Un cuadro nos
observa. Es una parodia del poster del Tío
Sam invitando a la gente a unirse a la armada con su famoso ‘I want you’, sólo que esta vez es el rostro de un ser deforme y en carne viva quien nos señala con
un dedo putrefacto mientras parece esbozar una sonrisa descompuesta, a la vez
que el lema ha sido ligeramente cambiado por ‘I want eat you’.
Es el único detalle que desentona con la elegante decoración de la sala de espera. Mi padre ha perdido la paciencia: Llevamos dos horas aguardando y la secretaria, severa y desdeñosa, ha dicho que esperemos mientras el gerente prepara los últimos detalles. Por mi parte me aburro como una ostra, hoy cumplo veintiún años y debería estar celebrando con mis amigos y no en este lugar alejado de la civilización, donde ni siquiera sé por qué diablos hemos venido
.
Mi progenitor termina su
segunda cajetilla de cigarrillos y se aclara la garganta de manera estruendosa
queriendo llamar la atención de la secretaria, quien lo ignora una vez más. En
parte lo comprendo, el vuelo fue agotador, el avión se demoró aproximadamente siete
horas en llegar a esta isla olvidada por dios.
Mientras me pregunto
por enésima vez qué hacemos acá, se abre la puerta principal: De su interior
sale un hombre de mediana edad y pulcra vestimenta. Abraza a papá, le tiende la mano a Hans y Christopher, nuestros acompañantes, y me
observa con curiosidad.
—
¿Así
qué éste es el joven heredero? —dice
mientras me saluda.
—
En
efecto, querido amigo. Es mi único hijo —responde mi padre con orgullo—. Hoy está cumpliendo la mayoría de edad
y pensé que no podía darle mejor regalo que traerlo a tu isla.
—
No
podías haber hecho una mejor elección para iniciarlo como un hombre —responde mientras se ilumina su
rostro—. Dime —dice dirigiéndose a mí— ¿Crees en zombies?
—
Sólo
los de la televisión y los videojuegos —respondo confundido preguntándome si escuché bien. ¿Dijo zombies?
Los dos
hombres se observan a los ojos en un silencio solemne, casi ceremonial, luego
de lo cual prorrumpen en estridentes carcajadas. Mi padre tiene que sacarse un
pañuelo para enjugarse las lágrimas mientras me imita de manera patética.
—
Perdónalo,
Landa —retoma él—, como podrás darte cuenta, nunca le he contado del
tema. Como sé que te gusta hablar hasta por los codos, estaba esperando que
fueras tú quien le diera una pequeña inducción a Michel.
—
Claro,
claro, no hay ningún problema. Pero qué descortés de mi parte, no los he
invitado a seguir —dice mientras extiende su brazo y abre la puerta de su
despacho—, si tienen la bondad, caballeros.
La
oficina es gigantesca. La luz se filtra de manera tenue por un grueso vidrio a
través del que se observa un océano infinitamente azul. Al interior se observan
unas especies de sarcófagos de cristal con momias disecadas. En su despacho, al
lado de una foto donde Landa posa junto a una hermosa mujer y tres niños, se
encuentra un cráneo encerrado en una urna cuidada con esmero.
El
hombre hace pasar a la secretaria que viene con bebidas energizantes, jugos y
comida liviana. Ahora que lo pienso, no hay ninguna bebida alcohólica tan
característica en este tipo de encuentros y tan típica de mi papá. Landa
propone un brindis en mi honor. Luego de beber, mira con cariño el cráneo y se
dirige hacia nosotros.
—
No
existe lo imposible, tan sólo lo no descubierto. Piensen que el hombre ha
logrado lo impensable: Hemos logrado surcar el cielo como las aves, sumergirnos
en el mar como peces e incluso hemos ido
al espacio. Lo importante es cuestionarse, indagar. Todo se reduce a preguntar,
a un ¿‘Y sí…’?: ¿Y si pudiéramos crear luz artificial? ¿Y si pudiéramos
conectar al mundo entero de manera virtual?
¿Y si pudiéramos vencer a la muerte?
Ese fue mi punto de partida: Los organismos no somos más que una
maquinaria que deja de funcionar al momento de morir. ¿Y si pudiéramos
conseguir reanimar los órganos después del deceso?
—
¿Y
qué pasa con el alma? — pregunto.
—
Los
cuerpos reanimados son simples envoltorios. No tienen recuerdos, ni voluntad, simplemente deambulan sin hacerle daño a nadie. Sin embargo, logré
moldearlos a mi gusto, modificarlos para que sientan hambre constantemente, un
apetito insaciable por la carne humana. Había creado zombies. Ahora bien, ¿para
qué puede servir un muerto viviente? No tengo ambiciones de conquistador,
simplemente quise demostrar que podía derrotar a la muerte.
—
Jugar
a ser dios.
— Con
un poco de curiosidad y recursos, cualquiera puede ser dios. Con mi
descubrimiento decidí instalarme en esta isla y comunicarle mi hallazgo a gente
selecta, que pudiera apreciarla y no fuera a decir nada en el mundo exterior.
— ¿Con qué propósito? —pregunto.
— ¿Le gustan las corridas de toros? —antes
de que pueda contestarle prosigue—.
Desde siempre, el ser humano ha sentido una atracción por la destrucción, por
ejercer la muerte. Pregúntese por el éxito del Coliseo romano, las peleas de
gallos, los combates a muerte, la cacería. La guerra es sólo la extensión de
ese deseo primitivo que tiene el hombre por asesinar. Yo puedo brindar esa experiencia, sin
lastimar a ningún ser vivo, fue con este ideal que creé esta empresa, Zombkill.
— ¡Pero los zombies
alguna vez fueron humanos! —protesto.
—
Es
cierto. Pero los cuerpos que uso han sido comprados a enfermos terminales,
sentenciados a muerte y soldados antes de su fallecimiento a un precio muy
elevado. Dígame ¿qué diferencia existe en convertirse en uno de mis zombies a
ser devorado por los gusanos o cremado en un horno?
Al ver
que era incapaz de argumentarle, el hombre sigue hablando.
— Lo que hago es ofrecer nuevas emociones a quien
pueda pagar por ellas. Es cierto, cobro un precio muy elevado, inaccesible para
el 90% de la población, pero ésta es una experiencia que no se olvidará el
resto de la vida.
— Basta de cháchara —interrumpe mi padre—, esto no se puede describir con palabras.
Vámonos a preparar, estoy ansioso por comenzar.
— Me parece adecuado —dice Landa sin inmutarse—. Al ser ésta la primera vez del muchacho, creo que
lo ideal es preparar a los sujetos tipo A1
y darle armamento especializado. Dime ¿Dónde preferirías que saliéramos
de cacería? ¿Un laboratorio? ¿Una ciudad abandonada? ¿La playa? ¿El desierto?
¿Un cementerio? ¿Una casa de campo?
Pienso en todas
las revistas, los programas de televisión, los comics y las películas que he
visto de los muertos vivientes, y no puedo evitar emocionarme al sentirme como
alguno de los protagonistas principales
enfrentando heroicamente a una horda de monstruos sedientos de sangre. Este
pensamiento vence mis pocas reticencias morales.
La ciudad
abandonada, respondo sin dudarlo.
Nos retiramos
de la oficina y vamos a un sótano para prepararnos. Mientras nos cambiamos, mi
padre me dice que de acuerdo a la experiencia del cliente, se preparan a las
bestias. Por ser un novato han alistado a los zombies tipo A1, lentos y torpes.
No puedo evitar sentirme como un idiota, mi padre se da cuenta y me dice que no
me preocupe, que a medida que regrese iré adquiriendo más destreza y podré
aumentar el nivel de la partida.
Me dan
armamento y en una hora me enseñan a manejarlo apropiadamente. Landa me dice
que no hay que temer: Aparte de Hans, Christopher y mi padre, tres
empleados de Zombkill estarán conmigo durante la cacería para provisionarme de
municiones y protegerme en caso de que algo salga mal. Me informa además que, al
ser ellos muertos reanimados, no hay riesgo de ser contagiados por una mordida
o una herida, pero que sin embargo hay que tener cuidado, pues una vez un monstruo prueba la sangre no
parará hasta haber terminado con su presa.
Nos montamos
en un jeep que nos conduce por calles pedregosas, hasta que llegamos a un
simulacro de ciudad. Quedo impresionado: Es una réplica exacta del centro de
Nueva York. El vehículo se desplaza por las calles hasta llegar a una avenida
donde nos dice que debemos bajarnos.
—Los recojo
en una hora —dice el conductor, un
gringo alto y fornido quien antes de alejarse se dirige a mí — Happy birthday, kiddo; no podrían haberte
dado un mejor regalo. Disfrútalo.
Nos acomodamos y sacamos las armas a la espera
de la acometida. No han pasado diez minutos cuando, a lo lejos, empiezan a sonar
gruñidos, una especie de lamentos y quejidos sobrecogedores capaz de dejar sin
habla al hombre más locuaz. Los ruidos no provienen de una dirección en
particular sino que como un eco se repite por
todos los alrededores.
Empiezo a sudar y el arma se me resbala de las
manos, al recogerla veo el rostro del resto de mis compañeros: Lucen aburridos,
como un cazador cuando va tras una presa demasiado débil. Mi padre incluso se
fuma otro cigarrillo mientras espera.
Finalmente aparecen.
Vienen de todos lados: Lentos, putrefactos, hediondos. Se dirigen hacia
nosotros intentando infundir temor pero inspiran más lástima que otra cosa: Gimen, lloran y se
agitan; gritan, se revuelven e intentan apresurar el paso pero de manera inútil
pues biológicamente no son capaces. Los más osados, quienes van más rápido a
pesar de sus limitaciones sufren horribles mutilaciones y pedazos de sus
piernas empiezan a desprenderse de ellos como si fueran leprosos.
El grupo no se
separa pero ninguno de los hombres se atreve a disparar contra la horda de
muertos vivientes. Me reservan el honor de iniciar la cacería. Observo a una de
las bestias: Es una mujer, el despojo de lo que antes fuera un ser humano; su
boca seca emite un gemido de dolor mientras me observa e intenta alcanzarme.
Apunto directo a la cabeza. Dudo. No soy capaz de disparar. La mujer avanza.
Lanza un nuevo quejido. Miro nuevamente. Me parece que una lágrima se desliza
por uno de sus ojos pestilentes. Debo liberarla de ese peso. Disparo.
El tiro es efectivo.
La bala entra por su ojo y le atraviesa los sesos a toda velocidad. La criatura
se desploma al instante. Esa es la señal, todos mis acompañantes se abalanzan
sobre sus presas. Al ser una partida del tipo fácil, todos, a excepción de los
empleados que deben velar por mi seguridad, han escogido armas de corto
alcance. Mi padre ha elegido una bayoneta, similar a la que usaba en la Primera
Guerra Mundial; Hans, un hacha, y Christopher una especie de pica.
Se acerca otro
de los zombies. Ahora es una cuestión de supervivencia: Él o yo. No lo dudo un
segundo, le vuelo la cabeza. Luego veo una niña sin ojos, que grita y gime
pidiendo que le dé el descanso eterno, la complazco. Al cabo de unos minutos,
contemplo horrorizado que no sólo me desenvuelvo muy bien sino que estoy
disfrutando del espectáculo.
Contemplo el
escenario, es una carnicería: Los muertos vivientes no se pueden defender, son
demasiado torpes y siguen llegando en manada, sin importar las bajas sufridas.
Disparo una y otra vez, caen como
moscas, de refilón miro a mi padre, nunca lo había visto tan exultante, tan
lleno de vida, cada vez que destaza a un nuevo zombie sonríe como no lo hacía
en años. Hans y Christopher cumplen su labor de manera metódica, eficiente,
trabajando en tal armonía como si estuvieran bailando ballet; a través de sus movimientos
silenciosos, de su interacción, comprendo lo bien que la están pasando y como
muchas veces las emociones más intensas son incapaces de traducirse en palabras
sino en pequeños gestos.
¿Y yo? He
vencido mis prejuicios morales. Ya no busco liberar a esos pobres cuerpos
resucitados genéticamente para la diversión de su castigo, ni se trata simplemente
de una cuestión de supervivencia. Es simplemente placer. El placer de matar, de
sentir el poder en mi cuerpo, en mis armas, de eliminar algo una y otra
vez sin remordimientos. Nada puede asemejar esa sensación de sangre, de fuego
y exterminio. Soy hijo de la muerte y la
locura. Y me encanta.
Pues sí, sí, sí ¡Muy entretenido! ¿Y qué tal hacerlo en un contexto más criollo? ¿Menos New York, más Bogotá? jejeje. ¿Menos Landa, más Rodríguez? Se me hace que podría ser interesante. Qué bueno que sigas escribiendo tan juiciosamente
ResponderEliminarEn mi opinion,muy bueno; y en cuanto al comentario de la señorita Diana; creo q no es mala la idea de intentar cambiar de escenario, pero siempre se asociará "zombies" a lugares "famosos" o conocidos como la gran manzana. como ejemplo la pelicula de will smith (soy leyenda); les pregunto, como seria para ustedes esa pelicula en bogotá?.
ResponderEliminarExcelente, Tulio.
ResponderEliminarMe gustó mucho como diagramaste esa transformación del protagonista de un simple joven común y corriente, en un asesino sangriento, y cómo nos mostrás su nuevo interior, mucho más oscuro.
La descripción de los zombis y del entorno, ideal. Y la idea general del texto, macabra al cien por cien.
Genial...
¡Saludos!
Diana: Gracias por leerme. Me pareció que el contexto de esta historia no daba para un entorno local, después de todo hablamos de multimillonarios que pueden darse ese tipo de lujos. Tengo otro relato -también de zombies- que publicaré muy pronto y que es más regional -aunque no como te lo imaginas-. Saludos ¡y qué alegría que te pases por estos lares!
ResponderEliminarCaro: Gracias por visitar....con respecto a lo de Soy Leyenda ubicada en Bogotá sería interesante ver qué saldría....habría que hacer el experimento literario.
Juanito: Como siempre gracias por tus alentadores comentarios. Me alegra mucho que te haya gustado el relato.