sábado, 25 de agosto de 2012

Fragmento de una novela inconclusa

Este es el primer capítulo de una novela que, por el momento, está guardada en el cajón de mis historias sin terminar. ¿Qué opinan?

Tm69

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I.

El hombre dragón. Podía fumar en cualquier ocasión y compañía, pero disfrutaba hacerlo solo, en completo silencio. Lo hacía de manera lenta, ceremoniosa: le gustaba sacar de sus bolsillos el paquete de cigarrillos y observarlo alrededor de diez segundos, luego de lo cual escogía uno al azar, lo  tomaba entre sus dedos y lo llevaba hasta la boca; después, con la otra mano, sacaba el encendedor plateado. Observaba la débil llama del briket bailar débilmente, a punto de apagarse por la fuerza del viento, y cuando eso sucedía, finalmente se decidía a prenderlo.

Su sonido favorito era cuando lo encendía, ese eco de hojas crepitando a lo lejos pero mucho más suave, mucho más tenue. A pesar de fumar desde que era un adolescente, casi un niño, aún sentía en su lengua ese sabor casi amargo, etéreo, del humo que aspiraba. Le gustaba retenerlo la mayor cantidad de tiempo en sus pulmones y luego expulsarlo en cantidades grotescas, cómo si pudiera impregnar de su esencia todo a su alrededor.

Había algo hermoso en ese ejercicio. Quizá el hecho de realizar un acto antinatural, prohibido para los humanos y reservado para seres mitológicos como los dragones. Le gustaba imaginar que en un pasado muy remoto los hombres habían sido capaces de expulsar humo de sus bocas, de volar por cielos infinitos y nadar por las profundidades del océano.

Sabía que esos pitillos rellenos de nicotina eran un veneno que iban pudriendo lentamente sus pulmones, su garganta, su boca. Cada vez que aspiraba sentía como una mancha negra, de un color volátil como el humo, iba extendiéndose alrededor de su cuerpo matándolo. A pesar de saberlo disfrutaba de cada  exhalación de su suicidio lento y le parecía que no había nada mejor que matarse a plazos en medio del humo que desprendía.

No era un ermitaño y como se dijo anteriormente, podía fumar en cualquier momento y  compañía. De hecho, tenía diferentes cigarrillos para cada ocasión: Estaba el que usaba cuando tenía frio y le calentaba el cuerpo, aquel que le calmaba la ansiedad cuando lo invadían los nervios; el que se usaba para quemar tiempo en la oficina, esos momentos muertos que se daban principalmente cuando salía con Luna y los otros compañeros a la azotea a fumar mientras hablaban de temas de interés; no podía olvidar aquel que consumía invariablemente después de coito, en ese momento en que los gemidos habían acallado y el semen se deslizaba en el interior de su compañera, o yacía de manera ridícula en un condón. Cuando la mujer quería recostarse en su pecho para descansar después del intercambio de fluidos y las pequeñas muertes, él la separaba  con delicadeza, acercaba un cenicero y un cigarrillo mientras veía el rostro exhausto y satisfecho de su acompañante quien finalmente se reclinaba  sobre él y emitía o no –eso dependía de la mujer- un suave ronroneo como el de un gato, en ese momento también le gustaba ver al techo mientras el humo se iba desintegrando de manera gradual en la atmósfera.

Pero al hacer este acto solo, podía viajar al interior de su mente, de su alma. Cada vez que lo hacía no era necesario que cerrara los ojos para recordar fragmentos de su vida. Eran como ventanas al pasado que se abrían de manera gradual para él. En ocasiones pensaba que era absurdo, que se comportaba como un niño pequeño que necesita de un oso de felpa o una cobija de la suerte para enfrentarse a sus demonio. Alguna vez Kathy le dijo que era un niño grande, un nené cobarde e inmaduro, y él pensaba que ella tenía toda la razón, aunque le faltó agregar que era un verdadero hijo de puta: un pequeño hijo de puta que necesitaba de cigarrillos para poder mirar con la paciencia de un navegante el mar a veces calmo, a veces bravío, de sus recuerdos.

En cada bocanada parecía revivir cosas y más cosas…recuerdos de su niñez que parecían enterrados en lo más profundo de su inconsciente, amigos de la infancia que no volvería a encontrar jamás, a su madre en una cama tosiendo sangre, ratas muertas devoradas por las hormigas, rostros sin nombre y nombres sin rostro; personas ambiciosas, bondadosas, que lo habían odiado y amado; gestos lujuriosos y depravados en mujeres que había poseído y  de las cuales había amado a muy pocas, y también rememoraba sensaciones que no parecían tener ningún sentido como el sabor del pan de su niñez, sus programas favoritos de la televisión cuando era chico y canciones que lo emocionaban al extremo de derramar una lágrima que siempre disimulaba ante los demás como ‘una mugre en el ojo’.

No podía evitar pensar en Camilo y volvía una y otra vez al cementerio donde fue enterrado, en el que a pesar de que asistieron varias personas no recordaba a nadie y sólo veía descender su ataúd en medio de una cálida tarde llena de dolor.

En los momentos de mayor tristeza se preguntaba por qué había sido su amigo quien había muerto y no él. Su vida en ese entonces y en este ahora era un caos, una incertidumbre sempiterna, no disfrutaba de la vida sino que tan solo la vivía dejándose arrastrar en su vórtice infinito,; en cambio él la disfrutaba, gozaba de cada uno de los pequeños detalles, que para los demás pasaban inadvertidos.

Entonces la pregunta nuevamente se repetía ¿por qué él y no yo? Si moría nadie lo extrañaría, su recuerdo se perdería en pocos meses, a lo mejor en uno año o dos. Pero la situación era Camilo muerto y él vivo, una mierda completa. Le gustaba pensar que su amigo le había regalado su vida, que había hecho una especie de sacrificio idiota para que él pudiera vivir más, pero pensar eso lo deprimía, porque no había hecho nada con su vida, vivirla tal vez, pero era posible que no fuera suficiente.

Cuando tenía un estado de ánimo menos lúgubre le gustaba pensar en mujeres. ¡Cómo le gustaban! No tenía ningún problema con los homosexuales pero se reía de ellos, no comprendía cómo no caer rendido ante esos cruces de miradas inocentemente perversas que cruzan con un hombre cuando quieren conquistarlo; ignoraba cómo no quedar loco con ese olor a hembra, a locura que emanan cuando desean algo fervientemente; a ese porte que cada una de ellas tiene, a su maquillaje, a su caminar, al brillo de sus cabellos ya fuera a la luz del sol o de la luna, a esa gracia que tienen cuando bailan solas, libres. En cada mujer se ocultan los misterios del universo, nacer para saber de su existencia y morir por ver su sonrisa, la mujer aquello tan hermoso pero en ocasiones tan inasequible.

 Con el cigarrillo a la mitad y mirando a la nada, pensaba en las mujeres que le habían gustado, construyendo una especie de Frankenstein siniestro con retazos de  recuerdos de aquellas que había y no tenido. Recordaba  la cara de aquella, con los ojos verdes de esta otra, en la boca carnosa que siempre quiso besar pero que la propietaria de esos labios rechazaron, pensaba en pelos cortos, largos, ondulados, lisos, rubios, negros y castaños; en mujeres con pecas, lunares o sin ellos; en  formas de mirar, de reír y de amar; en cuerpos esculturales de mujeres de fantasías y en cuerpos reales de mujeres que vivían por el simple hecho de disfrutar las cosas y no por acomodarse a cánones estúpidos; en senos grandes, pequeños, fabricados y naturales; en los diferentes sabores de sus sexos y en sus lágrimas y despedidas.

Le gustaba ver a  esa mujer anónima, mutable, que variaba cada vez que intentaba reconstruirla. ‘Mi nombre es Legión porque somos muchas’ habrían podido decirles esas mujeres, esos fantasmas que siempre vivirían en sus recuerdos, en sus cigarrillos hasta el día en que muriera, acaso aumentando la lista de mujeres amadas y deseadas, y amalgamarlas en una sola entidad sin rostro ni nombres pero que representaban la feminidad y lo hermoso y trágico que se agazapa en ella.

Pero  inevitablemente volvía a Kathy, a Luna, a ambas lunas. Era una especie de tortura placentera volver a esos rostros, a los años en que su vida orbitaba en torno a ellos, en donde hubo risas y caricias y besos y paseos tomados de la mano pero también lágrimas y gritos y reclamos. Relaciones que a pesar del tiempo seguían metidas en su pecho como si una mano invisible se hubiera introducido a través de sus vísceras, sus pulmones, hubiera pasado por su hígado, riñones, apéndice y se hubieran incrustado en su pecho, más allá de su corazón que palpitaba y bombeaba sangre inútil que sólo servía para vivir una vida sin sentido.

Y cuando todos esos recuerdos de mujeres amantes, bandidas, beatas, conquistadas y no conquistadas, de amores y desamores se iban, quedaban las calles. Los caminos que había emprendido, algunos rústicos, otros modernos, huellas que había dejado en la playa y que el agua de mar casi borraba instantáneamente; senderos del campo en donde la falta de luces artificiales eran opacadas por ese ejército de estrellas, luceros, supernovas y demás maravillas del universo que jamás podrían ser siquiera débilmente emuladas por la torpe humanidad y que señalaban irremediablemente el camino a casa; andenes, calles y avenidas de su ciudad natal y de la capital, llenas de smog, de desesperación por llegar a alguna parte desconocida, con sus cloacas llenas de licor e ilusiones, calles repletas de personas espectrales casi inexistentes o aquella esquina, aquél viejo rincón desértico en la madrugada pero  tan  lleno de recuerdo, de vida.

Caminos que no solo se constituyen de cemento, o granito, o ladrillo, o arena, o tierra, sino que se van construyendo  a medida que se transitan, que se andan sin mirar atrás. Caminos que están constituidos de recuerdos, de personas que conocimos, amamos u odiamos, que están vivas o que mueren primero que nosotros; de lugares que se mantienen intactos en nuestra mente, a pesar de que físicamente ya no existan o ya no sean tan grandes, tan impecables, tan majestuosos como los imaginamos en nuestra niñez; que se nutren de cada uno de los actos que cometemos al vivir de todos nuestros errores y aciertos, de aquella vez que alegramos a quienes nos rodean o que lastimamos inmisericordemente a quien sólo quiso nuestro bien. Caminos que se construyen de saliva, de lágrimas, de besos, de caricias, de puños, sangre y sudor, de gritos de mamá, de flores tiradas en ataúdes que serán devoradas por los gusanos, de rozar el cabello de quien alguna vez nos amó pero que en el futuro nos odiará. Es tan largo el trasegar, tan dificultoso que una vez estamos cerca de culminarlo nos preguntamos si ha valido la pena recorrerlo, pero siempre responderemos con una sonrisa ligada inefablemente a lágrimas, diremos con Eros a un lado y Tánatos al otro, que sí, que el camino es una mierda pero  por ver el rostro de aquella persona, por sentir una gota de lluvia recorriendo primero nuestra cabeza y luego nuestra cara, por haber probado ese alimento que nos cocinó aquel ser que siempre nos amó incondicionalmente, por ti que tienes un camino igual de difícil o quizá peor que el mío y lo has recorrido sin quejarte ni una vez y miras mi orgullo con compasión y con piedad mi soberbia vana, por todo eso y por miles de pequeños detalles, todo, lo bueno y lo malo, ha valido la pena.

La vida, ese regalo finito tan lleno de tristezas y alegrías. 

viernes, 17 de agosto de 2012

El encanto de dos



“Nunca segundas partes fueron buenas” le dice el bachiller Sansón Carrasco a Don Quijote y Sancho Panza,  precisamente en el segundo tomo de las aventuras del Caballero de la Triste Figura y su desdichado y dicharachero escudero. Seré blasfemo, y quizá por tal atrevimiento merezca el infierno, pero contradiré a de Cervantes Saavedra y afirmaré que las segundas partes no solo son buenas sino que, en muchas ocasiones, son mejores que la primera.

 Hablemos de la vida en general. Cuando hacemos cualquier actividad la primera vez, estamos muertos del miedo, expectantes de si nos va a gustar o si la vamos a desempeñar bien. Es tanta la angustia que probablemente la experiencia sea un desastre completo o  nos sintamos avergonzados así la hayamos cumplido sin problemas. La segunda vez tiene más sabor, más picante, no hay sorpresas inesperadas, ponemos cara de Chuck Norris y nos lanzamos por la aventura sintiendo que tenemos el viento a nuestro favor.

Debo decir que siento una especial debilidad por las secuelas en el cine y parece ser que lucho contra el 99% de personas de los asistentes. Desde los críticos que solamente ven cine vietnamita mientras levantan pretenciosamente una ceja y fulminan a quien se coma una cripesta en el recinto, hasta los idiotas que creen que Crepúsculo es una joya de la filmografía contemporánea al que Casablanca le queda pendeja.

Pero defiendo mi punto de vista, creo que muchas continuaciones superan por mucho las primeras partes, enriqueciéndolas hasta extremos inimaginables y volviéndolas leyendas y parte de la cultura popular, y tengo puntos para demostrarlo.



Hay conocimiento del personaje principal: Ya sabemos que al Hombre Araña lo mordió una araña que le dio super poderes, que Superman es un extraterrestre, que los Corleone son una familia de mafiosos, que en una galaxia muy, muy lejana, los rebeldes luchan contra el imperio intergaláctico. Ese tipo de cosas que  se ve en una primera parte en la que  se demoran aproximadamente una hora en dar un perfil psicológico y aclarar cuáles son las motivaciones de los protagonistas, ya no son necesarias en la continuación porque ya están existen; de lo que se trata una segunda parte es potenciar esto a través de una trama inteligente.




Un reto mayor: En la primera parte aparece un villano, una dificultad que prueba la fuerza de nuestro protagonista, que lo reta a ir un poco más allá de sus límites. En las segundas partes, los enemigos ya no están para probar a los personajes principales: están para acabarlos, sin piedad ni una pizca de compasión.

¿No me creen? ¿Se compara un calvo Lex Luthor a un general Zod y sus dos esbirros que casi matan a Superman en Superman II?  ¿O acaso no es mayor el reto de Batman combatiendo a un maniático, anárquico y enloquecido Joker que a Ra’s Al Ghoul —con todo lo Liam Neeson que pueda ser— en la saga del hombre murciélago?  ¿O consideran ustedes peor un robot con forma de calavera y carne de Schwarzenneger  que una máquina de matar a la que no la afectan las balas y puede cambiar de forma líquida a sólida cuando desee?




Mayor crecimiento y evolución de los personajes: Es en la secuela cuando los personajes se dan la oportunidad de aprender, de crecer o, por el contrario, de sumergirse en la marea de la locura y la maldad.



Del chico tímido e inexperto que es Luke Skywalker, lo vemos convertido en un valiente y joven Jedi; de una cobarde y prudente Sarah Connor que huye de los Terminator en la segunda parte, la vemos convertida en una mujer de armas tomar, capaz de ir a la misma Skynet a partirle la madre al que se le atraviese;  de curiosos e inexpertos en el manejo del Delorean, vemos a Martin MacFly y al Doc Brown convertidos en unos expertos viajeros,  y nada de eso habría sido posible si no hubiera sido por las segundas partes.



Finales trágicos: Por lo  general, una primera parte debe terminar, si bien no con un final feliz del tipo “y comieron perdices”, hacerlo con una sensación de tranquilidad, que le haga saber al espectador que puede que las cosas no están solucionadas del todo, pero nuestros protagonistas podrán descansar… por ahora. En cambio, en una segunda parte, los directores apuestan a finales oscuros, negros, trágicos, en las cuales la desesperanza lo pinta todo y nuestros héroes están condenados a sucumbir ante las garras del mal, ¿y quién no disfruta viendo sufrir a los protagonistas?

Ejemplos abundan pero podría citar los más conocidos como el de la Guerra de las Galaxias, y no no hablo de la mediocre segunda trilogía, sino de la original. ¿Cómo olvidar ese final con Skywalker sin una mano, Han Solo prisionero y la terrible verdad revelada?  ¿O en El Padrino, esa imagen de Michael Corleone solitario en un banco, victorioso sí, pero embebido en épocas mucho más felices?  ¿Cómo olvidar a Frodo y Sam dirigiéndose a Mordor guiados por Gollum hacia una trampa, o a Batman huyendo porque “no era el héroe que la ciudad merecía sino la que necesitaba”?





Dos es exquisitez, tres son multitud: El punto anterior, el de terminar una segunda parte de manera trágica, se da principalmente porque las historias se piensan en trilogías (y no $é por qué pueda pa$ar), y si en la película del medio se plasma toda la tragedia, se espera que la tercera sea la que finalice con broche de oro, por lo general feliz. El problema surge cuando las terceras partes, por lo general, fallan de manera estruendosa. Esto ocurre porque, si la primera parte es la novedad y la segunda una nueva mirada a ese universo, la tercera pierde fuerza y buscando la sorpresa muchas veces se cae en el ridículo y el aburrimiento.



Casos abundan, pero podría decir que los ositos cariñositos que derrotan al Imperio en El regreso del Jedi son la cosa más ridícula y lamentable en el universo de la Guerra de las Galaxias (con el perdón de Jar Jar Binks); ni que decir en Alien 3 en la cual ni siquiera todo el talento de David Fincher es capaz de salvar a Ripley y sus aliens de una cinta soporífera después de una segunda parte llena de acción y emoción, eso sin contar con el despropósito que es Superman3,  X-Men 3 u otras por el estilo.

Otras terceras partes tienen una factura impecable, pero no llegan a la calidad de sus antecesoras porque el director quiere hacer una película más personal, menos centrada en el personaje como tal y más en él, sin que eso sea algo negativo.  Dentro de esa categoría podríamos incluir  a El Padrino 3 y El Caballero Oscura Asciende, la última de Batman.




Me dirán que así como hay segundas partes buenas hay otras que son pésimamente filmadas, ejecutadas, dirigidas y actuadas. No diré que no, pero preferiría que esta discusión se resolviera en un cuarto oscuro mientras vemos una maratón de segundas partes. ¿Están listos?



Artículo publicado originalmente por la revista argentina digital Piso 13:  http://www.pisotrece.com.ar/index.php/cine/373-el-encanto-de-dos

viernes, 10 de agosto de 2012

Agua



¿Sabían que el cuerpo humano contiene aproximadamente 37 litros de agua, de los cuales  el 66% corresponde a  la masa corporal,  el  75% al cerebro, el 83% a la sangre y el 25% a los huesos? Seguramente Mateo lo ignoraba. Lo único que sabía era el recorrido de su puesto de trabajo (A) hasta el enorme botellón de agua (B), donde abría la llave disfrutando del sonido del líquido al llenar  el vaso para acto seguido devolverse de nuevo hasta (A) y empezar a tomar con voracidad el preciado líquido.

Hacía esta caminata aproximadamente unas veinte veces al día. En un principio, sus compañeros lo observaban con curiosidad, luego dejaron de prestarle atención. Se referían a él con el mote de Botellón de agua, que al final quedó reducido simplemente a Botellón.  Miguel no les decía nada, simplemente sonreía inexpresivo  y seguía su camino a (B) a servirse un nuevo vaso de agua.

Eso era lo que exasperaba a sus compañeros, esa amabilidad servil, esa docilidad falsa, ese silencio inescrutable. No llevaba más de un mes en el lugar pero ya era ampliamente odiado, y su fama de antipatía la conocía hasta la recepcionista del primer piso. Él no se daba por enterado, iba a cumplir un trabajo y su único momento de distracción era ir de (A) a (B) tomar un vaso, trabajar unos minutos, volver a llenar el vaso, sentir una punzada en la parte baja del vientre, ir al baño, regresar al trabajo.

No siempre fue así. Cuando era pequeño le encantaba la Coca Cola, era capaz de tomarse dos litros de la gaseosa en media hora. Le gustaba el sonido que hacía, ese tsssssssss que se mezclaba con pequeñas gotas que salían del vaso, la espuma que se formaba, mezclarla con hielo, sentir ese frío en la boca y esa irritación inicial en la garganta que daba paso al placer. Un día, su madre lo sorprendió, tenía tres botellas vacías a su alrededor. La señora Espinoza lo miró primero con sorpresa, se acercó y le dijo con voz gélida.

— ¿Y esto qué es? ¿Te tomaste todas estas gaseosas? dijo ella haciendo énfasis en la palabra todas.

—Sí, mamá —respondió él, sintiéndose culpable sin saber por qué.

La señora se acercó y  parecía que iba a darle un abrazo, Miguel abrió los brazos y no tuvo tiempo de esquivar la bofetada. Cayó al suelo y se tocó los labios, manaba sangre. Cuando se los relamió le pareció que aún sabían a Coca Cola.

­—Voy a decirte una cosa, y quiero que me escuches bien porque no la repetiré –dijo la madre —El agua es vida, es lo único que vale la pena tomar. Las demás cosas son porquerías. Piensa que si tu papá hubiera tomado más agua en lugar de otras cosas, hoy seguiría vivo. Así que no te quiero ver otra vez con esa gaseosa ¿o acaso quieres morirte y dejarme sola?      

—No mamá –lloraba el niño—. No lo volveré a hacer. ¡Lo juro!

Y así fue. La madre había muerto hace años, tantos que ni siquiera el mismo Mateo lo recordaba pero no había roto la promesa, incluso la había hecho más severa, no había vuelto a tomar ningún otro líquido, ni tinto, ni jugos, ni leche, ni nada, sólo eso, agua, para refrescarse, para acompañar las comidas, para saciar la sed.

Su comportamiento se había vuelto más obsesivo y radical desde que entró a trabajar en la empresa de (A) y (B). No era cierto que fuera inmune a las críticas o a las miradas de desprecio de sus compañeros, pero la manera que tenía de calmar sus nervios y frustraciones era precisamente tomando una ración doble de agua.

Un día, al ir al baño, notó que el chorro de la orina había perdido su característico color amarillento. No sólo eso, ya no tenía ese olor a lejía suave de siempre y  estaba seguro que si la probaba muy seguramente no tendría sabor. Perplejo, se subió la bragueta y para calmarse, se tomó tres vasos seguidos de su líquido preferido.

Horrorizado, fue descubriendo como poco a poco este rasgo se iba extendiendo a otras funciones fisiológicas: Un día en que salió a trotar comprobó como el sudor que le caía de la frente no tenía ese sabor caliente y salado, era simplemente un líquido neutro que le repugnaba. Peor fue a la hora de comer, cuando se dio cuenta que su saliva había perdido viscosidad y esa acidez que le daba sabor a los alimentos; cada vez que se metía un pedazo de comida a la boca le sabía a agua, salió corriendo al baño en espera de vomitar pero lo único que le salía cada vez que tenía arcadas era agua y más agua.

Lo peor fue cuando hizo el amor con Matilda, su novia. En un principio se negó porque sabía lo que iba a ocurrir, pero ella empezó a insultarlo, a gritar y a llorar, Miguel se acercó a ella y bebió de sus lágrimas pero escupió al comprobar que para él ya no tenían sabor. Empezaron pues, a besarse, a enredarse las lenguas, a compartir la saliva y  fue solamente besarla una vez para saber que iba a ser la experiencia más miserable de su vida. Lo que ella le daba con tanta pasión, no tenía gusto, simplemente sentía su garganta inundada de su ausencia y una sensación de frío y vacío; cuando la besó, su cuerpo era simplemente la abstracción de la nada, y al final, cuando eyaculó, en el polvo más triste de su vida, sintió que su semen no tenía consistencia ni color.

Ella lo abrazaba entre sueños y a punto de quedarse dormida le dijo.

—¿Sabes? Me sentí como rara.

—¿Rara, cómo? —respondió él a pesar de saber la respuesta.

—Como si estuviéramos hechos de líquido y nos hubiéramos unido en un solo rio —dijo y se quedo dormida sin ver el rostro de miseria de su novio.

Y ahora estaba allí, en la mesa de la cocina, con un vaso lleno de tentación frente a él, decidido a enfrentara, sabiendo que si la rechazaba podrá volverse un hombre normal, quizá podría ser aceptado por sus compañeros, o quizá no, botellón, le dijo una voz que pretendió ignorar.

Veía el vaso con agua deliciosa y refrescante, podía sentirla deslizándose deliciosamente por su garganta, sintió los labios secos y la sangre ebullendo por las venas y arterias, pero ya basta se dijo, no puedo seguir así. Se sentía como un adicto, el cuerpo le picaba, se sentía ansioso, como si pudiera treparse a las paredes o  fuera capaz de matar a alguien. Nunca había escuchado a nadie que fuera un aguadicto, era tan gracioso que hasta podría llorar de la risa, pero al imaginarse el tipo de lágrimas que le saldrían, se abstuvo.

Hubiera podido resistir la tentación pero vio una gota diminuta que se deslizaba por fuera del vaso y que al chocar con el suelo sonaba como una especie de drip. Miguel la contempló fascinado y la vio morir contra el exterior, muy pronto una segunda gota la siguió, drip, y luego una tercera y una cuarta. El sonido taladraba sus oídos, se sentía culpable de la muerte de las gotas, de su suicidio colectivo, peor aún, del desperdicio que allí se estaba realizando, cada partícula que salía del vaso y se anulaba no podía ser recuperada jamás, cada drip, drip, drip era agua que iba a morir al viento.

Vio el vaso, vio las gotas, pudo sentir la voz de su madre, El agua es vida, si la desperdiciaba si dejaba que ese drip, drip, drip siguiera ocurriendo y se  multiplicara seguramente iba a enloquecer, cogió el vaso y en un acto suicida se tomó el líquido.

Diecinueve de abril, habían pasado cinco días desde que dejara de comer. No tenía sentido intentarlo, los alimentos se convertían en agua tan pronto los masticaba, hacerlo era un proceso mecánico que le causaba repulsión; a cambio, incrementó el consumo de agua llegando hasta los cincuenta vasos diarios. Sus compañeros trocaron su  hostilidad en preocupación: “¿Te encuentras bien Botelloncito?”, le preguntaba una compañera, Claro que estoy bien  ¿por qué la pregunta?; “No sé, me parece que tanta tomadera de agua no debe ser normal”; ¿Pero no sabía usted -respondía nuestro héroe- que el agua es vida?, y dejando a la buena samaritana con la palabra en la boca se dirigía nuevamente a (B) a llenar un nuevo vaso.

Ocurrió finalmente una semana después, cuando contemplaba la pantalla del computador. Tenía las manos al lado de su escritorio cuando sintió algo húmedo, volteó y observó una pequeña cantidad de agua debajo de su mano, buscó el vaso responsable pero lo encontró vacío, hacía un buen rato había tomado su quincuagésimo ración y se había olvidado de llenarlo nuevamente. Levanto la mano derecha y se frotó su dedo pulgar con el índice, estaban empapados; repitió la operación con los dedos de la mano derecha con idéntico resultado.

Al comprender lo que estaba sucediendo, se levantó del puesto, ignoró los comentarios de algún compañero de trabajo que le dijo “¿A dónde vas Botellón? ¡Todavía hay mucho trabajo por hacer!” y a toda prisa salió del edificio. Las oficinas quedaban a las afueras de la ciudad, Miguel corrió ignorando a los guardias de seguridad que ni siquiera hicieron el esfuerzo por detenerlo, al tocarse la frente sólo encontró ríos de agua.

Se adentró en el bosque, cada vez tenía más calor, se fue despojando de su saco, de su camisa, sus zapatos, medias  y pantalón, si hubiera vuelto la vista atrás se habría dado cuenta que tras de sí iba dejando un rastro acuoso. Se detuvo extenuado, no podía dar un paso más, ahora el líquido surgía de cada uno de los poros de su piel, se sentó en un pequeño tronco. Levantó la mirada al sol, pudo sentir como lentamente se iba derritiendo, no se entristeció, era una sensación demasiado placentera para ello. Cerró los ojos y no fue consciente de cómo su piel se volvía líquida, simplemente se quedó quieto sintiendo como se volvía uno con la tierra, el cielo y las nubes comprendiendo que tan solo era un pequeño hilo de agua que se iba a reunir con el mar. Su último pensamiento fue lo que ocurriría al momento de desintegrarse, el sonido que haría cuando finalmente desapareciera y cayera al suelo. Drip, drip, drip.



domingo, 5 de agosto de 2012

Sábado en la noche


Sentado en un bar
 Un cigarrillo crepita en la oscuridad
 Mientras vacío otra copa más  
Dejándome arrastrar, dejándome llevar
Por los acordes de una guitarra dispar.
Una mujer se acerca a mí
Tiene  ojos azules
Boca jugosa
Y pelo de medusa
Me pregunta si me puede invitar a una copa
Y yo le digo
Claro nena, ¿por qué no?


Tomamos vino, vodka, ginebra y algo más
Hablamos de los Beatles, Nietzche y Ciorán
Me pregunta si me puede besar
Y yo le digo
 Claro nena, ¿por qué no?

Su aliento sabe a fuego
Y su saliva a cenizas
Mujer dragón de las cornisas.
Me besa, me muerde y me acaricia
Me toca, me prende y me excita
Mete su mano en los pantalones
y me rio de sus decisiones.
Me invita a que nos vayamos del bar
Y yo le digo
Claro nena, ¿por qué no?

Atravesamos la ciudad
Vemos putas, méndigos y ratas
Muertos, borrachos, travestis y gatas.
Ella mete la lengua en mi garganta
Nena, si sabes cómo prender una fogata.
La arrincono contra una esquina
Meto la  mano por debajo de su falda
Sintiendo su piel fría,  llena de escamas.
Aquí no, me grita con un susurro
Vamos a mi casa y allí seré tu esclava
Y yo le digo
Claro nena  ¿por qué no?

Antes de llegar vomita un par de veces
Yo le agarro el pelo, le acarició la cara
Mientras los residuos se van con el agua.
Llegamos a su casa
Y sin prender la luz me quita la ropa
Se despoja de su armadura
Me roza con sus zarpas
Y me besa de nuevo,
Y dice, acá no
Vamos a mi cuarto
Y yo le digo,
Claro nena ¿por qué no?

La chupo, muerdo y acarició
Cuando descubro al pequeño fisgón
que me observa sin ninguna objeción.
El bastardo descansa desde su tumba de vidrio
Flotando en un líquido ámbar, soñando con amar.
Es mi hijo, susurra ella, arrebatado antes de nacer
Podemos parar si quieres o joder a la luz de las entrañas de mi ser
Y yo le digo,
Claro nena ¿por qué no?

Ella me tumba, me empuja
Me tira y me monta
Me cabalga y ahora el dragón es jinete
Desplegando sus alas rojas por las llanuras de la muerte
Bañándonos en sudor, vino, cigarros y orgasmo.
Mientras dormimos ella chilla de repente,
¿Por qué me dejaste?
¿Y te olvidaste del bebé?
Ahora lárgate de mi vista
Sino quieres que sesgue tu vida
Y yo le digo,
Claro nena,  ¿por qué no?

Hace frío y cae granizo
Pequeñas rocas de agua
Que caen sobre las putas, los mendigos y las ratas,
Sobre los muertos, los borrachos, los travestis y las gatas
Miro a la ventana de mi mujer dragón
Que duerme y sueña mientras abraza a su pequeña musaraña
Miro las calles, están solitarias sin una sola alma
¿Salir o no salir? Esa es la cuestión
Y sin pensarlo salgo sin prevención pensando
Claro nene ¿por qué no?



jueves, 2 de agosto de 2012

The Dark Knight Rises


(Esta es una crítica que destripa completamente la película, abstenerse de leer  en caso de no haberla visto)

Hay películas que son presa de la expectativa, del hype como se le conoce en la actualidad; cada material que se filtra con anterioridad, deja sin respiración a los fanáticos, cada nuevo tráiler parece confirmar que estamos observando la película perfecta y cada foto o cartel es prácticamente devorado por los seguidores de la saga.

Cuando finalmente sale el producto, no está a la altura de lo ansiado. Quizá lo que se tenía que mostrar ya se hizo con suficiente claridad en las otras partes, las ideas estaban agotadas o los espectadores esperaban ese ‘algo más´ que les prometían los avances.

The Dark Knight Rises pertenece a este tipo de películas. No es mala pero claramente es inferior a las cintas que las precedieron: Batman Begins y  The Dark Knight  a quien se le llama –y con justicia, diría yo- El Padrino 2 de las películas de superhéroes. ¿Pero cuáles son los errores de esta película? Vamos a averiguarlo.

La historia comienza  ochos años después de los incidentes con el Joker y Dos Caras. Bruce Wayne está deprimido y ha colgado la capa, por fortuna y gracias a la ley instaurada por Harvey Dent, la ciudad es pacífica y el crimen ha prácticamente desaparecido, en ese ambiente aparece una misteriosa ladrona gatuna que anda tras las huellas dactilares de Wayne.

Debo decir que la película cuenta con dos grandes aciertos: Uno es Anne Hathaway quien  dota a su Gatúbela de sensualidad y encanto, el otro es Bane, interpretado por Tom Hardy, el cual se muestra como un hombre decidido, dispuesto a cualquier cosa (y de qué manera) con tal de lograr sus objetivos.

Entonces podría decirse que por el lado de los villanos la cosa va bien, es por el lado de Bruce Wayne que la trama es lenta y se demora eternidades en despegar: Vale, está bien que esté deprimido por la muerte de Rachel y por cargar con culpas ajenas, pero le dan tantas vueltas al asunto que terminan siendo repetitivos.

En cierto momento, un joven policía, bueno llamemos las cosas como son, Robín, descubre la identidad de Batman para ello necesito sólo haberlo visto a los ojos una vez…¿En serio? ¿Tanto bati disfraz para nada? ¿Tanto esconder la voz con gruñidos inteligibles para que otro huérfano pueda reconocerlo con sólo una mirada?

Una de mis grandes decepciones fue el manejo que se le dio a Alfred. Primero lo dotan con más información que la Gestapo y el FBI combinados ¿Cómo un mayordomo puede saber que Bane pertenecía a la secretísima Liga de las sombras y había sido discípulo de Ra’s Al Ghul? Pero si eso, en aras de la trama, se puede aceptar, el hecho de que el mayordomo abandone a Bruce es francamente vergonzoso. ¿Dónde quedó la lealtad y fidelidad que lo caracterizaba? En la primera película afirmaba que nunca había dejado de creer en su amo y en la segunda era su gran consejero, pero acá al primer malentendido, renuncia.

Digamos que a pesar de esos fallos la película avanza sin problemas, hasta el final de una primera parte brillante donde se da el primer enfrentamiento entre Batman y Bane. No hay música, no hay efectos de sonido, sólo dos hombres dispuestos a destruirse entre sí. Al final, Bane humilla al hombre murciélago, le rompe la espalda y lo encierra en la prisión en la que él mismo estuvo recluido.
Nananananananana ¡Líder!, digo ¡Batman!

Sin Batman en el horizonte, Bane puede llevar a cabo su plan de destruir Ciudad Gótica. La secuencia donde se destruye el estadio, los puentes y gran parte de la ciudad es magnífica, es en ese punto la película alcanza su clímax, a partir de ese momento la película se estanca por completo.

Bane alcanza su objetivo, ha derrotado al hombre murciélago y tiene a la Ciudad a su merced, es el momento más importante de la historia ¿y qué hace? Absolutamente nada…así es, farfulla no sé qué estupidez sobre la libertad de los ciudadanos, amenaza a la gente con detonar una bomba atómica a quien escape de la urbe y  libera a los presos que van y roban una que otra casa y después se queda tan tranquilo.

Ese es el problema de esta parte. Se debería sentir un ambiente de anarquía, opresivo, ultra violento donde imperara la ley del más fuerte y los ciudadanos fueran lobos de sus vecinos, pero esto no se nota en ningún momento. De hecho creo que el Comisionado Gordon va a pedirle a un amigo que los ayude y él está tan tranquilo en su casa….yo en verdad me imagino lo que habría hecho el Joker con Gótica en sus manos y no por unos meses sino por una semana y me dan ganas de llorar.

Esos minutos se hacen lentos, monótonos, muy aburridos a excepción de unos pocos buenos momentos (brillante el cameo de Cyllian Murphy como el juez Espantapájaros), provocando que el filme caiga en picada. Si lo pensamos detenidamente ¿cuál era la razón de esperar cinco meses para detonar la bomba? ¿Esperar a que Batman se recuperara y escapará de una cárcel donde no hay guardianes? ¿Por qué el gobierno no fue capaz de crear un plan de rescate en ese tiempo? ¿Eran estúpidos o políticos colombianos? ¿No es el plan de Bane el más tonto que se le pueda ocurrir a un villano?

Mientras tanto, en el otro rincón del mundo, Bruce Wayne se cura de la espalda rota con un puño y unas sogas y recibe la visita de Qui-Gon Jin, digo Ra´s Al Ghul quien usa la fuerza para decirle que un niño que se escapó de esa cárcel era su hijo, presumiblemente Bane, y que va a tomar venganza por él. Wayne se despierta y después de recibir los consejos de un sabio prisionero logra escapar de la prisión y volver a Ciudad Gótica.

Veo que llevamos dos horas de película y Batman a duras penas ha salido veinte minutos, la película ha versado sobre Bruce Wayne y eso ha jugado en contra de la misma, Wayne nunca será tan interesante como Batman  por más empeño que ponga Nolan en ello.

Nuestro héroe vuelve a Ciudad Gótica y luego de rescatar a Robin y al Comisionado Gordon  reune a la policía de la ciudad para un último enfrentamiento con Bane y los prisioneros fugados. Es en este punto es donde debería comenzar la parte épica, pero en mi opinión se comete un grave error: Esto es Batman no Corazón Valiente y Bruce Wayne no es William Wallace, de hecho la esencia del hombre murciélago es trabajar solo en las noches,  no dirigir una revolución a plena luz del día. Y  creo que ese es el principal problema de la película, que abandona lo que es Batman, para hacer un filme más personal pero más alejado de lo que es el hombre murciélago.

Bane y Batman se vuelven a encontrar y esta vez el hombre murciélago sale victorioso y está a punto de  lograr su objetivo cuando descubrimos que la mente maestra detrás de todo era Talia, la hija de Ra’s, quien era en realidad la niña que escapaba de la prisión del pozo  y que se había infiltrado en las empresas Wayne como socia y amante de Bruce ¿Sorprendente? Sí ¿Necesario? No. La sola presencia de Bane bastaba, con la aparición de Talia, éste queda relegado a un segundo e inmerecido plano para un villano de su talla, siendo esto evidente en su patética muerte a manos de Gatúbela.

¿Bailamos?


  Al final Batman logra detener a Talia quien había huido con la bomba, pero por desgracia esta no se puede desactivar por lo que sólo queda una solución: Nuestro héroe debe usar su batinave para sacar la bomba de la ciudad sacrificando su vida, pero si ustedes se vieron la película –y de no ser así no estarían leyendo estas líneas- saben que Bruce ya había instalado piloto automático y era consciente que no iba a morir, entonces ¿Cuál era la necesidad de hacerle creer a sus amigos que iba a morir? ¿No era más fácil decirles ‘Nos vemos en media hora en el muelle y celebramos con una bati-cerveza?

A pesar de todo debo decir que el final me gustó. Bruce siempre quiso convertirse en inspiración para lograr un cambio y al final eso es lo que logra con el Comisionado Gordon y con Robín, quien se convertirá en el nuevo protector de la ciudad, mientras que él se dedica a un merecido descanso en compañía de la hermosísima Anne Hathaway.

En resumen pareciera que la película no me ha gustado ¿cierto? Falso. La película es buena pero la expectativa creada  y estar precedida de una obra de arte como The Dark Knight era demasiado peso como en efecto se demostró, incluso Batman Begins se toma a sí misma con mayor seriedad que esta tercera parte. Como prueba podríamos decir que de la primera nos queda la premisa ‘No es quienes somos sino nuestros actos los que nos definen’ de la segunda hay mil frases de este tipo pero podría citar por ejemplo ‘Mueres siendo un héroe o vives lo suficiente para ser un villano’, ‘hay personas que solo quieren ver arder el mundo’ , o ‘la gravedad es como la locura sólo necesitas un pequeño empujón’ pero de esta tercera no se me queda ninguna frase grabada, lo cual no es bueno.

Mi consejo es darle otra oportunidad a la película,  estoy seguro que a primera vista y gracias al hype hay muchas cosas que se escapan y que pueden salir ganando con una segunda revisión. Lo definitivo es agradecer a Nolan por tomarse en serio al hombre murciélago y darle a los fanáticos las películas que se merecían: Los actores fueron impecables, la dirección magistral y la trama soberbia –a excepción de la tercera parte que tiene más agujeros que un queso gruyeré- pero no queda más que disfrutar de estas películas y decirle a nuestros hijos que nosotros las vimos en cine.

Un pequeño regalo:


Y éste otro: