Te extraño, viejo.
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XXV.
(...) ¿Qué es un padre? Un compañero efímero,
sabemos que lo normal, lo natural es que muera antes que nosotros, así como
debemos perecer antes que nuestros hijos. Es una guía, una especie de artesano
que nos moldea a su antojo y del cual nos alimentamos y absorbemos todos sus
sueños, anhelos, frustraciones y miedos. De él, de su forma de concebir la vida
dependerá nuestro comportamiento, nuestra manera de ver el mundo y
desenvolvernos ante él. No somos otra cosa que el pálido eco de su
comportamiento y de las personas que lo antecedieron a él y a la que nos ata la
sangre.
Cuando somos pequeños creemos en su
perfección, su palabra es poco menos que algo divino e incuestionable. A medida
que crecemos nos damos cuenta de sus múltiples errores, su terquedad y su
visión arcaica de un mundo que ha seguido con su ritmo frenético y lo ha dejado
atrás. Adquirimos conocimientos, discernimiento y sabiduría en los libros y en
la calle y nos burlamos de su manera tosca de asimilar las cosas, queremos
alcanzar el sol con las manos y nos creemos inmortales y no nos damos cuenta
que ellos poco a poco van saliendo de nuestro entorno, no tienen cabida en él,
los recluimos en una prisión de silencio y desprecio.
Ignoramos que alguna vez fueron jóvenes,
llenos de esperanzas y sueños, que nunca imaginaron crecer, envejecer y morir.
Que al momento de concebir nadie les dijo cómo debían criar a esas criaturas de
ojos grandes y expectantes que los miraban con admiración y curiosidad, los
hijos no vienen con ningún manual y encargarse de otro ser humano es algo
infinitamente maravilloso y complejo.
Imagino la cara de mi padre al contemplar
por primera vez ese bulto mocoso que lloraba por veinte y a la mujer que amó en
la cama de un hospital con una sonrisa agotada y condescendiente después de
horas de parto, se habrá sentido un poco inútil por no haber colaborado en nada
en el proceso mientras su esposa sufría el más fuerte de los dolores
imaginables , pero no habría dicho nada, era un hombre parco, seguramente sus
gestos lo habrían delatado, una sonrisa de vuelta, unos ojos a punto de llorar,
una caricia suave sobre la cabeza de mamá, un no querer tocar ni cargar al
recién llegado por miedo a lastimarlo, a provocar que se deshiciera en sus
brazos, tal era la fragilidad que el nuevo habitante mostrara.
Seguramente esa noche habría esperado que la
esposa exhausta se durmiera, la
besaría con suavidad en los labios y con
el sigilo de un ladrón profesional habría salido de la habitación, se
internaría en las sombras de la casa, con los nervios de un primerizo y habría
ido hasta el cuarto donde estaba durmiendo mi primera noche al aire libre. Con
una nueva confianza recién adquirida me habría cogido con delicadeza
arrancándome de la suavidad y tibieza de la cuna y me llevaría hasta la ventana
donde juntos miraríamos por primera vez
la luna y las estrellas mientras me decía al oído y se prometía a si mismo que
sería el mejor padre del mundo y que daría su vida por mí de ser necesario.
Fracasaría de manera ineluctable y
estrepitosa. Nunca encontraría la manera correcta de comunicarse con ese pedazo
de su sangre, vería inevitable como la esposa amada habría de arrebatarle el
amor del hijo, y una vez que ella se hubo marchado, porque la muerte es otra
manera de irse, habría notado como ese niño-hombre se alejaría de manera
definitiva de su vida a través de sus silencios, las palabras no dichas.
Intentaría por todos los medios evitar este final, acercarse a él a través de
frágiles momentos de débil comunión, pero sus intentos serían en vano, en parte
por su lacónica manera de ser, en parte porque ese ser lo juzgaría en silencio
por el abandono de la madre, por su aparente debilidad ante lo sucedido, su
conformismo a lo que la vida le deparara.
Se engañaría a sí mismo diciendo que su hijo
lo amaba, finalmente era su deber y todos los vástagos deben la existencia a
sus progenitores y lo mínimo que esperan a cambio es el amor por agradecimiento
así no fuera un cariño expresivo, un amor explosivo. Seguramente muy en el
fondo ese extraño en el que alguna vez había depositado todas sus ambiciones y
esperanzas lo amaba con fe de misionero pero esperaba el momento apropiado para
demostrarlo.
Resultaba poco menos que curioso que al
final de su camino, cuando él se había convertido en la sombra de sus despojos
y había olvidado incluso su nombre fue el momento en que sus sueños se hicieron
realidad. En esas tardes del tercer sábado de cada mes, cuando él fumaba con el
entusiasmo de un niño, el hijo pródigo lo miraba con una mezcla de infinita
tristeza y excesivo amor y le contaba en medio de palabras sueltas e ideas
inconexas el terrible peso de la vida y sus vicisitudes y la envidia que sentía
hacia él por vivir sin recordar nada, manteniéndose en el umbral entre la
existencia y la muerte, el vivir sin preocupaciones de ningún tipo, malviviendo
como si cada día fuera algo nuevo, un regalo maravilloso del que nunca sería
consciente.
Nunca supe comprenderlo, ni ver quien era la
persona que existía más allá del tenaz trabajador que malgastaba su vida en su
empleo de ocho a cinco. No hubo persona
más cercana a él que yo, y aun así, siempre fue un completo extraño en mi vida,
un forastero que visitaba las costas de un hogar inexistente por las noches,
nunca hubo una pelea, ni siquiera un altercado como aquellos que pasan entre
las personas que se quieren tanto que son incapaces de soportarse, nuestro
idioma fue el silencio, una tregua sin palabras, un combate que nunca se
realizó por miedo a no poder volver a lugares más seguros. Lo único que conocí
de él fue la tristeza por el abandono de la madre, el derrumbamiento de un ser
humano que no hizo ningún esfuerzo por luchar.
Me pregunto cómo habría sido antes de eso;
cómo conquistó a una mujer tan alegre como mamá ¿quizá era dicharachero, un hombre lleno de ideas, de
sueños locos que la habría conquistado después de mil y un rechazos? ¿O fue esa
melancolía, esa tristeza que estaba en él desde un principio lo que la atrajo?
¿Esa feroz imagen de desamparo y fragilidad lo que hizo que ella decidiera
volcar su vida al cuidado de ambos? No lo sé, seguirá siendo en muerte el
enigma que planteó en vida. Aun así, ahora que ha muerto y que reposa bajo una
lápida anónima que no visitaré, siento que lo comprendo más de lo que lo hice en
el pasado, soy consciente de su sufrimiento, de los vanos intentos que hizo por
acercarse a mí, de su fragilidad, su fracaso y lo humano que fue y eso me hace
quererlo y extrañarlo un poco más.
Último tercer sábado del mes, la tarde se
extingue alcanzada por la noche que impaciente devora los últimos rayos de sol,
acabo el último de los cigarrillos y observo el humo desvanecerse en el aire al
igual que la existencia de mi padre
Es perfecto bonito .. Cada palabra!
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