sábado, 12 de mayo de 2018

35 años- Un video

I.

En el video una mujer de top fucsia sonríe poniendo un par de velas a un pequeño pastelillo, a su lado hay un anciano de pelo (poco a decir verdad) desordenado susurrando en voz alta, mientras la mujer pijama azul marino intenta acallarlo en vano, también está el camarógrafo al cual por obvias razones no le vemos el  rostro. Están reunidos en una especie de conclave secreto, hablando en voz baja como si estuvieran conspirando. Intentan ser silenciosos pero son torpes al hacerlo. El pastelillo está listo, de manera sigilosa abren una puerta donde está un hombre dormido, la mujer de top fucsia protege las velas para que no se apaguen hasta que empiezan a cantar la consabida canción de las mañanitas del rey David despertando al sujeto en cuestión,  todos sonríen sabiéndose afortunados de tenerse.

La mujer de top fucsia es mi hermana, el anciano mi papá, la mujer de pijama azul marino mi mamá y el camarógrafo mi cuñado, el hombre desde luego soy yo. La escena ocurrió hace exactamente hace cinco años cuando la familia estuvo reunida en Orlando en casa de mi hermana en unas vacaciones inolvidables.

Fue recién en enero cuando visité a mi hermana y conocí a mi hermosa sobrina Verónica que vi por primera vez este vídeo. Fue la última vez que la familia estuvo tan unida desde la separación de mis padres y, quizá por es por esa razón,  atesoró ese día como uno de los días más felices de mi vida. Al año siguiente mi papá falleció de manera repentina de un ataque (a día de hoy no sabemos si fue por un paro cardíaco o porque se reventó una artería por su estómago –y sé que digo una burrada a nivel médico- u otra cosa) y cuatro años después mi madre fallecería después de luchar como la más valiente contra el cáncer de mierda que habría de llevársela.

Veo el vídeo una y otra vez. Para que la familia estuviera completa falta mi fiel amigo, mi perrito Gruñón quien también falleció en el 2016. No pasa un día en que no extrañe a mis padres, sus consejos, su amor, es cierto eso que dicen que no hay amor más sincero que el de los padres y daría mi vida entera por un día con ellos para decirles cuánto los amo y extraño pero la vida es un río que siempre avanza.

II.

En el amanecer de mis 35 años, mientras tomo pisco y fumo mirando la ventana de mi apartamento donde veo las estrellas, pienso. Muchos conocidos ya han encontrado el amor de su vida, otros tienen hijos, la mayoría de ellos ya tienen un rumbo fijo en su vida. Pienso en mi mejor amigo, Carlos Mauricio quien está casado con una maravillosa mujer a la que adora y que es sumamente feliz en su microcosmos en Cali.

¿Y yo? Podría decirse que llegó a la mitad de la vida (y eso en un país como Colombia es ser sumamente optimista) y a veces siento que vago sin brújula por la vida, no tengo mi destino tan claro. No estoy casado y no tengo un prospecto romántico, de hijos ni hablar, no he escrito una gran novela y a veces dudo muchísimo de que es lo que realmente anhelo en la vida, en ocasiones me preguntó si las cosas están realmente bien o si he fallado y recuerdo las palabras que me decía mi papá, ‘Somos arquitectos de nuestro destino’,  y el mío con todos sus aciertos y fallos es responsabilidad solamente mía.

III.

Hace poco, y con el impulso de mi gran amigo Esteban Cruz, viajé al Perú. No fue a Machu Picchu, el destino habitual, sino la ruta de San Cruz en Huaraz. Caminamos 53 kilómetros junto a él, una gran amiga recién conocida Diana Bonilla, y un grupo maravilloso de extranjeros venidos de Francia, Suiza y Bélgica.

En esa ruta, sin conexión a internet (la maldición de los Millenials) me hice uno con la naturaleza y el infinito. El camino no era fácil, subimos hasta 4.800 metros sobre el nivel del mar, atravesamos ríos, lugares inhóspitos, precipicios y ascensos, donde lo que valía más era la voluntad que lo que el cuerpo daba, fue allí que 1pude estar realmente a solas conmigo mismo.

¿Y quién soy realmente? ¿Un escritor? ¿Un ciudadano más? ¿Un  amante? ¿Un testigo de lo que pasa en el mundo?  Me hice la pregunta infinidad de veces mientras veía las estrellas en soledad y recorría parajes milenarios. Soy todos y ninguno. La vida es demasiado corta y no somos conscientes de ello sino solamente hasta antes del final. Siempre me ha asombrado la serenidad de los ancianos justo antes del final, lo vi con mi abuela (que espero haya encontrado la paz al fin del camino), me asombró la entereza de mi madre al partir y siendo tan infinitamente valiente en el momento de irse cuando se le dio la gana (que fue cuando yo llegué a visitarla a Orlando) y no cuando su cuerpo no daba más.

Y fue en ese momento, en medio de la oscuridad y la luz de las estrellas que comprendí todo. La vida es un camino, uno largo y lleno de dificultades pero también momentos muy felices, uno que te hace cicatrices indelebles mientras lo transitas y pienso en lo que dijo el gran Silvester Stallone en boca de su Rocky, lo importante es no cuantas golpes te de la vida sino en resistirlos y seguir adelante sin importar qué pase.

Pienso en mi vida y lo que he hecho y comprendo en lo afortunado que he sido. Quizá no tanto por mis acciones sino por la gente que he tenido el placer de conocer y le da sentido a mi vida. Pienso en la familia que me queda en Cali, en mis tíos y primos que me aman por ser quien soy. En los amigos que tengo en Cali, tan fieles y gentiles a pesar de la distancia y los años. Pienso en los amigos que he hecho de manera virtual y que no conozco aun físicamente pero cuya conexión va más allá de eso  y los que he hecho en esta década en Bogotá y que me han querido de manera sincera.

Pienso en mi hermana, el pilar de mi vida, en un hombre grandioso como mi cuñado y en Verónica, especialmente en ella, siento que el universo cobra un nuevo sentido cuando cruzo miradas con ella y veo sus ojitos ansiosos y expectantes descubriendo un mundo nuevo.

He estado en las playas de Rio de Janeiro, recostado en una arena tan suave que parecía mantequilla; en Buenos Aires, la patria de mis adorados Cortázar, Calamaro, Fontanarrosa y Les Luthiers; en el universo  real y a la vez tan artificial de Orlando y sus montañas rusas y parques temáticos; en Panamá y sus edificios imponentes y Perú y su mundo milenario y natural; he amado mujeres maravillosas, he estado con el corazón roto, llorando mi desgracia hasta las cañerías de la ciudad, he escrito una novela sin importar si fuera buena o no; he trabajado en una editorial, el lugar de mis sueños, he conocido hombres buenos y malos, gente a la que soy indiferente y  que me ha odiado. He realizado buenas acciones 
pero también algunas horribles. En pocas palabras he sido humano.

Sigo recordando Perú y sus interminables caminatas en Huaraz. Podría haberme quedado toda la vida en ese paisaje, recorriéndolo sin parar. Volver a la civilización es volver a ese lodo de envidias y odio que en cierta parte y así no lo quiera también hace parte de mí, pero al final comprendo que la vida en sí misma es esa caminata. Una brutal. Una que te hace cicatrices con los momentos difíciles pero las cuales no vale la pena ocultarla sino exhibirlas con orgullo como prueba de que hemos vivido.

Caminante no hay camino se hace camino al andar decía Machado y no podría estar más de acuerdo. Ahora estoy en Bogotá pero ¿dónde estaré en diez, veinte años? El destino son mil puertas que se abren a la vez pero cuyo sendero es uno solo.

Mis huella me dirigen a lugares,  personas, tiempos, es mi camino, irremplazable, irredimible, es lo que me construye con errores y aciertos. Soy yo.

IV.

El futuro se esconde en los ojos de Verónica. En esas pepas grisáceas que contemplan ansiosas su alrededor. A veces me preguntó que seré para ella. ¿Acaso una sombra? ¿Un mentor? ¿Quien la inicié en el mundo fantástico y misterioso de la lectura? ¿Quizá solo un recuerdo?

No lo sé y al final será el futuro quien dictaminé lo que haya de pasar. Lo que sé es que la amo, profundamente y quiero que viva en un mundo que la respete y cumpla sus sueños,lucharé por un mundo ideal para ella y todas las mujeres.

Soy afortunado. A pesar de las dificultades he estado rodeado de gente maravillosa. Personas cuya amistad me hacen seguir cada día. El futuro es incierto pero desde el alba de los 35 años, mientras reflexiono al ocaso de un nuevo cigarrillo pienso –a pesar de las dificultades y los momentos de mierda- en lo hermosa que es la vida. A todos quienes me siguen, quienes me han dado su amistad y su amor, mis infinitas gracias, en gran parte es por ustedes, su energía, su paciencia y su amor que sigo en pie. Los quiero.

Feliz cumpleaños a mí.  Gracias a todos por tanto.