jueves, 5 de julio de 2012

Campanadas de medianoche



¿Les he contado de aquella vez que tuve una novia que vivía  a las afueras de la ciudad? Vivía tan lejos que su casa parecía colindar al este con Mordor y al oeste con Narnia. En ese tiempo yo era joven, temerario e ignorante, que es quizá la forma más sublime de valentía, por lo que no veía problema en quedarme prisionero de su piel hasta altas horas de la noche.

Me gustaba hacerle el amor de manera lenta, pausada, disfrutando cada centímetro de su piel, como quien degusta un manjar exquisito;  luego de terminar, ella se acostaba encima de mí y empezaba a agitarse  con violencia, como pez fuera del agua, yo le acariciaba la cabeza hasta que se calmaba y lentamente se iba quedando quieta hasta llegar a un estado catatónico cercano a la muerte.

En ese momento la depositaba con lentitud en la cama y en la oscuridad empezaba a vestirme. Nunca me permitió dormir con ella, “Si me amas te quedarás conmigo por la noche, pero no estarás al amanecer” solía decirme; no lo entendía en ese entonces, no lo comprendo ahora, probablemente la respuesta más lógica es que no se debe entender las mujeres, simplemente amarlas.

Cuando salía, el frío me azotaba en forma de latigazos helados que se metían por todo mi cuerpo. De la cama de mi amada a la parada de buses había un largo trecho, nunca los medí en pasos o calles, pero por lo general eran cuatro cigarrillos de distancia, cinco si ese día estaba muy cansado y caminaba con parsimonia o tres si esa noche estaba particularmente afanado, pero nunca dos ni seis.

Una noche, al llegar al paradero de buses, me encontré con dos personas más. Una era una anciana que a duras penas se mantenía en pie, el otro era un señor, el típico gordo bravucón que mantiene de mal humor. Al llegar pregunté si no ha pasado la ruta.

—No ha pasado el jodido bus. ¿Sabe cuánto tiempo llevo esperando el jodido transporte? Una hora ¡UNA HORA! Y nada que aparece ¿Tiene un cigarrillo?  —Acotó al verme fumar. Yo le ofrecí uno y al darle una calada pareció calmarse—. Es el colmo, a este paso tendremos que esperar hasta la madrugada para que nos recojan. Estos choferes no tienen en cuenta que mañana toca trabajar ¡Que los jodan a todos!

Por su parte la anciana no hablaba y a duras penas se movía, parecía una de estatua de cera, una distinguida momia de la capital. Le pregunté al gordo si la conocía y me contestó que ella estaba allí desde antes que él llegara, pero que al preguntarle le había dicho que también estaba esperando el bus.

Hacía bastante frío y prácticamente nos acabamos la cajetilla con el gordo. No era, por cierto, un buen conversador, solamente se refería al ‘jodido’ transporte, al ‘jodido’ gobierno y a la ‘jodida’ esposa que seguramente estaría esperándolo en casa con una cantaleta.

Celebré en silencio la llegada del bus. Era uno de esos modelos gigantescos y obsoletamente antiguos que uno pensaría están destinados a un museo de chatarra pero que circulan sin falta a las once y media de la noche por las calles de la ciudad y que al ser el transporte salvador uno le ve un brillo especial, casi mágico.

Entre el gordo y yo ayudamos a subir a la anciana. Resultó que la vieja no tenía la plata completa del pasaje y al gordo le importaba un pito dejarla abandonada, mientras que al chofer –un tipo gigantesco y barbado- le daban tres pitos dejarla tirada en la calle. Terminé completando lo de su pasaje quedándome sin un peso. No importaba, después del amor nada lo hace, mi cuerpo aún olía a ella y pequeños fragmentos de su rostro durante el orgasmo habitaba en mis pupilas, ¿qué eran unos pocos pesos al lado de la eternidad de un recuerdo? 

Supongo que pocos de ustedes han montado en el último transporte de la noche, en el bus que pasa al filo de las doce. Quienes lo han hecho saben que las calles y autopistas son territorios de nadie, la policía no existe, sólo la calle y la necesidad de terminar lo antes posible. Estos buses son una especie de comandos suicidas que no bajan la velocidad a menos de ochenta kilómetros por hora, que cuando ven un semáforo en rojo aceleran en lugar de frenar y se paran donde  les da la gana. Cuando viene otro transporte y ambos conductores se observan en silencio, empiezan una carrera sin reglas, donde se juega algo más que la vida propia y la de sus pasajeros, siendo transportados a otro lugar donde el placer de llegar antes que el rival lo es todo, donde a base de acelerar hasta la locura pueden desahogarse de una vida de frustraciones, trancones eternos y vidas detrás de un timón. Siempre he creído que se ven a sí mismos como unos modernos aurigas de Coliseo Romano pero no podría estar seguro, nunca he sido conductor de bus.

El ejemplar que nos ocupa no era diferente al resto. Manejaba como un psicópata de las carreteras, pero para quienes estamos acostumbrados a ese ritmo desenfrenado nos da igual, nos adormilamos y esperamos despertar ya sea en nuestra parada o en el mundo de los muertos. Empezaba a quedarme dormido mientras ensoñaciones de mi dulce novia me acompañaban, cuando el bus se detuvo con brusquedad. Al asomarme por la ventana me di cuenta que la ruta se había desviado por completo. No nos hallábamos más en la ciudad sino en una carretera oscura que parecía ir a ninguna parte.

 — ¿Seguro que este bus pasa por la calle X? —le grité al conductor.

—Este es un nuevo desvío para ahorrarnos tiempo —respondió el hombre malhumorado— ahora bien, si no le gusta o no  me cree puede bajarse.

No valía la pena discutir. En su lugar me asomé por la ventana para ver por qué nos habíamos detenido. Cuatro sombras estaban alrededor de una caja alargada que no podía distinguirse muy bien, las figuras parecían discutir entre sí hasta que se pusieron de acuerdo. Dos de los hombres ingresaron primero al vehículo arrastrando una parte de la caja y los otros dos lo hicieron con la parte final del cargamento. Al contemplar quienes eran los individuos y cuál era el contenido de lo que llevaban ahogué un grito de horror.

El grupo estaba conformado por un negro, un albino, un chino y un indio. Si fuera una ocasión más alegre esta situación podría haber sido el origen de un chiste del tipo  “Un albino, un negro, un chino y un indio entran a un bar y….”, pero la mirada de los cuatro tipos no tenía nada de graciosa, era gélida, desapegada, inhumana y no parecían mirar a otro sitio que no fuera el ataúd.

Porque era eso y no otra cosa era el cargamento que traían, un precioso ataúd de color negro con ribetes rojos. Tenía en la superficie una cruz gamada, demasiado fina para un entierro común, demasiado elegante para este transporte. Los hombres miraban únicamente el objeto y nada más.

Sorprendido miré alrededor. Aparte de los cuatro individuos en el bus habían diez pasajeros incluyéndome. La mayoría de ellos parecían estar concentrado en sus asuntos, uno escuchaba una diminuta radio, algunos observaban el paisaje y la anciana dormía con placidez. El chofer seguía concentrado en las calles sin prestarle atención al resto del universo.

Instintivamente miré a la silla diagonal a la mía, el gordo estaba nervioso. No dejaba de mirar con insistencia el féretro y empezó a comerse las uñas con voracidad, a morderse los labios hasta sangrar, su pie empezó a moverse de manera frenética y el sudor le caía por la frente como si estuviera bajo un sol inclemente. Nuestras miradas se cruzaron y parecía suplicarme ayuda, yo simplemente me encogí de hombros y dirigí mi mirada hacia el exterior esperando encontrar paisajes menos lunáticos.

A los pocos minutos sonó el timbre que le indicaba al conductor que debía detenerse. No necesité girar mi cabeza para adivinar que era el gordo quien quería bajarse lo más pronto posible, así estuviera lejos de casa. El chofer ignoró el timbre y por el contrario aceleró más.

— ¡Pare! ¡Pare, por favor! —suplicaba el obeso.

—Hasta el próximo paradero —replicó el conductor sin siquiera voltear la cabeza hacia su interlocutor.

—¡Pero yo me quiero bajar ya! —rezongó el gordo chillando como un niño pequeño.

— Hasta el próximo paradero —repitió el hombre y me pareció oír levemente en el tono de su voz una burla hacia el pobre desesperado.

—¡Si no me logro bajar de aquí a las buenas, será a las malas! —gritó el gordo y empezó a golpear y patear la puerta del autobús pretendiéndola romper.

Lo que pasó después fue repentino. De un momento a otro el chino se incorporó como un rayo y fue hasta donde el gordo, antes de que aquel pudiera decir palabra alguna sacó un pequeño cuchillo con lo cual le hizo un corte limpio y perfecto en la garganta que lo degolló de inmediato. El indígena se levantó con lentitud y se dirigió hacia ese lugar, se arrodilló al lado del moribundo y mientras le acariciaba la cabeza sacó un pequeño cuenco el cual usó para recoger la sangre que le manaba al pobre hombre quien se manifestaba únicamente con pequeñas convulsiones que cada vez eran menos frecuentes hasta que finalmente se quedo completamente quieto, completamente muerto.

El resto de los pasajeros no le prestaron atención al hecho y seguían distraídos cada uno en su propio universo. Yo me mordí el puño de la mano hasta sangrar; no podía hacer nada y no estaba dispuesto a morir por un ser tan insignificante como ese. En vista de que mi paradero aún estaba lejano y que no era buena idea timbrar antes de tiempo, observaba la escena con curiosidad.

El negro vestía una camisa blanca de lino y un sombrero de paja de los cuales se despojó para empezar un solitario lamento en un idioma desconocido. La piel oscura parecía confundirse con la noche y las gotas de sudor que corrían por su torso parecían ser las estrellas que surcaban el firmamento. Su canto era misterioso y el hombre lloraba y reía al mismo tiempo, suplicando y ordenando, gritando y susurrando creando con su voz una anarquía ordenada, la quintaesencia del caos.

Mientras esto ocurría, el albino tomó el cuenco del indio se acercó al sarcófago y empezó a pintarlo con la sangre, dibujando una serie de símbolos desconocidos para mí pero que incluso hoy, cuando ha pasado tanto tiempo, siguen aterrorizándome en mis peores pesadillas. Faltando poco para acabarse la sangre, cuando quedaban pocas gotas, el albino se llevó el cuenco a su boca y bebió con fruición su contenido, al limpiarse la comisura de los labios con el revés del brazo me miró con ansiedad.

El negro seguía con su canto, algunas veces su voz bajaba y se convertía en una especie de rezo y otras veces se elevaba por encima de los ruidos de la ciudad, desgarrando la noche, violándola en silencio.  De un momento a otro empezó a aullar, no como un hombre, no como un lobo, sino como la bestia más aterradora de los mismos infiernos, su aullido era largo, sin pausa, lleno de lujuria, de odio, de muerte; su grotesco ruido fue respondido por otro sonido seco y rasposo, la voz del albino.

Antes que pudiera percatarme, el chino y el indio se habían unido al coro. Miré hacia adelante, el chofer no participaba del juego de voces pero no parecía importarle lo que pasara atrás, seguía concentrado por secula seculorum en su maldita vía.

La anciana pareció despertarse de su largo letargo, me miró sorprendida, como si me preguntara que había pasado, luego de lo cual esbozó una sonrisa de niña mala y empezó a aullar al igual que el resto de su manada. Sus facciones seguían siendo humanas, pero eran ahora demasiado salvajes y malvadas.

De pronto, se escuchó una campanada. Nunca en todas las visitas a mi novia había escuchado una. Era un sonido lúgubre, grave, capaz de helar los corazones más osados y de hacer llorar a un dios.

Las bestias cesaron su sonido y se acercaron al féretro.

Bong, Bong…..

Se escuchó el aruñar de la madera, un garrapateo constante, la anciana aguantó la respiración.

Bong, Bong…

El sonido aumentó,  ahora golpeaban el ataúd con fuerza desde su interior.

Bong, Bong…

No podía ver nada, los cuatro hombres y el resto de pasajeros rodeaban la caja en un silencio largo incómodo.

Bong Bong

Un ruido rompió todo rastro de solemnidad. El conductor de media noche prendió la radio. Sonó una salsa que puso a vibrar cada uno de los rincones del destartalado transporte.

Bong, Bong…

Se escuchó caer la tapa del ataúd y pude sentir a una figura, hija de la noche, la sangre y la demencia emerger de ella. Intenté mirar de manera disimulada pero el gigantesco negro bloqueó nuevamente mi visión; volteé mi cabeza nuevamente hacia el exterior reconociendo la fachada de mi sitio de trabajo, aún estaba a veinte minutos de trayecto antes de llegar a mi paradero. Saqué un cigarrillo de mi bolsillo y mientras lo encendía quise pensar que sólo por esta vez el conductor no se giraría y empezaría a regañarme por ensuciar su precioso autobús con ceniza.

Bong.














9 comentarios:

  1. Y ahí termina??? ¿Qué pasó después? Cabrón, dejarme así :(

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  2. Era inevitable...la voz de la tortuga dejó de cantar allí. ¿Si te gustó?

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  3. Sí, sí que me gustó. Lo que no me gusta es no saber qué pasa después xD

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  4. ¡Uhhh! Buenísimo, Tulio.
    Terror del mejor, elevado a la enésima potencia. Con pasajes en el texto sublimes, como aquel de "...pude sentir a una figura, hija de la noche, la sangre y la demencia emerger de ella..".
    El final abierto, de lo mejor, ideal.
    Te felicito, es genial.
    ¡Saludos!

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  5. que tal Tulio, siempre es un placer leer tus escritos. Para cuando la recopilación de relatos?
    Un saludo desde mi rincón del mundo.

    rodox

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  6. Juanito, Rodox: Un placer que me lean y más aún que les guste el relato. No sería mala idea una recopilación, habría que ver quien se arriesgaría a publicarme :D Por cierto, en estos días publicaré un capítulo de la nueva novela que estoy escribiendo para que me den su valiosa opinión.

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  7. Bueno Tulio, varios momentos de la historia resultan originales, que se desarrollan en un lugar recurrente como lo es el autobús nocturno en el que suceden cosas raras.
    Los tipos esos, ¿eran vampiros o algo por el estilo? Yo los imaginé como otra forma de concebir a las criaturas chupasangres, un poco más salvajes. Y el final, pues me dejó en suspenso total.
    Tuve un pequeño lío con los nombres de las ciudades que aparecen al comienzo, pues me descolocaron totalmente: cuando los leí, lo primero que pensé fue en alguna historia de fantasía, tipo "Juego de Tronos" o "Narnia", obviamente, porque suenan a nombres comunes en ese género. Pero seguí leyendo y me encontré de repente en una ciudad del siglo XXI. Ese cambió me descolocó por un momento y a lo largo del texto no pude dejar de pensar si en realidad estaba en una ciudad normal, o una mezcla de escenarios totalmente opuestos. Si es la segunda, creo que debes aclararlo más.
    Y por último, te recomiendo pausar un poco los pasajes previos a la llegada del bus, y te diré por qué: casi no hay puntos seguidos, pero sí muchas comas, y eso hace a la lectura supremamente veloz. La totalidad del texto posee el mismo ritmo trepidante, y aunque describes la velocidad del bus, ésta no se siente real, porque todo el texto, desde su inicio, lleva el mismo ritmo. El cuento aumentaría su efectividad si logras marcar una diferencia de ritmo en las dos partes de la historia a través de la escritura: en la antesala (el sexo, la llegada al paradero, la conversación de los personajes) podrías ir más lentamente, agregando uno que otro punto seguido, tomándote tu tiempo para diseñar la historia con calma. Eso hace que el lector también empiece a leer de la misma manera pausada, con tranquilidad. Así le brindas esa falsa sensación de bienestar para pasar a continuación con el terror. Una vez aquí, cuando el chofer afiebrado empiece a manejar como un loco, pues ahí le metes la velocidad que el texto ya posee. Con esto, vas a lograr no simplemente decir "el bus va rápido, se montaron esos tipos raros y se desató el terror", sino que vas a lograr hacerlo más vivencial ¿me hago entender? Si logras hacer notar ambos ritmos narrativos, el cuento tomará más vida. Esto último me sucedió con un cuento que hice, en el que la acción también se desarrollaba dentro de un bus escolar. Yo describía las escenas, pero no se sentían REALES, y era porque todo mi cuento tenía el mismo ritmo y tono. Hacer una diferenciación de estos era indispensable para que los momentos de tensión se diferenciaran de los otros, sobre todo cuando se trataba de escenas en las que la velocidad predominaba.
    Disculpa por tardarme en leer el cuento, pero estos últimos días me agarró un molesto dolor de cabeza que a duras penas me permitió terminar la novela que debía reseñar el domingo para el blog, y leer en la pantalla me resultaba mortal.
    ¡Un saludo!

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  8. Muchas gracias por el comentario, Mauricio. No digo qué son los tipos dejando el misterio, pero para mí no serían vampiros sino una especie de ayudantes o quizás sacerdotes. Con respecto a que mencionara Mordor y Narnia no lo hice con la intención de desubicar o confundir sino como un comentario sarcástico donde el personaje evidenciara lo lejos que vive su amada.

    Ahora bien, con respecto a los signos de puntuación, debo admitir que tienes toda la razón, e intentaré corregirlo en futuros relatos (signos de puntuación, mi eterno talón de Aquiles)

    Gracias por leerme.

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  9. Poco me queda por comentar luego del excelente análisis de Mauro. Solo diré que me gustó el relato, me gustó la atmósfera, que por aquello del bus me recordó a otro relato mío (El Regreso del Destino), y que también quedé con ganas de más. :)

    Felicitaciones, Tulio!!! :D

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