domingo, 10 de febrero de 2013

Zombkill


Un cuadro nos observa. Es una parodia del poster del Tío Sam invitando a la gente a unirse a la armada con su famoso ‘I want you’, sólo que esta vez es el rostro de un ser deforme y en carne viva quien nos señala con un dedo putrefacto mientras parece esbozar una sonrisa descompuesta, a la vez que el lema ha sido ligeramente cambiado por ‘I want eat you’.

Es el único detalle que desentona con la elegante decoración de la sala de espera. Mi padre ha perdido la paciencia: Llevamos dos horas aguardando y la secretaria, severa y desdeñosa, ha dicho que esperemos mientras el gerente prepara los últimos detalles. Por mi parte me aburro como una ostra, hoy cumplo veintiún años y debería estar celebrando con mis amigos y no en este lugar alejado de la civilización, donde ni siquiera sé por qué diablos hemos venido
.
Mi progenitor termina su segunda cajetilla de cigarrillos y se aclara la garganta de manera estruendosa queriendo llamar la atención de la secretaria, quien lo ignora una vez más. En parte lo comprendo, el vuelo fue agotador, el avión se demoró aproximadamente siete horas en llegar a esta isla olvidada por dios.

Mientras me pregunto por enésima vez qué hacemos acá, se abre la puerta principal: De su interior sale un hombre de mediana edad y pulcra vestimenta. Abraza a papá, le tiende la mano a Hans y Christopher, nuestros acompañantes, y me observa con curiosidad.

   ¿Así qué éste es el joven heredero? —dice mientras me saluda.

   En efecto, querido amigo. Es mi único hijo —responde mi padre con orgullo—. Hoy está cumpliendo la mayoría de edad y pensé que no podía darle mejor regalo que traerlo a tu isla.

   No podías haber hecho una mejor elección para iniciarlo como un hombre —responde mientras se ilumina su rostro—. Dime —dice dirigiéndose a mí— ¿Crees en zombies?

   Sólo los de la televisión y los videojuegos —respondo confundido preguntándome si escuché bien. ¿Dijo zombies?

Los dos hombres se observan a los ojos en un silencio solemne, casi ceremonial, luego de lo cual prorrumpen en estridentes carcajadas. Mi padre tiene que sacarse un pañuelo para enjugarse las lágrimas mientras me imita de manera patética.

   Perdónalo, Landa —retoma él—, como podrás darte cuenta, nunca le he contado del tema. Como sé que te gusta hablar hasta por los codos, estaba esperando que fueras tú quien le diera una pequeña inducción a Michel.

   Claro, claro, no hay ningún problema. Pero qué descortés de mi parte, no los he invitado a seguir —dice mientras extiende su brazo y abre la puerta de su despacho—, si tienen la bondad, caballeros.

La oficina es gigantesca. La luz se filtra de manera tenue por un grueso vidrio a través del que se observa un océano infinitamente azul. Al interior se observan unas especies de sarcófagos de cristal con momias disecadas. En su despacho, al lado de una foto donde Landa posa junto a una hermosa mujer y tres niños, se encuentra un cráneo encerrado en una urna cuidada con esmero.

El hombre hace pasar a la secretaria que viene con bebidas energizantes, jugos y comida liviana. Ahora que lo pienso, no hay ninguna bebida alcohólica tan característica en este tipo de encuentros y tan típica de mi papá. Landa propone un brindis en mi honor. Luego de beber, mira con cariño el cráneo y se dirige hacia nosotros.  

   No existe lo imposible, tan sólo lo no descubierto. Piensen que el hombre ha logrado lo impensable: Hemos logrado surcar el cielo como las aves, sumergirnos en el mar como  peces e incluso hemos ido al espacio. Lo importante es cuestionarse, indagar. Todo se reduce a preguntar, a un ¿‘Y sí…’?: ¿Y si pudiéramos crear luz artificial? ¿Y si pudiéramos conectar al mundo entero de manera virtual?  ¿Y si pudiéramos vencer a la muerte?  Ese fue mi punto de partida: Los organismos no somos más que una maquinaria que deja de funcionar al momento de morir. ¿Y si pudiéramos conseguir reanimar los órganos después del deceso?

   ¿Y qué pasa con el alma?   pregunto.

   Los cuerpos reanimados son simples envoltorios. No tienen recuerdos, ni voluntad, simplemente deambulan sin hacerle daño a nadie. Sin embargo, logré moldearlos a mi gusto, modificarlos para que sientan hambre constantemente, un apetito insaciable por la carne humana. Había creado zombies. Ahora bien, ¿para qué puede servir un muerto viviente? No tengo ambiciones de conquistador, simplemente quise demostrar que podía derrotar a la muerte.

   Jugar a ser dios.

  Con un poco de curiosidad y recursos, cualquiera puede ser dios. Con mi descubrimiento decidí instalarme en esta isla y comunicarle mi hallazgo a gente selecta, que pudiera apreciarla y no fuera a decir nada en el mundo exterior.

   ¿Con qué propósito? pregunto.

    ¿Le gustan las corridas de toros? antes de que pueda contestarle prosigue—.  Desde siempre, el ser humano ha sentido una atracción por la destrucción, por ejercer la muerte. Pregúntese por el éxito del Coliseo romano, las peleas de gallos, los combates a muerte, la cacería. La guerra es sólo la extensión de ese deseo primitivo que tiene el hombre por asesinar.  Yo puedo brindar esa experiencia, sin lastimar a ningún ser vivo, fue con este ideal que creé esta empresa, Zombkill.

   ¡Pero los zombies alguna vez fueron humanos! protesto.

   Es cierto. Pero los cuerpos que uso han sido comprados a enfermos terminales, sentenciados a muerte y soldados antes de su fallecimiento a un precio muy elevado. Dígame ¿qué diferencia existe en convertirse en uno de mis zombies a ser devorado por los gusanos o cremado en un horno?

Al ver que era incapaz de argumentarle, el hombre sigue hablando.

   Lo que hago es ofrecer nuevas emociones a quien pueda pagar por ellas. Es cierto, cobro un precio muy elevado, inaccesible para el 90% de la población, pero ésta es una experiencia que no se olvidará el resto de la vida.

   Basta de cháchara interrumpe mi padre—,  esto no se puede describir con palabras. Vámonos a preparar, estoy ansioso por comenzar.

   Me parece adecuado dice Landa sin inmutarse. Al ser ésta la primera vez del muchacho, creo que lo ideal es preparar a los sujetos tipo A1  y darle armamento especializado. Dime ¿Dónde preferirías que saliéramos de cacería? ¿Un laboratorio? ¿Una ciudad abandonada? ¿La playa? ¿El desierto? ¿Un cementerio? ¿Una casa de campo?

Pienso en todas las revistas, los programas de televisión, los comics y las películas que he visto de los muertos vivientes, y no puedo evitar emocionarme al sentirme como alguno de  los protagonistas principales enfrentando heroicamente a una horda de monstruos sedientos de sangre. Este pensamiento vence mis pocas reticencias morales.

La ciudad abandonada, respondo sin dudarlo.

Nos retiramos de la oficina y vamos a un sótano para prepararnos. Mientras nos cambiamos, mi padre me dice que de acuerdo a la experiencia del cliente, se preparan a las bestias. Por ser un novato han alistado a los zombies tipo A1, lentos y torpes. No puedo evitar sentirme como un idiota, mi padre se da cuenta y me dice que no me preocupe, que a medida que regrese iré adquiriendo más destreza y podré aumentar el nivel de la partida.

Me dan armamento y en una hora me enseñan a manejarlo apropiadamente. Landa me dice que no hay que temer: Aparte de Hans, Christopher y mi padre, tres empleados de Zombkill estarán conmigo durante la cacería para provisionarme de municiones y protegerme en caso de que algo salga mal. Me informa además que, al ser ellos muertos reanimados, no hay riesgo de ser contagiados por una mordida o una herida, pero que sin embargo hay que tener cuidado, pues una vez un monstruo prueba la sangre no parará hasta haber terminado con su presa.

Nos montamos en un jeep que nos conduce por calles pedregosas, hasta que llegamos a un simulacro de ciudad. Quedo impresionado: Es una réplica exacta del centro de Nueva York. El vehículo se desplaza por las calles hasta llegar a una avenida donde nos dice que debemos bajarnos.

Los recojo en una hora dice el conductor, un gringo alto y fornido quien antes de alejarse se dirige a mí —  Happy birthday, kiddo; no podrían haberte dado un mejor regalo. Disfrútalo. 

 Nos acomodamos y sacamos las armas a la espera de la acometida. No han pasado diez minutos cuando, a lo lejos, empiezan a sonar gruñidos, una especie de lamentos y quejidos sobrecogedores capaz de dejar sin habla al hombre más locuaz. Los ruidos no provienen de una dirección en particular sino que como un eco se repite por  todos los alrededores. 

Empiezo a sudar y el arma se me resbala de las manos, al recogerla veo el rostro del resto de mis compañeros: Lucen aburridos, como un cazador cuando va tras una presa demasiado débil. Mi padre incluso se fuma otro cigarrillo mientras espera.

Finalmente aparecen. Vienen de todos lados: Lentos, putrefactos, hediondos. Se dirigen hacia nosotros intentando infundir temor pero inspiran más  lástima que otra cosa: Gimen, lloran y se agitan; gritan, se revuelven e intentan apresurar el paso pero de manera inútil pues biológicamente no son capaces. Los más osados, quienes van más rápido a pesar de sus limitaciones sufren horribles mutilaciones y pedazos de sus piernas empiezan a desprenderse de ellos como si fueran leprosos.

El grupo no se separa pero ninguno de los hombres se atreve a disparar contra la horda de muertos vivientes. Me reservan el honor de iniciar la cacería. Observo a una de las bestias: Es una mujer, el despojo de lo que antes fuera un ser humano; su boca seca emite un gemido de dolor mientras me observa e intenta alcanzarme. Apunto directo a la cabeza. Dudo. No soy capaz de disparar. La mujer avanza. Lanza un nuevo quejido. Miro nuevamente. Me parece que una lágrima se desliza por uno de sus ojos pestilentes. Debo liberarla de ese peso. Disparo.

El tiro es efectivo. La bala entra por su ojo y le atraviesa los sesos a toda velocidad. La criatura se desploma al instante. Esa es la señal, todos mis acompañantes se abalanzan sobre sus presas. Al ser una partida del tipo fácil, todos, a excepción de los empleados que deben velar por mi seguridad, han escogido armas de corto alcance. Mi padre ha elegido una bayoneta, similar a la que usaba en la Primera Guerra Mundial; Hans, un hacha, y Christopher una especie de pica.

Se acerca otro de los zombies. Ahora es una cuestión de supervivencia: Él o yo. No lo dudo un segundo, le vuelo la cabeza. Luego veo una niña sin ojos, que grita y gime pidiendo que le dé el descanso eterno, la complazco. Al cabo de unos minutos, contemplo horrorizado que no sólo me desenvuelvo muy bien sino que estoy disfrutando del espectáculo.

Contemplo el escenario, es una carnicería: Los muertos vivientes no se pueden defender, son demasiado torpes y siguen llegando en manada, sin importar las bajas sufridas. Disparo una  y otra vez, caen como moscas, de refilón miro a mi padre, nunca lo había visto tan exultante, tan lleno de vida, cada vez que destaza a un nuevo zombie sonríe como no lo hacía en años. Hans y Christopher cumplen su labor de manera metódica, eficiente, trabajando en tal armonía como si estuvieran bailando ballet; a través de sus movimientos silenciosos, de su interacción, comprendo lo bien que la están pasando y como muchas veces las emociones más intensas son incapaces de traducirse en palabras sino en pequeños gestos.

¿Y yo? He vencido mis prejuicios morales. Ya no busco liberar a esos pobres cuerpos resucitados genéticamente para la diversión de su castigo, ni se trata simplemente de una cuestión de supervivencia. Es simplemente placer. El placer de matar, de sentir el poder en mi cuerpo, en mis armas, de eliminar algo una y otra vez sin remordimientos. Nada puede asemejar esa sensación de sangre, de fuego y  exterminio. Soy hijo de la muerte y la locura. Y me encanta.




4 comentarios:

  1. Pues sí, sí, sí ¡Muy entretenido! ¿Y qué tal hacerlo en un contexto más criollo? ¿Menos New York, más Bogotá? jejeje. ¿Menos Landa, más Rodríguez? Se me hace que podría ser interesante. Qué bueno que sigas escribiendo tan juiciosamente

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  2. En mi opinion,muy bueno; y en cuanto al comentario de la señorita Diana; creo q no es mala la idea de intentar cambiar de escenario, pero siempre se asociará "zombies" a lugares "famosos" o conocidos como la gran manzana. como ejemplo la pelicula de will smith (soy leyenda); les pregunto, como seria para ustedes esa pelicula en bogotá?.

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  3. Excelente, Tulio.
    Me gustó mucho como diagramaste esa transformación del protagonista de un simple joven común y corriente, en un asesino sangriento, y cómo nos mostrás su nuevo interior, mucho más oscuro.
    La descripción de los zombis y del entorno, ideal. Y la idea general del texto, macabra al cien por cien.
    Genial...
    ¡Saludos!

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  4. Diana: Gracias por leerme. Me pareció que el contexto de esta historia no daba para un entorno local, después de todo hablamos de multimillonarios que pueden darse ese tipo de lujos. Tengo otro relato -también de zombies- que publicaré muy pronto y que es más regional -aunque no como te lo imaginas-. Saludos ¡y qué alegría que te pases por estos lares!

    Caro: Gracias por visitar....con respecto a lo de Soy Leyenda ubicada en Bogotá sería interesante ver qué saldría....habría que hacer el experimento literario.

    Juanito: Como siempre gracias por tus alentadores comentarios. Me alegra mucho que te haya gustado el relato.

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