Hace cinco semanas, mientras
visitaba a mi hermana en Orlando, ella me pidió que la acompañará al grado del
hijo de una amiga del trabajo. Al llegar nos encontramos con la compañera y sus hijos: el agasajado, la pequeña niña y el hijo del medio, joven promesa del
fútbol y amable sonrisa quien me ofreció su silla cuando llegué. Una semana
después, él, el amable deportista, el hijo y hermano dedicado y adolescente de quince años había muerto junto a su novia
en un trágico accidente de tránsito.
El sábado pasado explotó un
petardo en el baño femenino en el Centro Comercial Andino matando a tres mujeres
quienes ese día se habrían despertado sin saber que sería el último amanecer
que verían.
Es curioso como malgastamos nuestra vida sin
darnos cuenta. Sabemos que es corta pero lo olvidamos mientras la rutina nos
devora lentamente y sólo cuando la fatalidad
toca a nuestra puerta lo recordamos. Quizá sea un mecanismo de supervivencia y,
al igual que una mujer que da a luz olvida el dolor que experimenta durante el
parto para poder tener más hijos, tal vez si fuéramos conscientes de nuestra
mortalidad estaríamos tan estupefactos que seríamos incapaces de vivir.
Pero a veces caemos en un largo letargo, en la indiferencia absoluta. Un ejército de muertos en vida pegados a un celular, a un computador portátil, al televisor, esclavos de sus propios inventos quienes todos los días hacen lo mismo una y otra vez, los mismos lugares con la misma gente. Pero miento, es probable que exagere: En gran parte es la repetición lo que le da cierto sentido a nuestra existencia, vemos a las mismas personas porque establecemos vínculos afectivos con ellos, repetimos las mismas actividades porque muchas veces nos dan placer y nos establecemos en una ciudad o un país porque creemos haber encontrado nuestro lugar en el universo. Algunos lo encuentran desde niños, a otros nos cuesta hallarlo toda la vida.
Pero a veces caemos en un largo letargo, en la indiferencia absoluta. Un ejército de muertos en vida pegados a un celular, a un computador portátil, al televisor, esclavos de sus propios inventos quienes todos los días hacen lo mismo una y otra vez, los mismos lugares con la misma gente. Pero miento, es probable que exagere: En gran parte es la repetición lo que le da cierto sentido a nuestra existencia, vemos a las mismas personas porque establecemos vínculos afectivos con ellos, repetimos las mismas actividades porque muchas veces nos dan placer y nos establecemos en una ciudad o un país porque creemos haber encontrado nuestro lugar en el universo. Algunos lo encuentran desde niños, a otros nos cuesta hallarlo toda la vida.
El problema es
entonces la actitud hacia la vida. Olvidamos que un milagro se encuentra en las
cosas más sencillas. El solo hecho de que escriba estas líneas y ustedes la
lean es ya uno de ellos. Millones de posibilidades y probabilidades han tenido que
ocurrir para que estemos aquí y ahora. Cosas tan maravillosas como amar y ser amados, poder besar y
abrazar a quienes queremos, incluso quienes se sientan las personas más
solitarias del mundo pueden alzar la vista y sentir el calor del sol o las
gotas de agua que se deslizan por su cuerpo, pueden ver las estrellas o caminar
por un parque cercano y disfrutar la naturaleza en su esplendor, son en ocasiones invisibles a nuestros ojos.
La sociedad nos convence que
lo único importante es la plata, el reconocimiento, las mujeres (u hombres) que te
puedas llevar a la cama, la fiesta, los restaurantes elegantes, la vida social
o los viajes por el mundo y no seré
tan mojigato de decir que todo eso no pueda ser divertido, pero lo que intento
decir es que la vida va mucho más allá de eso. Solo cuando conocemos la
enfermedad de cerca (ya sea padeciéndola en carne propia o en un familiar)
vemos lo afortunados que somos por el hecho de estar sanos, solo cuando vemos
morir a alguien cercano somos conscientes de lo efímero que somos en la vida
antes de internarnos en el desierto infinito de la noche.
Mi invitación es sencilla. Vivan
su vida con pasión. Saboreen ese helado que compraron por ahí, abracen con fuerza
a sus seres queridos, no les de pena decirles cuánto los quieren porque alguna
vez será la última, díganle a esa mujer que mira el infinito que tanto les
gusta que la aman así les rompa el corazón con su negativa, disfruten su
trabajo y sus amigos, permítanse soñar y vayan en pos de eso que tanto los hace
felices así fracasen una y otra vez. Y no olviden a sus muertos: Su amor guía
nuestra vida hasta el momento de un reencuentro.
En la antigua Roma cuando un
general victorioso recorría sus calles siendo vitoreado por el pueblo tenía
detrás un siervo que le susurraba ‘Memento mori’, recuerda que morirás. En mi
visita a Estados Unidos mientras abrazaba a mi hermana embarazada y mi cuñado y
disfrutaba de la maravillosa hospitalidad de mi mejor amiga y su esposo, me
sentí el hombre más feliz de la tierra. Y sí, oí esa voz que me dice que algún
día moriré, pero también recordé que el amor, la felicidad y la tranquilidad
nos harán perdurar más allá de la muerte.