martes, 31 de octubre de 2023

En La mansión olvidada (cuento de terror)

Como todos los años, les comparto este cuento de terror por Halloween.

Espero lo disfruten.


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Si te acercas lo suficiente a sus terrenos podrás oír los pasos invisibles sobre los pisos de madera de La mansión olvidada. Sus tablas chamuscadas danzan al compás del viento que las levanta, creando un sonido siniestro y macabro que llama a la ruina, la muerte y desesperación.

La mansión alguna vez se consideró la joya más brillante de la ciudad. Fue instituto, jardín, templo y orfanato, donde lamentos de diferentes procederes originados por la Hermandad convergieron en el Gran Dolor que se vertía en ofrendas a dioses mudos y crueles que se solazaban con los sacrificios, que observaban a través de estatuas de pétreos ojos y gestos inexpresivos la sangre derramada, y escuchaban en sus oídos de mármol crueles ritos exigiendo su llegada.

Si te acercas lo suficiente podrás sentir a los inquilinos de La mansión olvidada. Sentirás sus rostros derretidos y putrefactos, sus lenguas bífidas y su respiración lenta y pesada siempre tras de ti. No importa que tan rápido te voltees, siempre sentirás su vaho pestilente, ese murmullo de palabras sueltas en idioma desconocido que retumbarán durante tus pesadillas más execrables y tus más plácidos sueños, y al despertar desearás que no exista un dios o un más allá donde sonidos tan blasfemos puedan tener eco.

Una noche, después de bendecirla, repartieron la carne y el vino. La carne era blanca, diáfana y su sabor gelatinoso. Cuando le tocó su turno, la niña le dio un tímido bocado que fue observado por Los Hermanos Mayores con decepción, mas no la reprendieron pues la comunión debe ser deseada. Tuvo ganas de vomitar, pero tomó un trago del vino rojo que la reconfortó limitándose a pasar la carne casi cruda al huérfano que tenía a su lado.

Nadie habló de esa noche como no lo hacían de las pasadas. Los llantos que escuchaban y los pisos que se manchaban con huellas de sangre solo podían ser evocados en pesadillas. La rutina de La mansión olvidada retomó lentamente, aunque nunca hubo una risa que rompiera su aire lúgubre y melancólico, pero los cuchicheos y murmullos le daban vida gris.

Fue a las pocas semanas que la niña vio cómo uno de sus compañeros empezó a rascarse. En un primer momento no le llamó la atención, pero de un momento a otro se arrancó la camisa de la pijama, empezó a frotarse con saña y se enterró las uñas como dagas en el pecho dejando surcos de carne viva sobre su piel, luego de lo cual fue a acostarse sobre la cama que teñía con su sangre.

Los sucesos se fueron repitiendo con mayor frecuencia y celeridad. Los Hermanos Mayores dejaron de frecuentar La mansión olvidada mientras niños y niñas, desde los más pequeños hasta los mayores, empezaron a rasgarse la piel como si les estorbara y se la quisieran arrancar. Había tanta sangre que ya no se distinguía el color del piso más allá de una gran alfombra roja que lo hacía ver como un vasto océano escarlata.

Lo que aterraba a la niña es que a nadie parecía importarle. Se acostumbró a ver personas con el agujero del ojo vacío, sin nariz ni labios pues se los habían arrancado. Ya en la mansión olvidada nadie dormía ni comía pues tales necesidades tan vulgares, tan mortales, no parecían ya ser bienvenidas y sus moradores solo trasegaban de un lado para el otro en procesiones individuales sin principio ni final.

Después de ver como una niña de no más de cuatro años degolló a un compañero cuyo único pecado fue tropezarse con ella, decidió huir. Ese hecho pareció despertar lo que había reemplazado a sus inquilinos pues a partir de ese momento los enfrentamientos a muerte se volvieron rutinarios y los cadáveres empezaron a amontonarse en los cuartos comunales, las capillas, patios y cocinas de la mansión olvidada.

La niña no quería morir y sabía que en el cuarto piso había un altillo con una cama donde a veces se quedaba algún Hermano Mayor. Atravesó cada uno de los rincones viendo cadáveres a los cuales les empezaba a salir moho como si fueran hongos y que le dio la impresión de que se movían muy lentamente a pesar de estar sin vida. Finalmente llegó al cuarto, aliviada de que no tuviera llave, se encerró en él y se solazó con la vista pues tenía una pequeña ventana desde donde se veían a lo lejos como perlas roja y nacarada el sol y la luna.

Logró arrastrarse hasta la cama y se acostó sobre ella viendo pasar a través de la pequeña ventana los días y noches. En el exterior solo se escuchaban gritos y sonidos inteligibles, en ocasiones golpes a su puerta que al momento se silenciaban. Lo peor eran las noches sin luna cuando sentía que seres sin forma ni piel, pálidas sombras de las personas a las que alguna vez amó, se arrastraban a través de La mansión olvidada.

Se fue marchitando lentamente. Sus uñas se fueron volviendo negras y se las fue arrancando como los pétalos de una Margarita, su cabello se empezó a caer por manotadas y su piel se volvió traslucida, empezó a tener pesadillas donde su cuerpo se convertía en algo aterrador y hermoso.

Empezó a sentir una punzada en la boca del estómago que ni el constante vómito con sangre lograba aliviar. Desesperada, metió la mano por su garganta aguantó las arcadas y empujó, sintiendo un dolor agónico hasta que atrapó la criatura inmunda que estaba asentada en su cuerpo. Pudo sentir como se despegaban los hilillos de su garganta, sus pulmones y estómago y la arrastró por su esófago sintiéndolo desagarrarla. Al sacarla pudo ver en su esplendor una especie de sanguijuela, una ameba negra asquerosa.

Si hubieras podido acercarte durante esos años a La mansión olvidada querido lector, habrías podido ver a la niña acunando a la sanguijuela contra su pecho impidiendo que escapara. A veces la dejaba sobre la cama y la acariciaba como si fuera una mascota, al tocarla sentía lágrimas caer sobre su rostro mientras una voz le prometía vida eterna y la transformación en algo más que la prisión de sangre, piel y vísceras que era su cuerpo. La niña cerraba los ojos y le parecía ver las montañas de cadáveres que se amontonaban en los pisos inferiores, sintiendo su agonía acercaba de nuevo a la sanguijuela contra sí.

Sintiéndose cerca del fin, la niña rezó con devoción para detener la locura que se extendía por la tierra. El día de su muerte sintió que sus plegarias habían sido escuchadas, esa mañana, dejó a la criatura encima de la cama, se despojó de la ropa y caminó hasta la ventana y la abrió por primera vez en años. Con tan solo el contacto de la piel con la luz solar su cuerpo empezó a incendiarse. La niña se entregó a su destino con una sonrisa sabiendo que la casa finalmente caería presa de las llamas.     

  Si te acercas lo suficiente a La mansión olvidada, haz caso omiso a los susurros y las miradas invisibles que te observan. Franquea las puertas en ruinas y sigue de largo a través de los cuerpos chamuscados de quienes alguna vez fueron sus huéspedes. Ignora las flores pálidas que brotan de sus espaldas y no las toques. Pasa los salones e ignora las risas mezcladas con llanto que escuches proveniente de sus sótanos. Sube los pisos teniendo cuidado de caer por los escalones quemados y los restos de madera podrida. En el último piso verás una puerta, si la franqueas una visión te sobrecogerá el alma: Un hermoso jardín con flores de todos los colores que no se marchitan y en el centro la figura de una niña chamuscada que parece arrullar a una extraña criatura con la dulzura de una madre. Si tienes la fortuna de ver esta imagen te pido que no des un paso más y con respeto te retires pues quizá ambas, madre e hija, criatura y niña quizá solo duermen soñando con volver, porque nada muere realmente dentro de las paredes de La mansión olvidada.




2 comentarios:

  1. Gracias por convertir la información en una experiencia enriquecedora para nosotros.

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    1. Muchas gracias por leerlo! Me alegra que te haya gustado.

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