martes, 7 de febrero de 2017

Mamá

I.

El día en que mi madre murió abordé un avión a las diez de la mañana desde Bogotá hacia Orlando donde ella estaba viviendo. En el vuelo repetí la película Doctor Strange y terminé el libro No es país para viejos de Cormac McCarthy; a las tres de la tarde  llegué a Estados Unidos y tuve que esperar media hora hasta que mi hermana me recogió. En su carro hablamos de la situación de mamá y paramos por burritos para llevar a casa. Cuando llegamos al apartamento la vi. Estaba mucho más flaca que de costumbre y ya no podía caminar ni tenerse por sí misma, no se alegró visiblemente de verme pero me hizo saber que estaba feliz de que estuviera allí.

Me pidió que la llevara desde su cama hasta el sillón reclinable donde veía televisión, la cargué y me sorprendí que una persona tan esquelética pudiera pesar tanto. Vimos Zootopia en inglés y ella se durmió la mitad de la película por su cansancio. Vino una vieja amiga que hace once vive acá a hacerle la visita y dejó una sopa a medio terminar; en algún momento mi hermana me dijo que ella estaba agonizando, a las diez de la noche pidió que la trasladáramos a la  cama porque tenía sueño (días después mi hermana me confesaría que ella nunca se acostaba tan temprano), la cargué de nuevo desde el sillón hasta la cama y apagamos las luces.

Antes de la medianoche empezó a quejarse, a gemir, a decir que tenía mucho calor, que la ayudara. Yo estaba a sus pies en una colchoneta improvisada a su lado; empecé a moverla de un lado a otro, me dijo que tenía una incomodidad pero no sabía dónde, le unté los labios de hielo, le quité la pijama porque se quejaba del calor, ‘quiténmelo, quítenmelo’ repetía una y otra vez; mi hermana salió de su cuarto, se acostó detrás de ella y la abrazó, de un momento a otro empezó a respirar pesadamente…miento, a respirar dolorosamente, sé que suena raro pero así fue, era un sonido extraño, un fuelle cuya exhalación era una expresión de dolor, un eco atroz e inolvidable.

En la oscuridad la tomé de su mano, era delgada, casi en los huesos. Ella que al final no soportaba el contacto físico no la retiró, empecé a acariciarla. Tanto mi hermana como yo empezamos a decirle cada uno por nuestro lado lo mucho que la amábamos y que ya era justo y necesario que descansara, que tenía que dejarse ir, en un momento dijo con todas sus fuerzas, ‘Dios ayúdame’.....empezó a respirar cada vez más frenéticamente y cada exhalación seguía siendo una queja, hasta que la intensidad de cada suspiro empezó a disminuir, en la oscuridad me pareció ver que miraba un punto fijo que iba más allá de cualquier objeto terrenal que me sobrecogió (a día de hoy me preguntó si habrá visto a la muerte) me apretó la mano y empezó a respirar cada vez más bajo hasta que dejó de hacerlo. Cuando mi cuñado asustado por los gritos de mi hermana  prendió la luz, mi mamá había dejado de ver ese punto exacto, había cerrado sus ojos y había partido de este mundo con sus amados hijos a su lado.



II.

Días después mi hermana me confesó que la última vez que la enfermera fue a ver a mi mamá  fue incapaz de encontrarle el pulso, estaba  tan débil que era incapaz de ser detectado. Le dijo a mi hermana que su situación era tan difícil que creía que le quedaban un par de semanas y que seguramente no llegaría a fin de mes. Tan pronto mi hermana me hizo saber esto no dudé antes de pedir una licencia en mi trabajo (donde tanto la gerente como mi jefe han demostrado una calidad humana de la cual estoy infinitamente agradecido y que parece increíble encontrar en estos tiempo frenéticos) que me permitieran acompañarla sus últimos días que a la postre terminaron convirtiéndose en sus últimas horas.

Ayer al venir las enfermeras a recoger los insumos de mi madre me dijeron algo más. Según quien la había visto me dijo que su situación era tan grave que no le quedaban más de 24 horas, incluso 48 era una exageración, pero ella superó todos esos records aguantando casi 72 distribuidas en tres días. Su cuerpo estaba completamente roto pero su alma no lo estaba y esperaba algo más.

Mi hermana me cuenta que el sábado en que mi madre murió había amanecido relativamente bien, pero tan pronto llegué empezó a empeorar a una velocidad inimaginable hasta su fin. Ella estaba esperando que llegara  para poder partir en paz y estoy convencido que si no hubiera viajado ese sábado sino el lunes como era mi plan inicial ella, a pesar del inmenso dolor, habría aguantado porque quería despedirse de su primogénito.

  Y pienso que a pesar de su lamento sobrecogedor de sus últimos minutos de vida, a pesar de que ya no expresaba gran cosa por el dolor y el agotamiento el haber estado con ella hasta el final, el haber sentido el apretón de su mano en el momento final hace que todo hubiera valido la pena una y mil veces más.




III.

Trato de no pensar en mi mamá en sus últimos meses de vida y me pregunto qué es aquello que conforma a una persona. Si sus momentos malos o los buenos o los tristes o felices. Si es posible encasillar a nuestros seres queridos en una sola categoría como la Santa, la Virgen o el Villano y llego a la conclusión que no hay categorías absolutas como el blanco y negro sino que todo se reduce a una gama casi inabarcable de grises donde la mayoría de las personas nos movemos durante toda nuestra vida.

En los últimos días mi hermana se repite una y otra vez algo que decía  mi mamá en sus días finales: ‘Qué he hecho yo para merecer esto’….y no hay una respuesta satisfactoria para esto, no hay cielo ni infierno, ni recompensa ni castigo, no existe un dios que nos castigue o recompense, ni un karma similar a una policía de lo moral dispuesto a culparnos por nuestros pecados, lo único real es el azar que no respeta ni ricos o pobres o buenos o malos y lo único realmente  importante son nuestras acciones ante ese azar.

Mi mamá fue una persona hermosa y no pude elegir una mejor madre para que fuera la mía. Pienso ahora en miles de recuerdos que se entremezclan uno sobrepuesto al  otro: Ahora me está disfrazando para ir a pedir dulces en Halloween, ahora estamos viendo Félix el gato en un miserable colchón en un diminuto televisor en blanco y negro en una apartamento vacío en 1989 , ahora me acaricia la cabeza de una manera en que ninguna mujer lo ha hecho o hará de una forma que era como su firma sobre mi piel; ahora me aconseja sobre aquella mujer pelinegra de mirada perdida en el infinito a quien amé pero no me correspondió, ahora estamos en Brasil disfrutando de la playa de Río de Janeiro en un día  de sol que no parece terminar jamás, ahora me dice al igual que papá que debo ser muy unido con mi hermana y que el dolor de uno lo debe sentir el otro; ahora me está poniendo la ropa (una camisetica amarilla y unos pantaloncitos cafés)  y acompañándome a la portería del conjunto esperando el transporte de mi jardín infantil, ahora la veo llevándonos a mi hermana y a mí a terapia mientras ponía  en  casette y cantaba a todo volumen a Juan Gabriel en su viejo Zastava del año 71 y ahora la veo en el chat de la familia llamándonos a mi hermana y a mi ‘tortolitos’ y diciendo lo mucho que nos amaba y planeando nuevos viajes que nunca habrían de realizarse.

El legado más importante de su mamá fue su valentía, su fortaleza.  No importaba lo podrida que estuviera por el cáncer o los diagnósticos de los doctores, nunca derramó una lágrima. “Lloren, lloren todo lo que quieran pero no quiero que cuando me hayan ido se vayan a enloquecer o hacer tonterías” nos dijo cuando los doctores nos dijeron que ya nada se podía hacer por ella. Y al final, por irónico que pueda parecer, ella venció, no se fue cuando el cáncer se le dio la gana sino cuando ella así lo quizo, pateándole el culo por infinita vez a esa enfermedad de mierda, demostrándole que un espíritu y una voluntad  de fuego es capaz incluso de derrotar al peor de los males.

Hay un libro del Joël Dicker, El libro de los Baltimore para ser más exactos,  donde uno de los protagonistas sufre de cáncer y dice lo siguiente: “Somos muchos los que buscamos darle algún sentido a la vida, pero la vida solo tiene sentido si somos capaces de cumplir estos tres propósitos: dar amor, recibirlo y saber perdonar. Todo lo demás es una pérdida de tiempo”.  Pienso en toda la gente que fue a visitar a mamá en sus últimos días, tantas muestras de amor de quienes fueron testigos de sus últimos meses, personas que nunca pensamos aparecerían y así lo hicieron; pienso en que hizo las paces con todos antes de partir y pienso en que me esperó para poder partir mientras le decía a mi hermana lo mucho que la amaba y me recomendaba con ella. Pienso que ella amó intensamente, fue amada con la misma magnitud, perdonó las ofensas contra ella y pidió perdón por los errores que pudo haber tenido. Pienso que su legado vive en mi hermana y en mí, y que la vida es solo el amor que damos y recibimos y ella fue generosa hasta más allá del límite en brindar su amor y cariño y sé que ahora junto lloramos porque nunca es fácil decir adiós a alguien tan querido pero su fuego vive en nosotros y de nosotros depende que su valentía sea la estrella más brillante en el cielo que nos habrá de guiar hasta que sea hora de reunirnos con ella.

Te amo mamá. Me haces mucha falta. Algún día nos veremos de nuevo.


María Cristina Mendoza. Septiembre 8, 1958 – Febrero 4, 2017


11 comentarios:

  1. Todo se reduce a una palabra "AMOR"

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  2. Besos y abrazos. Hermosa mujer dentro y fuera. Los Bonilla Palmers xxx

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  3. Lo lamento mucho, viejo amigo. Te deseo lo mejor en este mal momento, a vos y a tu familia.

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  4. Tulio lloro, siento tu dolor al leer tus escritos y sólo puedo expresarte mi mayor solidaridad ante este terrible momento. Un abrazo desde la distancia.

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  5. El amor nos hace eternos. Mis condolencias.

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  6. Fue una gran persona . Sería ,respetuosa ,y muy comprometida con o que hacía . Un abrazo a ustedes sus hijos adorados .

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  7. Muy conmovedor su escrito, es desde el alma, esa en la que Cris puso sus pilares. Nuestro muy sentido pésame.CIRA, Elba,Caro

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  8. Bella foto, justo como le recuerdo leyendo algunos apuntes antes de entrar al exámen de penal con el temible Dr.Posso, en los pasillos de la Universidad. Y despúes un grito de alegría por haber pasado victorioso. No fuimos las mejores amigas, sin embargo fueron 5 años compartidos en una étapa de nuestras vidas.

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  9. Todo se reduce a amar y ser amado.
    Un abrazo.

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  10. Que orgullo pasar a esperar a esos dos hijos , valentía ejemplar . Saludos .

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