sábado, 30 de junio de 2018

Diez años sin Camilo

Hoy hace exactamente diez años mi querido amigo, mi hermano, Camilo Reyes murió en un accidente automovilístico. La noticia me sorprendió regresando a Bogotá después de una visita a Cali. En esa época, abrumado por deudas y pocos recursos económicos, iba de una ciudad a otra en bus y llegué reventado después de un viaje de doce horas por lo que unido al dolor de la pérdida me toco devolverme al día siguiente también en bus a Cali a encontrarme con una de las citas más tristes que he tenido en mi vida.

Soy ateo pero la ceremonia cristiana que le hicieron a mi amigo fue hermosa. Di un discurso del que no recuerdo gran cosa por el dolor. Al acercarme al ataúd y ver su cuerpo no podía creer que ese fuera ese ser que tanto quise al que conocía desde los tres años, mi consejero y con quien nos sorprendía madrugadas hablando sobre los sueños y el futuro.

Para ser una persona que no cree en nada con él me paso algo muy extraño que quizá sea una revelación del más allá. Tuve un sueño. Lo veía pero no como una presencia física, estaba desnudo pero envuelto como en una luz  brillante, yo le preguntaba si veía a dios, si existía y él solo sonreía y me decía, Yo no lo veo, lo siento, siempre me he preguntado si ese sueño fue fruto de mi inconsciente desesperado por verlo de nuevo o un mensaje de mi amigo desde la otra vida.

No ha sido la única vez que se ha manifestado aunque sí conmigo. Piedad y Diego sus papás y su hermano Sergio cada cierto tiempo me cuentan que de una u otra forma se les ha hecho presente. Ya sea con su canción favorita que suena de un momento a otro en un centro comercial o en la radio durante momentos difíciles o una flamante mariposa que aparece salida de quién sabe dónde y que ellos habían establecido como el animal que lo representa y más de una vez también han soñado con él. No sé si exista el más allá o no pero es bonito pensar que los muertos nunca se han ido del todo y siguen cuidándonos con el mismo amor que nos tenían cuando estábamos vivos.

Diez años, se escribe más fácil de lo que se vive. Ha corrido mucha agua debajo del puente como se dice por ahí: Murieron mis padres y mi perrito pero también nació mi hermosa sobrina. Yo tampoco soy el mismo, he cambiado, madurado, aunque la esencia siga siendo la misma, es la vida misma la que nos encarga de moldearnos, de enfrentarnos a pruebas difíciles donde a veces pensamos que no queremos seguir pero hacemos de tripas corazón y seguimos recorriendo la senda del caminante hasta que nuestro sendero haya terminado también.

El dolor nunca se va, como el dolor fantasma que sufren los amputados donde siguen sintiendo que sus extremidades perdidas siguen estando presentes. Debo hacer una confesión, no recordaba que hoy se cumplía este día, pero tanto ayer como hoy tenía una enorme tristeza inexplicable que entendí cuando caí en cuenta de la fecha.

Muchas veces no dejo de preguntarme qué sería de él si siguiera vivo. Sería un magnífico médico (lo que es la vida, mi otro gran amigo, Cm Muriel también optó por esa carrera de servicio a la humanidad), se habría unido a Médicos sin fronteras como era su sueño y habría tenido esa hermosa niña con la que siempre soñó. Pero pensar en ello no sirve de nada, son solo sueños de un futuro que nunca fue y sólo lástima y duele. Prefiero pensar en el hombre que fue, en su nobleza, inteligencia y sentido común, en su alegría, su amistad y lealtad, en el amor que dejó en quienes tuvimos la fortuna de  en la huella que dejó en todos los que amamos, a fin de cuentas todos iremos a lo desconocido y eso más allá de la plata, la fama y los placeres mundanos es lo único que dejaremos en este mundo.

Pienso en los seres que he perdido los últimos años y sé que en el futuro también tendré nuevas pérdidas y llegará el momento en el que yo deba partir y espero dejar un recuerdo tan bonito como el que dejó Camilo. Pienso también en Verónica, en su vida que recién comienza y que también ella deberá enfrentarse a la pérdida de la gente que más ama, pero esa es la vida, porque lloramos solamente por lo que amamos, pero también en este paréntesis de la nada que es la vida, también compartimos tiempo con ellos, sonrisas, conversaciones y  momento inolvidables que ni siquiera la muerte es capaz de borrar y eso es lo que le da sentido a la vida, por lo que vale la pena vivir. Soy muy afortunado de haberme encontrado con Camilo en este universo y haber compartido los años compartidos así a veces parezcan tan cortos y se haga extrañar tanto.

Espero que estés en paz mi querido amigo. Te amo y te mando un abrazo donde sea que estés.







lunes, 25 de junio de 2018

Selección Colombia, 50 millones de gracias….


No se canta el himno nacional con mayor alegría y devoción que cuando se juega un partido de fútbol en un mundial. Es entonces cuando el país de manera conjunta cierra los ojos y canta, quienes están por fuera dejan caer una lágrima de añoranza mientras recuerdan esa tierra tan lejana que ya no les pertenece a ellos sino a su infancia o juventud, mientras que el resto del territorio se hace uno en un país de cincuenta millones de almas tan parecidas pero a la vez tan distintas.

Hace algunos meses estuve de vacaciones en el Perú y me sorprendió el orgullo nacional que existe en torno a su herencia indígena, en cómo a diferencia de acá no niegan la parte ‘india’ que los conforma sino que la aceptan y hace parte de su identidad como nación, lo mismo ocurre con los mexicanos y su orgullo siempre latente por su sangre azteca. Pienso en lo necesario que es que existan figuras en torno al cual construir un imaginario como nación y siento que en Colombia no hay una clara: García Márquez es un lugar común el cual la mayoría no ha leído, Antonio Nariño y los próceres son demasiado lejanos, y científicos como Rodolfo Llinás y Manuel Elkin Patarroyo si bien están despertando un renovado interés en las nuevas generaciones no representan al colombiano del común.

Pero pienso en el fútbol y creo que encuentro mi respuesta. No sólo en esta nueva generación que ha logrado milagros como el quinto lugar en Brasil y la resurrección en este Mundial sino en general. No hay colombiano que no piense en Willington Ortiz, Faustino Asprilla, Arnoldo Iguarán, El Pibe Valderrama, Freddy Rincón o René Higuita y no sonría. Esa es la magia del fútbol, hacer que un país más allá de sus diferencias políticas, religiosas, económicas o filosóficas se unan alrededor de once tipos en pantaloneta corriendo detrás de una pelota.

Muchos intelectuales, encabezados por el gran Jorge Luis Borges, desprecian el fútbol y lo consideran prácticamente una actividad digna de brutos, siendo incapaces de comprender la tristeza de regresar a casa después de que el equipo amado es eliminado o la euforia de la victoria, son incapaces de sentir como estos hombres no son simplemente ellos, sino la representación de los sueños y la pasión de la persona del común y su victoria es la de nosotros y su derrota duele al extremo de que personas incapaces de demostrar sus sentimientos lloran como niños pequeños abrazando una bandera.

Porque ya lo decía el gran Terry Pratchett, “Lo que pasa con el fútbol, lo verdaderamente importante del fútbol, es que no se trata solo de fútbol” y agregaría que se trata sobre la vida misma y que nuestra Selección Colombia nos representa a la perfección. Porque sus jugadores nos dan lecciones día a día: De avanzar sin importar ser hijos de la violencia como a Juan Guillermo Cuadrado quien a pesar de ver desde debajo de su cama como asesinaban a su papá es hoy una gran estrella de la Juventus; de aprovechar las segundas oportunidades de la vida como James Rodríguez suplente del Real Madrid de Zidane y ahora pilar del gran Bayern Munich, de la fe inquebrantable de Falcao García quien después de su terrible lesión que lo ausentó del Mundial pasado y ser sentenciado por muchos a ser un ‘ex jugador’  demuestra que vale la pena soñar y luchar por tus sueños, y podría seguir porque cada jugador es un universo aparte, una historia de superación y sacrificios para representar los colores del país.

A veces olvidamos que esto es un juego y que tal como ganamos hoy, perdemos mañana; que ningún jugador quiere equivocarse o perder el partido, que el equipo puede tener un mal día o un técnico se puede equivocar en la estrategia. Olvidamos que frente a la Selección se paran también once tipos que representan millones de sueños  del otro lado del mundo y que un grito de gol nuestro es un lamento para ellos y viceversa, y que al igual que los nuestros darán su alma para enorgullecer a su país.  Hoy celebramos la victoria sobre Polonia y esperamos volver a hacerlo el próximo jueves contra Senegal pero quiero de mi parte, y sin importar el resultado, decirles a cada uno de los integrantes del equipo lo profundamente orgullosos que estamos de ellos.

Albert Camus decía que la bandera de la patria es la camiseta de la selección nacional de fútbol y no puedo menos que estar de acuerdo con él. Cincuenta millones de gracias Selección Colombia y vamos por Senegal. #ConLaFeIntacta.     






miércoles, 20 de junio de 2018

La culpa no es solo del hincha


La culpa no es solo del hincha resentido que luego de la derrota frente a Japón buscó a un mujer de ese país para burlarse de ella en un vídeo; la culpa no es solamente de los hinchas que colaron de manera ilegal aguardiente en el estadio y luego hicieron otro vídeo muertos de la risa (qué tal el ingenio paisa, dice una de las voces) orgullosos de su proeza. Ellos son simplemente el reflejo de una sociedad putrefacta y dañada hasta la médula, en su espíritu y su alma.

La culpa no es solamente de Duque, Petro, Gerlein, Roy Barreras o Fajardo. Ni siquiera de Álvaro Uribe. Estamos enfermos desde pequeños y no nos damos cuenta. Vivimos intoxicados por una sociedad que vive por y para el odio, una cultura donde lo importante es conseguir o tener, donde lo que vale es imponer las ideas y ‘triunfar’ de la manera que sea, sin importar a qué costo, qué se deba hacer o por encima de quién se deba pasar. Hemos vuelto un triste mantra aquello de ‘Traiga la plata mijo, si no puede honradamente….traiga la plata mijo’

Vivimos convencidos de que solo los triunfadores tienen la razón y queremos a toda costa pertenecer al bando de ellos, los vencedores, los salvadores, los buenos. Queremos no solamente vencer al bando contrario sino humillarlo, aniquilarlo, por eso somos incapaces de perdonar y construir sino que preferimos destruir y hundirnos en un espiral de violencia y muerte, es por eso mismo que también somos malos perdedores, incapaces de aceptar que el otro es mejor que nosotros, porque seguramente si nos vence es porque hizo trampa, se dopó o se lo dio al jefe y por lo tanto merece nuestra burla y humillación.

Es ese patético sentimiento de superioridad el que hace que nos burlemos de quien no es igual que nosotros, incluso dentro del propio país generalizamos, entonces el costeño es perezoso, el pastuso  bruto, el paisa aprovechado, la pereirana puta y  el rolo hipócrita. Pero ay, de que alguien se meta con nuestra región o ciudad, saltamos indignados pidiendo un respeto que somos incapaces de ofrecer. También nos burlamos de los argentinos, gringos, bolivianos o peruanos pero cuando en algún programa extranjero hacen alusión a las drogas o a nuestros  criminales que se van al extranjero a delinquir, ponemos ojos de ternero degollado y con lágrimas en los ojos pedimos que no nos estigmaticen y que no todos los colombianos somos así, mientras  a la vez se sigue haciendo trampa y se busca sacar ventaja de la situación.

Porque la mentalidad del todo vale ha permeado por completo la sociedad desde el estrato más pobre hasta el más rico. Criticamos a los hinchas que entraron el trago de contrabando más que todo porque están ahora en la palestra ni siquiera pública sino mundial,  pero cuántas veces no hemos buscado hacerle el quiebre a la ley, sacar ventaja, cuánta gente no piensa en lo que decía ese repugnante y misógino senador de que ‘las leyes son como las mujeres, se hicieron para violarlas’, y cuando logramos evadir la norma, así sea en una pendejada como no recoger la cagada de un perro, lo celebramos, nos creemos los mejores, los más astutos, los de la ‘malicia indígena’.

Y creo que nada le ha hecho más daño a la psiquis del país que la dichosa ‘malicia indígena’ que de indígena no tiene nada. La mentada premia la mentira, el engaño, la ilegalidad. En vez del trabajo duro, se alaba la pereza; en vez de la honestidad, se enaltece la mentira. Es el sumun que tiene su culmen en aquello del vivo vive del bobo y es esa mentalidad tramposa y mediocre y es algo que esté quien esté de presidente, nunca nos permitirá avanzar como país.

Mucho se ha hablado de la importancia de la educación para un cambio en la sociedad, y si bien es una de las claves para avanzar no dejo de preguntarme, ¿no fueron los Nule a las mejores universidades? ¿No lo hicieron los políticos corruptos que saquean al país? ¿Estos hinchas en en Rusia no fueron al colegio? ¿son ellos el reflejo de nuestro país por más que lo queramos negar? Debemos trabajar no solo en la educación sino en una sociedad donde los valores sean importantes, donde el ser humano sea empático y, perdonarán la redundancia, humano. Los japoneses nos derrotaron y en ningún momento se burlaron de nosotros, al contrario se quedaron después del partido recogiendo la basura del estadio porque eso es lo normal para ellos. Es por esa razón que ese país pasó de estar destrozado por la guerra a ser una potencia en poco menos de cincuenta años mientras que nosotros seguimos elegiendo gobernantes guiados por el miedo y el odio.

Pero creo que el cambio es posible y una buena señal es el rugido nacional condenado estos infames hechos en Rusia. Ningún mesías nos va a salvar. El cambio comienza por cada uno de nosotros y así y solo así quizá algún día tengamos futuro como país.