Palabras dichas durante el funeral de Carlos Fernández Bonilla.
¿Cómo definir en pocas palabras a
un hombre que dejó su huella tan profundamente en nosotros como mi padre Carlos
Fernández Bonilla, sin correr el riesgo
de obviar alguna de sus múltiples cualidades? Podrán pensar que siendo su hijo
me resulta sencillo pero nada más lejano de la realidad. Los hijos somos
simplemente el espejo deformado y alimentado de los sueños de nuestros
progenitores, quienes vuelcan, sin siquiera imaginarlo, en ellos
todas sus ambiciones, miedos y
esperanzas que habrán de forjar seres igualmente complejos a ellos y que
pasarán las mismas inquietudes a su futura descendencia.
Las personas somos como
rompecabezas, o mejor aún, como un crisol de mil colores siempre reflejando
diferentes tonalidades de acuerdo a su entorno. Podría hablar de Calicho,
sobrenombre cariñoso de papá, en su faceta paterna pero ustedes ya tienen una
imagen establecida buena o mala de él. Muchos recuerdos, risas y momentos
difíciles vividos con él a lo largo de 75 casi 76 años en que nos acompañó en este peregrinar
finito que es la vida. Su imagen no es solo la de padre sino la de amigo, hermano,
esposo, jefe, hijo, enemigo, compañero de mil batallas, familiar o implacable
periodista. Reducirlo a solamente a una faceta no sería solo injusto con
ustedes sino con su memoria.
La mejor opción, es entonces,
intentar hablar de él a un público invisible que supongamos nunca tuvo el
placer de conocerlo. Podríamos empezar definiéndolo como un hombre no muy alto,
de ojos claros y un pequeño bigote que se convirtió en su marca de personalidad.
Lo primero que podríamos resaltar
de él fue su pasión. Mi papá fue un hombre cuya pasión desbordaba por sus poros,
pasión por el periodismo, por los excesos, por las ideologías, por el fragor de
la batalla intelectual, por sus convicciones, por las personas que quería sin
importar si estaba o no acertado.
Alguna vez me contó que le
ofrecieron ser juez a lo que declino porque estaba convencido que de haber
aceptado habría sacado de la cárcel a cualquier amigo suyo así hubiera sido el
mayor criminal de la historia y de haber condenado a cadena perpetua a
cualquier inocente por el simple hecho de caerle mal.
La misma se demuestra con los
múltiples periódicos que fundo a lo largo de su vida, se me ocurren ahora los
nombres de Bitácora o Clarines y Timbales (el único periódico taurino que, en
sus palabras, circulaba el 1 de enero),
los cuales nunca le dieron riqueza o fama sino que simplemente fueron
producto de su frenetismo, la locura de emprender una aventura cual Quijote
embistiendo molinos de viento.
Podría también hablar de su
generosidad. Quienes tuvieron la fortuna de conocerlo saben de lo que hablo. Mi
papá fue un hombre sumamente desprendido de los bienes materiales, quizá
demasiado, mientras vivió en Miami su casa fue el hogar de muchas personas que
no tenían a quien más recurrir o donde llegar. El bienestar económico nunca fue
su meta final anteponiendo palabras como amistad o lealtad a incluso su propio
bienestar. En muchas ocasiones se equivocó, es cierto, y depositó la confianza
en gente que nunca fue digna de tanto, pero eso es, desde luego, harina de otro
costal.
También podría mencionar su
sentido del humor. Era un mamagallista terrible , muchas veces incorregible y
algunas francamente pasado, como lo evidencian muchos apodos y frases que le
endilgaba tanto a amigos como enemigos o anécdotas que en sus últimos años
repetía y repetía sin parar como caja de resonancia ante lo cual uno no podía sino
reírse con él a pesar de haber oído la misma historia más de cien veces.
Debo ahora hablar de sus errores.
Me rehúso completamente a decir que no hay muerto malo o difunto sin mácula.
Creo que no mencionar los defectos de una persona que nos deja es de una
hipocresía inconmensurable ya que todos estamos llenos de luces y de sombras y
obviar esta faceta es eliminar de tajo la humanidad que tenemos.
Si hablamos de mi papá podríamos
decir que sus principales defectos fueron el orgullo y la terquedad. No fue
culpa suya únicamente, siendo descendiente del ‘Bonillato’, un reconocido
apellido que ayudó a transformar a Cali de un pueblo a una reconocida ciudad,
era poco más que inevitable.
Sí, era orgulloso y aún más terco. Se guiaba por su parecer a
pesar de ganarse muchos enemigos por ello, muchas veces incluso no oía consejos
de las personas que más lo queríamos. Alguna vez mi abuela me dijo que si no
hubiera sido por eso podría incluso haber sido alcalde de Cali y no podría más
que estar de acuerdo con ello. Éste lo guio en más de una ocasión en peleas sin
sentido y de antemano perdidas simplemente por el hecho de querer ser el vencedor.
Aun así, fue un hombre libre.
Muchas veces me repitió a través de cartas (si lo conocieron sabían de su
afición desmedida por las cartas, los discursos y las tarjetas de navidad) que
cada uno es el arquitecto de su destino y él construyo paso a paso, ladrillo a
ladrillo, bueno o malo. Nunca en las muchas charlas que tuvimos manifestó algún
arrepentimiento por la vida que había llevado (a excepción de aquella ocasión
que rechazó una notaría, “ es que mijo –me decía- yo no servía para estar
echando firmas todo el día pero si hubiera sabido que por cada firma iba a
ganar plata no lo hubiera dudado” ) ¿Y
qué es la vida sino hacer aquello que queremos a sabiendas que podemos estar
equivocados pero avanzamos hacia el pelotón de fusilamiento con la frente en
alto?
Esta terquedad y rebeldía se
puede ver incluso en el último momento de su vida, cuando viendo que los males
y las enfermedades empezaban a reclamar un cuerpo que le dio demasiado gusto a
los placeres decidió morirse de manera súbita, rápida e indolora en lugar de
esperar al lento y natural deterioro al que estaba destinado. Chúpate esa, parca.
Al principio de este texto
prometí no hablar de su faceta de padre pero quisiera rememorar una pequeña
anécdota para reflejar lo mucho que significó mi papá y lo importante de sus
enseñanzas para mí. A mediados de los 90 siendo un joven estudiante quería
comprarme un supernintendo, él se negó a
dármelo y me obligó a trabajar por él. En esa época era director de la
Biblioteca Departamental del Valle y me dijo que si lo quería tener debía
ganarlo. Me puso en nómina de la institución y trabajé fuertemente duramente
mis vacaciones en diferentes departamentos para lograrlo. A fin de mes debía
formarme con el resto de empleados y reclamar mi sueldo con el cual pude
obtener el tan apreciado objeto. Hace un par de años supe que mi grandioso
sueldo era apenas un descuento que él hacía del suyo y que él me daba de su
plata, pero simplemente quería que viera lo valioso que era trabajar e interactuar con las demás personas.
Ese era mi padre. En estos
momentos se entrecruzan en mi memoria cientos de recuerdos. Él con su mameluco
horrible azul, con su corbata con figuras de dólar, esos ridículos
corbatines o esa boina negra que se le veía tan bien,
completamente orgulloso de mi grado o de la valentía de mi hermana por haberse
ido al extranjero y haber pesar de los miles de obstáculos que habían en torno
a ella. Me parece escuchar su voz o risa en un espacio muerto que nunca más
habré de escuchar. Todo lo que soy o lo que llegaré a ser se lo debo a él y a
mi madre, y me parece que a pesar de haber cumplido su ciclo en la tierra, de
saber que está descansando en un lugar mucho mejor que este, de obtener la paz
por tanto tiempo anhelada sé que lo extrañaré hasta el día en que muera.
Muchas gracias por todo papá.
Palabras muy acertadas para describir a tu padre
ResponderEliminarNecesitabas un públicos invisible, un lector anónimo para dar tu propia versión sobre tu padre, y aquí me tienes a mi, tu lectora incansable, en otra noche sin dormir, conociéndolo a través de tus letras. Gracias, por darme esa oportunidad
ResponderEliminarHermosas palabras. Un abrazo
ResponderEliminarClaro que no lo conocí, pero este me parece un retrato excelso de la persona que fue tu padre. Una vez más, lo siento. Un abrazo
ResponderEliminarSentida, cercana y significativa Memoria de Carlos, Calicho. Tuve la oportunidad de conocerlo, quizás por el año de 1958 en el colegio Gimnasio de Occidente, y a partir de allí ser su amigo y compartir momentos vitales e inquietudes intelectuales. Por aquellos años de finales del decenio de 1950 publiqué varios textos y columnas en un periódico fundado y dirigido por él. Gracías, Calicho! Gracias, Tulio, por tus Palabras dichas durante el funeral. Amigo, Gabriel Ruiz Arbeláez
ResponderEliminar