lunes, 19 de junio de 2017

Memento mori

Hace cinco semanas, mientras visitaba a mi hermana en Orlando, ella me pidió que la acompañará al grado del hijo de una amiga del trabajo. Al llegar nos encontramos con la compañera y sus hijos: el agasajado, la  pequeña niña y el hijo del medio, joven promesa del fútbol y amable sonrisa quien me ofreció su silla cuando llegué. Una semana después, él, el amable deportista, el hijo y hermano dedicado y adolescente  de quince años había muerto junto a su novia en un trágico accidente de tránsito.

El sábado pasado explotó un petardo en el baño femenino en el Centro Comercial Andino matando a tres mujeres quienes ese día se habrían despertado sin saber que sería el último amanecer que verían.

 Es curioso como malgastamos nuestra vida sin darnos cuenta. Sabemos que es corta pero lo olvidamos mientras la rutina nos devora lentamente y sólo cuando la fatalidad toca a nuestra puerta lo recordamos. Quizá sea un mecanismo de supervivencia y, al igual que una mujer que da a luz olvida el dolor que experimenta durante el parto para poder tener más hijos, tal vez si fuéramos conscientes de nuestra mortalidad estaríamos tan estupefactos que seríamos incapaces de vivir.

Pero a veces caemos en un largo letargo, en la indiferencia absoluta. Un ejército de muertos en vida pegados a un celular, a un computador portátil, al televisor, esclavos de sus propios inventos quienes todos los días hacen lo mismo una y otra vez, los mismos lugares con la misma gente. Pero miento, es probable que exagere: En gran parte es la repetición lo que le da cierto sentido a nuestra existencia, vemos a las mismas personas porque establecemos vínculos afectivos con ellos, repetimos las mismas actividades porque muchas veces nos dan placer y nos establecemos en una ciudad o un país porque creemos haber encontrado nuestro lugar en el universo. Algunos lo encuentran desde niños, a otros nos cuesta hallarlo toda la vida.

El problema es entonces la actitud hacia la vida. Olvidamos que un milagro se encuentra en las cosas más sencillas. El solo hecho de que escriba estas líneas y ustedes la lean es ya uno de ellos. Millones de posibilidades y probabilidades han tenido que ocurrir para que estemos aquí y ahora. Cosas tan maravillosas como amar y ser amados, poder besar y abrazar a quienes queremos, incluso quienes se sientan las personas más solitarias del mundo pueden alzar la vista y sentir el calor del sol o las gotas de agua que se deslizan por su cuerpo, pueden ver las estrellas o caminar por un parque cercano y disfrutar la naturaleza en su esplendor, son en ocasiones invisibles a nuestros ojos.

La sociedad nos convence que lo único  importante es la plata, el reconocimiento, las mujeres (u hombres) que te puedas llevar a la cama, la fiesta, los restaurantes elegantes, la vida social o los viajes por el mundo  y no seré tan mojigato de decir que todo eso  no pueda ser divertido, pero lo que intento decir es que la vida va mucho más allá de eso. Solo cuando conocemos la enfermedad de cerca (ya sea padeciéndola en carne propia o en un familiar) vemos lo afortunados que somos por el hecho de estar sanos, solo cuando vemos morir a alguien cercano somos conscientes de lo efímero que somos en la vida antes de internarnos en el desierto infinito de la noche.

Mi invitación es sencilla. Vivan su vida con pasión. Saboreen ese helado que compraron por ahí, abracen con fuerza a sus seres queridos, no les de pena decirles cuánto los quieren porque alguna vez será la última, díganle a esa mujer que mira el infinito que tanto les gusta que la aman así les rompa el corazón con su negativa, disfruten su trabajo y sus amigos, permítanse soñar y vayan en pos de eso que tanto los hace felices así fracasen una y otra vez. Y no olviden a sus muertos: Su amor guía nuestra vida hasta el momento de un reencuentro.


En la antigua Roma cuando un general victorioso recorría sus calles siendo vitoreado por el pueblo tenía detrás un siervo que le susurraba ‘Memento mori’, recuerda que morirás. En mi visita a Estados Unidos mientras abrazaba a mi hermana embarazada y mi cuñado y disfrutaba de la maravillosa hospitalidad de mi mejor amiga y su esposo, me sentí el hombre más feliz de la tierra. Y sí, oí esa voz que me dice que algún día moriré, pero también recordé que el amor, la felicidad y la tranquilidad nos harán perdurar más allá de la muerte.