martes, 20 de agosto de 2024

CARTA A PAPÁ A DIEZ AÑOS DE SU MUERTE

 

Papá,

Escribo esta carta la noche del 17 de agosto del 2024, día en que se cumplen diez años de tu muerte, pero la publico el 20 de agosto, el día de tu cumpleaños, porque prefiero celebrar tu vida como un pequeño triunfo sobre ese destino inevitable que nos espera a todos.

Los recuerdos de esa noche siguen presentes, a pesar de que muchos de los detalles son ya nebulosos. Recuerdo abrir la puerta y encontrar tu cuerpo tirado en el piso de la sala mientras Gruñón te acompañaba fielmente, no ladraba, ni siquiera gemía, simplemente estaba a tu lado, estoico, esperando que te encontraran. En un principio pensé que te habías caído, pero al acercarme y ver tus ojos vidriosos, algo en mi interior supo que ya habías partido para siempre. Aun así, intenté de manera infructuosa revivirte, sabía que era inútil, pero no podía evitar intentarlo hasta que minutos después solo pude aceptar la realidad. 

No recuerdo exactamente lo que siguió después, llamar a mi mamá, llamar a mi tía, pensar en cómo contarle a mi hermana (aunque más adelante se enteró por una prima imprudente). No recuerdo quién llegó primero. De un momento a otro la casa estaba llena de personas queridas, mientras estábamos a la espera de que llegaran a llevarse tu cuerpo en la que ha sido una de las noches más largas y dolorosas de mi vida (las otras han sido la muerte de mamá y la de Camilo) 

Diez años han pasado ya, quién lo diría, viejo. A veces pienso que el tiempo transcurrido ha sido largo como si se trataran de siglos; otras me parece que han ocurrido en un parpadeo. Diez años donde también ha muerto mamá, mi tía Helena, el perrito Gruñón, donde nacieron los hermosos Verónica y Maximiliano, donde publiqué mi primer libro (¿puedes creerlo, papá?, a veces yo mismo no lo hago), donde he vivido tantas cosas que me gustaría contarte. Lo que más me llena de tristeza es que no hayas podido ver todo lo que mi hermana y yo hemos logrado, las cosas que creo podrían llegar a enorgullecerte.

¿Sabes papá? Me pasa algo curioso, pienso en ti e intento estar triste por tu ausencia, pero no lo consigo, me lleno de un inmenso sentimiento de nostalgia y ganas de que estés conmigo, de darte un beso, un abrazo y decirte lo mucho que te amo y la falta que me haces, pero no consigo ponerme triste, ni llorar. No lo tomes como algo malo, al contrario, creo que si te recuerdo así es precisamente porque me (nos) formaste de la mejor manera como seres íntegros y nos dejaste preparados para afrontar este mundo tan amargo y a la vez tan maravilloso sin ti.

Pienso en ti, en el hombre que fuiste, en el padre que fuiste, y mil recuerdos se arremolinan en mi mente. Las vacaciones en La Bocana, la siesta, el abalanzarme sobre ti como un miquito cuando llegabas de trabajar, tus discursos, el 516206 de la casa, la Biblioteca Departamental,  las anécdotas que repetías una y otra y otra vez de manera que tanto Nata como ya nos la sabíamos de memoria, tu orgullo,  tu problema con el alcohol que a la larga era una tristeza mal camuflada por no haber podido ser ese hombre libre que siempre anhelaste, la forma de querer tan tuya siempre tan tierna, tan honesta e ingenua de la cual mucha gente que nunca te quiso se aprovechó tanto, y tantas, tantísimas, cosas que si las plasmará acá me quedaría sin papel.

Sin embargo, muchas veces pienso que nunca te conocí del todo. Es normal, nunca conocemos completamente al otro, ni siquiera a quienes más amamos. Hay una faceta que es completamente nuestra y no compartimos con nadie, pero si tuviera un deseo, uno solo, no sería traerte a la vida, sería estúpido ir contra las leyes de la naturaleza, preferiría tener una tarde contigo, para tomarnos unas cervezas y hablar. Decirte que te quiero y agradezco por todo el amor y sacrificios que hiciste por nosotros. Quiero decirte que con los años he llegado a comprenderte mejor y que te perdono lo que tengo que perdonarte y pedirte a la vez perdón por mis errores; me gustaría simplemente escucharte y pedirte consejos.

Porque papá, si supieras todos los errores que he cometido y sigo cometiendo, algunos, incluso, se quedan pendejos al lado de los tuyos. Me he lastimado y he lastimado a tanta gente, sin (la mayoría) y con intención que a veces no lo puedo creer. También, a veces, tengo miedo, a no volver a enamorarme nunca más, a la muerte (a pesar de saber que es natural y es el descanso de la vida), a la soledad, a que todos quienes amo partan antes que yo… a veces papá, solo me falta escucharte, un consejo o simplemente decirme que todo estará bien y te enorgulleces de mí. No sabes cuánto extraño tu voz.

Sé que el deseo es inútil. O quizá no. Vives en mí y en mis recuerdos. No creo en la vida después de la muerte y creo que esta vida que tú me diste es el regalo más hermoso de todos y más allá de si la lees estas líneas o no, me gusta hablarte y decirte todo lo que siento.

Soy feliz de que hayas sido mi papá y te elegiría siempre. Gracias por todo el amor que me diste, por el hombre que soy ahora. Todo lo que soy se lo debo a ti y a mamá y lamento los errores, esos van de mi parte. Créeme que intento ser un mejor ser humano cada día, aunque muchas veces me equivoqué, el camino es largo y siempre hay que pulir la piedra. Pero seguiré levantándome hasta el final, tal como me lo enseñaste.

Hoy a diez años de tu muerte solo tengo tres cosas para decirte:

Te amo

Te extraño

Gracias por todo



Feliz cumpleaños, viejo.