Cada año,el Instituto de Cultura Brasil Colombia (Ibraco) realiza un concurso literario. Ya son dos años en los que participo y no he ganado aún. Seguiré mandando mis cuentos hasta que venza o me exploten los dedos y la mente (lo que sea que pase primero).
En esta ocasión el texto debía iniciar con una estrofa del gran cantante Vinícíus de Moraes y completarlo. El texto en cuestión era el siguiente:
Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure…
Y esto fue lo que resultó. Espero les guste:
Huellas
Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure…
Y queme hasta las
cenizas del alma
Porque aquello que
quisimos nos habrá de doler hasta la eternidad
Es la cicatriz que
demuestra que amamos
La huella indeleble
que nos recuerda que estamos vivos…
El hombre caminaba
mientras cantaba los versos antes enunciados. No recordaba quién se los había
enseñado, quizá había sido un viejo poeta, vate de amores perdidos y nunca
encontrados, o tal vez era invención suya, creados sobre la marcha, el deseo de
un moribundo que no se resigna a morir.
Avanzaba sobre
arenas límpidas y brillantes, dejando tras de sí el rastro de su sangre sobre
las dunas, un recuerdo que pronto se llevaría el mar. Cada paso que daba lo acercaba a la muerte,
cada descanso aceleraba su deceso; aun así se seguía moviendo, de manera
tambaleante, en zigzag, obstinado, pensando que la salvación estaba en
continuar un poco más la senda, en no dejarse alcanzar por el vacío. Sintió
frío, no sabía si era por la herida la cual se palpó de manera inconsciente o
por los vientos nocturnos. Levantó la mirada y vio a la madre de todas las
lunas, monstruosamente grande y apoteósica, el sumun de todos los satélites con
dibujos de conejos y cráteres en su superficie,
solitaria en un manto oscuro sin estrellas. Siempre pensó que moriría
bajo el sol, en un día caluroso, con los rayos calentando los corazones y
palmeras, una guitarra en las manos y una canción en el corazón. Por lo menos aún
conservaba esto último, pero ¿quién era su autor? Podría jurar que su nombre
comenzaba con V, quizá Victoria, Vilma, Verónica, Valeria, Virginia, Valentina,
Vica, Violeta o Viciao.
¿Sabía que su
perdición iba a ser las mujeres? Nunca lo había dudado. Su vieja Yayá se lo
había dicho desde pequeño, ‘¿Hombre moreno de ojos verdes? Serás todo un
donjuán, nunca llegarás al altar pero una tumba muy pronto te esperará”, y
luego se iba a fumar otro tabaco mientras leía el tarot a otra de sus amigas. Hablaba poco
y siempre en acertijos de esfinge mientras el pequeño moreno, sonreía con sus
dientes perlados, refulgiendo sus ojos como diamantes, gritando que bien valía
la pena morir por las piernas de una mujer, tras lo cual se iba a jugar fútbol
entre garotas de buen hacer y turistas japoneses.
Cómo le dolía la
herida… sentía una agonía terrible, unas ganas casi irresistibles de tirarse en
el suelo y contemplar el cielo mientras las olas lamían sus pies, pero sabía
que si lo hacía no se movería más. Cada paso que daba se internaba en una
especie de choza imaginaria e invisible con miles de puertas que se extendían
hasta el infinito. Se acercó a una y la abrió, se vio en brazos de una mujer
negra como el carbón y de turbante que sostenía a un pequeño cagón que no lloraba
sino que rugía, su madre entonó entonces una canción de galeras, de
remembranzas de esclavitud, triste y nostálgica que hizo que su yo mayor
retrocediera y cerrará la puerta con
delicadeza; otra de ellas lo llevó a una habitación inundada por el humo del
tabaco y a Yayá barajando las cartas una y otra vez, intentando cambiar un destino insobornable,
mientras la anciana repetía como un mantra “Hombre moreno de ojos verdes, qué
desgracia”, alzó la vista y sus ojos se encontraron con el visitante que
incapaz de soportar la mirada huyó despavorido; lo intentó por tercera vez y vio a todas y
cada una de las mujeres que había amado por unas horas, por una noche, las
contempló en el momento exacto que llegaban al placer. Quiso quedarse en ese
cuarto pero en cuanto se acomodó supo que no era bienvenido en ese lugar, una
energía femenina y salvaje lo desterraba, lo expulsaba con la promesa de
tormentos peores a los de la muerte.
Es curioso, pero no
recordaba el momento exacto de la herida. Cada vez que lo intentaba sólo veía
un refulgir de una navaja, un aroma florido pero pesado y la risa densa de un
hombre en la oscuridad. No confíes nunca en una mujer nacida en agosto,
le había dicho Yayá pero él había hecho un gesto orondo, alzado los hombros y persiguiendo a cuánta
mujer se le atravesara en su camino sin importar su mes de nacimiento y he aquí
las consecuencias de sus actos. No se arrepentía del todo, había disfrutado de
cada una de sus hembras, de sus rizos cayendo
por sus hombros, sus sonrisas celestiales,
sus caderas anchas y bustos generosos, no era para nada una razón por la cual
no morir.
Seguía su trasegar
cuando la divisó. Estaba acurrucada acariciando el lomo de un gato, mientras lo
esperaba expectante.
—Eres tú —dijo el hombre
con mucho esfuerzo—. Pierdes tu tiempo, esta noche no pretendo morir.
—Eso dicen todos —respondió con paciencia la Muerte—. Están tan
convencidos de su inmortalidad que nunca son conscientes de que les ha llegado
la hora.
—Di lo que quieras. Pero esta no es mi hora.
—Como digas, hoy eres la estrella de la función. Tan sólo, déjame
acompañarte un rato más.
El hombre la ignoró y siguió caminando. A su lado los recuerdos se
desbordaban pero más que ellos pensaba en gestos que había visto y vivido,
sonrisas, lágrimas, un te amo en una tarde lluviosa, una melodía triste, todo
aquello que conforma nuestra humanidad. Recordó que Yayá le había dicho que si
llegaba hasta el Corcovado y le pedía con toda la devoción un deseo, el
redentor se lo concedería sin importar cuál fuera. Sólo esperaba tener las
energías suficientes para llegar hasta él, el camino aún era largo, siguió
andando con la Muerte como sombra silenciosa mientras cantaba:
Puedo decirme del amor (que tuve):
Que no sea inmortal puesto que es llama,
Pero que sea infinito mientras dure
Muy bueno, Tulio, me gustó mucho.
ResponderEliminarGran sensibilidad en tus letras; y las descripciones de lo que vive el protagonista, el mejor vehículo para transportarnos en tus letras.
¡Saludos!