Como todos los años, les comparto este cuento de terror por Halloween.
Espero lo disfruten.
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Para May,
La otra vive en mí. Me
consume y devora. Mi existencia se marchita como la más fugaz de las flores, mi
sangre la alimenta y mi alma le da forma, aunque le repugna a la vez. La otra habita
en mí del mismo modo que yo en ella en una espiral de vida y muerte, muerte y
vida.
La primera vez fue consciente de
ella al tocarse el vientre y percibir una sensación extraña en su ombligo. Una
sensibilidad extraña, como si sus dedos fueran témpanos de hielo. Los retiró
con rapidez, pero volvió a ello como un niño que acaba de perder un diente de
leche y hurga el espacio vació con la lengua de manera repetitiva y frenética.
Cada roce era un corrientazo
indescriptible que la hacía estremecer. No sabía si sentía miedo, excitación
sexual o un deseo irrefrenable de repetir ese tacto helado de sus manos sobre
su vientre cálido. Las semanas siguientes estuvo viviendo una especie de
frenesí donde tocaba su cuerpo y lo exploraba de una manera desconocida para
ella, hasta quedarse dormida.
Todo cambió una mañana al despertar,
cuando comprobó horrorizada como su dedo estaba completamente húmedo, bañado en
una especie de saliva repugnante. Con temor, acercó su dedo a su vientre, al
ombligo, al que creyó ver palpitar y sintió el impulso de llevarlo allí, de
inmediato su ombligo pareció abrirse y empezó a succionar su dedo con la misma
fruición que un recién nacido mama del pecho de su madre.
Siento que la
otra germina en mí. Saldrá como una flor, desgarrando mis órganos y usando mi piel
como pétalos que adornarán su nacimiento.
Se dirigió al hospital público
que le correspondía. El letrero a la entrada decía Nuestra Señora del
Consuelo mientras las gotas de una lluvia negra caían de manera incesante.
Entró y le pareció oír un débil quejido al ingresar. Pudo ver una fila casi
interminable de pacientes y un olor a sudor y sangre seca que casi la hizo
vomitar. Algunos de los cuerpos hacían fila de pie, otros sentados y algunos
acostados donde exhalaciones casi imperceptibles demostraban débiles señales de
vida.
No supo por cuántas horas o días
hizo la fila, al cabo de un tiempo perdió la noción del tiempo y al poco rato
su celular dejó de dar señales de vida. Con rabia lo arrojó al piso y en un
impulso lo pisó, el aparato hizo un ruido casi humano de tristeza como si
estuviera sollozando. La fila se movía de manera paquidérmica, era consciente
del paso del tiempo por el calor del día o el frío de la noche, pero nada más.
A cambio del sol, la luna y las estrellas su existencia se iluminaba únicamente
por las luces titilantes y depresivas de los bombillos pálidos.
Finalmente llegó a la recepción
donde una mujer que parecía mucho más enferma que el resto de pacientes la
miraba con indiferencia. Su labial parecía una mancha de sangre seca sobre su
boca y sus dientes amarillos era como albergaran a cientos de gusanos. La
escuchó, le pidió que se levantará la camisa y pasó un dedo por el ombligo, a la
otra no le gustó la presencia intrusa de esa falange, quiso pedirle a la recepcionista que se
detuviera pero antes de que lo hiciera la otra como si tuviera una
cuchilla en el vientre rajó el dedo intruso.
La enfermera no se inmutó y
empezó a anotar en su libreta un par de cosas sin importarle la sangre que
manaba como un pequeño arroyo empañando la tinta. Luego, como si no fuera lo
peor que hubiera visto en su vida, le dio un par de pastillas y le pidió que
esperará a que la llamaran.
Empezó a deambular en las salas
del hospital, cada vez internándose más en la edificación que la devoraba con
gusto. Empezó a ver las baldosas sucias y a las cucarachas y ratas reptando por
los pisos y paredes. ¿Siempre habría estado así el lugar? O solo siendo uno más
de los residentes era como lo veías en realidad. Desnudo.
A veces,
contemplo mi vientre, lo noto abultado. Me parece escuchar gorgoritos desde su
interior. Me pregunto cómo es la otra, qué piensa. Nunca lo sabré, ahora
comprendo que no la pariré, ni se separará de mí estamos unidas por la carne y
la sangre.
Los días en Nuestra señora del
consuelo son idénticos el uno al otro. Los gritos de dolor y miseria se
sobreponen a los murmullos que fungen como diálogos. Desde su construcción la
luz del sol no toca las paredes pútridas ni los pisos donde los pacientes se
recuestan para descansar sin saber que muchos de ellos no se levantarán de
nuevo.
Nunca se ve un médico en el
lugar, tan solo los enfermeros, siempre con tapabocas, siempre con una especie
de deformidad que ocultan con sus batas y que solo es evidente en su pesado
caminar, están presentes recogiendo los cadáveres del piso, llamando a los
pacientes elegidos que serán atendidos. Los escogidos avanzan con miedo sin
saber si hubiera sido mejor no haber sido llamados, con el terror de no saber
lo que hay detrás de la puerta tras la recepción.
Ella sentía que la otra se
manifestaba cada día con mayor fuerza. Cada cierto tiempo se levantaba la blusa
y creía ver una especie de rostro que se formaba en su estómago, un par de
surcos que se habían formado en la parte inferior de sus costillas se veían
como unos ojos oscuros sin pupilas y había empezado a aparecerle una especie de
pelusilla inmunda que parecía una especie de pelo quebradizo y grasiento. En
cierto momento, dejó de luchar con ese sentimiento de repulsión y rechazo que
fue reemplazado por uno de curiosidad por saber qué pasaría a continuación y en
qué momento la otra tomaría total control sobre ella.
Pronto empezó a familiarizarse
con varios de los internos. Estaba Rosa quien tenía un extraño picor por
su piel que ningún tratamiento lograba aliviar, lo único que podía hacer era clavar
sus uñas en su rostro, en sus manos y en su cuerpo y empezar a arañarse cada
vez más y más profundo hasta tener la piel en carne viva momento en que pasaba
a otra parte de su cuerpo donde los dedos hurgando la piel reemplazaba el dolor
con algo similar al alivio.
Manuel tenía un cuchillo clavado
en su rostro. La empuñadura entraba por la parte trasera de la cabeza y la
punta salía justo bajo el ojo izquierdo al lado de la nariz. Era un milagro que
estuviera con vida, aun así la recepcionista aplazaba su ingreso día tras día,
a pesar de lo cual no perdía el optimismo aunque llorara por la noches cuando
creía que nadie lo veía.
Y estaba Amalia quien decía
escuchar voces. Lo curioso es que cuando estabas demasiado cerca de ella parecías
oír el ruido de la estática como un radio viejo que no ha sintonizado aún una
emisora, si permanecías el suficiente tiempo a su lado oías ruidos similares a
voces solo que demasiado tenues y suaves, aunque agresivas, para comprender lo
que decían.
Lo peor eran las pesadillas. Nunca
era consciente en qué momento el cansancio la vencía y se quedaba dormida en
los pisos fríos del hospital. No recordaba exactamente lo que soñaba, solo que
sus sollozos la despertaban para volverse a dormir casi de manera inmediata y volver
a ese reino inerte de pesadillas. Hubo una ocasión donde alcanzó a tener seis
seguidas antes de proponerse no volver a dormir nunca más.
Veo los cuerpos
de mis compañeros inconscientes en el piso. En la madrugada parecemos todos
muertos. Cuerpos que se lamentan y adornan las baldosas de este maldito lugar. Temo
a estos cuerpos, a sus enfermedades, pero no tanto como le temo a la otra. Dios
mío, cuánto tiempo permaneceré aquí antes de perder por completo mi mente.
Había ocasiones donde la
situación se volvía más o menos tolerable. Una vez, cansada de su olor a
suciedad, sudor y fluidos, le pidió a sus amigos que la ayudaran a bañarse. No
había duchas en ese lugar, pero entre todos empaparon papel higiénico que
restregaron contra su vientre mientras que La otra se dejaba consentir y
su cuerpo parecía ronronear de satisfacción.
Sin embargo, Amalia no se sumó a
ese grupo. Conforme pasaban los días y el insomnio la afectaba empezó a sentir
como su compañera la acechaba. En la penumbra de los bombillos titilantes, le
parecía sentir sus ojos inyectados en sangre como una depredadora sobre ella.
¿Cuánto tiempo llevaba en ese
lugar? ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año? Le parecía curioso que aparte de la
necesidad de dormir no tuviera apetito, que aparte de los cuerpos inertes y las
voces ocasionales que llamaban por un paciente no hubiera más movimiento en el
hospital.
¿Soy real o tan
solo una extensión de la otra? La siento crecer cada día en mi interior y
siento que está a la espera que pase algo. Sé que me desea, quiere tener el
control de mi alma y solo dios sabe lo tentada que estoy de entregárselo,
siento la cabeza embotada y los párpados me pesan. Estoy en los huesos a
excepción de mi vientre abultado y rozagante. Quiero huir, morir, pero me
aterra pensar en lo que ella pueda hacer.
Esa mañana sintió que estaba al
límite de sus fuerzas. Se arrodilló y a pesar de los esfuerzos de Rosa y Manuel
estaba dispuesta a quedarse allí hasta que todo hubiera terminado y así habría
sido de no sé porque con el rabillo del ojo vio como Amalia se acercaba.
Caminaba de forma amenazante y supo que ocultaba una cuchilla bajo la manga.
Antes de darle tiempo a que
reaccionara se abalanzó sobre ella. Amalia no tuvo tiempo de reaccionar ni de
sacar la supuesta arma. Empezó a golpearle el rostro con sus brazos raquíticos,
pero sin pausa, y fue en ese momento que sintió como la otra le hablaba
sin palabras.
Aliméntame.
Acércame
Se quitó la camisa y acercó su
vientre a la cara aterrada de su rival, La otra mutó su ombligo en una
especie de sonrisa macabra que se abrió mostrando cientos de pequeños colmillos
que desgarraron el cuello de Amalia.
La otra bebe de
la sangre pero yo ya no estoy en ese hospital. Mientras mis manos y mi vientre
acaban con su existencia, mi mente está en otro lugar. Lo he recordado todo.
Ahora me encuentro de vuelta en ese cuarto, tantos años atrás. Sola. Él ya se
ha ido. Y el otro ha muerto. Había olvidado el dolor de su muerte. Ya sanará
decían las enfermeras. Es joven y podrá intentarlo de nuevo decían otros, pero
la verdad es que el dolor nunca se fue. Ni se irá. Estoy vacía. No existe la
otra, solo soy yo intentando llenar un espacio que no existe más allá de mis
más delirantes anhelos.
Cuando vuelvo a
ser consciente del hospital veo a Amalia con la mirada ida del difunto y mi
vientre untado de su sangre, pero también siento otro líquido que se mezcla.
Lágrimas. ¿Mías o de ella? No importa. Un sonido que suena como un zumbido
taladra mis oídos, siento que me levantan y sé que finalmente me llaman para la
consulta.
Inicio el camino
a la recepción y siento emerger de los infiernos con cada pasillo que recorro
de vuelta. Finalmente estoy frente a la recepcionista que me mira con una
sonrisa que deja ver su dentadura pútrida, sin embargo, sigo de largo y abro la
puerta del hospital franqueando la puerta de salida.
La otra soy yo y
yo soy la otra, al fin puedo verlo. Salgo a la calle y los rayos del sol
calientan mi alma, mi cuerpo y a la otra.