lunes, 20 de febrero de 2012

Libros leídos 2012. (3) Los amores difíciles de Italo Calvino: Las pequeñas aventuras cotidianas de la vida.





Los amores difíciles
Autor: Italo Calvino
Editorial: Tusquets editores
256 páginas


Italo Calvino fue uno de los escritores italianos más importantes del siglo pasado, si bien es cierto que nació en Cuba, en Santiago de las Vegas para ser más exacto, podría decirse que es más italiano que el queso parmesano. Y su vida, su obra, lo refleja perfectamente.

No había tenido la oportunidad de leer nada de él y cuánto lo lamento. Si el resto de su obra es tan buena como este libro de cuentos, en verdad me estoy perdiendo de un gran escritor.

Los amores difíciles está dividido en dos partes: La primera de ellas tiene el mismo nombre del título y contiene trece relatos cortos sobre personas del común –un soldado, una mujer casada, un lector-, que se ven envueltos en hechos cotidianos pero que tienen un algo especial que los saca de su rutina, una especie de aventura –de allí el hecho de que cada uno de estos cuentos tengan como antetítulo la palabra aventura: La aventura del poeta, la aventura del oficinista, etcétera- que son excelentemente descritos.

En esta parte, por lo general, hay una interacción del protagonista con un personaje del sexo opuesto. No hay, desde luego, nada explícito, los pocos encuentros sexuales son sutiles, apenas insinuados; también es palpable que estos encuentros y desencuentros son fugaces, no hay una unión permanente y el libro podría llamarse perfectamente la aventura de un amor frustrado.

Tampoco existe nada heroico, ni acciones extraordinarias por parte de los protagonistas, podría considerarse un libro lento pero sin que este calificativo sea negativo, cada acción ocurre en el momento adecuada y a los relatos no les sobra ni una sola página. Ese podría ser el encanto de Calvino, relatar de manera exquisita pequeñas aventuras de gente normal, que pueden encontrarse en cualquier esquina.

¿No me creen? ¿Han sentido ustedes la necesidad de acercarse a una extraña durante un viaje y mandarles señales minúsculas a través de una caricia, un leve roce? ¿Han vagados como locos de un sitio a otro presa de los celos con una carretera como único testigo? ¿O quizá mientras leen han observado entre líneas a esa hermosa mujer que se confunde con el mar y que coquetea de manera infantilmente tierna? Todo eso es narrado con maestría por Calvino.

Especial mención requiere la segunda parte del libro: La vida difícil, compuesta únicamente por dos relatos: La hormiga argentina y La nube de smog –los cuales son de mayor extensión-. En estos cuentos, Calvino demuestra que también domina el cuento largo.

Como su nombre lo indica en éste se hablan de dificultades en la vida cotidiana, pero si en la primera parte lo hacía desde una parte más solitaria, melancólica y desde el interior del ser humano; en esta se basa más en la sociedad, ya sea desde un punto de visto de un padre de familia que lucha inútilmente contra una plaga de hormigas o la de un periodista soltero que contempla con preocupación una nube de smog que amenaza con devorarse una ciudad entera sin que ésta haga nada para impedirlo.

Estos relatos rebosan denuncia, humor negro y sarcasmo hacia la comunidad y el gobierno. No hay que olvidar que Calvino fue comunista y esto se nota en las historias. Ojalá todos los de izquierda escribieran como él.

En fin, excelente libro, recomendable y no dudo que pronto volveré a las letras de este italiano.

martes, 14 de febrero de 2012

Brevísimo ensayo sobre una historia de amor



Un chispazo, un click inaudible, una sola mirada que contiene miles de vidas en un segundo, puede pasar en la sala de un amigo, en la discoteca y parecer que a primera vista nada haya cambiado pero en tu interior sientes miles de engranajes moverse en pos de una dirección, de un olor, un tacto. Vuelves a mirar, de reojo, despacito, no vaya a ser que te equivoques, que el click del demonio haya sido imaginaciones causadas por un duende jugueton. Levantas la cabeza. Ella sigue allí.

Las mariposas que están en tu estómago empiezan a aletear con fuerza, intentas calmarlas haciendo la tarea y acercándote a ese espécimen desconocido que sabes podría costarte la existencia.  Te desplazas hacia ella en todas las direcciones: De lado, para atrás, en diagonal, nunca de frente  o de manera brusca no vaya a ser que huya.  Averiguas  con amigos de quién se trata, disimulas de mala forma la ansiedad atragantándote de licor.  Finalmente si hay música te levantas y con el corazón en la boca pero sin que ella lo note le preguntas si quiere bailar.

La sinfonía de los cuerpos se mueven en perfecta armonía al ritmo de los tambores, el bongó y las trompetas, por un momento la vista deja de ser el sentido rey para darle paso al tacto con el que nuevos paisajes anatómicos se abren y los dedos exploran rincones nunca imaginados.

Si se tiene suerte al final de la noche se habrá conseguido un teléfono, un beso o un correo, de lo contrario la historia de amor tendrá un final que dista al de los cuentos de hadas y habrá que buscar a otra princesa vagabunda con la cual devorar perdices hasta el fin de los tiempos.

Llamas la primera vez pensando si tal vez ella te recuerda. Suena el teléfono una vez, dos veces, no contestó, lo dejas sonar cinco, seis veces más, debatiéndote en colgarlo o llamar de nuevo, en ser ausente o ser intenso. Finalmente contesta, no escucha tu ‘hola’ sin fuerza, no me va a reconocer. Si lo hace. Quedan en verse pronto, mientras tanto la agregas a las redes sociales.

La red es ahora un nido de amor cibernético, es  lo que para nuestros  abuelos eran  las salidas al parque del pueblo y para nuestros padres las salidas a tomar helado mientras buscaban tocar disimuladamente una mano.  Gracias a la tecnología puedes tener una especie de hoja de vida de la persona en cuestión: Gustos, familiares, mascotas, hobbies y perversiones, todo al alcance de la mano, un universo contenido en un monitor.

Salen y empiezan a crear un mundo compartido, a generar códigos comunes que durarán el tiempo que  estén juntos. Al principio no comprenderás cómo es posible que un ser tan perfecto pudiera estar tan solo en este mundo,  te preguntarás si estás idiotizado, drogado bajo los influjos de Venus, intentas mantener la cordura, pero ella te toca y las lenguas se mezclan compartiendo la dulce saliva que ya no es de ella o tuya sino de ambos. Luego vendrá la comunión de los cuerpos, el intentar de manera vana fusionarse en un solo ser, una sola carne, el querer un solo orgasmo que dure el resto de la existencia.

Tiempo después -¿semanas? ¿meses? ¿años?- verás el primer defecto.  Un rasgo minúsculo que antes no notabas, quizá esa mancha en la piel, esos celos que tomabas por amor, esa posesión que tomabas por atención; es algo, en verdad, nimio por lo que no vale la pena terminar una relación tan maravillosa ¿verdad?

Posteriormente te darás cuenta que ese pequeño error no sólo ha aumentado sino que se ha multiplicado como granos de varicela. Esa persona aunque sigue siendo tan especial, es humana y te horroriza descubrirlo. La habías idealizado en tus patéticos sueños de adolescente tardío, en tus fantasías de revistas de supermercado. Pero hay un hecho aún peor: Ella ha descubierto lo mismo, has dejado de ser el príncipe del reino encantado para convertirte en el bufón de la corte.

Las discusiones antes amables, dulces y constructivas se convierten en juegos de poder,  peleas de orgullo, donde ceder un poco no significa aprender del otro sino una muestra  de debilidad y derrota. Alternado con un grito viene un beso, un golpe por una caricia, y un ‘te odio’ se canjea por un ‘te amo’, se sigue jugando por inercia, inercia de vivir, de no romper la rutina.

Mientras tanto  o paralelo a este hecho están las salidas a cine, el dormir juntos mientras se comparten los cuerpos, el descubrimiento de un nuevo restaurante o discoteca, el convertir tu familia en la mia, el limpiar una lágrima del rostro ajeno por la pérdida de un ser querido o de un trabajo.  Te casarás y tendrás hijos o mantendrás  un resquicio de independencia y seguirás soltero pero comprarán un perro o un animal que los mantenga distraídos. Quizá alguno de los dos consiga un amante o quizá se sumergirán en un hobbie o un vicio para mantener la cordura en la loca decisión de recorrer  dos personas un sendero que está diseñado sólo para una.

Crecerás al lado de esa persona, aprenderás muchas cosas de ella; algunos días querrás matarla a besos otros simplemente matarla; correrán bajo la lluvia y tendrán días placidos de caminatas bajo un día soleado o de tranquilidad frente al televisor. Verás su pelo ocultar su rostro moviéndose mecido por el viento y cuando todo haya terminado, esa será la imagen más nítida que te quedará de ella. Amarás, odiarás, llorarás y reirás con y por ella. Habrá momentos divertidos y otros monótonamente rutinarios. Habrás vivido.

Pero llegará un momento en que todo estallará, en que la magia terminará y el largo click haya dejado de sonar. Es probable que la relación la termines tú o lo haga ella. Cualquiera de los dos puede quebrarse primero pero ninguno querrá reconocer el fracaso de otra relación rota. Uno y otro intentarán solucionar las cosas, reconciliaciones pegadas con babas, amores muertos que intentan ser revividos de la tumba inútilmente, más gasolina para un motor fundido.

Finalmente llega el momento del adiós final. Promesas falsas de amistad, de encuentros futuros que no se llevarán a cabo nunca más, separación de bienes,  de besos, recuerdos y sentimientos.  Tristezas a flor de piel y maldiciones por haber amado. La sensación de sentir el corazón arrancado a tiras y abandonado en un desierto para que los buitres se den un buen festín.

Podrás pensar que todo ha sido una pérdida de tiempo, malgastando tus mejores días con quien nunca valió la pena, pero algún día escucharás esa canción que te habrá de devolver a una época de sueños y locuras, o despertarás con el olor de su pelo en el corazón o el roce de sus manos en tu cabeza.

Un día verás ese tiempo compartido con cariño y nostalgia y estarás listo para entregarte nuevamente, para sumergirte nuevamente en ese océano desconocido de las relaciones humanas, en aguzar los oídos del corazón para escuchar de nuevo ese click maravilloso y conocer nuevas almas, nuevos ojos , nuevos labios, nuevos encuentros y desencuentros. 
Y comprenderás que la vida es maravillosa….

lunes, 13 de febrero de 2012

Libros leídos 2012: (2) Bandoleros, campesinos y gamonales: El caso de la violencia en Colombia.


Bandoleros, campesinos y gamonales: El caso de la violencia en Colombia.
Autores: Gonzalo Sánchez y Donny Meertens.
Editorial: Punto de Lectura
386 páginas

En este ensayo de Sánchez y Meertens –prologado por el gran historiador Eric Hobsbawn-, se analiza el periodo que en Colombia se denominó ‘La Violencia’  que abarco la década de los cuarenta, cincuenta y mediados de los sesenta, enfocándose en el fenómeno de los rebeldes o bandoleros: Sus inicios, su esplendor y ocaso, exponiendo una historia de sangre en Colombia que no termina y que ha desembocado en la tierra de nadie que es el país en la actualidad.





Colombia es un país eminentemente rural. No importan los avances tecnológicos que se hayan dado en las últimas décadas o la constante migración de campesinos a las grandes ciudades.  El corazón de Colombia está en sus campos, es allí donde se ha gestado la historia del país, es en las pequeñas poblaciones, pueblos y municipios donde se ha escrito con sangre nuestros orígenes.

Los autores de este relato, Gonzalo Sánchez y Donny Meertens analizan un breve periodo de la violencia en la nación, de 1946 a 1965 en donde se da el surgimiento, apogeo y desaparición de los bandoleros más conocidos como lo son Sangrenegra, Chispas, Desquite, C  o Pedro Brincos, quienes surgieron fruto de la absurda guerra bipartidista que dio inicio desde hace casi dos siglos.

En Colombia –para quien no lo sepa- existen principalmente dos partidos políticos: El Liberal y el Conservador;  la mayor diferencia es que mientras los unos tienen banderas azules, los otros las tienen rojas. Ambos son igual de corruptos, igual de ineficientes, igual de asesinos –ya sea por acción o por omisión- como lo ha demostrado la historia de este territorio.

A mediados del siglo XX, la violencia entre seguidores de ambos partidos se intensifico y el gobierno conservador de la época –en complacencia del clero- permitieron una campaña de exterminio liberal que impulsó la creación de bandoleros campesinos que inicialmente defendían sus territorios y familiares pero que posteriormente iniciaron ataques salvajes y desmedidos contra campesinos y terratenientes del partido contrario creando un círculo vicioso de venganzas y masacres.

En este excelente ensayo, los autores no solamente desentrañan este periodo que abarca un poco más de dos décadas y que se le denominó, La Violencia –como si se pudiera denominar así un solo periodo en nuestra  historia  tan llena de violencias-  sino que dan indicios de lo que pasó en el pasado, de lo que ocurre en nuestro presente y lo que ocurrirá en el futuro en caso de no aplicar los correctivos necesarios.




Podría decirse que las principales causas de estas ‘violencias’, de los orígenes de estos bandoleros se sustentan en varios pilares a saber: En un abandono estatal a ciertas regiones del país lo cual trae como consecuencia la pobreza,  la ignorancia y la violencia en una tierra sin dueño y la creación subsecuente de grupos de autodefensa que derivan en nuevos ciclos de guerra.

Otro punto importante es la sevicia con que las clases políticas han manejado el país a lo largo de varias décadas. Conservadores y Liberales han fracasado por completo y sumido a este país en un atraso significativo y su papel ha sido vergonzoso en la historia del país.

Basta con ver como su ‘odio’ partidista se hacía un lado cuando los dirigentes de ambas colectividades se repartieron el país como si fuera un pastel  en el Frente Nacional o el uso que le dieron a los bandoleros, al usarlos primero como herramientas para conseguir votos para luego renegar de ellos y repudiarlos como asesinos y criminales.

Lo triste es que así fue en el pasado sucede igual en el presente. Políticos y asesinos parecen destinados a permanecer unidos en pactos macabros en búsqueda del poder, y si ayer lo hacían gamonales locales quienes ofrecían su protección a bandoleros  a cambio de votos o de eliminar a su competencia, hoy se dan entre políticos y paramilitares quienes firman documentos en donde planean “la refundación de la patria”.

Combatir únicamente la violencia con la violencia no ha resuelto nada en el pasado y no lo hará ahora. Las soluciones a los problemas de la nación son muy graves y para subsanarlos se requieren de soluciones a largo tiempo. Se tienen que sanar las heridas de guerra, de esta guerra que vivimos ahora como de las anteriores. Hay que parar el ciclo de violencia porque sino los guerrilleros de ahora serán reemplazados por nuevos maleantes que tendrán sus mismos orígenes de venganza, ambición y pobreza.

Si Colombia quiere cambiar su destino de repeticiones absurdas debe existir un cambio. Un cambio real que abarque la política, la reforma agraria, la educación; el comprender que el problema no consiste en un grupo de rebeldes que un día les dio por irse al monte a echar bala sino que tiene orígenes en la pobreza y en la violencia y si se desea  cambiar esta situación no se debe recurrir  solamente a la fuerza militar sino que el Estado debe hacer presencia verdadera y efectiva en todas las regiones de la nación.

Por desgracia, en este momento no existe nadie en este país interesado en realizar este cambio, sino en mantener un status quo obsoleto e ineficaz que en nada cambiará la situación que hemos vivido hasta ahora. Solamente me queda citar al poeta Gonzalo Arango quien escribió una elegía al bandolero ‘Desquite’:

Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿No
habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus
hijos, los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta,
entonces profetizo una desgracia:
Desquite resucitará,
Y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y
lágrimas.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Rojo sobre blanco.


El relato que a continuación publico aparecerá en el libro 'Historias y relatos de Ka-Tet Corp.com Volumen 2' , en el que se recopilan las tres mejores historias de los últimos concursos literarios que ha hecho esa gran página dedicada a Stephen King que es la Ka-tet- Corp (http://www.ka-tet-corp.com/).

Mi aporte a este libro es este cuento y uno que ya publiqué en este blog anteriormente, 'Domingo en la mañana'. Espero esta nueva historia les guste y de nuevo gracias por leerme.


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Rojo sobre blanco


Un punto blanco, pequeño, se mueve en el horizonte camuflándose entre la nieve. Avanza, se detiene, se acurruca, se ruñe las patas y reanuda el camino. Se desplaza ágil, veloz, inconsciente del sonido que se genera a pocos kilómetros de donde está: un ruido sordo, apagado y mecánico; tampoco se percata de su propia muerte, de cómo la bala le atraviesa milimétricamente la cabeza dejando sus orejas largas, sus ojos rojos, su rabo esponjoso y todo  lo que lo definía como un conejo, en un amasijo de vísceras regadas sobre la nieve.

-¡Muy bien, Vania!- exclamó Boris- le diste en la mitad de los ojos.

-No es para tanto.

-¿Qué no es para tanto?- remedó el gigantesco cosaco. No veo la hora en que empieces a eliminar a esos putos fritzes[1], los jodidos nazis.

-Ya veremos- respondió el aludido mientras recogía su arma.

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Odiaba Stalingrado. De pequeño en Leverkusen se enfermaba durante el invierno. Tosía de manera exagerada y prolongada hasta que llegaba su madre y lo cuidaba toda la noche, pero ahora ella estaba lejana y formaba parte de una vida pasada donde había luces, alegría y fiestas, en una Alemania llena de esperanza en el futuro.  Ahora, lo único que podía ver era la cara más horrible de la humanidad, el infierno en la tierra, la ciudad fatídica.
Richter Braun se acomodó en la barricada descansando unas cuantas horas antes de reincorporarse a la batalla. No dormía bien, no dejaba de preguntarse qué clase de locura lo 
había llevado a esa tierra de muerte.

Habían sido los uniformes pensaba ahora con amargura: su elegancia, su pulcritud, lo majestuoso de la esvástica. Al alistarse soñó con llevar el orden a Europa, pondrían uniformidad en el caos, el continente resurgiría de las cenizas de la Gran Guerra y serían algo más que una rancia aristocracia decadente; bajo la égida del Tercer Reich, una raza superior le mostraría al mundo un nuevo amanecer.

Ahora después de tantos muertos, tanta sangre y guerra se dio cuenta de lo estúpido de sus sueños.

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Cuando dormía pensaba en Katya. En sus ojos azules como el Volga, en sus manos duras pero tiernas cuando lo acariciaban y en sus pechos grandes y jugosos, sólo en sueños podía darse el lujo de pensar en su amada; tan pronto se despertaba, sus sentidos, sus sentimientos se enfocaban en la cacería de fritzes.

Vania Karpov había nacido en una pequeña aldea lejos de Stalingrado. La constante en su vida, como en la del pueblo ruso, era el hambre y la resignación. Creció débil y desnutrido, pocos pensaron que llegaría a la adultez.  Sin embargo, cuando en junio de 1941 los alemanes rompieron la tregua e invadieron la Madre Rusia, no dudó un segundo en enrolarse en el Ejército Rojo.

Resultó ser un asesino instintivo, un francotirador excepcional. Hasta el gran Zaitsev, líder del cuerpo de Francotiradores, estaba impresionado por sus habilidades. Tenía la facilidad no sólo de ocultarse sino de mimetizarse con el medio y ser capaz de esperar, incluso en la nieve, por horas a su presa.

Era un hombre frío, parco, de pocas palabras. No le importaba Stalin o el Partido Comunista, esas palabras eran sinónimas de hambre y privaciones pero no podía perdonar la invasión, el asesinato de su gente, sus camaradas. Su cuerpo ardía en odio cada vez que veía a uno de sus enemigos,  tenía que acabarlos a todos y sólo se detendría cuando Berlín estuviera reducido a los escombros.

Los únicos momentos de sosiego era cuando dormía; allí, en medio de los bombardeos, tiros y asaltos, justo en el momento antes de perder la conciencia veía a novia y podía sentir su olor y su sabor. Katya, Rusia, Patria, Madre y amante.

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Una o tal vez  mil o cien mil familias de piojos se alojaban no únicamente en su cabeza sino en todo su cuerpo. Cada vez que se rascaba, que se restregaba con furia el cuero cabelludo hasta hacerlo sangrar, sus manos terminaban repletas de puntos negros, de esas malditas alimañas que emulaban el milagro de los peces y los panes reproduciéndose de manera casi milagrosa.

No podía dejar de pensar que los rusos eran iguales a ese parásito: Podía matar mil pero al día siguiente aparecían dos mil. Ya había perdido la cuenta de cuántos piojos del Ejército Rojo había eliminado. Al principio había sido fácil, los soldados venían mal preparados, mal armados, atacando más con fanatismo que otra cosa. En esos días caían como moscas, los campos quedaban sembrados de cadáveres, y los integrantes del VI ejército alemán se veían llegando a los campos del Cáucaso con relativa facilidad.

Pero Rusia es inconquistable, la extensión de su territorio es abrumadora y el patriotismo de su gente, ciego. Avanzaron cientos de kilómetros hasta llegar a Stalingrado. Podían haber ignorado la ciudad, rodearla, seguir su camino, pero la prepotencia del Führer por conquistar la ciudad con el nombre de su enemigo fue mayor. El territorio se convirtió en un campo de batalla de egos, los rusos siguieron atacando con un desapego con la vida increíble pero aprendiendo de sus errores causando bajas cada vez mayores entre sus enemigos.

Para colmo la Luftwaffe[2] había destrozado la ciudad. Las bombas habían convertido los hospitales en cementerios, las iglesias en camposantos, las fábricas en escombros, las escuelas en cráteres y si bien en un inicio se pensó que de esta forma la urbe se rendiría fácilmente, la estrategia salió mucho peor pues los cosacos aprovecharon las ruinas para organizar una guerra de guerrillas donde los aviones, tanques y el armamento pesado era inútil.

Los nazis habían bautizado esa estrategia con el nombre de Rattenkrieg[3]. Ahora la batalla era cuadra por cuadra, casa por casa. Esa mañana, el pelotón de Braun tenía como objetivo conquistar las ruinas de un colegio próximo a una fábrica de tractores, objetivo fundamental en los planes de conquista.



Después de rezar, salió con su pelotón. El colegio estaba repleto de bolcheviques, la batalla fue prolongada y sangrienta,  sus compañeros cayeron  uno tras otro, hasta que quedó solo él en la batalla. Consciente de que si se quedaba quieto podría llegar otro grupo ruso y capturarlo, salió de su posición disparando en todas las direcciones, una de sus balas perforó un pulmón a uno de sus rivales, otra se alojó en el lóbulo frontal de otro; un tercer soldado Rojo alcanzó a herirlo en el brazo,  pero a cambio, el oponente recibió un tiro en el estómago.

Richter sintió como la bala le atravesaba el codo y cómo por ese agujero entraba todo el frio de la maldita Rusia. Se acercó a quien lo había herido, el enemigo se arrastraba como un gusano impregnando la nieve con su sangre, lo detuvo y lo volteó: el hombre empezó a hablarle en su idioma en una larga retahíla, quizá un discurso para que su vida fuera perdonada, el hombre lloraba mientras el viento arreciaba con fuerza, el nazi no perdió el tiempo: acercó el fusil a la frente de su víctima y disparó.


A la larga había sido un acto humanitario con ese pobre hombre. Habría sido imposible que sobreviviera al campo de prisioneros, hubiera muerto en una o dos semanas por su herida o por el hambre, era posible que le esperara un destino peor: se habían registrado casos de canibalismo en algunos campos de prisioneros y las víctimas eran los más débiles, los más indefensos. Se repetía que esto era una guerra, no había espacio para la compasión y sus enemigos podrían matarlo por un acto de bondad.

Un ruido lo despertó de sus cavilaciones. Había sido minúsculo, casi silencioso, provenía de un armario. Alistó su arma y abrió el armatoste mientras gritaba, lo que vio le sorprendió: Un niño rubio, casi en los huesos, vestido con harapos, lo miraba fijamente. Richter alistó el arma y se preparó para disparar.  

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Comenzó como una especie de broma. Fue el capitán Igor Chejov quien propuso iniciar una competencia entre los francotiradores para ver quien mataba mayor número de alemanes antes de que se cumpliera el aniversario de la Revolución de Octubre, y si bien los hombres habían reído divertidos ante la idea, la asumieron como un compromiso personal, su orgullo como soldados estaba en juego.

El premio era una botella de vodka que el capitán se había traído de contrabando desde Moscú y aunque el licor caería muy bien durante los helados días, la mayor recompensa sería el reconocimiento que el ganador tendría entre los camaradas, la reputación de ser conocido como el mejor.

A Vania lo tenía sin cuidado el licor, su pensamiento iba más allá: estaba completamente obsesionado por ejecutar a la mayor cantidad de nazis que pudiera. Salía desde la madrugada, buscaba diferentes escondrijos desde donde esperaba a que aparecieran los primeros germanos, eliminándolos uno a uno, sin darles tiempo de preguntarse qué había pasado y volvía al ocaso con el registro de bajas. Era tanto su obcecación que un par de veces había cometidos errores fatales y había estado a punto de morir congelado, tan solo la providencial intervención del gigantesco Boris, su único amigo, lo había salvado de la muerte.

Y aunque no lo reconocía, quería ganar la competencia. No iba a dejar que sus compañeros lo vencieran. Ninguno de ellos comprendía la esencia del arte que ejercían, no eran capaces de apreciar lo hermoso de la sangre derramada sobre la nevada, lo sutil de un arroyo rojo corriendo sobre la inmensidad del manto blanco que se extendía, muerte sobre vida, rojo sobre blanco hasta el infinito.

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No había sido capaz de apretar el gatillo. Verlo allí de esa manera tan indefensa, tan valiente, dispuesto a aceptar su destino sin replicar, había impedido ejecutarlo. Viéndolo en retrospectiva  consideraba al niño como una especie de milagro en el infierno, como quien encuentra flores en un desierto.

Su regimiento lo había adoptado. Naturalmente le habían puesto el nombre de Iván, pues en ‘tierra de rusos todos son Iván’[4], el niño era considerado como poco más que una mascota y los soldados nazis se divertían con sus ocurrencias y  sus cánticos.

Para Richter era mucho más que eso. Lo había adoptado como un hijo, se sentía en la obligación de protegerlo incluso con su propia vida. En los ojos claros del infante veía esperanza, futuro. En sus sueños más delirantes se veía llegando a Moscú de la mano del pequeño y ofreciéndole una nueva vida. Nunca se le cruzó por la cabeza que probablemente había sido él y su ejército quien lo había hecho huérfano no sólo a él sino a miles de niños.

Había llegado incluso a matar por Iván. Una noche un compañero de guardia,  completamente enloquecido había llegado hasta donde el niño, lo había sacado de la barricada y se aprestaba a ejecutarlo, ante el reclamo de Richter, su compañero de nombre Heinrich, había dicho que ‘todos los malditos rusos hijos de puta tenían que morir’, al ver que ni las palabras, ni las razones funcionaban y que Heinrich iba en verdad a matarlo no dudó un segundo en desenfundar su pistola y dispararle a quemarropa a su amigo.

Era tal el grado de apego que sentía por el muchacho que compartía con él sus cada vez más escasas provisiones, dormían en la misma cama de tal manera que pudieran mantener el calor corporal y le sacaba los cada vez más numerosos piojos del cuerpo.

A cambio, el niño se mostraba diligente: limpiaba el búnker y las barricadas e iba por agua potable hasta el rio, labor demasiada arriesgada para los soldados alemanes. Richter sentía que su corazón se detenía cuando Iván salía a sus expediciones y sólo sentía sosiego cuando lo veía regresar. Cuando dormía a su lado, soñaba con lo feliz que se pondría el chico al conocer las tierras fértiles de su hermosa Alemania.

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Estaba de mal humor. Los últimos días de cacería habían sido muy malos. Los jodidos fritzes se escondían y eso lo enojaba bastante. Aún faltaban dos semanas para el aniversario y había eliminado a solo sesenta y ocho enemigos. Lo peor era que Piotr, quien le seguía en puntuación tenía a sesenta en su haber, sabía que si no cambiaba la situación no solo sería sobrepasado por él, sino por el resto del escuadrón.

Había probado diferentes sitios desde los cuales realizar su labor: Lo alto de una derruida iglesia, camuflado entre los árboles y entre las grietas de una antigua escuela pero los resultados no lo satisfacían.

Calma, se repitió, no hay peor enemigo para un francotirador que la impaciencia, recordó que su meta principal no era la competencia en sí, sino el número de enemigos que derribara en el camino. Esto le mejoró el ánimo, sonrió.

Vio a un pequeño niño que llevaba unos jarrones de agua más grandes que él. El infante se dirigía hacia una base alemana y no parecía forzado a hacerlo. La patria no acepta traidores, pensó mientras la mira se fijaba en la cabeza del pequeño Judas, esperó a que el pequeñín estuviera más cerca de la base cuando disparó.

El cuerpo del infante se estremeció como un muñeco y cayó desgonzado sobre la nieve. Había sido una doble ganancia: se había desecho del informante  y el agua potable que el niño llevaba se había perdido lo que obligaría a los nazis a salir de su escondrijo a buscarla ellos mismos, convirtiéndolos en presas fáciles de su mira.

Iba a retirarse cuando algo lo sorprendió. Un alemán había salido de su guarida, estaba desarmado, gritaba y lloraba desesperado, antes de que Vania se preguntara dónde estaba la trampa, vio al nazi abrazar el cadáver del niño, estaba convencido que el teutón sabía que el francotirador seguía en el mismo lugar y que saliendo de una manera tan imprudente pedía a gritos ser exterminado.

La guerra es algo realmente irónico, pensó. Es capaz de aflorar los sentimientos más extremos y radicales del ser humano, quizá si hubiera nacido en otra época o en otro tiempo habría podido dedicarse a viajar, a conocer otras culturas de manera pacífica,  seguramente no sería el monstruo que era ahora, un exterminador de niños. Pero este era su tiempo y su batalla: Disparó, y de nuevo se dio el milagro, rojo sobre blanco sólo que esta vez la sangre rusa y la alemana se convirtieron en una sola sustancia que fue absorbida por la Madre Patria.

-¡Urrah[5]!- exclamó Vania. Su cuenta había llegado a sesenta y nueve soldados muertos y por un momento de indescriptible optimismo tuvo la certeza de que nadie dentro de su escuadrón le quitaría su lugar como máximo francotirador del glorioso Ejército Rojo.


[1] Denominación despectiva que le daban los rusos a los alemanes, proveniente del nombre germano Fritz
[2] La Luftwaffe era la Fuerza aérea alemán.
[3] Palabra alemana que traduce ‘Guerra de ratas’
[4]  ‘Iván’ era el equivalente alemán al ‘fritzes’ de los rusos, la manera despectiva en que los teutones se referían a sus rivales.
[5] Urrah era una expresión de euforia y alegría proferido por los soldados rusos al momento de acometer un ataque.