaban con alegría entregándose al desenfreno y frenesí.

Caminó hacia las piras y vio que eran alimentadas por cuerpos desnudos y decapitados. Horrorizada vio una montaña de cráneos que se alzaba imponente y sobre ella, el trono violeta y dorado ocupado por el hombre que la había contratado. El enano.

El ser la miró mientras esbozaba una sonrisa, en sus ojos había algo antinatural, demoníaco, asustada le dio la espalda y salió por la puerta, pero ya no estaba el pasillo.

Ahora estaba en un salón blanco. Una figura reptaba hacia ella, una criatura inmunda, pequeña, llena de sangre. Ella se llevó horrorizada las manos a la boca.

Era un feto.

La criatura se acercó mientras hablaba.

—Madre, madre, no me dejes morir.

La mujer echó a correr. En otro de los rincones apareció otro feto gritando con voz rasposa: “Madre, sálvame, no me dejes morir”. Antes de que se diera cuenta estaba rodeada por cientos de seres que repetían una y otra vez: ‘Madre, madre’.

Acorralada se arrodilló mientras gritaba:

—¡Yo no te maté! ¡Eras mi hijo y te amaba! ¡Nunca quise que nacieras muerto! ¡No más, maldito enano! No entrés más en mi ser, mi alma es mía, ¡Sólo mía! No la violes más…
Una voz fría le replicó: Eres mía para siempre…

Los engendros cerraban el círculo en torno a ella. A medida que se movían dejaban una estela de sangre sobre la superficie blanca.

Sabiéndose atrapada, cerró los ojos para no ver a las horrendas criaturas.

Oyó la voz exasperante de su madre: ‘Has vuelto a casa mala hija, mereces un castigo’

—Quédate hijita, te voy a dar lo que te gusta — murmuró su padre.
—Asesinaste a mi hijo, ¡A mi hijo! — gritó Ezequiel.
—Esta es tú casa, no hay mejor sitio para nosotras que este lugar, déjate llevar — le dijo una de sus compañeras de la Academia.

Sintió incontables manitas que le tocaban los pies y se trepaban sobre ella, el tacto asqueroso de esos pequeños demonios le recorrían el cuerpo, se sintió ahogada por miles de bebés que la asfixiaban mientras decían: ‘sálvanos’ y ‘madre’. Tinieblas.

Su grito resonó por toda la habitación. Abrió los ojos, estaba desnuda e intacta. A su lado, estaba el reloj: había pasado una hora desde que el hombre le abrió la puerta. Estaba tan alterada que no vio que en el nochero a su lado había dos billetes de cien dólares.

Atraídos por los gritos histéricos, los empleados del hotel tumbaron la puerta de la habitación 69, les tomó más de cuatro horas calmar a la mujer.