jueves, 28 de noviembre de 2013

Huellas ( Basado en una estrofa de Vinícius de Moraes)

Cada año,el  Instituto de Cultura Brasil Colombia (Ibraco) realiza un concurso literario. Ya son dos años en los que participo y no he ganado aún. Seguiré mandando mis cuentos hasta que venza o me exploten los dedos y la mente (lo que sea que pase primero).

En esta ocasión el texto debía iniciar con una estrofa del gran cantante Vinícíus de Moraes y completarlo. El texto en cuestión era el siguiente:

Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure…


Y esto fue lo que resultó. Espero les guste: 





Huellas

  
Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure…
Y queme hasta las cenizas del alma
Porque aquello que quisimos nos habrá de doler hasta la eternidad
Es la cicatriz que demuestra  que amamos
La huella indeleble que nos recuerda que estamos vivos…


El hombre caminaba mientras cantaba los versos antes enunciados. No recordaba quién se los había enseñado, quizá había sido un viejo poeta, vate de amores perdidos y nunca encontrados, o tal vez era invención suya, creados sobre la marcha, el deseo de un moribundo que no se resigna a morir.

Avanzaba sobre arenas límpidas y brillantes, dejando tras de sí el rastro de su sangre sobre las dunas, un recuerdo que pronto se llevaría el mar.  Cada paso que daba lo acercaba a la muerte, cada descanso aceleraba su deceso; aun así se seguía moviendo, de manera tambaleante, en zigzag, obstinado, pensando que la salvación estaba en continuar un poco más la senda, en no dejarse alcanzar por el vacío. Sintió frío, no sabía si era por la herida la cual se palpó de manera inconsciente o por los vientos nocturnos. Levantó la mirada y vio a la madre de todas las lunas, monstruosamente grande y apoteósica, el sumun de todos los satélites con dibujos de conejos y cráteres en su superficie,  solitaria en un manto oscuro sin estrellas. Siempre pensó que moriría bajo el sol, en un día caluroso, con los rayos calentando los corazones y palmeras, una guitarra en las manos y una canción en el corazón. Por lo menos aún conservaba esto último, pero ¿quién era su autor? Podría jurar que su nombre comenzaba con V, quizá Victoria, Vilma, Verónica, Valeria, Virginia, Valentina, Vica, Violeta o Viciao.

¿Sabía que su perdición iba a ser las mujeres? Nunca lo había dudado. Su vieja Yayá se lo había dicho desde pequeño, ‘¿Hombre moreno de ojos verdes? Serás todo un donjuán, nunca llegarás al altar pero una tumba muy pronto te esperará”, y luego se iba a fumar otro tabaco mientras  leía el tarot a otra de sus amigas. Hablaba poco y siempre en acertijos de esfinge mientras el pequeño moreno, sonreía con sus dientes perlados, refulgiendo sus ojos como diamantes, gritando que bien valía la pena morir por las piernas de una mujer, tras lo cual se iba a jugar fútbol entre garotas de buen hacer y turistas japoneses.

Cómo le dolía la herida… sentía una agonía terrible, unas ganas casi irresistibles de tirarse en el suelo y contemplar el cielo mientras las olas lamían sus pies, pero sabía que si lo hacía no se movería más. Cada paso que daba se internaba en una especie de choza imaginaria e invisible con miles de puertas que se extendían hasta el infinito. Se acercó a una y la abrió, se vio en brazos de una mujer negra como el carbón y de turbante que sostenía a un pequeño cagón que no lloraba sino que rugía, su madre entonó entonces una canción de galeras, de remembranzas de esclavitud, triste y nostálgica que hizo que su yo mayor retrocediera  y cerrará la puerta con delicadeza; otra de ellas lo llevó a una habitación inundada por el humo del tabaco y a Yayá barajando las cartas una y otra vez,  intentando cambiar un destino insobornable, mientras la anciana repetía como un mantra “Hombre moreno de ojos verdes, qué desgracia”, alzó la vista y sus ojos se encontraron con el visitante que incapaz de soportar la mirada huyó despavorido;  lo intentó por tercera vez y vio a todas y cada una de las mujeres que había amado por unas horas, por una noche, las contempló en el momento exacto que llegaban al placer. Quiso quedarse en ese cuarto pero en cuanto se acomodó supo que no era bienvenido en ese lugar, una energía femenina y salvaje lo desterraba, lo expulsaba con la promesa de tormentos peores a los de la muerte.

Es curioso, pero no recordaba el momento exacto de la herida. Cada vez que lo intentaba sólo veía un refulgir de una navaja, un aroma florido pero pesado y la risa densa de un hombre en la oscuridad.  No confíes nunca en una mujer nacida en agosto, le había dicho Yayá pero él había hecho un gesto orondo,  alzado los hombros y persiguiendo a cuánta mujer se le atravesara en su camino sin importar su mes de nacimiento y he aquí las consecuencias de sus actos. No se arrepentía del todo, había disfrutado de cada una de sus hembras, de sus  rizos cayendo por sus hombros,  sus sonrisas celestiales, sus caderas anchas y bustos generosos, no era para nada una razón por la cual no morir.

Seguía su trasegar cuando la divisó. Estaba acurrucada acariciando el lomo de un gato, mientras lo esperaba expectante.

­­—Eres tú —dijo el hombre con mucho esfuerzo—. Pierdes tu tiempo, esta noche no pretendo morir.

—Eso dicen todos —respondió con paciencia la Muerte—. Están tan convencidos de su inmortalidad que nunca son conscientes de que les ha llegado la hora.

—Di lo que quieras. Pero esta no es mi hora.
—Como digas, hoy eres la estrella de la función. Tan sólo, déjame acompañarte un rato más.

El hombre la ignoró y siguió caminando. A su lado los recuerdos se desbordaban pero más que ellos pensaba en gestos que había visto y vivido, sonrisas, lágrimas, un te amo en una tarde lluviosa, una melodía triste, todo aquello que conforma nuestra humanidad. Recordó que Yayá le había dicho que si llegaba hasta el Corcovado y le pedía con toda la devoción un deseo, el redentor se lo concedería sin importar cuál fuera. Sólo esperaba tener las energías suficientes para llegar hasta él, el camino aún era largo, siguió andando con la Muerte como sombra silenciosa mientras cantaba:

Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure