I.
En el video una mujer de top
fucsia sonríe poniendo un par de velas a un pequeño pastelillo, a su lado hay
un anciano de pelo (poco a decir verdad) desordenado susurrando en voz alta,
mientras la mujer pijama azul marino intenta acallarlo en vano, también está el
camarógrafo al cual por obvias razones no le vemos el rostro. Están reunidos en una especie de
conclave secreto, hablando en voz baja como si estuvieran conspirando. Intentan
ser silenciosos pero son torpes al hacerlo. El pastelillo está listo, de manera
sigilosa abren una puerta donde está un hombre dormido, la mujer de top fucsia
protege las velas para que no se apaguen hasta que empiezan a cantar la
consabida canción de las mañanitas del rey David despertando al sujeto en
cuestión, todos sonríen sabiéndose
afortunados de tenerse.
La mujer de top fucsia es mi
hermana, el anciano mi papá, la mujer de pijama azul marino mi mamá y el
camarógrafo mi cuñado, el hombre desde luego soy yo. La escena ocurrió hace exactamente
hace cinco años cuando la familia estuvo reunida en Orlando en casa de mi
hermana en unas vacaciones inolvidables.
Fue recién en enero cuando
visité a mi hermana y conocí a mi hermosa sobrina Verónica que vi por primera
vez este vídeo. Fue la última vez que la familia estuvo tan unida desde la separación
de mis padres y, quizá por es por esa razón,
atesoró ese día como uno de los días más felices de mi vida. Al año
siguiente mi papá falleció de manera repentina de un ataque (a día de hoy no
sabemos si fue por un paro cardíaco o porque se reventó una artería por su
estómago –y sé que digo una burrada a nivel médico- u otra cosa) y cuatro años
después mi madre fallecería después de luchar como la más valiente contra el
cáncer de mierda que habría de llevársela.
Veo el vídeo una y otra vez.
Para que la familia estuviera completa falta mi fiel amigo, mi perrito Gruñón
quien también falleció en el 2016. No pasa un día en que no extrañe a mis
padres, sus consejos, su amor, es cierto eso que dicen que no hay amor más
sincero que el de los padres y daría mi vida entera por un día con ellos para
decirles cuánto los amo y extraño pero la vida es un río que siempre avanza.
II.
En el amanecer de mis 35 años,
mientras tomo pisco y fumo mirando la ventana de mi apartamento donde veo las estrellas,
pienso. Muchos conocidos ya han encontrado el amor de su vida, otros tienen
hijos, la mayoría de ellos ya tienen un rumbo fijo en su vida. Pienso en mi
mejor amigo, Carlos Mauricio quien está casado con una maravillosa mujer a la
que adora y que es sumamente feliz en su microcosmos en Cali.
¿Y yo? Podría decirse que
llegó a la mitad de la vida (y eso en un país como Colombia es ser sumamente
optimista) y a veces siento que vago sin brújula por la vida, no tengo mi
destino tan claro. No estoy casado y no tengo un prospecto romántico, de hijos
ni hablar, no he escrito una gran novela y a veces dudo muchísimo de que es lo
que realmente anhelo en la vida, en ocasiones me preguntó si las cosas están
realmente bien o si he fallado y recuerdo las palabras que me decía mi papá, ‘Somos arquitectos de nuestro destino’, y el mío con todos sus aciertos y fallos es
responsabilidad solamente mía.
III.
Hace poco, y con el impulso de
mi gran amigo Esteban Cruz, viajé al Perú. No fue a Machu Picchu, el destino
habitual, sino la ruta de San Cruz en Huaraz. Caminamos 53 kilómetros junto a
él, una gran amiga recién conocida Diana Bonilla, y un grupo maravilloso de
extranjeros venidos de Francia, Suiza y Bélgica.
En esa ruta, sin conexión a
internet (la maldición de los Millenials) me hice uno con la naturaleza y el
infinito. El camino no era fácil, subimos hasta 4.800 metros sobre el nivel del
mar, atravesamos ríos, lugares inhóspitos, precipicios y ascensos, donde lo que
valía más era la voluntad que lo que el cuerpo daba, fue allí que 1pude estar
realmente a solas conmigo mismo.
¿Y quién soy realmente? ¿Un
escritor? ¿Un ciudadano más? ¿Un amante?
¿Un testigo de lo que pasa en el mundo?
Me hice la pregunta infinidad de veces mientras veía las estrellas en
soledad y recorría parajes milenarios. Soy todos y ninguno. La vida es
demasiado corta y no somos conscientes de ello sino solamente hasta antes del
final. Siempre me ha asombrado la serenidad de los ancianos justo antes del
final, lo vi con mi abuela (que espero haya encontrado la paz al fin del
camino), me asombró la entereza de mi madre al partir y siendo tan
infinitamente valiente en el momento de irse cuando se le dio la gana (que fue
cuando yo llegué a visitarla a Orlando) y no cuando su cuerpo no daba más.
Y fue en ese momento, en medio
de la oscuridad y la luz de las estrellas que comprendí todo. La vida es un
camino, uno largo y lleno de dificultades pero también momentos muy felices,
uno que te hace cicatrices indelebles mientras lo transitas y pienso en lo que
dijo el gran Silvester Stallone en boca de su Rocky, lo importante es no
cuantas golpes te de la vida sino en resistirlos y seguir adelante sin importar
qué pase.
Pienso en mi vida y lo que he
hecho y comprendo en lo afortunado que he sido. Quizá no tanto por mis acciones
sino por la gente que he tenido el placer de conocer y le da sentido a mi vida.
Pienso en la familia que me queda en Cali, en mis tíos y primos que me aman por
ser quien soy. En los amigos que tengo en Cali, tan fieles y gentiles a pesar
de la distancia y los años. Pienso en los amigos que he hecho de manera virtual
y que no conozco aun físicamente pero cuya conexión va más allá de eso y los que he hecho en esta década en Bogotá y
que me han querido de manera sincera.
Pienso en mi hermana, el pilar
de mi vida, en un hombre grandioso como mi cuñado y en Verónica, especialmente
en ella, siento que el universo cobra un nuevo sentido cuando cruzo miradas con
ella y veo sus ojitos ansiosos y expectantes descubriendo un mundo nuevo.
He estado en las playas de Rio
de Janeiro, recostado en una arena tan suave que parecía mantequilla; en Buenos
Aires, la patria de mis adorados Cortázar, Calamaro, Fontanarrosa y Les
Luthiers; en el universo real y a la vez
tan artificial de Orlando y sus montañas rusas y parques temáticos; en Panamá y
sus edificios imponentes y Perú y su mundo milenario y natural; he amado
mujeres maravillosas, he estado con el corazón roto, llorando mi desgracia
hasta las cañerías de la ciudad, he escrito una novela sin importar si fuera
buena o no; he trabajado en una editorial, el lugar de mis sueños, he conocido
hombres buenos y malos, gente a la que soy indiferente y que me ha odiado. He realizado buenas acciones
pero también algunas horribles. En pocas palabras he sido humano.
Sigo recordando Perú y sus interminables
caminatas en Huaraz. Podría haberme quedado toda la vida en ese paisaje,
recorriéndolo sin parar. Volver a la civilización es volver a ese lodo de
envidias y odio que en cierta parte y así no lo quiera también hace parte de
mí, pero al final comprendo que la vida en sí misma es esa caminata. Una
brutal. Una que te hace cicatrices con los momentos difíciles pero las cuales
no vale la pena ocultarla sino exhibirlas con orgullo como prueba de que hemos
vivido.
Caminante no hay camino se
hace camino al andar decía Machado y no podría estar más de acuerdo. Ahora
estoy en Bogotá pero ¿dónde estaré en diez, veinte años? El destino son mil
puertas que se abren a la vez pero cuyo sendero es uno solo.
Mis huella me dirigen a
lugares, personas, tiempos, es mi
camino, irremplazable, irredimible, es lo que me construye con errores y
aciertos. Soy yo.
IV.
El futuro se esconde en los
ojos de Verónica. En esas pepas grisáceas que contemplan ansiosas su alrededor.
A veces me preguntó que seré para ella. ¿Acaso una sombra? ¿Un mentor? ¿Quien la
inicié en el mundo fantástico y misterioso de la lectura? ¿Quizá solo un
recuerdo?
No lo sé y al final será el
futuro quien dictaminé lo que haya de pasar. Lo que sé es que la amo,
profundamente y quiero que viva en un mundo que la respete y cumpla sus sueños,lucharé por un mundo ideal para ella y todas las
mujeres.
Soy afortunado. A pesar de las dificultades he estado rodeado de gente maravillosa. Personas cuya amistad me hacen seguir cada día. El futuro es incierto pero desde el alba de los 35 años, mientras reflexiono al ocaso de un nuevo cigarrillo pienso –a pesar de las dificultades y los momentos de mierda- en lo hermosa que es la vida. A todos quienes me siguen, quienes me han dado su amistad y su amor, mis infinitas gracias, en gran parte es por ustedes, su energía, su paciencia y su amor que sigo en pie. Los quiero.