domingo, 21 de agosto de 2011

Mi abuelo y yo

Ayer 20 de agosto mi papá cumplió años.  Fue una fecha especial: setenta y tres años no se cumplen todos los días. Realizó un almuerzo donde invitó a mis tíos y primos…es una ocasión privilegiada pues son muy pocas las ocasiones en donde toda la familia se reúne –bueno no toda,  faltan algunos primos y mi hermana que vive en los Estados Unidos- . Se conversó, se compartió y comimos una deliciosa sopa, muchacho relleno –una especie de carne, no vayan a pensar que somos familiares lejanos del ilustre doctor Hannibal Lecter- , ensalada de papa, arroz y de postre queso y manjarblanco –que es una especie de arequipe del Valle del Cauca, mi tierra- finalizando con un buen tinto cargado.
Al viejo le regalé un pajarito para aumentar su cada vez más grande colección de plumíferos, él me sorprendió a su vez regalándome la cédula de ciudadanía de mi abuelo. A diferencia de las cédulas modernas que son tarjetas plastificadas, la de él es un papel grande que debe doblarse cuatro veces para poder guardarse en el bolsillo. El documento tiene su foto y sus datos personales  escritos a mano, con una caligrafía fina casi ilegible y su huella digital.
Detallando el documento me doy cuenta que mi abuelo tiene en ese momento veintiocho años, la misma edad que tengo yo en este momento, también tiene mi mismo nombre –o debería decir mejor que yo soy quien lo he copiado a él-. Está elegantemente vestido con saco y corbata y mira a su fotógrafo de manera calmada pero no triste, a diferencia de las cédulas actuales en donde la víctima mira de manera resignada al infinito, como si no tuviera otra opción que posar para un verdugo implacable e invisible.
En ese momento mi abuelo no sabe que morirá dentro de sesenta y un años: Alcanzará a conocer el siglo veintiuno aunque no será plenamente consciente de ello y fallecerá a tan solo dos meses exactos del atentado de Osama Bin Laden contra las Torres Gemelas. A la edad de la foto ya está casado con mi abuela, Rosa Elena Bonilla y mi padre Carlos Fernández, Calicho para los amigos,  Bonilla, aún gatea y se chupa el dedo pues tiene tan solo tres años. En la foto tiene un bigote pequeño y delicado que desaparecerá en el futuro y a pesar de no ser muy delgado aún no alcanza la obesidad que tendrá en sus últimos años.
Tulio Fernández García, cuyo segundo nombre es Leopoldo, nombre que he aprendido a apreciar después de leer a Joyce y su grandiosa e incomprensible Ulises, nació en el Ecuador y se vino a este país en busca de fortuna. Conoció a la mujer de sus sueños en estas tierras y vivió con ella y la amó hasta el final de sus días. Alguna vez alguien me contó –podría jurar que mi abuela que en paz descanse- que él  enamoró a su futura esposa a partir de cartas y poemas de amor. No fue una lucha fácil, la hermosa dama se le resistía y a cada declaración de amor, ella le respondía escupiéndole delicadamente…pero al final mi tocayo venció y conquistó al amor de la esquiva doncella.
Eran otros tiempos, desde luego, cuando era pequeño vivía sorprendido al observar que mis abuelos a pesar de vivir en  la misma habitación dormían en camas separadas, mientras mis padres dormían en una misma cama –grande y cómoda donde mi hermana y yo saltábamos como locos cuando nuestros progenitores no estaban- y jamás vi una declaración de amor entre ellos, aunque  miento un poco: Cuando mi abuelo murió en julio del 2001, mientras se realizaba la misa antes de conducir sus restos rumbo al crematorio y en medio de la ceremonia oficiada por el sacerdote Saúl Aramburo, se escuchó una voz  llena de dolor y sufrimiento, un gemido que sólo repetía mi nombre, el de mi bisabuelo, mi abuelo, mi tío, mi primo  pero que esta vez se refería al difunto. Lo que gritó mi pobre abuela –en caso de que alguien no lo haya deducido aún-  fueron sólo dos sílabas, cinco letras llenas de tristeza por la ausencia del amado. T-U-L-I-O.
Debo ahora hacerles una confesión: Debido a mi mala memoria, los únicos recuerdos que conservo de mi abuelo fueron sus últimos años cuando la demencia senil  ya estaba completamente apoderada de él. Mi hermana, que tiene mucha mejor memoria que yo, me cuenta que recuerda quel viejo mientras estaba asomado al balcón de su casa llamaba a lo lejos a los vendedores de paletas y mecato y compraba ricos helados que compartía con nosotros, y yo lo siento muchísimo, porque no lo recuerdo. Tan sólo me acuerdo de su locura y sus últimos lamentables días.
En estos momentos mi abuelo me observa. Tiene veintiocho años, es enero 17 de 1941, faltan siete años para que asesinen a Jorge Eliecer Gaitán y casi un año entero para el bombardeo de los japoneses a Pearl Harbor, Hitler se ha hecho a la mayoría de Europa y en América nadie parece preocuparse por ello. Mi padre llora y estoy seguro mi abuelo lo consuela y está seguro que su primogénito va a brillar, va a ser mucho más brillante, mucho mejor persona que él. No lo sabe pero aún le quedan por nacer otros dos hijos que lo harán orgulloso por sus acciones y por sus valores. Ignora que morirá el mismo día que Elena, su preciosa niña, su consentida, cumple años; no sabe que mi tía ha rezado fervorosamente para que él  pueda morir, descansar, escapar del dolor y el sufrimiento; tampoco puede preveer que fruto de su muerte, de su ausencia, mi dulce abuela podrá resistir poco menos de cuatros años antes de abandonar este valle de lágrimas para reunirse con él sea cual sea el destino que le espera a aquellos seres que han sido creados para morir y seguir vivos en el alma de quienes los amaron.
Tengo veintiocho años pero a diferencia del otro Tulio (Leopoldo) Fernández, no tengo claro mis objetivo, no tengo esposa, no tengo hijos por los cuales responder, tan sólo me queda una ruta  que puede tener un solo camino o mil senderos a recorrer y aunque no sé cómo seguir en medio de la noche que se aproxima, sigo indemne avanzando en medio de las sombras. Me gustaría haber conocido a mi abuelo, quizá en el momento en que se tomó la foto para su cédula, saber qué opinaba, cuáles eran sus pensamientos, su filosofía de vida….sé que fue muy feliz pues tuvo a la mujer con la que soñó siempre, a la que anhelo y amó con toda su alma. Pero aún así me hubiera gustado saber si por tener mi mismo nombre era parecido a mí o quizá todo lo contrario.
De él tan sólo me queda los recuerdos que de él tiene mi padre, mis tíos y primos. Todos me hablan con inmenso amor de él, de su cariño, de sus poemas –que espero no sean tan temiblemente malos como los míos-, de la manera en que sacó adelante a su familia, del ejemplo que dio…de él me queda la foto de su cédula. Mi abuelo me observa a noventa y nueve años de su nacimiento y su mirada es serena, convencido de que logrará todo lo que ha anhelado en su vida.

6 comentarios:

  1. Que bonito escrito, me ha hecho pensar en mi propio padre, quien también cumplió años este mes y cuya foto en blanco y negro, muy joven aún, me mira desde hace un par de semanas desde mi estante de libros. Vos está seguro de que el camino que has de seguir se abrirá a tus ojos en el momento en el que así deba ser. Un abrazo.

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  2. Me adhiero a las palabras de Ale, Tulio: hermoso escrito. Realmente maravilloso. Demuestra que no sólo tienes un don único para la escritura, sino que además eres una gran persona con cualidades que hoy en día se ven poco...

    Yo también estoy en una situación similar a la tuya, pero aun así no queda otra que seguir adelante y tener la esperanza de que todo irá para bien..

    PD: ¿Seguirás la tradición con el nombre de tu hijo?

    :)

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  3. Señor Fernandez: un escrito muy bello, felicitaciones¡¡¡
    Estoy de acuerdo contigo, la grandeza de la sabiduría de nuestros seres amados es algo inborrable. Mi padre tiene la dicha de ser abuelo y sus palabras, mensajes y cantos son algo que nunca se olvidara.
    Un abrazo

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  4. Hola, vine a pinchar el globo! :D

    Nah, mentira, hoy no. Buen texto.

    (Mañana sí te pincho el globo xD)

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  5. Ale....Estoy seguro que algún día el camino se mostrará despejado ante mí -o por lo menos eso espero-

    Calavera: ¡Por los dioses, NO!.....Soy el quinto y último de los Tuios -a menos que mi hermanita o alguno de mis primos quiera seguir el legado.

    Mafer: Es importante guardar y atesorar los recuerdos de quienes amamos y estoy seguro que así lo haces con tu padre que es una gran persona.

    Lobo: Puedes venir a pinchar el globo cada vez que quieras :D Para mí un honor que visites mi página

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  6. Me encanta leerte, ya te lo había dicho...

    Pero más me encanta, cuando escribes sobre ti, sobre tu familia, sobre tus sueños, sobre lo que amas, sobre lo que odias.

    Me encanta leerte cuando se que sentiste escribiendo, leerte humano, amoroso, temeroso de tomar la rienda equivocada.

    Quisiera escucharte, aunque temo que se perdiera la magia de tus letras. Quiero leerte, como si de eso dependiera mi vida, como si el día que se acabasen tus palabras, se acabara mi vida.

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