lunes, 31 de octubre de 2016

Sala de hospital

Como todos los años, mi regalo de Halloween en forma de cuento de terror. Espero les guste.

TuLio

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La luz blanca me despierta. Entra invasiva, irritante, y se abre paso hasta llegar a mis párpados. No recuerdo cómo llegué a este lugar. Tengo ecos de un dolor de cabeza penetrante como un alfiler colándose por mi cerebro hasta perder el conocimiento. Intento hablar, gritar, pero de mí sale un graznido seco, inaudible, que muere antes de salir por la boca reseca, estoy así por minutos u horas hasta caer inconsciente de nuevo.

Abro los ojos y está de nuevo la luz torturadora pero puedo detallar mejor el lugar. Al parecer estoy en un cuarto de hospital. El olor aséptico inunda mis fosas nasales y curiosamente me dan ganas de vomitar. Escuchó quejidos y con la poca fuerza que me queda volteo hacia la cama que tengo al lado y la veo: es una mujer en avanzado estado de embarazo. La panza parece explotarle, luce demacrada, moribunda; reza o llora, no logro distinguir muy bien el sonido que hace, pero me desespera. Tengo ganas de gritarle que se calle. Su voz hace que mi cabeza quiera estallar pero sigo sin fuerzas. Mis palabras parecen el sonido de un perro que acaban de atropellar. Al cabo de un rato me rindo y me dejo llevar por sus letanías. Pierdo la cuenta de los días.

Aparece una enfermera, vestida de blanco en este océano de ese maldito color. Es robusta, me recuerda a la protagonista de esa película donde una mujer secuestra a su escritor favorito y le rompe las piernas, pero ésta a duras me determina. Tan solo me cambia el suero, me inyecta  y me limpia. Sabe que estoy despierta, ve mis pupilas moverse frenéticamente pero las ignora con rostro impasible. Con mi compañera de cuarto es diferente, he visto en un par de ocasiones como se dirige a ella, le soba la cabeza, la acaricia y le habla en voz tan baja que solo soy consciente de su presencia por su imponente esencia. Alcanzo a comprender susurros chillones intentando consolar el dolor de la embarazada.

Comienzan las pesadillas. Todos los días, todo el tiempo, son tan aterradoras que prefiero estar consciente: la debilidad, los gritos de dolor de mi vecina que cada vez son más desesperados. Tan pronto duermo imagino que seres macabros vienen por mí, hombres y mujeres sin rostro que se acercan; oigo sus pasos y cuando intento verlos me desespero, intento moverme, huir de ellos, pero es inútil. Escucho sus graznidos como voces; sus manos como garras sobre mi cuerpo, introduciendo sus pestilentes extremidades en mi interior, hurgando mis vísceras, extendiéndose como tentáculos, saliendo por mis fosas nasales, por mi boca, sacándome los ojos mientras ríen con sus risas oscuras. La peor parte es que estos recuerdos son tan vividos que no sé distinguir si son ciertos o no.

No noto mejoría y no dejo de preguntarme si estas personas me tienen encerrada y sedada con algún propósito siniestro. Tengo miedo que se mezcla con la fiebre, la debilidad y las alucinaciones: ahora también sueño despierta y me parece sentir que la criatura que está en la embarazada se mueve de manera cada vez más frenética, expandiendo el vientre de la mujer de manera grotesca; y la mujer ríe y se desespera con mayor frecuencia mientras habla en un idioma extranjero.

La enfermera ha venido porque la mujer ha gritado como una loca por horas. Se inclina hacia ella y súbitamente la mujer le muerde el cuello, y sin darle tiempo a reaccionar la muerde de nuevo. La sangre sale a borbotones empapando su blanca vestimenta. Cae muerta mientras la embarazada ríe de manera compulsiva.

Nadie viene a recoger su cadáver pareciera que fuéramos las únicas personas en el mundo. Sigo demasiado débil para moverme y no dejo de pensar que las peores historias de terror no pasan en casas abandonadas o cementerios.

La mujer empieza labores de parto. Grita como posesa mientras su infernal huésped se abre paso en este mundo. Dura pujando casi un día entero y finalmente da a luz a un engendro que no es de este mundo. Es grande, muy grande para ser un bebé normal, tiene colmillos por dientes y no tiene ojos. La mujer observa a su hijo, dice unas palabras en su idioma y muere con una sonrisa.

La criatura no llora pero emite un sonido sobrecogedor que nunca antes había escuchado. Tiene hambre, no se necesita ser madre para saberlo, tiene h a m b r e, mucha y si no se alimenta morirá muy pronto. Empieza a devorar la placenta, primero de manera tímida, luego de manera grotesca. La sangre de su alimento se mezcla con el de su cuerpo recién salido de la matriz. Luego sigue con la madre, empieza a alimentar su apetito insaciable comiendo la carne muerta de su progenitora. No puedo gritar, ni despertar de este infierno.

Sigo sin saber cómo transcurre el tiempo en esta jaula de luz blanca y paredes blancas que se convertirá en mi tumba. Sé que me he ensuciado con mis propias heces y que debo oler a mil demonios. Tiempo después, ¿horas? ¿Días? el monstruo da por concluido el banquete. Apenas le cuelga piel al cadáver de la madre, al igual que su hijo ya no tiene ojos pues fue lo último que se comió, el sonido fue asqueroso como el de una uva que se revienta.

El engendro se deja caer de la cama. Espero que se reviente en mil pedazos estallando en un océano de sangre pero no le pasa nada. Huele el cuerpo descompuesto de la enfermera pero no le importa, la urgencia es calmar su apetito voraz. Con ella no tiene ninguna conmiseración y engulle cada uno de sus órganos hasta dejarla en los huesos.

Dios mío, dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Ahora el monstruo bebé ya tiene la suficiente fuerza para pararse, voltea su cuerpecito inmundo hacia donde estoy yo y sonríe de manera inocente como pidiendo perdón, mientras la sangre gotea por la comisura de sus labios.


Se dirige hacia mi cama. Intento moverme pero es inútil, mi cuerpo no responde como no lo ha hecho desde que llegué a este lugar. Desearía estar muerta, tener la muerte compasiva de la enfermera que no supo lo que le pasaba, o de la madre que no fue consciente de ser alimento de su bebé, pero es inútil. Siento la cama moverse mientras esta bestia inmunda se trepa, y a pesar de estar a mis pies, puedo sentir su aliento nauseabundo llegar hasta mí. Puedo sentir sus pequeños colmillos hincándose en el dedo gordo de mi pie e intento no pensar mientras soy devorada.




1 comentario:

  1. Intento encojer los dedos de los pies para evitar que me pase lo mismo, pero no puedo, no...

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