domingo, 22 de marzo de 2020

Vida en épocas del Coronavirus


Es medianoche del sábado 21 de marzo (ahora domingo 22) del 2020 mientras escribo estas letras, estoy desde la ventana de mi apartamento que se convertirá en el lugar que estaré recluido por casi el próximo mes de mi vida. Siempre me ha gustado este sitio, las ventanas abiertas de par en par en donde en ocasiones se alcanza a ver una estrella tímida, da una sensación de infinito desde donde se puede ver el mundo, y escribo mientras afuera se vive la primera pandemia que nos tocará vivir a todos, buenos y malos, en este siglo XXI.

El panorama se ve preocupante. Al momento que escribo esto ya hay más de doce mil personas, la mayoría de la tercera edad, muertas. El pánico se ha extendido con la misma rapidez que el virus y lo que comenzó con la despreocupación de los gobiernos y burlas (no hay sino mirar los memes en el inicio del coronavirus en internet) se ha ido convirtiendo en silencios y ansiedad por lo que depara el futuro. Ya no hay risas y es posible que el mundo que hemos conocido cambie.

Dirán algunos que exagero, que me dejo llevar por el alarmismo. Quizá, pero siento que nos esperan horas oscuras e incertidumbre, ya lo está viviendo España e Italia donde los muertos se multiplican, la cifra de contagiados en Estados Unidos crece de manera alarmante y, aunque tarde a mi parecer, el gobierno colombiano decretó la cuarentena donde todos debemos quedarnos encerrados en nuestra casa de manera obligatoria.

En estos momentos estoy solo. No es algo que me preocupe en exceso. Pienso más bien con alivio que a pesar de lo mucho que me hacen falta que es un alivio que mis padres ya no estén vivos. Mi papá tendría 78 años y era terco como él solo y pretender que acatara la normas hubiera sido una utopía y mi mamá siempre estaría en riesgo debido a sus defensas bajas por el cáncer. Mi hermana cuida a mis sobrinos en Orlando y varios tíos y tías que tengan se resguardan en sus casas siguiendo sus instrucciones.

Miro por la ventana, no se oye ningún sonido. Es una ciudad muerta. Si a principios de año alguien hubiera vaticinado algo así habría creído que estaba loco. Miro por ella y veo la casa vecina y al lado edificios, me imagino lo que se debe estar viviendo en cada uno de los hogares de la ciudad, del país, del mundo.  Cada pequeño universo en cada lugar, gente que a pesar de vivir juntos ya no compartían, las relaciones que se fortalecerán o se acabarán luego de la cuarentena mientras la muerte cabalga por las calles.

Y ahora bien, ¿qué hacer en este periodo de confinamiento obligatorio? Lo importante es no caer en la desesperación. En mi caso habrá tiempo para reflexionar sobre mi vida, escuchar los fantasmas de mis muertos, leer ese libro que no había podido antes por el tiempo, trabajar, jugar videojuegos, hacer ejercicio (no hay que caer en el sedentarismo), estrechar lazos de amor así sea de manera virtual con amigos y familia.

Este es un momento como nunca antes lo hemos tenido y como no lo tendremos de recogimiento, de pensar quiénes somos y qué queremos, cómo podemos ser mejores seres humanos. Es momento de ser más empáticos, tolerantes, mejores seres humanos. Todas las crisis conducen siempre a renacer de las cenizas, a replantearnos las cosas, espero este sea el caso.

Ojalá vivas en tiempos interesantes dicen los chinos a manera de maldición, lo estamos haciendo, y espero que, como sociedad, como mundo, el amanecer sea brillante y esperanzador.




jueves, 19 de marzo de 2020

Microcuento (II)

Aislamiento

Cigarrillos Rey, cómo olvidarlos, si eran los que más me pedían... por lo general a eso de las once ya se habían agotado. La gente caía como palomas buscando maíz a comprarlos. Eso antes del virus, ahora las calles están vacías, como un desierto, o un gran cementerio de asfalto. Me molesta un poco el silencio, toda una vida de oír el sonido de la ciudad ahora se ha ido, a veces siento en mi oído el eco de los pitos de los carros y las voces mezcladas de la gente. Y sí, sigo saliendo todas las mañanas con mi carrito de chucherías a recorrer las calles, y no, no me importa la epidemia. Tengo ya ochenta años, pero soy una vieja pobre, mi familia está muerta y no tengo a nadie.. y si no le importo ni al gobierno ni a la iglesia ¿Por qué debería preocuparme si vivo o muero? Prefiero las calles a quedarme en esa pensión de muerte recluida todo el día, así que salgo y voy de calle en calle encontrándome de cuando en vez a algún temerario que ignora a la muerte que ronda por estas cuadras pero ninguno compra Cigarrillos Rey, solo asienten como lo haría un condenado que saluda a otro. Veo las cajetillas con los cigarrillos intactos y también en los parques a gorriones de cabeza dorada que no había vuelto a ver desde que era niña en el campo, y que no se veían acá por la contaminación, pienso que lo que para nosotros es una plaga es, quizá para otros, una bendición

jueves, 5 de marzo de 2020

Jueves de Microcuentos (I)


Le llaman Romeo

Desde el instante que la vio, cuando la jefe de recursos humanos la presentó ante el resto de la empresa, supo que era la mujer de sus sueños, pero no habían tenido más allá de un par de encuentros donde ella ponía cara de oler mierda al verlo y seguía de largo. Sabía que tenía un apellido extraño, quizá extranjero, que era vegetariana, que debajo de las faldas largas y ropa que la cubría casi por completo se escondía un cuerpo de ataque y que tenía los ojos más hermosos del mundo. El día que se decidió a hablar con ella, la siguió a la hora del almuerzo hasta un restaurante vegano dónde se sentó mientras la veía. Después de coger fuerzas para hablarle vio que entraba en el lugar la mujer más hermosa del mundo, ésta sí, la mujer de sus sueños. Rubia, ojos azules, con el brazo lleno de tatuajes y bastante voluptuosa. Pensó en cómo hablarle a esta diosa sin que la compañera de su trabajo se diera cuenta , cuando la misma deidad rubia se dirigió hacia donde él estaba, lo esquivo como quien rodea una bolsa de basura en la calle y siguió hasta llegar a la compañera de los ojos más hermosos del mundo y la besó como si el mundo se fuera a acabar. Él pensó por un momento que si la vida fuera como una película porno terminarían haciendo un trío pero lo más probable en la vida real era que se ganará una bofetada dijera lo que dijera. Entonces se alzó de hombros y se fue del restaurante vegano para no volver jamás. 

 #JuevesDeMicrocuentos