miércoles, 20 de diciembre de 2017

Navidades en Cali

Todas las  mañanas de navidad eran soleadas, o por lo menos así me gusta recordarlas. Después de tantos años la nostalgia tiñe ciertos días de la manera  en que las idealizamos, era así como me gusta imaginar los viernes santos con una fugaz lluvia que comenzaba a las tres de la tarde hora en que moría Jesuscristo en la cruz y los 31 de octubre mientras corría disfrazado de apartamento en apartamento por los bloques de mi unidad pidiendo dulces junto a mis amigos de la época, la noche era mística y mágica y cualquier vampiro podría estar acechando a la vuelta de la esquina.

La navidad, sin embargo no empezaba el 24 de diciembre sino quince días antes cuando armábamos el pesebre en casa. Era español con figuras gigantescas donde nunca pude diferenciar a San José del pastor (Los reyes magos estaban vestidos de oro por lo que estaban fuera de discusión). Recuerdo que siempre usábamos un desgastado papel verde para sembrar el suelo en Belén pero después empezábamos a crear de manera aleatoria ríos (papel azul), establos (aserrín) lleno de vacas y toros y caminos, a veces en pleno medio oriente se colaba un GI JOE o un Caballero del Zodíaco para guiar a los reyes magos o librarlos de los ojos atentos y maléficos de Herodes que buscaban impedir el feliz desenlace de su largo viaje. Nunca hicimos árbol, pues ostías como descendientes de españoles el pesebre era más que suficiente ¡joder!

En esos tiempos no había ni celulares, internet o tabletas y los niños de la unidad íbamos desbandados como reses que se habían escapado del matadero. Eran vacaciones y jugábamos desde el inicio del día hasta que nuestras mamás prácticamente nos metían a pescozones a la casa; sin embargo lo que más esperábamos eran las novenas. Las hacíamos comunales por plazoletas y ser elegidos para leer era un gran honor, en el gran momento de leer la oración a la Virgen María o la jornada del día toda la energía imparable y juvenil desaparecía dando paso a un hilillo de voz que tartamudeaba durante cada palabra hasta terminar de leer como buenamente se pudiera o como diríamos en Cali a la guachipanda. Los no seleccionados armaban el jolgorio y ruido al cantar los villancicos o golpear las panderetas y silbar durante los gozos, al final seleccionados y no seleccionados comíamos las delicias de esa temporada: Buñuelos, natilla, hojaldras, manjarblanco, arroz con leche, entre otros.  

A veces nos tocaba a mi hermana y a mí ir a rezar la novena donde los abuelos. Era terrible, pues iban solo las ancianas que olían raro a cantar villancicos que en sus decrépitas voces parecían letanías funerarias, además de llenarnos de besos babosos y pellizcos en la mejilla. Suerte que nos fugábamos a la cocina donde nos esperaba con una sonrisa nuestra amada Nana quien nos tenía listos su mayor especialidad, unas hojaldras crocantes y deliciosas, un pedazo de cielo, que nunca más he vuelto a probar pues nunca compartió su secreto con nadie.

María Antonia Ruíz, la Nana, había llegado hace cincuenta y un años a casa de mis abuelos. Venía por unos días a ayudar en el embarazo de mi tía pero se quedó para siempre después que nació mi primo. Negra y gorda siempre estuvo para amar y consentir a toda una generación de primos a mi hermana y a mí. Cuando ya estuvo muy vieja para seguir trabajando mi tía se la llevo con ella como una más de la familia y fue atendida como una reina hasta una madrugada en que su corazón no aguantó más y se detuvo, muriendo de la manera dulce, relajada y pacífica con la que siempre vivió.
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Sin embargo antes de las novenas estaba el día de las velitas. Comprábamos una bolsa con diez velas y las prendíamos en la plazoleta cada una se suponía era un faro para guiar a la sagrada familia a través de las sombras. Ahora que lo recuerdo era bonita ver la plazoleta completamente iluminada de velas, parecía una versión en miniatura de esas imágenes que toman los satélites de la tierra cuando está iluminada. En ese tiempo la pólvora no estaba prohibida y los niños jugábamos con las chispitas mariposas (habían otras, las toreros de menor rating) y los más osados prendían volcanes, diablitos o totes, mientras que los adultos se reunían para tomar y celebrar hasta altas horas de la madrugada. También por esas fechas era tradicional salir en familia por  las calles de la ciudad, contagiarse del ambiente navideño, disfrutar del alumbrado y admirar las miles de luces de una ciudad parecía nunca descansar en esa temporada, ser uno con la fecha. Sonreír


Cuando llegué a la adolescencia acompañaba a mi papá a comprar mi regalo de navidad, íbamos hasta San Andresito donde por esas fechas (ayer como hoy) corrían ríos de personas infestadas del espíritu navideño y consumista de la época. Nos tocaba aguantarnos trancones horribles, gente malhumorada y vendedores que trataban de tumbarnos pero el viejo siempre esperaba hasta que comprara lo que yo quisiera. Antes de eso nunca supe cómo conseguía los regalos que le pedía cuando niño, asumo que debía ser tan insistente e insoportable como un niño corriente y al final siempre obtenía lo que mis dictados de cruel emperadorcillo le pedía. No me imagino a mi papá, que odiaba la tecnología,  metido en el maremagnun San Andresito buscando en las tiendas más recónditas aparatos más raros que el hielo para José Aureliano Buendía como Nintendos o tamagotchi para satisfacer a su primogénito. Siempre es al final, cuando ya es demasiado tarde, que comprendemos los sacrificios que hicieron nuestros padres para hacernos felices.


El diecisiete de agosto de 2014 estaba en Cali visitando a mi padre en vísperas de su cumpleaños (que era el veinte de ese mes), al día siguiente debía devolverme para Bogotá. Ese fin de semana, él había estado un poco indispuesto del estómago y habíamos ido al hospital para tomar algunos exámenes. Ese día mi mamá fue a visitarlo a hacerle una sopa y habló con mi hermana por Skype, por la noche fui a donde mi mamá, que vivía a una cuadra de su casa a visitarla, al volver lo encontré tirado en el suelo. Desde el primer momento que lo vi, mucho antes de encender las luces y verlo con los ojos abiertos mirando a ninguna parte y a pesar de los patéticos intentos de primeros auxilios y susurros primeros y luego gritos de desesperación supe que mi papá, Carlos Fernández Bonilla, Calicho para los amigos, había muerto de la forma que siempre quiso, rápida, indolora y sin sufrimiento, más allá de unos cuantos segundos.

El día de navidad empezaba temprano, recuerdo que ‘Puntilla’ llegaba a primera hora de la mañana. Era un cocinero extraordinario pero alcohólico, tanto así que solo aceptaba como pago no sólo  alcohol a pesar de que han pasado casi veinticinco años me parece recordarlo como si fuera ayer en el lavadero de la casa preparando su famoso pollo relleno. A veces nos mandaba a  mi papá y a mí a la galería ( o plaza de mercado como la llaman los rolos) por suministros que le faltaban. Era feliz acompañando a mi papá ese día. Saludaba a cada vendedor como si fuera un amigo de mucho tiempo, les hablaba de sus hijos y de tiempos pasados y ellos le respondían con el mismo cariño. Pienso en Carullas  y nuevas tiendas eficientes pero igual de frías y pienso que a pesar de todos los avances se ha perdido el factor humano, esa calidez que solo se siente con una persona de carne y hueso en vez de una fría caja. Obviamente el pobre ‘Puntilla’ murió algunos años después de cirrosis. Pero murió en su ley.

Éramos unos nómadas de la navidad. Nunca la celebramos en casa, íbamos a casa de mi tía o su cuñada o donde los vecinos. No éramos desde luego gorrones pues siempre llevábamos las delicias de Puntilla, y la alegría que impregnaba mi papá hacía olvidar cualquier desavenencia. Nunca nos entregábamos los regalos a la medianoche, mi papá tenía la costumbre de que el Niño Dios nos daba los regalos al día siguiente  debíamos dejar los zapatos viejos en la sala para que el Niño Dios nos visitará esa madrugada. Al día siguiente nos visitaba nos dejaba Barbies o Nintendos  o lo que yo pidiera. Los amaneceres del 25 de diciembre tenían tanta magia como no los he sentido de nuevo en  mi vida.

Desde luego la navidad no acaba allí. Faltaba la fiesta de año nuevo donde mi mamá era reina. Llenaba la casa de incienso mientras nos obligaba a bañarnos con infusiones de aguas extrañas y nos ponía ropa interior amarilla, a comer 12 uvas rojas a la medianoche, a besar a esa hora a alguien del sexo opuesto o salir corriendo para dar la vuelta a la manzana con una maleta para tener un años venturoso y lleno de viajes y nuevas aventuras. Seguíamos siendo peregrinos e íbamos a casa de nuestros grandes amigos la familia Muriel aunque a veces eran ellos quienes venían a visitarnos para  compartir este día especial.

El 4 de febrero de este año  mi mamá murió en mis brazos, podrida por el cáncer, después de una lucha visceral contra esa enfermedad de mierda durante diez años. La noche de su muerte le sostuve su mano derecha mientras mi hermana lo hacía del derecho. Se fue mientras creía ver algo maravilloso más allá de lo que mi hermana, cuñado o yo pudiéramos ver. No ha pasado un día en mi vida en que no extrañe verla u oír su voz tan solo una vez más.

Ahora, las navidades que viví han desaparecido para siempre. La casa en la que crecí ya no existe y sus habitantes se han ido para no volver. Soy un extranjero de la ciudad en que nací y las únicas raíces que aún perduran son los recuerdos de esas personas y sus sonrisas.


Los fantasmas de las navidades pasadas no son espectros como lo proclamaba Dickens, son los recuerdos de la nostalgia que nos acechan rememorando un pasado mejor y más inocente.  Pero quedarnos en el pasado o sirve de nada. La vida siempre avanza y nuevas vidas nos darán vidas para continuar soñando. Somos nómadas de la vida y del amor que damos y recibimos, nuestra impronta es lo que damos y nuestro legado son nuestras acciones. Soy afortunado por mi pasado, presente y lo que vendrá más allá, soy afortunado por el amor que he recibido por parte de quienes no están  ahora y que alumbra como un faro que me acompañará hasta el final de mis días y el que espero transmitir a las futuras generaciones.







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