domingo, 31 de octubre de 2021

Bebé (Cuento de Halloween)

 Como todos los años les comparto mi relato de Halloween. Espero les guste.

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Bebé

I.

Contempla por la ventana un árbol mustio, sin hojas, sabiendo que a su alrededor todo está muerto, arruinado. Se lleva una mano al vientre, bebé se mueve, puede sentirlo crecer, alimentarse de su sangre, imagina a la criatura expandiéndose mientras la consume lentamente, no necesita verse en el espejo para saber que está en los huesos a excepción de la gigantesca barriga que se nutre de ella. Aprieta el bulto con fuerza mientras susurra: Te odio. Siente otro movimiento, podría jurar que se burla de ella.

II.

Recordaba su concepción. La noche de la luna roja bañaba a los amantes. Ambos estaban ebrios. No fue un acto de amor sino de dos criaturas que se desean con saña y rabia. Ella mordió su cuello hasta que broto sangre, dulce, dulce sangre, que bebió sin siquiera darse cuenta y en el momento del éxtasis cuando ambos gemidos se sincronizaron en uno solo agónico, un ave negra y majestuosa se estrelló contra la ventana del cuarto y solo pararon para ver en silencio como las entrañas del animal, rojas y amarillas, se deslizaban por el vidrio.

 

III.

Desde el día siguiente sintió que estaba embarazada, su instinto así se lo decía. Sus sospechas se vieron pronto confirmadas no solo porque su periodo se retrasó sino porque empezó a vomitar lo que comía, todo lo que ingería tenía el sabor de la carroña, la putrefacción, su sentido del olfato se agudizó y empezó a sentir el olor del sudor, el smog y el excremento animal de una manera que la asqueaba constantemente.

Aun así, el día que se hizo la prueba y salió positiva se sintió la mujer más feliz del mundo. Se compró un vestido especial y empezó a preparar la cena favorita de su esposo para darle la noticia. Ambos buscaban a bebé desde hacía meses y aunque la situación económica no era la mejor, era esperado con amor. Tarareaba un ritmo ligero mientras batía la salsa cuando sintió como si la rasgaran desde dentro, era el primer movimiento que bebé hacía, pero la obligó a sentarse y tomar aire mientras, sin saber porqué, empezó a llorar como una niña pequeña. No fue sino hasta mucho más tarde que cayó en cuenta que justo en ese instante, 6:15 de un 12 de junio, en que bebé se desperezaba, Juan Manuel era arrollado por un camión y su cabeza se abría en dos contra el pavimento matando sin contemplaciones al futuro padre.

 

IV.

Su mamá se mudó con ella para acompañarla durante el embarazo y el duelo. El seguro de vida de Juan Manuel la cubriría por algunos años y mejor así porque se sentía constantemente cansada como si drenaran su energía.

Pronto se dio cuenta que algo extraño ocurría pues su madre empezaba a verse cada vez más agotada. De la mujer llena de vida que se mudó solo quedaba una sombra, un esqueleto con carne, que trataba de animarse a pesar de que había algo o peor aún alguien, que la consumía. Ella sólo sonreía y decía que quizá era la edad, que con dormir un poco más estaría mejor. Pero tenía la mirada de una mujer muerta que da sus últimos estertores y que suplicaba ayuda sin decirlo. La echó de la casa después de una pelea terrible donde afloraron viejos rencores. Uso cada frase como una daga que sabía que podía herirla de formas indescriptibles. Cuando se marchó para no volver y ella la vio partir por la ventana con tristeza sintió a bebé moverse frenéticamente otra vez.

Esta vez no tuvo dudas, la criatura celebraba.

 

V.

Al poco tiempo empezaron las pesadillas. Comenzó con los sonidos. Un llanto que la acompañaba tan pronto cerraba los ojos. No era bebé ya que bebé no lloraba, sino que chillaba, demandaba. El sonido era más como un coro de gritos que explotaban en ese murmullo maldito que oía toda la noche como la gota de agua que perfora la roca, una y otra y otra y otra vez, por lo que muchas veces prefería pasar la noche en vela y dormir por breves lapsos, todo con tal de evitar el condenado ruido que le sobrecogía el corazón.

Pero a pesar de su voluntad el cansancio la doblegaba, bebé imponía su voluntad, como si la marioneta, una maligna y oscura, dominara a su creador.

Después del sonido siguieron las visiones.

Veía una llanura completamente devastada por el fuego, podía sentir el olor de la sangre, la dulce, dulce sangre y el sabor de la ceniza, el llanto era ahora incesante y sonaba como el zumbido de miles de abejas. Divisaba montañas de cuerpos calcinados y amontonados como costales, algunos aún se movían muy lentamente. También veía hileras de crucificados que reían maniáticamente enloquecidos por un sol negro.

Sin embargo, lo peor era el cortejo. Comenzaba con la música que sobrepasaba incluso al zumbido sollozante y era una mezcla de tambores y voces guturales, luego de lo cual veía a los hombre de oro y rojo, un sinfín de seres deformes y contrahechos que gruñían y exigían alabanzas aplastando los cráneos y cuerpos que se cruzaran en su camino,  al final en un palanquín rodeado de cortinas violetas y escarlatas llevado por cuatro jorobados iba El Devorador de vida, el que fue profetizado, El Heraldo del sol negro y la luna roja pero ella sabía que simplemente era bebé que contemplaba su reino. En ese momento, justo cuando iba a correr las cortinas para ver lo que se ocultaba tras el telón, despertaba.   

 

VI.

No dejaba de preguntarse si el embarazo sería un infierno de nueve meses solo para ella o si le ocurría a todas las mujeres. Día tras día las náuseas aumentaban y las paredes de su estómago crecían sin parar haciéndola ver deforme como monstruo de película, lo peor era cuando sentía al fruto de su vientre moverse, arrastrarse en su interior, lo sentía como un parásito inmundo que se alimentaba no solo por la placenta sino también de las lágrimas, el cansancio y el odio.

Un día, incapaz de sentir aguantando las pesadillas se dirigió a la cocina dispuesta a terminar con todo. Bebé pareció adivinar lo que se proponía porque se sintió muy pesada, las várices en sus piernas palpitaban hasta que empezaron a estallar y ni aun así se detuvo dejando a su paso una estela de sangre. Llegó hasta un cajón y sacó el cuchillo más afilado que encontró, lo apuntó a su barriga.

Bebé empezó a moverse, hazlo, hazlo, parecía decir sin voz. Agarró el cuchillo con ambas manos dispuesta a atravesarlo muriendo ella misma en el intento. Pensó en el cortejo y los cuerpos incinerados. Iba a acabar todo. Sus manos empezaron a temblar. Bebé era malo lo supo desde el mismo momento de su concepción. Las lágrimas ardían como ácido cuando se deslizaban por su rostro. Si ella no lo terminaba su visión se haría realidad. Le pareció ver a Juan Manuel acariciando su rostro. Le pareció verse cargando a Bebé mientras él la acariciaba. El cuchillo temblaba y su cuerpo se bamboleaba mientras el engendro se movía inquieto en su prisión de carne. Soltó el cuchillo. Vomitó una especie de baba verde. No podría matarlo mientras estuviera en su interior. La criatura dejó de agitarse.

 

VII.

Sigue contemplando el árbol mustio. La vegetación ha muerto y todos los días ve frente a su portón animales muertos: Ratas, gatos pequeños, pájaros, tan solo se acercan perros callejeros y salvajes que devoran los restos putrefactos de los cadáveres. Sabe que hoy es el día. Por la tarde fue el eclipse, el sol negro y esta noche la luna será roja como la noche de la concepción.

Se queda dormida y la despierta una punzada de dolor. Nunca ha sentido tanto en su vida. Decidió que no iría a ningún hospital y que si es el destino que ambos mueran desangrados así será, pero bebé quiere salir, le destroza el cuerpo y el alma. A trompicones logra dirigirse al cuarto que le tenía al recién nacido. Se tumba en medio de muñecos de felpa que la observan fríos como juzgándola. Le parece oír los tambores y las voces guturales cada vez con mayor fuerza.

Puja sin querer hacerlo, lo único que desea es que bebé muera antes de ver el exterior, que se ahorque con el cordón umbilical o que dios detenga su corazón maligno, padre por qué me has abandonado grita mientras sigue pujando, no quiere tener que matarlo una vez lo haya parido, debe hacerlo, estrangularlo o acuchillarlo tan pronto abra los ojos, no sabe si tenga la suficiente fuerza.

Puja. Respira. Puja. Respira.

El grito final se interrumpe por un llanto. Es el chillido de un depredador. Finalmente lo ha logrado. Ve a bebé. Es una niña.


Nía,  Devoradora de vida,

La que fue profetizada,

La Heraldo del sol negro y la luna roja

Emperatriz del caos

Diosa de la destrucción…

… susurra el viento.

 

Nía extiende sus manitos buscando protección, está completamente indefensa. Sus ojos se cruzan. Gris contra azul. Madre sabe que su hija trae la aniquilación y el caos y que ella será su primera víctima pero es bebé, su bebé y la ama con la misma intensidad que la odia. La toma y la acuna contra su pecho mientras siguen siendo bañadas por la luz tenue de la luna roja.






viernes, 26 de marzo de 2021

A mi tía

 Hay una anécdota que mi tía solía contarme cada cierto tiempo. Yo había nacido hace poco y ella quería abrazarme o besarme pero no se lo permitieron debido a una tos que tenía por fumar . Ella que quería consentir al primogénito de su hermano adorado apagó el último de los cigarrillos que fumaría en su vida. Cada vez que cumplía años me recordaba que llevaba diez o veinte o treinta o los años que yo cumpliera de vida sin fumar.
Nunca terminamos de conocer del todo a las personas que amamos ni ellas a nosotros. Quizá podrían hacerlo nuestros padres que nos conocieron desde el principio, pero lo más probable es que mueran antes que nosotros. Amigos, pareja e hijos llegarán en un momento en que nuestra historia ya está empezada y muchos de ellos se irán en el momento menos pensado. Somos un enigma: qué tantos secretos, dolores, alegrías y misteri
os esconde el alma humana en donde incluso nosotros mismos somos incapaces de reconocernos en el espejo y saber quiénes somos en realidad.
Pensaba en todo esto por mi tia. Helena Fernández Bonilla, es una de las mujeres que más he amado en mi vida. Podría hablar de ella por horas y sería incapaz de abarcar más que ese universo que compartimos juntos, del amor de tía y sobrino, tan íntimo. No puedo hablar de ella como madre, amiga, hermana, hija, más allá de lo poco que pude ver que es tan pequeño como un copo de nieve durante una nevada. Quienes la conocieron quizá tenga su propia imagen de ella, cada uno guarda una Helena en su corazón y recuerdos y no es mi intención abarcarla en todas sus dimensiones sino simplemente hablar de la tía que conocí.

Es difícil recordar una época de mi vida donde no estuviera. En los momentos más importantes estuvo presente. Se me ocurre por ejemplo mis cumpleaños cuando era niño, mi grado del colegio, tengo especial recuerdo por los seis años de mi hermana en su magnífica casa en Ciudad Jardín, en la fiesta sorpresa que le hicimos a mi mamá cuando pensamos que la pesadilla del cáncer había pasado….pero también estuvo presente en los momentos difíciles, dura y valiente como un roble, cuando mi papá murió y lloramos en una noche sin estrellas ni fin, la despedida de mi mamá cuando partió a una muerte segura y así mil momentos más, siempre presente, nunca ausente . Con una palabra, un beso, un consejo.
Mi tía, y debo decirlo ahora, no era una mujer sencilla. Tenía un temperamento difícil, pero voy a confesarlo ahora, no era algo que me molestara sino algo que siempre admiré. Me gustaba y sé que a mi papá también lo hacía que peleara tanto. Incluso cuando no tenía la razón, incluso cuando se equivocaba.
Decía que no terminamos de conocer a las personas del todo, pero pude observar a través de pequeñas rendijas del día a día algunas facetas de ella. La mujer que vivió 55 años con el esposo que eligió, a la madre amorosa con Fercha y Jaime A que son su fiel reflejo, seres humanos valientes y bondadosos. Sé que como mi abuela siempre intentó ayudar al más desfavorecido, a quien lo necesitara. A través de los años siempre pude ver una mujer alegre, vital, de buen humor, (cómo amo su risa y su voz) amiga de sus amigas y orgullosa de su sangre, familia y linaje.
Por lo general cuando alguien muere enmarcamos tantas cualidades que se suele decir que ‘no hay muerto malo’ y podría decir tantas de mi tía que no pararía. ¿Ignoro sus errores? Por supuesto que no, sé muy bien cuáles eran, pero no vale la pena quedarse en ellos, así como no vale la pena quedarse con los dos últimos meses de su vida. No vale la pena pensar en la mujer después de la operación, en la prueba de hiel para su familia que vio su llama apagarse de manera lentamente hasta el final. Para mí, mi tía es la mujer que siempre me recibía mis llamadas con un ‘Hola Tulin’, la que quiso a mi papá como ningún otro ser humano lo hizo, que amó a mi hermana con la misma intensidad que a mí, la mujer que se llevo a vivir a la Nana, mi negra hermosa, como una reina después de su justa jubilación, la abuela y tía abuela orgullosa de las nuevas generaciones, la mujer que no solo hablaba de su dios sino que lo intentaba aplicar en su vida cotidiana.
La última vez que la vi, y no me refiero a este triste momento, fue hace un año. Antes de la pandemia. Como siempre hizo que me quedara en su casa donde fui consentido y querido, al igual que siempre lo hacía. Un día antes de partir me pidió que la acompañará a hacer varias vueltas. Fuimos al banco, luego a mercar, a dejarle plata a un ancianato para ayudar a una pobre viejita, luego a comprar una biblia para un regalo a no sé quién, recuerdo que en un momento la vi tan linda pero a la vez tan vulnerable que pensé que la amaba con todo mi corazón. Y así era. Y así es.
Recuerden a mi tía, con sus luces y sombras, pero guárdenla en su corazón y siempre que piensen en ella que sea en el amor y los buenos momentos hasta que llegue el momento inevitable en que nos reunamos con ella.
Gracias por tanto. Espero ser tan buen tío con mis sobrinos como lo fuiste conmigo.