lunes, 1 de abril de 2019

Lo que pasa cuando escribo.


Mi sonido favorito es el que estoy ocasionando en este momento: El movimiento de mis dedos cayendo con fuerza (porque odio la sutileza al crear mi propia pequeña sinfonía) sobre el teclado y que suena de manea similar al de la lluvia que golpea con furia la ventana. La semejanza va incluso más allá del sonido. Escribir como la lluvia que se desborda es dejarlo todo en pequeñas gotas de tinta que se van plasmando en el papel dejando un rastro negro y pegajoso del alma de quien lo hace.

Para mí escribir es lo más feliz que puedo hacer pero al mismo tiempo es jodidamente doloroso y difícil. Alguien dijo por ahí, creo que fue Bukowski, que hay que encontrar aquello que nos apasiona y dejar que nos mate. En mi caso escribir me deja completamente exhausto, me gustaría decirles la razón pero se escapa de mi mente, es la misma por la que empiezo a escribir sin parar, como si la inspiración me fuera dictado por algo más, alguien más, al oído y no tuviera otro remedio que obedecerle y teclear como una especie de zombie sin saber si cuando termine haya alguna recompensa, algún final.

Pienso un poco en la persona que soy cuando escribo y cuando no lo hago. Mis conocidos podrán decir que soy, a grandes rasgos, un buen tipo. Uno que no se destaca por nada en particular pero que  tampoco es un marginado. Simplemente uno que encaja como tantos, como miles. Dirán que mi sentido del humor es un poco bobo y no lo discutiré, es mi manera de encajar en la sociedad, es una especie de máscara que no me molesto en llevar, porque al final todos de una u otra manera siempre portamos una.

Pero cuando escribo soy otra persona, completamente diferente. Es curioso, pero es difícil de expresarlo con palabras. Es como si mi ser más salvaje, más oscuro y real tomara posesión de mí, como si todos los filtros que constantemente estoy aplicando en la vida cotidiana desaparecieran, es como si no pudiera controlar lo que escribo pero tampoco me importa tanto, es como si estuviera desnudo, más allá de despojarme de la ropa o no.

Hay algo más que pasa cuando escribo: Me transporto a diferentes lugares como si se tratara de algo de ciencia ficción o un episodio de la dimensión desconocida. Escribo, pero ahora tengo veintidós años y estoy escribiendo el primer cuento que hice, Pasión y muerte en la plaza de Marbella, dedicado a mi hermanita; ahora estoy  con mis veintinueve en un diminuto cuarto de pensión donde tuve que parar en un mal momento de mi vida y donde mi único escape eran las letras; ahora estoy fumándome un cigarrillo pensando en las palabras de amor que le escribiré a la mujer de la que estuve enamorado cuatro años y con quien nunca pasará nada más allá de una amistad, ahora soy un niño que lee y lee y espera ser un gran escritor algún día; y ahora estoy yo, el resultado de todos estos recuerdos reunidos tecleando y tecleando sin parar.

Hay algo hermoso en escribir y publicar –ya sea un libro, un post de Facebook o un blog- . De una manera u otra pensamos que nuestras letras, nuestra alma puede llegar incluso a gente que no conocemos. Que tenemos el poder de tocar su mente, su corazón  con nuestros pensamientos y quizá sí o  quizá no, pero exponemos nuestra ser en ello. Seré un poco menos correcto políticamente que el resto y diré que escribo porque siento placer (a la vez que dolor y agotamiento) al hacerlo y lo haría así nadie lo leyera (pero shhht…es un secreto) pero me hace infinitamente feliz saber que por lo menos hay una persona que me lea. A ti, mi lector, gracias por hacerlo.




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