miércoles, 21 de septiembre de 2016

Sangre, semen, agua y vino


Gotas
De sangre
Semen
Agua
y vino

Se deslizan
Por el cuello en un goteo sin eco, un hoy sin mañana, un hola sin despedida
Derramándose en espasmos de culpa y placer por tus pechos, recorriendo como la espuma del mar el desierto de tu cuerpo
Mezclando el eco de una tarde fría y el repicar pertinaz de la lluvia en la ventana con las lágrimas de tu rostro en un Café sin nombre al que no habrás de volver
Estallando al compás de la música, las canciones y los gritos eufóricos que derrotan a la muerte

Atravesando
La mente que deja de soñar, el corazón que ya no late, el alma que se entrega, la vida que se va
El deseo, la lujuria, el sudor del hambre insaciable, los movimientos imperfectos que inmortalizamos en un segundo para olvidarlos de inmediato
La ciudad, la lluvia, las parejas que pasean tomadas de la mano por las calles del Nunca jamás, el dolor lacerante del adiós, un farol que se enciende, las primeras estrellas que alumbran
El bochorno, el placer sin razón, el olvido que se busca, la música que ahoga los gritos  internos, los bailes de máscaras sin máscaras, las risas estridentes de una borrachera feliz

Muerte
Vida
Tristeza
Felicidad

Las gotas de sangre, semen, agua y vino nos persiguen, nos conforman
Son las manos de la madre curando heridas de la niñez
El cuerpo desnudo en la penumbra de una amante cuyo rostro hemos olvidado
Los labios que anhelamos durante noches de insomnio besando otros labios, su piel fundiéndose  con otra, su voz susurrando palabras de amor que nuestros oídos nunca escucharán
Las noches sin fin de planes absurdos, amores fugaces, fuego en el pecho e inmortalidad

Las gotas, se vuelven ríos y los ríos mares
Muerte, vida, tristeza y felicidad
Mezclándose en un solo líquido
Y  su rastro, líquido, espumoso, rojizo, pegajoso
Se derrama en las huellas que dejamos en la arena
En senderos desconocidos  que no  recorreremos de nuevo





miércoles, 14 de septiembre de 2016

En defensa de Mariana Pajón, una respuesta a Ricardo Abdahllah

Leí el artículo del Ricardo Abdahllah, El silencio de Mariana (http://www.las2orillas.co/el-silencio-de-mariana-pajon/ ) donde el escritor se va con toda contra la deportista antioqueña porque no toma partido (o por lo menos no lo hace de manera pública) en la campaña por el SÍ en el plebiscito, acusándola de no tener coraje y ser una cobarde estratégica por no hacerlo.
Comencemos con que no creo que ella necesite que la defiendan. Sus méritos deportivos, que hoy por hoy la convierten en la atleta más importante en la historia del país hablan por ella. No creo que alguien que ha demostrado su tenacidad, esfuerzo y amor por lo que hace desde niña sea una cobarde. Sin embargo quedo con una molestia latente, más allá del artículo, por  la actitud polarizada que está tomando la discusión del plebiscito.
En el texto, el escritor acusa a Mariana de no atreverse a defender el SÍ, llamándola ‘apática por conveniencia’ insinuando que no lo hace para no molestar a sus patrocinadores quienes, tal vez, se lo tienen prohibido. La afirmación más allá de ser una afirmación temeraria y  precipitada me parece una falta de respeto con ella. Si la deportista quiere o no opinar al respecto es su problema, cada colombiano tiene derecho no  a expresar su opinión sobre este tema, acusar de ‘no aportar su grano de arena de paz al país’ a la deportista que más gloria le ha traído a Colombia es simplemente ridículo.
Otros deportistas como Nairo Quintana han apoyado abiertamente el SÍ al plebiscito, mañana quizá aparezca otro que no esté de acuerdo con el proceso de paz y así lo exprese. No creo que su opinión los convierta en héroes o villanos, cobardes o valientes,  culpables o inocentes de la paz en Colombia  así como lo plantea el señor Abdahllah. Lo que me importa de ellos son sus historias de entrega y esfuerzo por una bandera y un país que muchas veces los abandona y que sólo los recuerda cuando triunfan.
Yo también votaré por el SÍ, porque creo que el país merece un nuevo inicio, aprender a perdonar y ser incluyente. Sin embargo me molesta la actitud, como es tan evidente en este artículo, de desprecio por la opinión del otro, por quienes no piensan como yo. Tanto quienes votan por el SÍ como por el NO están convencidos de tener la verdad absoluta, de creer que el otro es un idiota, que o bien quieren que la guerra se siga extendiendo o de entregarle el país a los guerrilleros.
Creo que nadie tiene el monopolio de la verdad, estoy a favor del proceso en La Habana pero hay muchas cosas de la guerrilla como su arrogancia o ver la falta de un verdadero arrepentimiento que me incomodan, tampoco creo que con el acuerdo se llegue a una verdadera paz pues quedan problemas de base como la corrupción o la inequidad que no se tratan seriamente  porque no dan premios Nobel de paz, pero estoy convencido que este es un paso obligatorio en busca de un país más justo y mejor.
La discusión es con argumentos no con descalificaciones, ni insultos. Si soy capaz de comprender el punto de vista del otro (así no comparta su opinión) quizá pueda hablar con ella y convencerlo de mi parecer de manera constructiva. Tal como lo dice Mariana Pajón, de quien hablamos al principio, “La paz no se da en La Habana sino en cada uno”.
Que así sea.
Twitter: @tuliofer69



domingo, 11 de septiembre de 2016

El feroz vuelo de los hombres pájaro

En memoria de las víctimas del 11-S, quince años después de la horrible tragedia.


Primero estaba el ruido. El estruendo de las trompetas del apocalipsis en su apogeo acabando con todo a su paso. Demasiado rápido para preguntar qué había pasado o cuál de los dioses era responsable. Luego, el fuego, el humo, que reptaba de abajo hacia arriba, lluvia inversa que quemaba. Los pocos que intentaron atravesar la pared hirviendo fueron calcinados. Se dice que el olor de la carne humana quemada es de una dulzura indescriptible pero todos estaban tan frenéticos intentando salvar su vida que no lo notaron. 

La salida era escalar, subir más y más pisos hasta el último, donde la Divina Providencia, el Destino, El ejército, Dios o quien fuera, los salvaría. Alguien debía hacerlo, no era justo dejarlos morir sin explicación. Muchos avanzaron en su infértil propósito, otros empezaron a ahogarse en medio del humo, de los vapores tóxicos que flotaban grácilmente esperando ser aspirados por los condenados a morir.

Se quemaban papeles, televisores, celulares de última gama, cubículos, restaurantes, las partes del avión que habían atravesado el edificio como si fuera un castillo de naipes, se quemaban los cadáveres de los pasajeros del vuelo, quizá alguno había ido a visitar a su pequeña hija y le llevaba un oso de peluche que también era devorado por las llamas, quizá también había un esposo infiel que iba a visitar a su amante y le había mentido a su esposa, o un asesino, un violador, o alguien que le temía sin razón a los vuelos de avión, habría alguien que soñaba con perder su virginidad algún día y muy seguramente el 99% de sus pasajeros no esperaban morir ese día, Porque ¿a qué cabeza racional se le ocurriría morir un martes en la mañana si no se sufría de una enfermedad terminal o por lo menos inmediata, asomos de un paro cardíaco o cerebral o impulsos irrefrenables de suicidarse?

Quienes estaban en las torres nunca imaginarían que tendrían los quince minutos de fama que Andy Warhol aseveró que todos deberíamos tener a costa de sus propias vidas, ni que los momentos de su muerte se convertirían en la imagen icónica que habría de darle la bienvenida a la humanidad a un siglo de infiernos y paraísos que apenas se están esbozando y que la mayoría seremos testigos tanto para bien como para mal.

Mucho menos habrían de imaginarse que su agonía, la desesperación de sus familiares, ese reencuentro que nunca habría de darse, la espera infinita en el aeropuerto, sería motivo de alegría en latitudes difusas, fronteras lejanas y lenguajes ajenos. Al ver la tragedia fueron muchos los rostros que rieron, que suspiraron aliviados de ver que el gigante sí tenía pies de barro. “Estados Unidos se lo merecía”, exclamó una voz anónima en el Medio Oriente, “Qué ironía, en otro 11 de septiembre ellos apoyaron una dictadura en mi país” habría de recordar una mujer exiliada de su querido Chile, y así voces como gotas de lluvia formarían remolinos de odio que fluían libres después de casi un siglo de incubación.

Lo que no tendrían en cuenta los felices verdugos de las palabras y los deseos es que lo más seguro es que Mr Smith que estaba en el fatídico vuelo nunca había viajado fuera de su país y lo más probable es que no supiera en qué parte del mundo se encontraba Irán, o Mrs Martínez nunca hubiera pisado el Capitolio de los Estados Unidos u ordenado un bombardeo sobre Kosovo, o que Michael K. ni siquiera estuviera en los planes de sus padres durante la toma del poder de Pinochet el 11 de septiembre de 1973 en Santiago, pues nunca llegaría a cumplir los diez años. Los protagonistas de esa mañana de martes en lo que menos pensaban era en las desgracias acontecidas en lugares remotos sino que se centraban en sus pequeñas desgracias cotidianas, en la discusión que no pudo llegar a feliz término, en el corazón roto que las lágrimas no lograban contener, en las deudas que no parecían tener solución, en esa llamada que no llegaba, sin saber que desde esa mañana eran muertos que caminaban, condenados a muerte sin que ellos mismos lo supieran.

Volvamos a ese edificio. A las llamas, a los gritos pidiendo una explicación, al sudor mezclado con lágrimas, a los cuerpos quemándose, a los hombres,  mujeres y niños asfixiados incapaces de moverse mientras el humo se mete por todas sus cavidades respiratorias acelerando su fin y convirtiendo los puntos suspensivos que son la vida en un punto final. Pero también hay seres que no se resignan a morir, que no quieren que su cuerpo se queme, ni sentir su piel llenarse de pústulas y ampollas que se revientan ante la proximidad del fuego, saben que no hay salida, que lo más sencillo sería quedarse inmóviles esperando que la edificación colapse o sucumbir ante el humo, o tal vez lo más sencillo sea abrir las ventanas, arrojarse y volar.

No solo escombros, polvo y ceniza llovió esa mañana de septiembre en Nueva York, sino también infinitud de cuerpos que se arrojaron desde los pisos más elevados, desesperados por querer escapar del infierno, seres y más seres que caían del cielo ,ex personas que se estrellaban contra el cemento, quizá alguno de ellos tuvo tiempo de llamar a su hija, o su esposo, o una amiga y decirle que la amaba antes de caer, o quizá ni siquiera tuvieron tiempo de ello, solo sintieron asfixiarse y abrieron o quizá rompieron la ventana en busca de aire fresco, pensaron que no estaría mal sacar primero la cabeza, después un brazo, el torso y las piernas, quizá ni siquiera pensaron sino que estaban mareados ante tanta adrenalina y creyeron que si se arrojaban de pronto la evolución podría acelerarse y ¿por qué no? Surcar los cielos de manera milagrosa o tal vez Dios enviaría a sus ángeles para salvarlos así como envío algunos a desterrar la serpiente del Paraíso o remover la piedra del sepulcro de Jesucristo.

Cesar los que van a morir te saludan, habría dicho más de uno si hubiera nacido dos mil años antes o hubiera querido decir una frase lapidaria antes de lanzarse al vacío si hubieran tenido el tiempo necesario para pensar. No fue así, simplemente la caída, el abismo y el aire. Ahora concentrémonos en uno de esos hombres que mira impasible al resto de los hombres pájaros que van en picada libre, su nombre no importa, no figurará en los libros de texto de la historia y a duras penas será una cifra más, un nombre al pie del periódico del día siguiente. Este desconocido, solo siente su piel quemarse, solo ve caer hombres y mujeres como ceniza y sabe que pronto los seguirá, que no tiene la valentía para inmolarse.

Prende el celular y marca un número conocido. Una voz femenina responde, aunque no exageremos, el sonido al otro lado de la línea no articula palabra alguna, solo sollozos y gemidos, seguramente estará presenciado en vivo y en directo el desplome de las torres. Al hombre se le hace un nudo en el corazón y no es capaz de decir ‘te amo’, mentir con un ‘todo estará bien’ o decir ridículamente ‘hola’, simplemente escucha el llanto mientras él mismo empieza a derramar lágrimas que irán a parar a un piso que pronto dejará de existir.

No cuelga el teléfono móvil pero lo deja caer, dejando abandonada la existencia que alguna vez tuvo, en otra vida, en otra realidad. Abre la ventana y se asoma a ella, una última bocanada de aire fresco antes de fundirse con el viento. Se lanza y su último pensamiento racional es que no le gustaría verse ridículo en ese momento.

Una milésima de segundo antes de empezar a caer le parece que flota, que ha logrado superar todas las leyes de la física y empezará a flotar hasta su casa, pero inmediatamente la gravedad, dama maldita donde las haya, empieza a obrar las leyes de las que tanto dioses como hombres no pueden quebrantar.

Se dice que antes de morir recorremos nuestra vida en un parpadeo. ¿Pero puede toda la existencia de un hombre resumirse en tan poco tiempo? ¿Sus amores y sus odios, la veces que lloró en un rincón, sus pequeños y muchas veces anónimos triunfos yendo y viniendo a la velocidad de la luz en el par de parpadeos que dura la caída?

Digamos en beneficio de la duda porque no estamos en su lugar, quiera la fortuna que nunca tengamos que arrojarnos de un edificio en llamas, que no vio la vida entera correr ante sus ojos, pero si pequeños fragmentos, recuerdos que se filtran como luz ante una rendija, miles de momentos que conformaron su ser y que parecieran no tener conexión entre sí: La vez que se orinó en su cama cuando tenía siete años, una rata muerta devorada por las hormigas en un callejón, el primer beso que dio a los once años, el olor de Johana en su primera cita, la muerte de su madre, te amo Johana, el fuego del edificio, Papi, ¿me traerás un regalo de Iowa?, sí cariño, lo haré, la asfixia y el humo, la vez que visitó México, Querido estoy embarazada, los cuerpos cayendo como alfileres, la incomprensión ante lo sucedido, te amo Johana, te amo pequeña Laura, el cielo es azul pero ya no podré verlo, soy libre, por primera vez en mi vida y puedo volar….

Y abajo el cemento, esperando con la ansiedad de una amante su cuerpo en picada.






viernes, 9 de septiembre de 2016

Carta a Gruñón

Querido y extrañado Gruñón:

Recuerdo cuando llegaste a nuestras vidas hace un poco más de una década. En ese entonces eras una pequeña bola de pelos, que apenas sabía andar, tragona, meona y ladrona, cosas que con el paso del tiempo no mermaron sino que se acentuaron. Pero de igual manera siempre fuiste de una alegría, fidelidad y ternura que conquistaron a todas las personas que te conocieron.

¿Sabes? Estaba pensando en un profesor que tuve en el colegio. Él decía que las mascotas eran incapaces de querer, que sólo estaban condicionadas por la instinto de la necesidad y que veían a sus dueños solamente como proveedores y de allí su supuesto cariño . En ese tiempo, hace veinte años, pensaba que el tipo era un idiota, hoy después de conocerte he cambiado mi opinión: Creo que es un GRAN idiota.

Una mascota es más que un animal o una pertenencia, quienes hemos tenido el placer de disfrutar de su cariño y amor sabemos que ustedes son nuestros amigos, miembros de nuestra familia y nuestros protectores. Los más desinteresados, los más fieles y tiernos. Tú, querido Gruñón, eres la mayor prueba de ello.

Tus primeros dos años maravillosos y nos quisimos muchísimo. Salíamos a todas partes juntos, incluso en aquellos lugares donde al principio  no te querían ni aceptaban y donde a punta de ladridos, ojos de perro degollado y movimiento de cola lograbas ser aceptado. Tanto mis amigos como los de mi papá sabían que donde íbamos nosotros teníamos que estar tú, pues eras algo así como el rey de la casa. En ese tiempo, fuimos compañeros de trotes, de juegos, paseábamos por horas y muchas veces, en los momentos más tristes y difíciles estabas presente: Sin un ladrido te acercabas con lentitud y me lamías la mano o  simplemente te echabas al lado para que pudiera acariciarte y saber que al final todo se arreglaría.

Y de repente, de manera rápida e imprevista todo cambió, me tocó dejarte e irme a una ciudad extraña. Pensé que ibas a cambiar conmigo por la distancia pero allí fue cuando comprendí el error del profesor aquel, tu cariño no cambió al contrario creció a límites insospechados. Eras el primero en darse cuenta que volvía a casa, empezabas a ladrar incluso cuando estaba a metros de distancia y no había entrado al apartamento, corrías a saludarme, movías tu cola como una batidora y no me dejabas en paz hasta que te consentía un buen rato, de igual forma dejabas tanto a mi papá como a mi mamá para ir a dormir a mi lado sin despegarte de mí un solo instante.

Pero más allá de todo el amor y lealtad que demostraste hacia mí hay algo por lo que te estoy infinitamente agradecido. Estuviste con mi papá en sus últimos momentos, cuando se sintió más solitario y necesitaba de una presencia, fuiste su compañero hasta el final y me parte el corazón al recordar lo triste y enfermo que te pusiste cuando murió. Después de eso estuviste con mi mamá y la hiciste muy feliz todo el tiempo, ella disfrutaba de tus diabluras, te consintió y quiso mucho, tú le dabas a cambio su amor, la acompañabas a caminar y la velabas cuando estaba más enferma. El último mes ella no pudo tenerte más y te fuiste con la empleada y aún allí hiciste feliz a una niña con discapacidad con tu maravillosa manera de ser.

Debo reconocer que las últimas veces que te vi ya te veía un poco viejo, cansado. Te quedaba un poco de energía pero ésta cada vez menguaba más y más . Al final, cuando salíamos a trotar, tú me veías correr mientras disfrutabas acostada del pasto y el sol caleño. En el fondo sabía que no durarías para siempre pero uno nunca se prepara para la partida de un gran amigo como tú.

Hablemos ahora de tu muerte. Fuiste tan único y tan épico que incluso te reservaste una tan maravillosa que envidiaría más de un poeta maldito. Me contaron –y que pena ventilar esto por acá- que el paro cardíaco que te dió, ocurrió mientras estabas tirándote una perrita (Ay Gruñón, viejo verde, no caíste en cuenta que ciertas cosas a tu edad ya no se podían hacer) y que en lugar de venirte te nos fuiste. Eres tan especial que incluso para hablar del momento en que partiste lo haremos con una sonrisa en los labios.

Es en este tipo de momentos que me gustaría creer en un más allá para tener la certeza de verte de nuevo. Si así fuera estoy seguro que serías el primero que darte cuenta de mi llegada, correrías primero que el resto de mis muertos para darme el recibimiento que nuestro encuentro merecería.

Si ves por ahí al viejo, a mi abuela, mi nana o Camilo no dejes de darles un ladrido afectuoso de mi parte.

Te quiero mucho mi Gruñón, gracias por esta década –y un poco más- tan espectacular a tu lado. Y no me olvides porque yo nunca lo haré contigo.

Con amor,

TuLio:.
Pd: Nata y mamá te mandan saludos, ¡Paciente Gruñón!..........