Hay una escena de una película
que me encanta (Para más señas Youth, dirigida por Paolo Sorrentino y
protagonizada por Michael Caine) donde un anciano y retirado director de
orquesta y un joven actor caminan por un paradisiaco sendero donde hablan sobre lo perdido y extrañado, uno de ellos, el joven, cita a Novalis: “Siempre estoy yendo a mi casa. Siempre estoy yendo a casa de mi
padre”.
Recordaba esto a propósito de
esta tarde fui al apartamento donde mi papá vivió sus últimos años y donde
murió la noche del 14 de agosto de 2014.
El sitio fue completamente remodelado ya que mi padre lo había dejado casi
hecho una ruina pero aun así, a pesar de los cambios, la pintura nueva, el arreglo
de los desperfectos no podía dejar de ver y de sentir un poco el espíritu de mi
viejo flotando de manera tenue, casi imperceptible, por todo el lugar.
Creo que siempre estamos yendo
a nuestra casa, a la casa de nuestros padres. No importa cuánto tiempo haya
pasado, qué tan lejos nos hayamos ido, cuántas veces hayamos olvidado el
camino de vuelta, siempre tendemos a volver a nuestras raíces, al lugar que nos vio
nacer, así sea de manera fugaz como si fuéramos fantasmas proscritos para ver
que las cosas siguen normales, para sentir que el tiempo se detiene por un par
de días o de años.
Y cuando lo hacemos, cuando
volvemos, vemos el lugar donde crecimos infinitamente más pequeño de lo que recordamos. El sitio no ha cambiado, desde luego, pero es la propia vida quien
lo ha hecho con nosotros, nuestras ilusiones de gloria, los sueños rutilantes
de la niñez y adolescencia han cambiado se amoldaron a nuestros insignificantes y efímeros triunfos de adultos contra una existencia
voraz e inmisericorde, entonces lo vemos más pequeño y entrañable porque
éramos pequeños y entrañables y nuestros refugios (el acogedor cuarto donde
vivíamos, el parque donde jugábamos hasta desfallecer, la esquina donde dimos
de manera tímida y torpe nuestro primer beso) eran poco menos que rincones llenos de magia, los cuales éramos incapaces de ver como un simple agrupación de
cemento y ladrillos.
Siempre estamos volviendo a la
casa de nuestros padres. No solo de manera física sino en sueños, en un
parpadeo, en un olor o una imagen que nos lleva de vuelta a esos años que creímos eternos e infinitos.
Pero no sólo regresamos a ese lugar, la nostalgia siempre nos hace volver a
esos lugares y a esos momentos donde fuimos tan felices sin haber sido
conscientes de ello y que añoramos más en los momentos de mayor soledad y
tristeza. Volvemos al cuerpo de la amante que ahora está ausente, a ese amor
que nunca nos correspondió pero que por esa razón siempre vivirá de manera
irremediable – e inamovible- en nuestra memoria, de los años de la universidad y
de colegio que tanto detestamos en su momento pero que ahora extrañamos de
manera tiernamente grotesca y a los
muertos siempre presentes, siempre recordados, pero a quien cada año se les olvida un poco más.
Y no somos conscientes que
cada vez con mayor frecuencia el olvido nos gana un centímetro más la partida,
apenas advertimos que de nuestra memoria se borra cierto perfume, el sabor de
unos labios mezclados con saliva, un rostro de alguien que conocimos durante
nuestra niñez y que cuando menos nos demos cuenta y estemos ancianos y
contemplemos nuestra vida será como ver una película a la distancia de alguien
completamente diferente a nosotros.
Nuestro presente es la
nostalgia del pasado, así como el pasado es la del ahora. Todo lo vivido, lo amado,
lo odiado, todo lo vivido y sentido es lo que quedará de nosotros en nuestra
vejez y en nuestra muerte . Para aquellos que no creemos en un más allá y para
quienes las puertas del paraíso siempre estarán cerradas sin importar que tan
duro toquemos, nuestras acciones tanto buenas como malas y las huellas que
dejemos en las personas que amamos será el único legado que dejemos en la
tierra y que desaparecerá para siempre cuando la última de esas personas hayan
exhalado el último aliento (dejando ellas mismas nuevos recuerdos, nuevos
fantasmas para las generaciones que vendrán).
Contemplo el computador. El
lugar donde debería poner la nueva palabra titila una y otra vez y pienso. En
esas mujeres que alguna vez me dijeron que me amaban o que por lo menos me querían
y ya no están, en las personas que amé y ahora están muertas y en cómo a pesar de querer evitarlo cada vez
olvido un poco más el tono de su voz, las facciones de su rostro al reír o el
brillo de sus ojos y en aquellas personas cuyos caminos se han cruzado conmigo
de manera efímera y ya no están
presentes siendo devoradas por su propia rutina y obligaciones y pienso si hice
lo suficiente para ellas o si fallé de manera estruendosa, quizá sí, quizá no,
siempre a pesar de las buenas intenciones habrá errores que no podrán
remediarse, pero siempre tendré el consuelo que he querido de manera intensa y consecuente con mi esencia, con todo el corazón y creo que es la manera más honesta de vivir sin importar el costo….y porque siempre a pesar de quienes se van están quienes se
quedan y están dispuestos a convertirse en nostalgias del futuro.
Porque siempre estamos volviendo a nuestra casa. A casa de nuestros padres…
Excelente
ResponderEliminarMe recordó a T.S. Eliot, también. Gracias
ResponderEliminar