Como todos los 31 de octubre, les regalo este relato de terror. Espero les guste.
Tm 69
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El reino de la hora
La
mujer se miró nuevamente en el espejo. Se puso más labial y alisó el pelo. Tocó
la puerta tres veces. La habitación 69 se abrió antes de golpearla una cuarta
vez.
El
hombre la miraba a los ojos, no se despegaba de su rostro, tanto así que ella
se sonrojó y bajó la cabeza.
—Soy
Lizeth. Me manda La Academia.
‘La
Academia’, bonito eufemismo para referirse a burdeles de clase alta, compuesto
por damas de compañía o prepagos, como se
hacen llamar ahora. “Por mucho polvo, maquillaje o clase que tengamos, seguimos siendo putas” le había
dicho alguna vez Sandra, una de sus compañeras.
—Sí,
sí, claro—respondió el hombre— por favor
Lizeth, sigue, siéntate en la cama.
Miro
al hombre: Era bajo, delgado y se estaba quedando calvo. Sus pelos traseros se
alzaban de manera rebelde. Él la continuaba mirando con detenimiento, pero ya
no se sentía intimidada; había conocido a demasiados varones para hacerlo.
Aunque seguían sin gustarle sus ojos, eran fríos, pequeños.
—Dime,
¿qué me ofreces? —preguntó él.
—Lo
que quieras, nene — Siempre usaba esa palabra, a los clientes los volvía
loquitos, nunca dejaban de ser niños— relación vaginal, oral, las posiciones que
quieras, te aseguro que la vamos a pasar muy rico.
—La
vamos a pasar muy rico —repitió el hombre— . Ya veremos. Por favor, desvístete.
Lizeth
empezó a quitarse el vestido negro de seda. El roce era delicado al tacto, su
cuerpo olía a un suave perfume, un delicioso aroma.
El hombre empezó a hablar:
—¿Sabes?
— preguntó, y continuó hablando sin esperar respuesta— . En ocasiones, compré a
mujeres de la calle y entré en lo más profundo de ellas, pero no fue agradable.
Sus almas olían a cebolla.
¿Almas?
Mientras
se acostaba, recordó que había devuelto a dos de sus compañeras. Kathy y
Michelle le habían contado que el tipo las había hecho desnudar, acostar y
luego de verlas por un momento, las hacía vestir e irse, sin pagarles,
obviamente.
— Y
las otras niñas de la Academia. ¿También olían a cebolla?
—No.
Pero eran demasiadas estúpidas, sabes que no miento.
Era
cierto. Hablar con ambas era exasperante; un globo lleno de helio tenía más
sustancia que ellas, pero eran las más hermosas: sus ojos de esmeralda, cabello
de trigo, labios carnosos y figuras perfectas compensaban su idiotez. ¿Pero
cómo podía saberlo este sujeto con tan solo verlas?
—Pero
tú no eres igual…eres delicadamente deliciosa. Contéstame, ¿en esta hora me
pertenecerá tu cuerpo?
La
mujer pensó que el hombre la quería poner a prueba. Tal vez sus compañeras se habían
asustado y negado. No era tan boba.
—Todo
mi cuerpo es tuyo por una hora.
—¿Toda
tu mente?
Vaya tipo más loco.
—Mi
mente te pertenecerá durante ese tiempo.
— ¿Y
tu alma será mía por sesenta minutos?
¿Qué
tendría ese loco con las almas? No era momento de asustarse. No era el primer
ni el último loco que le tocaría atender. ¿No recordaba al senador Blanco? Al
muy maldito le gustaba usar una bolsa en la cabeza durante el acto sexual y
antes de eyacular la estrangulaba levemente. Después de hacerlo, lloraba agarrado
a su cintura y a ella le tocaba
acariciarle la cabeza hasta que se quedaba dormido.
¿Iba
a sentirse intimidada por ese enano?
Nunca.
—Mi
alma es tuya y te pertenezco por completo porque me has comprado.
—Eso
está muy bien —respondió el hombre y sonrió por primera vez. Sus dientes eran
muy pequeños y filudos como los de una
piraña—, por favor, cierra los ojos.
La
mujer, ya desnuda, obedeció. Esperaba sentir de un momento a otro el cuerpo de
su cliente encima de ella, penetrándola con fuerza, sintiendo su sudor, su
aliento caliente.
En su
lugar sintió una caricia.
—¿Qué
haces?— preguntó ella sorprendida aunque
sin abrir los ojos.
El
hombre no respondió y continuó acariciándola. Se sentía tan bien… En un momento creyó sentirse excitada, por primera
vez, en muchos años, pero la sensación dio paso con rapidez a un
placentero cansancio con el que ella no
luchó sino que al contrario se entregó sin resistencia. Se sumergió más y más
en el mundo de los sueños.
Al
abrir los ojos ya no estaba desnuda en un hotel de cinco estrellas.
Contemplaba
el mundo: Desde su pequeño coche sacó una manecita intentando agarrar un rayo
de sol; tenía un biberón. La niñera la paseaba junto a Sultán, el gran perro de
la familia.
De
pronto el can vio a una paloma y se abalanzó sobre ella. Antes de que el ave pudiera
escapar, estaba en las fauces de Sultán. La bebé se puso a llorar al ver la
escena, la niñera asustada intentó que el perro soltara el ave y empezó a
forcejear con el animal. De repente, el cadáver del pájaro salió despedido y
cayó en el cochecito de la nena.
La
niña miró el pajarraco, sus ojos sin pupilas, su pico, de un momento a otro el
ave se estremeció y empezó a moverse. No estaba muerta después de todo.
La infante
empezó a gritar, el ave se asustó y empezó a picarle el rostro, su
cuerpecito, desgarrándole cada centímetro de piel. La niña estaba aterrada y la
adulta dentro de ella empezó a gritar y a llorar con tanto miedo como el que había
sentido hacía 24 años. La paloma se situó frente a ella, quería devorarla, lo
sabía. Intentó moverse pero no podía, estaba agarrotada por el miedo, la
criatura se abalanzó sobre sus ojos…
Se
desvaneció.
…La
despertaron unos ruidos. Ahora era una niña de aproximadamente ocho años. En medio de la noche se dirigió
al cuarto de sus padres. Unas figuras discutían.
—Otra
vez borracho. Eres tan repugnante — decía su madre.
—No
me hables así ¿Quién te crees? ¡Maldita
perra! —respondió una voz casi ilegible.
El
hombre le propinó una bofetada que la tumbó sobre la cama.
—Te
voy a dar lo que te gusta…
Empezó
a quitarse el pantalón.
—No,
¡No quiero!
Ignorando
los gritos de su esposa, la golpeó de nuevo y le quito, con salvajes manotazos,
la ropa.
—Jeremías,
por favor —suplico la mujer.
El
hombre la penetró con fuerza, con rabia, gruñendo como un cerdo; el llanto de
su esposa era ahogado por una palabra que él repetía una y otra vez.
—Rico,
rico. Qué rico perra.
Asustada
la niña se alejó de la puerta, al llevarse las manos al rostro se dio cuenta de
que estaba llorando.
De
nuevo la oscuridad…
¡Basta
por favor¡ ¡Te lo suplico! Logró gritar desde alguna parte de las tinieblas
donde se encontraba.
“Todo mi cuerpo es tuyo por una hora” le
respondió su propia voz como un débil eco.
…Ahora
era una adolescente. Estaba sola en su habitación. Se metió la mano por debajo
de su falda y empezó a acariciarse, sintiendo
como el placer iba creciendo, expandiéndose, ilimitado, infinito. Justo
antes de llegar al orgasmo oyó en su mente la voz de su padre:
“Te voy a dar lo que te gusta”.
Sus
dedos se movieron más de prisa aún, acelerando sus embestidas y el placer.
Cerró los ojos y sintió una descarga
eléctrica deliciosa que le recorrió todo el cuerpo. Al abrirlo se encontró con
su madre que la miraba sorprendida.
—Juliana….
—Mamá.
—¿Qué
porquería estás haciendo?
— Mamá,
yo…
—¡Cállate!
¡Sucia ramera! ¡Pecadora! Eres una pervertida…
La
respetable señora agarró a su hija y la arrastró hasta la cocina. Allí la
obligó a quitarse la falda, agarró un poco de ortiga y la restregó en sus
genitales. El dolor que Juliana sintió y el grito que profirió estremecieron los
cimientos de la vieja casa.
Negro
de nuevo…
En
lo más profundo, la mujer lloraba. No podía saberlo, pero sentía que en ese
momento, en el hotel, su vagina sangraba igual que como lo había hecho esa
ocasión.
Detente
¡No lo soporto más!
—“Mi mente te pertenecerá durante ese
tiempo— le
respondió su voz, desde las sombras.
…Empezó
a materializarse una figura oscura, un hombre negro la miraba fijamente,
desgarrando su ser.
—Todo
menos eso, no me obligues a verlo, por favor, por favor. Haré lo que sea, lo
que me pidas.
Mi alma es tuya y te pertenezco por
completo porque me has comprado— le
respondieron
—Maldito
enano. Cómo te odio. —dijo ella con un llanto seco.
No
hubo respuesta
De
repente todo se iluminó. El hombre negro se acercó, llevaba una rosa en la
mano. La besó con ternura.
—Juliana,
te amo con toda mi alma.
—Yo
también te amo, Ezequiel.
—Quiero
estar contigo el resto de mi vida, mi amor.
— Mi
madre nunca lo permitiría, te odia.
—No
entiendo cómo puedes ser hijo de esa hiena, eres tan diferente a ella. Ven
conmigo, déjalo todo.
—No
es tan fácil como crees, amor. Mi mamá me paga la universidad, me da lo
necesario para vivir, sin su ayuda no sé qué pueda hacer.
Ezequiel
no le respondió pero su mirada fue de triste reproche.
El
recuerdo se levantó con la misma rapidez con que se levantó otro.
Era
de noche, estaban caminando por un parque cuando un hombre se acercó a ellos.
Estaba armado.
—A
ver reinita, la cartera y el reloj — dijo el asaltante de manera amenazadora.
—Por
favor, no me lastime — gritó Juliana. Estaba tan nerviosa que no atinaba a
quitarse las joyas
— A
ver, qué pasó grandísima puta —dijo el hombre mientras golpeaba a la mujer.
Ezequiel
se lanzó sobre el delincuente pero este reaccionó y disparó. Asustado por lo
que acababa de hacer huyó y pronto se lo tragó la noche.
La
persona que más había amado en su vida yacía frente a ella agonizante. Juliana
se acercó y le acarició el rostro
—Amor
mío —dijo su hombre y murió.
Sostuvo
la mano inerte de su amado junto a su rostro mientras lloraba, cuando quiso
separarla ya no pudo, se había quedado pegada a ella y la sangre empezó a manar
de manera exagerada, grotesca. Con horror, vio como el líquido caliente y
pegajoso le llegaba a las rodillas, a su ombligo y boca. Se estaba ahogando en
la sangre de su amado. Quiso gritar, pero sólo tragaba ese líquido inmundo.
Cerró los ojos...
— ¿Cómo
es que vas a tener un hijo de ese negro inmundo?
— Sí mamá, lo voy a tener ¡Le daré todo el amor
que jamás he tenido en esta casa!
—No
te atrevas desagradecida…si lo haces olvídate de este lugar y de mi ayuda
económica.
—No
volveré nunca, y ya no me considere su hija, señora Lizeth.
Y
diciendo esto se dirigió hacia la puerta cuando escuchó la voz de su madre.
—Pero
sabes que tu hijo no nacerá con vida ¿cierto? —le dijo con una sonrisa macabra.
— Cállate
vieja bruja.
—Tu
hijo nacerá muerto. Es lo menos que te merecías, mala hija, pecadora.
— ¡CALLATE!—
repitió de nuevo con un grito Juliana — ¿Cómo
puedes saberlo? Yo nunca te lo conté y nunca más nos volvimos a ver.
— Lo
sé todo porque yo soy tú — dijo mientras se arrancaba su rostro revelando algo
horrible: la cara de una rata vieja y asquerosa que se acercó hacia ella,
arrancándole la nariz de un mordisco.
…Ahora
estaba acostada en una mesa de cirugía, un médico le acariciaba la cabeza.
Puja, puja, decía, ella obedecía, pero sabía que al momento de nacer su hijo ya
estaría irremediablemente muerto.
Se
escucharon chillados y el médico exclamó.
—Es
un hermoso bebe.
¿Cómo?
Le
acercaron un bulto sanguinolento, al destaparlo, gritó aterrada.
Era
un polluelo sin plumas, solo se veía su carne desnuda y sangrante, sus ojos sin
pupilas; empezó a chillar de una manera tan aguda que se vio obligada a taparse
los oídos.
Los
médicos se felicitaban entre sí mientras se quitaban los tapabocas. Eran unas
palomas gigantes y sus plumas y chillidos inundaban la habitación. Juliana
agarró un escalpelo de la mesilla de instrumentos quirúrgicos y lo dirigió
hacia su garganta.
Pero
no pudo hacer nada, porque ahora tenía encima a Ezequiel que le hacía el amor.
Ella le agarró la espalda y le clavó las uñas con fuerza como lo hacía antes de
alcanzar el orgasmo. Sus dedos se enterraron en la espalda de su amado.
Una
costra le cayó en el rostro, miró de nuevo a su novio y se dio cuenta de que
quien la poseía era su cadáver en descomposición, el ser sacó su lengua, blanca,
llena de pústulas.
La
mujer logró apartar de un empujón el cuerpo putrefacto y se dirigió hacia una
puerta. Luego de abrirla, vio un pasillo oscuro y al final de esta otra puerta
y así una y otra vez. Corrió sin pausas,
sintiendo como se hundía en el suelo,
mientras que a lo lejos, como
campanadas, se escuchaba Hotel California de Los Eagles: You can check anytime you want, but you cant never leave.
Finalmente
llego a una puerta blanca de mármol que tenía un letrero:
La vamos a pasar muy rico.
La
abrió
Al
entrar vio un nuevo corredor pero este completamente iluminado, con puertas a
cada uno de sus lados. Abrió una:
Una
manada de lobos salvajes devoraba a su padre que estaba amarrado a un tronco.
El hombre gritaba de dolor pero entre más fuertes y desgarradores eran sus
gritos, más bestias llegaban excitadas a desgarrarle las entrañas.
Cerró
la puerta y, temblando, se dirigió a otra.
Vio
una réplica suya que miraba a su madre. Su doppelganger sacó una larga daga y
se la enterró en el pecho a la señora Lizeth. La Juliana que miraba la escena
observaba en silencio. Ese había sido su sueño más retorcido e inconfesable
aunque nunca lo hubiera llevado a cabo.
Abrió
otra puerta: Estaba al aire libre, en el campo, la brisa golpeaba su rostro.
Escuchó múltiples voces que gritaban llenas de júbilo. Eran sonidos alegres,
pero eran, al mismo tiempo, obscenas, vulgares: ‘Alaben todos al rey de la
noche’ parecían proclamar todas ellas. En lo alto, alumbraban las estrellas y
se asomaba una luna roja que se ocultaba bajo el humo de mil hogueras. Cientos
de duendes, jorobados y seres deformes y contrahechos aplaudían y aullaban con
alegría entregándose al desenfreno y frenesí.
Caminó
hacia las piras y vio que eran alimentadas por cuerpos desnudos y decapitados.
Horrorizada vio una montaña de cráneos que se alzaba imponente y sobre ella, el
trono violeta y dorado ocupado por el hombre que la había contratado. El enano.
El
ser la miró mientras esbozaba una sonrisa, en sus ojos había algo antinatural, demoníaco,
asustada le dio la espalda y salió por la puerta, pero ya no estaba el pasillo.
Ahora
estaba en un salón blanco. Una figura reptaba hacia ella, una criatura inmunda,
pequeña, llena de sangre. Ella se llevó horrorizada las manos a la boca.
Era
un feto.
La
criatura se acercó mientras hablaba.
—Madre,
madre, no me dejes morir.
La
mujer echó a correr. En otro de los rincones apareció otro feto gritando con voz
rasposa: “Madre, sálvame, no me dejes morir”. Antes de que se diera cuenta
estaba rodeada por cientos de seres que repetían una y otra vez: ‘Madre,
madre’.
Acorralada
se arrodilló mientras gritaba:
—¡Yo
no te maté! ¡Eras mi hijo y te amaba! ¡Nunca quise que nacieras muerto! ¡No
más, maldito enano! No entrés más en mi ser, mi alma es mía, ¡Sólo mía! No la
violes más…
Una
voz fría le replicó: Eres mía para siempre…
Los
engendros cerraban el círculo en torno a ella. A medida que se movían dejaban
una estela de sangre sobre la superficie blanca.
Sabiéndose
atrapada, cerró los ojos para no ver a las horrendas criaturas.
Oyó
la voz exasperante de su madre: ‘Has vuelto a casa mala hija, mereces un
castigo’
—Quédate
hijita, te voy a dar lo que te gusta — murmuró su padre.
—Asesinaste
a mi hijo, ¡A mi hijo! — gritó Ezequiel.
—Esta
es tú casa, no hay mejor sitio para nosotras que este lugar, déjate llevar — le
dijo una de sus compañeras de la Academia.
Sintió
incontables manitas que le tocaban los pies y se trepaban sobre ella, el tacto
asqueroso de esos pequeños demonios le recorrían el cuerpo, se sintió ahogada
por miles de bebés que la asfixiaban mientras decían: ‘sálvanos’ y ‘madre’.
Tinieblas.
Su
grito resonó por toda la habitación. Abrió los ojos, estaba desnuda e intacta.
A su lado, estaba el reloj: había pasado una hora desde que el hombre le abrió
la puerta. Estaba tan alterada que no vio que en el nochero a su lado había dos
billetes de cien dólares.
Atraídos
por los gritos histéricos, los empleados del hotel tumbaron la puerta de la
habitación 69, les tomó más de cuatro horas calmar a la mujer.
Uhhh, fascinante, Tulio.
ResponderEliminarLas descripciones empleadas en el texto son geniales, y nos transportan a cada paso viviendo todas las escenas.
Macabro, me gustó ese final (lo leí "feliz"...): no me lo vi venir, genial.
Te felicito, che, me gustó mucho.
¡Saludos!