miércoles, 12 de octubre de 2011

Recordando a Camilo


Hoy, once de octubre, Camilo Reyes debería estar cumpliendo veintiocho años.  Para esta época ya se habría graduado de medicina y estaría viviendo en Cali  junto con sus padres Piedad y Diego, su hermano Sergio y su perro Balú.  Seguramente yo no le habría escrito un mensaje en el facebook, pues él nunca cayó en la trampa, en la dulce adicción de las redes y nunca creó un perfil, sino que lo habría llamado a su celular, le habría deseado que cumpliera muchos más años, ‘hasta el año tres mil’-como se habitúa-, y le habría mandado un abrazo virtual. Hoy, Camilo cumpliría la misma edad que yo, si no hubiera muerto en un accidente de tránsito hace poco más de tres años.

Siempre me he preguntado en qué consiste la inmortalidad. Según los creyentes, un ser magnánimo y omnipotente habrá de resucitarnos a todos y llevarnos a hasta el paraíso;  para los artistas la inmortalidad está presente en su obra, en sus letras, su música, su pintura que vivirá hasta el fin del tiempo y que renacerá cada vez que una persona se sobrecoja ante los sentimientos que la causaron. ¿Pero cómo la puede alcanzar una persona normal ?

Ernesto Sábato afirma de que los difuntos vivenen las personas que los amaron y que esa persona moriría de nuevo  y de manera definitiva al momento en el que quienes la recordamos sigamos el mismo sendero del camino de las sombras. Quizá tenga razón.

No recuerdo exactamente cómo conocí a Camilo, lo que me ha contado mi mamá es que tenía aproximadamente tres años. En esa época vivíamos en ‘La Torre de Santiago de Cali’, una unidad residencial donde de manera paradójica hoy vive mi mejor amigo Carlos Mauricio Muriel. En esa época asistíamos ambos al jardín infantil  Hellen Keller y  a pesar que no recuerdo a mi amigo recuerdo el uniforme: Camisa amarilla y pantaloncitos café.

Perdonarán el tamaño de la foto pera era escaneada. En ella aparecen Camilo, mi hermanita y yo


Mientras Camilo y yo salíamos a coger el bus, mi mamá y  la suya, Piedad, trabaron una amistad fiel y solida que al día de hoy continúa. Pienso que si ellas no hubieran hablado seguramente la relación de mi amigo y la mía habría terminado cuando mi familia se fue a vivir temporalmente a los Estados Unidos.

No fue así, al regresar a Colombia ambas familias siguieron hablando. Entré a estudiar al ‘Gimnasio de Occidente’, él al Berchmans. Un año después me trasladé a ese mismo colegio, pero el que estuviéramos juntos no paso de ser una mera anécdota: Nunca coincidimos en el mismo curso y cuando nos cruzábamos nuestras conversaciones  no pasaban  del  saludo, del breve intercambio de unas pocas palabras.

Era completamente diferente por fuera del colegio.  Por lo general, era yo quien lo visitaba y me quedaba hasta el otro día en su apartamento. Recuerdo que improvisábamos mil cosas, nos metíamos a la piscina, jugábamos al Monopolio o a Batalla Naval;  en el parqueadero jugábamos al fútbol y cuando por error le pegábamos un balonazo a un carro salíamos corriendo como alma que lleva el diablo.

 Recuerdo cuando compró el Nintendo 64 y específicamente el juego Star Fox, nos trasnochábamos con su hermano Sergio hasta la madrugada y su papá, Diego, siempre nos regañaba porque tenía que madrugar a trabajar o simplemente quería descansar y sus hijos y el amigo imprevisto no lo dejaban.

Una amistad verdadera siempre tiene pruebas que superar. La nuestra se dio en los últimos años de colegio cuando Camilo dejó que malas amistades le hicieran perder las perspectivas y lo verdaderamente importante en la vida. En esa época despreció mi amistad y se convirtió en otra persona. Por mi parte no lo busqué, nunca he retenido a quien no quiere estar conmigo y si alguien quiere marcharse no haré nada para retenerlo.

Pasaron un par de años y afortunadamente me mudé cerca a su unidad. Un día, me vio Piedad y me dijo que mi amigo estaba arrepentido de su comportamiento pero que por vergüenza no se atrevía a hablarme. Yo sabía lo mucho que valía Camilo y no dudé un segundo en contactarlo nuevamente.

'TuLio Fernández' por Camilo Reyes. 1998


Ese periodo cuando retomamos nuestra amistad fue maravilloso. En muchos aspectos habíamos crecido, madurado, en otros seguíamos siendo niños –no se le puede pedir demasiado a dos jóvenes de dieciocho años-. Fue en esa época cuando aprendimos a fumar: Lo recuerdo como si fuera ayer: Nos creíamos lo máximo mientras comprábamos nuestros primeros cigarrillos, acompañados de mi hermana Natalia – quien tan solo nos observaba con la curiosidad de quien contempla  algo prohibido- y luego nos poníamos a hablar en inglés para que la intrusa no entendiera nuestras falaces conversaciones.

Una noche llegamos a mi casa y prendimos la televisión: Estaban dando un capítulo de Los Simpson que ya habíamos visto más de mil veces, pero al llegar a una escena donde Homero se enloquece al pensar que ‘El coco’ va a asustarlo  y hace un zafarrancho terrible,  yo hice lo mismo y mientras me reía, me apoyé en la repisa de mi cuarto que cedió ante mi peso y prácticamente destrocé mi habitación. Fueron tantas las carcajadas que de recordarlo aún me duele el estómago y me pregunto cómo fue que no nos dio un ataque cardíaco por la risa y la falta de respiración. Esta es la escena:


Fue por esa misma época en que nos quedábamos con él y con Sergio hasta la medianoche jugando con su flamante Playstation 2; después de terminar de jugar y que su hermano se fuera a la cama, íbamos hasta la sala y nos quedábamos hablando hasta que nos sorprendía la luz del sol del día siguiente, Diego se despertaba y nos obligaba a ir a la cama. Esas conversaciones será la faceta que más recuerde de mi amigo. Su voz siempre ansiosa, soñadora, su facilidad para armar planes fantásticos, la paciencia para escuchar mis problemas, la sabiduría de sus consejos, su disposición, su magnificencia. Fueron, sin dudarlo, buenos tiempos y desde la lejanía de los años no dudaría un segundo en volver a ellos.

Finalmente nos graduamos del colegio. Él decidió, al igual que CM Muriel y otro amigo, Ricardo Jaramillo, dedicarse a la medicina. A pesar de ser brillante –una de las personas más inteligentes que haya conocido- no pasó en la Universidad del Valle y presentó exámenes en otras ciudades hasta que finalmente fue adoptador por la Universidad de Caldas en Manizales  

Gracias a esto nuestros encuentros se volvieron esporádicos, aunque siempre que nos vimos me sentía como en casa y como si no hubiera pasado un solo día desde que nos separábamos.

La noticia de su muerte me sorprendió cuando ya estaba viviendo en Bogotá, ese día  regresaba  precisamente de Cali –había puente-   y con la ayuda de mi novia de ese entonces,con quien estaré eternamente agradecido por su comportamiento en ese difícil momento, regresé a mi ciudad y pude darle un último adiós a mi amigo.

Por mucho tiempo me recriminé por la muerte de mi amigo. Inexplicablemente me sentía culpable, sentí mucha rabia y dolor de que él que tenía toda su vida planeada, sueños a raudales y la alegría y el entusiasmo para llevar a cabo lo que se propusiera hubiera muerto, mientras que yo, que no sabía qué hacer con mi vida, que siempre me he quedado un poco rezagado, que soy un pesimista irredento, siguiera con vida.

Pero ahora veo que mi pensamiento de ese entonces no tenía razón de ser. No porque la muerte de él no haya sido injusta, sino porque estaba enfocando las cosas desde una perspectiva equivocada. En lugar de lamentar el seguir vivo mientras él no, debo estar agradecido por haber conocido a una persona excepcional, por haber tenido el privilegio de contar como su amistad y cuyo recuerdo me seguirá como una luz hasta que mis días hayan llegado a su fin.

La última foto juntos
                                        


La muerte es la única certeza que tenemos en la vida. No importa que seamos un vagabundo o un multimillonario, la parca siempre nos estará esperando para el descanso obligatorio. Entonces lo verdaderamente importante es como vivamos este breve lapso que tenemos en la tierra, lo importante es besar a quienes amamos, de disfrutar como las gotas de agua caen sobre nuestras cabezas,  degustar  la comida de  mamá mientras observamos en silencio su enorme amor, o ver en las palabras y consejos de nuestros padres, su sabiduría; lo importante es decirle a nuestros amigos gracias por ser quienes han sido, por ser incondicionales, por aguantarnos nuestros defectos,  abrazarlos,  besarlos porque también son los hermanos que hemos escogido en este mundo difícil.

Ya no pienso con tristeza en mi amigo. Lo hago con un poco de nostalgia por los tiempos pasados, con mucho agradecimiento por lo que me enseñó y por haber sido privilegiado con su amistad, y -todo hay que decirlo-  con un poco de envidia, porque  siempre será joven y feliz sin problemas –tal como lo fue en vida-  mientras yo debo enfrentarme a un futuro incierto, lleno de incógnitas; y con un poco de humor pensando que donde él esté se reirá de mi próxima calvicie, de la ligereza de mis problemas y de los reclamos que le hago aún después de muerto cuando necesito consejo y él ya no está para proporcionármelo.

Siempre he pensado que aquellos que se nos adelantan en el sendero de la muerte nos protegen. Personalmente pienso en ellos como Mis Muertos –mi lista de lujo está encabezada por Camilo, mis abuelos y la Nana- y sé que velan por el bienestar de quienes amaron en la tierra. Soy consciente de que es un pensamiento un poco –o bastante irracional- para un ateo,  pero siempre he preferido pensar en ellos como parte de mí, antes que en un dios desconocido y cruel.

Así que ,querido Camilo, vivirás eternamente en nuestros corazones y en los recuerdos que forjamos juntos. Te quiero mucho y gracias por todo.

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