viernes, 16 de diciembre de 2011

Domingo en la mañana

Si me conocen -o por lo menos han leído lo que acá publico- sabrán que soy seguidor del maestro del terror, Stephen King y me gustan muchos sus libros y su manera de escribir. Pues bien, desde hace un par de años pertenezco al mejor foro sobre este autor y su obra, el sitio es http://www.ka-tet-corp.com y es recomendadísimo para quienes quieran sumergirse en el reinado de miedo de este escritor.

En el foro no sólo he compartido  noticias y opiniones sino que también he hecho grandes amistades con excelentes personas, muchos de ellos escritores excepcionales. Hace poco se realizó un concurso de relatos y obtuve el tercer puesto con el relato 'Domingo en la mañana, el cual comparto con ustedes y espero les guste y desde luego, comentarios y críticas para mejorar.

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Domingo en la mañana

A pesar de lo que temía, no llovió en la madrugada. La aurora llegó limpia, diáfana; el amanecer con sus colores pastel apareció con inusitado brillo. Ocurrió mientras ordeñaba las vacas en el corral, previamente había recogido la mierda de los caballos y había ido al gallinero a alimentar las aves y ver cómo estaban.

Carlos sólo interrumpió la rutina en ese momento. Había salido a campo abierto y observado extasiado mientras la gigantesca bola de helio se elevaba. Le gustaba contemplar el momento en el que el cielo cambiaba de color siendo testigo de ese espectáculo mágico. En el colegio le habían puesto a leer ‘El Principito’ y se había sentido identificado con el protagonista en su admiración por el sol, pero él prefería los amaneceres al ocaso. Si fuera un poco mayor se habría sentido como un dios contemplando el proceso de la creación, pero aún era un niño y no pensaba, simplemente sentía.

Después de terminar las labores de esa mañana se fue para la casa. Se bañó, se arregló y se puso la camisa roja que le había regalado la abuela en su cumpleaños. Cuando salió del cuarto, su mamá ya le tenía listo el desayuno.

––¿A qué horas quedó en venir Ricardo? –le dijo a manera de saludo.

––No sé mamá, me dijo que aproximadamente a las nueve llegaba.

––¿No es muy tarde? No quiero que se queden mucho tiempo en la ciudad –dijo mientras hacía un mohín.

Carlos sabía que su mamá siempre hacía mohines o un pequeño gruñido de desaprobación cuando las cosas no salían de acuerdo a su voluntad, pero con respecto a Ricardo de nada valían las quejas; tenía un magnetismo especial, casi mágico sobre la gente y nadie, ni siquiera su madre, se le resistía.

En el momento en que el reloj que había pertenecido al abuelo –que en paz descanse, digo amén––, anunció las nueve en punto, llegó Ricardo. Carlos podía apostar –y de seguro habría ganado–– que el joven había llegado un poco antes pero había optado por entrar a la casa con las campanadas del reloj de manera espectacular. Si vas a ser amigo de Ricardo tienes que acostumbrarte a lo teatral.

––Muy buenos días, doña Olga –dijo Ricardo mientras le besaba una mano y la miraba a los ojos.

––Ricardo, Usted siempre tan galante –dijo la aludida ruborizándose un poco.

Y fue encantador. Como siempre. En diez minutos habló del invierno que se acercaba, de la obra que iban a representar en la escuela –él tenía, como no, el papel principal––, de la colecta que estaba organizando para ayudar a reconstruir la finca de Don Abundio arrasada por un incendio y hasta se dio el tiempo necesario para reprender a Carlos por no tender la cama antes de irse a estudiar.

“No olviden estar de vuelta a las seis de la tarde para ir a misa”, gritó doña Olga cuando los niños ya estaban saliendo; Ricardo se puso ambas manos alrededor de la boca y amplificando la voz respondió, “A las cinco en punto estamos acá doña Olga, yo le cuido a su muchacho”.

Montaron en las bicicletas y empezaron a abrirse camino a través del pueblo. Esa era la parte favorita del paseo para Carlos: Pedalear, sentir el aire entrar puro y a raudales por sus pulmones, le gustaba el sol en su espalda y el sudor cayendo por el rostro.

El pueblo estaba a dos horas de la capital. El Evento estaba programado para el mediodía; después de que terminara, recorrerían las calles y seguramente Ricardo lo invitaría a comer una hamburguesa con coca cola o quizá un algodón de azúcar si tenía suerte; se quedarían en la Plaza Principal y esperarían dos o tres horas mientras recuperaban energías y emprendían el camino de vuelta. ¿Era una estupidez emprender un camino tan largo? Para algunos podía parecerlo, desde luego, pero El Evento valía la pena.

Iban con el tiempo exacto por lo que Carlos se sorprendió cuando Ricardo se orilló y detuvo por completo.

––¿Sabes dónde estamos? –preguntó mientras se secaba el sudor de la frente.

––Claro –respondió Carlos como si fuera la cosa más obvia del mundo––, esta es la finca de don Andrés.
––Exactamente. La finca de don Andrés en donde se dan las naranjas más sabrosas del mundo.

––No irás a…

Demasiado tarde. Ricardo ya había agarrado dos naranjas gigantes y maduras, cogió una para él y le lanzó la otra a su compañero de travesía.

––¡No deberíamos! –Increpó Carlos–– Si don Andrés se da cuenta, es capaz de pegarnos un tiro con su escopeta…. Además, ¡Vamos tarde para la ceremonia!

––Te preocupas más que mi abuela…el viejo Andrés no va a salir, créeme. Además hay que disfrutar de los pequeños placeres de la vida ¡Cómete la naranja! ¿No está deliciosa?

Si lo estaba. Eran jugosas y el líquido se les regaba a ambos niños por las comisuras empapándoles las camisas. Estaban acostados mientras veían las nubes y jugaban a darle formas a las mismas.

––Oye Ricardo….tú quién crees que ganaría en una pelea ¿Gokú o Supermán?

––Esa es una pregunta idiota –contestó el otro y volvió a devorar la fruta.

Carlos se sintió estúpido. A veces se sentía así con su amigo. Se preguntaba en qué consistía su amistad: Él apenas tenía once años, mientras Ricardo ya era un adulto con sus trece abriles y podía hacer lo que le viniera en gana sin que los adultos lo importunaran demasiado. Ignoraba la razón por la que no se metía con los jóvenes de su edad pero en verdad disfrutaba mucho de su compañía. Avergonzado, iba a retractarse de la pregunta cuando Ricardo la retomó.

––Sin duda ganaría Gokú –dijo convencido–– es un hecho que ambos son extraterrestres pero Supermán no es capaz de destruir un planeta mientras que el otro puede destruir la Tierra con un dedo y luego teletransportarse a otro lugar si así lo quiere…bueno, vámonos que nos cogió el entierro y no estamos de luto todavía.

Llegaron a la plaza aproximadamente a las once y media de la mañana. Dejaron las bicicletas aparcadas en un lugar autorizado. A pesar de ser pequeños o precisamente por ello, pudieron colarse a través del gentío que estaba reunido en la Plaza Principal y llegar hasta los primeros lugares. No esperaron mucho hasta que El Evento inició y el transporte arribó al lugar.

Era un carruaje a la vieja usanza. En la parte posterior estaba la jaula. Sus ocupantes estaban silenciosos, indiferentes al bullicio que inundaba la plaza y ante la fruta podrida que les arrojaban. Había algo heroico, poético en su actitud estoica y muda, pero eso no importaba, nada lo hace para un condenado. Nadie escribiría una sola línea en su honor, ni en sus ojos opacos y tristes ante la inminencia de la muerte.

Ricardo y Carlos formaban ya parte de la turba. Sus gritos enardecidos se mezclaban en esa discordancia de sonidos provocados por el odio.

Allí, en esa multitud vociferante y anhelante de sangre, se encontraba la igualdad buscada por tantos filósofos, intelectuales y religiosos. Sus alaridos no buscaban amor, ni paz sino la muerte, la feliz culminación del montaje.



Los caballos se detuvieron en el centro de la plaza. Un policía sacó a empellones a los acusados quienes ni siquiera se resistieron, y los despojó de sus harapos.

El público está pletórico, exultante, reclamando, rugiendo por la estrella del espectáculo quien no demoró su salida para el deleite de todos sus fanáticos.




Cubría su rostro con una capucha similar a la del Ku Klux Klan pero de color negra, su ausencia de camisa resaltaba un torso musculoso y perfecto pero surcado de cicatrices, vestía igualmente unos pantalones oscuros.

En el momento en que levantó los brazos de manera victoriosa, su público enloqueció y los flashes de las miles de cámaras digitales destellaron como cientos de luciérnagas enloquecidas. Seguramente al día siguiente –– si no en un par de horas–– los espectadores de ese momento de odio subirían esos fragmentos de memoria en twitter y en facebook convirtiéndose en la envidia de familiares y conocidos.

El verdugo hizo una señal con sus brazos y mágicamente el sonido cesó. Agarró al primero de los acusados y lo arrastró hasta un tronco donde acomodó su cabeza. Tomó con delicadeza el hacha y sin perder más tiempo la dejo caer sobre el cuello del reo. Fue un corte perfecto, la cabeza se deslizó con delicadeza como si fuera una pelota de fútbol.

El ejecutor sumergió sus manos en la sangre que empezaba a brotar del cuerpo sin vida del condenado y la empezó a arrojar ante el público como si fuera agua. Los de la primera fila fueron afortunados pues el fluido les empapó la cara y pudieron restregarse el líquido con verdadero deleite.

La jornada fue productiva. En total fueron quince las ejecuciones que se llevaron a cabo exitosamente ante los vítores y exclamaciones de paroxismo del público; el suelo de la Plaza Principal quedó manchado de rojo y el verdugo se despidió de sus admiradores hasta el próximo mes, cuando dieran lugar las ejecuciones del mes de noviembre.

Lentamente todos fueron abandonado el escenario: Los hijos de la manos de sus padres comentando emocionados los pormenores del acto y la cara de los condenados, los novios que iban abrazados el uno del otro felices por haber compartido otro día juntos, quizá algún anciano cojearía mientras meneaba la cabeza refunfuñando porque las ejecuciones habían perdido la magia que tenía en sus tiempos.

Ricardo y Carlos contemplaban el lugar. Cada uno tenía un helado al que daban lametadas ocasionales. Estaban en silencio, no hablaban sobre lo ocurrido, todas las acciones habían sido ya guardadas en su memoria y en su corazón. Ahora sólo sentían el sabor del helado que caía por su garganta y el frío de la sabana que empezaba a meterse por todo el cuerpo.


El descanso había sido suficiente, ya era hora de emprender el camino de vuelta a casa.

––Vamos Carlitos –apresuró Ricardo––.No hay que llegar tarde a la misa del pueblo. Dios no nos perdonaría.


1 comentario:

  1. ¡¡Excelente, Tulio!!...
    Ese giro a mitad de relato, donde todo venía onda "paz y amor" y, de buenas a primeras, comienza El Evento, verdaderamente un lujo: inesperado, atrapante, con descripciones ideales... ¡¡ Y qué final !!...
    Agrego a las cuestiones respecto a las redes sociales y a la religión, capaces de generar un interesante debate luego de leer "Domingo en la mañana"... Interesante...
    ¡¡Gracias por compartir tu historia!! ... Me encantó...

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