jueves, 19 de marzo de 2020

Microcuento (II)

Aislamiento

Cigarrillos Rey, cómo olvidarlos, si eran los que más me pedían... por lo general a eso de las once ya se habían agotado. La gente caía como palomas buscando maíz a comprarlos. Eso antes del virus, ahora las calles están vacías, como un desierto, o un gran cementerio de asfalto. Me molesta un poco el silencio, toda una vida de oír el sonido de la ciudad ahora se ha ido, a veces siento en mi oído el eco de los pitos de los carros y las voces mezcladas de la gente. Y sí, sigo saliendo todas las mañanas con mi carrito de chucherías a recorrer las calles, y no, no me importa la epidemia. Tengo ya ochenta años, pero soy una vieja pobre, mi familia está muerta y no tengo a nadie.. y si no le importo ni al gobierno ni a la iglesia ¿Por qué debería preocuparme si vivo o muero? Prefiero las calles a quedarme en esa pensión de muerte recluida todo el día, así que salgo y voy de calle en calle encontrándome de cuando en vez a algún temerario que ignora a la muerte que ronda por estas cuadras pero ninguno compra Cigarrillos Rey, solo asienten como lo haría un condenado que saluda a otro. Veo las cajetillas con los cigarrillos intactos y también en los parques a gorriones de cabeza dorada que no había vuelto a ver desde que era niña en el campo, y que no se veían acá por la contaminación, pienso que lo que para nosotros es una plaga es, quizá para otros, una bendición

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