jueves, 31 de octubre de 2013

El reino de la hora (un relato de terror)

Como todos los 31 de octubre, les regalo este relato de terror. Espero les guste.

Tm 69

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El reino de la hora

La mujer se miró nuevamente en el espejo. Se puso más labial y alisó el pelo. Tocó la puerta tres veces. La habitación 69 se abrió antes de golpearla una cuarta vez.

El hombre la miraba a los ojos, no se despegaba de su rostro, tanto así que ella se sonrojó y bajó la cabeza.

—Soy Lizeth. Me manda La Academia.

‘La Academia’, bonito eufemismo para referirse a burdeles de clase alta, compuesto por damas de compañía o  prepagos, como se hacen llamar ahora. “Por mucho polvo, maquillaje o clase  que tengamos, seguimos siendo putas” le había dicho alguna vez Sandra, una de sus compañeras.

—Sí, sí, claro—respondió el hombre—  por favor Lizeth, sigue, siéntate en la cama.

Miro al hombre: Era bajo, delgado y se estaba quedando calvo. Sus pelos traseros se alzaban de manera rebelde. Él la continuaba mirando con detenimiento, pero ya no se sentía intimidada; había conocido a demasiados varones para hacerlo. Aunque seguían sin gustarle sus ojos, eran fríos, pequeños.

—Dime, ¿qué me ofreces? —preguntó él.

—Lo que quieras, nene — Siempre usaba esa palabra, a los clientes los volvía loquitos, nunca dejaban de ser niños—  relación vaginal, oral, las posiciones que quieras, te aseguro que la vamos a pasar muy rico.

—La vamos a pasar muy rico —repitió el hombre— . Ya veremos. Por favor, desvístete.
Lizeth empezó a quitarse el vestido negro de seda. El roce era delicado al tacto, su cuerpo olía a un suave perfume, un delicioso aroma.

El  hombre empezó a hablar:

—¿Sabes? — preguntó, y continuó hablando sin esperar respuesta— . En ocasiones, compré a mujeres de la calle y entré en lo más profundo de ellas, pero no fue agradable. Sus almas olían a cebolla.

¿Almas?

Mientras se acostaba, recordó que había devuelto a dos de sus compañeras. Kathy y Michelle le habían contado que el tipo las había hecho desnudar, acostar y luego de verlas por un momento, las hacía vestir e irse, sin pagarles, obviamente.

— Y las otras niñas de la Academia. ¿También olían a cebolla?

—No. Pero eran demasiadas estúpidas, sabes que no miento.
Era cierto. Hablar con ambas era exasperante; un globo lleno de helio tenía más sustancia que ellas, pero eran las más hermosas: sus ojos de esmeralda, cabello de trigo, labios carnosos y figuras perfectas compensaban su idiotez. ¿Pero cómo podía saberlo este sujeto con tan solo verlas?

—Pero tú no eres igual…eres delicadamente deliciosa. Contéstame, ¿en esta hora me pertenecerá tu cuerpo?

La mujer pensó que el hombre la quería poner a prueba. Tal vez sus compañeras se habían asustado y negado. No era tan boba.

—Todo mi cuerpo es tuyo por una hora.

—¿Toda tu mente?

Vaya tipo más loco.

—Mi mente te pertenecerá durante ese tiempo.

— ¿Y tu alma será mía por sesenta minutos?
¿Qué tendría ese loco con las almas? No era momento de asustarse. No era el primer ni el último loco que le tocaría atender. ¿No recordaba al senador Blanco? Al muy maldito le gustaba usar una bolsa en la cabeza durante el acto sexual y antes de eyacular la estrangulaba levemente. Después de hacerlo, lloraba agarrado a su cintura  y a ella le tocaba acariciarle la cabeza hasta que se quedaba dormido.

¿Iba a sentirse intimidada por ese enano?

Nunca.

—Mi alma es tuya y te pertenezco por completo porque me has comprado.

—Eso está muy bien —respondió el hombre y sonrió por primera vez. Sus dientes eran muy pequeños  y filudos como los de una piraña—,  por favor, cierra los ojos.

La mujer, ya desnuda, obedeció. Esperaba sentir de un momento a otro el cuerpo de su cliente encima de ella, penetrándola con fuerza, sintiendo su sudor, su aliento caliente.
En su lugar sintió una caricia.

—¿Qué haces?—  preguntó ella sorprendida aunque sin abrir los ojos.

El hombre no respondió y continuó acariciándola. Se sentía tan bien… En un  momento creyó sentirse excitada, por primera vez, en muchos años, pero la sensación dio paso con rapidez a un placentero  cansancio con el que ella no luchó sino que al contrario se entregó sin resistencia. Se sumergió más y más en el mundo de los sueños.

Al abrir los ojos ya no estaba desnuda en un hotel de cinco estrellas.

Contemplaba el mundo: Desde su pequeño coche sacó una manecita intentando agarrar un rayo de sol; tenía un biberón. La niñera la paseaba junto a Sultán, el gran perro de la familia.

De pronto el can vio a una paloma y se abalanzó sobre ella. Antes de que el ave pudiera escapar, estaba en las fauces de Sultán. La bebé se puso a llorar al ver la escena, la niñera asustada intentó que el perro soltara el ave y empezó a forcejear con el animal. De repente, el cadáver del pájaro salió despedido y cayó en el cochecito de la nena.

La niña miró el pajarraco, sus ojos sin pupilas, su pico, de un momento a otro el ave se estremeció y empezó a moverse. No estaba muerta después de todo.

 La infante  empezó a gritar, el ave se asustó y empezó a picarle el rostro, su cuerpecito, desgarrándole cada centímetro de piel. La niña estaba aterrada y la adulta dentro de ella empezó a gritar y a llorar con tanto miedo como el que había sentido hacía 24 años. La paloma se situó frente a ella, quería devorarla, lo sabía. Intentó moverse pero no podía, estaba agarrotada por el miedo, la criatura se abalanzó sobre sus ojos…

Se desvaneció.

…La despertaron unos ruidos. Ahora era una niña de aproximadamente  ocho años. En medio de la noche se dirigió al  cuarto de sus padres. Unas figuras discutían.

—Otra vez borracho. Eres tan repugnante — decía su madre.

—No me hables así  ¿Quién te crees? ¡Maldita perra! —respondió una voz casi ilegible.

El hombre le propinó una bofetada que la tumbó sobre la cama.

—Te voy a dar lo que te gusta…

Empezó a quitarse el pantalón.

—No, ¡No quiero!

Ignorando los gritos de su esposa, la golpeó de nuevo y le quito, con salvajes manotazos, la ropa.

—Jeremías, por favor —suplico la mujer.

El hombre la penetró con fuerza, con rabia, gruñendo como un cerdo; el llanto de su esposa era ahogado por una palabra que él repetía una y otra vez.

—Rico, rico. Qué rico perra.
Asustada la niña se alejó de la puerta, al llevarse las manos al rostro se dio cuenta de que estaba llorando.

De nuevo la oscuridad…

¡Basta por favor¡ ¡Te lo suplico! Logró gritar desde alguna parte de las tinieblas donde se encontraba.

“Todo mi cuerpo es tuyo por una hora” le respondió su propia voz como un débil eco.

…Ahora era una adolescente. Estaba sola en su habitación. Se metió la mano por debajo de su falda y empezó a acariciarse, sintiendo  como el placer iba creciendo, expandiéndose, ilimitado, infinito. Justo antes de llegar al orgasmo oyó en su mente la voz de su padre:
“Te voy a dar lo que te gusta”.

Sus dedos se movieron más de prisa aún, acelerando sus embestidas y el placer. Cerró  los ojos y sintió una descarga eléctrica deliciosa que le recorrió todo el cuerpo. Al abrirlo se encontró con su madre que la miraba sorprendida.

—Juliana….

—Mamá.

—¿Qué porquería estás haciendo?

— Mamá, yo…

—¡Cállate! ¡Sucia ramera! ¡Pecadora! Eres una pervertida…

La respetable señora agarró a su hija y la arrastró hasta la cocina. Allí la obligó a quitarse la falda, agarró un poco de ortiga y la restregó en sus genitales. El dolor que Juliana sintió y el grito que profirió estremecieron los cimientos de la vieja casa.

Negro de nuevo…

En lo más profundo, la mujer lloraba. No podía saberlo, pero sentía que en ese momento, en el hotel, su vagina sangraba igual que como lo había hecho esa ocasión.
Detente ¡No lo soporto más!

—“Mi mente te pertenecerá durante ese tiempo—  le respondió su voz, desde las sombras.

…Empezó a materializarse una figura oscura, un hombre negro la miraba fijamente, desgarrando su ser.

—Todo menos eso, no me obligues a verlo, por favor, por favor. Haré lo que sea, lo que me pidas.

Mi alma es tuya y te pertenezco por completo porque me has comprado—  le respondieron

—Maldito enano. Cómo te odio. —dijo ella con un llanto seco.
No hubo respuesta

De repente todo se iluminó. El hombre negro se acercó, llevaba una rosa en la mano. La besó con ternura.

—Juliana, te amo con toda mi alma.

—Yo también te amo, Ezequiel.

—Quiero estar contigo el resto de mi vida, mi amor.

— Mi madre nunca lo permitiría, te odia.

—No entiendo cómo puedes ser hijo de esa hiena, eres tan diferente a ella. Ven conmigo, déjalo todo.

—No es tan fácil como crees, amor. Mi mamá me paga la universidad, me da lo necesario para vivir, sin su ayuda no sé qué pueda hacer.

Ezequiel no le respondió pero su mirada fue de triste reproche.

El recuerdo se levantó con la misma rapidez con que se levantó otro.

Era de noche, estaban caminando por un parque cuando un hombre se acercó a ellos. Estaba armado.

—A ver reinita, la cartera y el reloj — dijo el asaltante de manera amenazadora.

—Por favor, no me lastime — gritó Juliana. Estaba tan nerviosa que no atinaba a quitarse las joyas

— A ver, qué pasó grandísima puta —dijo el hombre mientras golpeaba a la mujer.
Ezequiel se lanzó sobre el delincuente pero este reaccionó y disparó. Asustado por lo que acababa de hacer huyó y pronto se lo tragó la noche.

La persona que más había amado en su vida yacía frente a ella agonizante. Juliana se acercó y le acarició el rostro

—Amor mío —dijo su hombre y murió.

Sostuvo la mano inerte de su amado junto a su rostro mientras lloraba, cuando quiso separarla ya no pudo, se había quedado pegada a ella y la sangre empezó a manar de manera exagerada, grotesca. Con horror, vio como el líquido caliente y pegajoso le llegaba a las rodillas, a su ombligo y boca. Se estaba ahogando en la sangre de su amado. Quiso gritar, pero sólo tragaba ese líquido inmundo. Cerró los ojos...

— ¿Cómo es que vas a tener un hijo de ese negro inmundo?

—  Sí mamá, lo voy a tener ¡Le daré todo el amor que jamás he tenido en esta casa!

—No te atrevas desagradecida…si lo haces olvídate de este lugar y de mi ayuda económica.

—No volveré nunca, y ya no me considere su hija,  señora Lizeth.
Y diciendo esto se dirigió hacia la puerta cuando escuchó la voz de su madre.

—Pero sabes que tu hijo no nacerá con vida ¿cierto? —le dijo con una sonrisa macabra.

— Cállate vieja bruja.

—Tu hijo nacerá muerto. Es lo menos que te merecías, mala hija, pecadora.

— ¡CALLATE!—  repitió de nuevo con un grito Juliana — ¿Cómo puedes saberlo? Yo nunca te lo conté y nunca más nos volvimos a ver.

— Lo sé todo porque yo soy tú — dijo mientras se arrancaba su rostro revelando algo horrible: la cara de una rata vieja y asquerosa que se acercó hacia ella, arrancándole la nariz de un mordisco.

…Ahora estaba acostada en una mesa de cirugía, un médico le acariciaba la cabeza. Puja, puja, decía, ella obedecía, pero sabía que al momento de nacer su hijo ya estaría irremediablemente muerto.

Se escucharon chillados y el médico exclamó.

—Es un hermoso bebe.

¿Cómo?

Le acercaron un bulto sanguinolento, al destaparlo, gritó aterrada.

Era un polluelo sin plumas, solo se veía su carne desnuda y sangrante, sus ojos sin pupilas; empezó a chillar de una manera tan aguda que se vio obligada a taparse los oídos.

Los médicos se felicitaban entre sí mientras se quitaban los tapabocas. Eran unas palomas gigantes y sus plumas y chillidos inundaban la habitación. Juliana agarró un escalpelo de la mesilla de instrumentos quirúrgicos y lo dirigió hacia su garganta.

Pero no pudo hacer nada, porque ahora tenía encima a Ezequiel que le hacía el amor. Ella le agarró la espalda y le clavó las uñas con fuerza como lo hacía antes de alcanzar el orgasmo. Sus dedos se enterraron en la espalda de su amado.

Una costra le cayó en el rostro, miró de nuevo a su novio y se dio cuenta de que quien la poseía era su cadáver en descomposición, el ser sacó su lengua, blanca, llena de pústulas.
La mujer logró apartar de un empujón el cuerpo putrefacto y se dirigió hacia una puerta. Luego de abrirla, vio un pasillo oscuro y al final de esta otra puerta y así una y otra vez.  Corrió sin pausas, sintiendo como se hundía en el suelo,  mientras  que a lo lejos, como campanadas, se escuchaba Hotel California de Los Eagles: You can check anytime you want, but you cant never leave.

Finalmente llego a una puerta blanca de mármol que tenía un letrero:
La vamos a pasar muy rico.

La abrió

Al entrar vio un nuevo corredor pero este completamente iluminado, con puertas a cada uno de sus lados. Abrió una:

Una manada de lobos salvajes devoraba a su padre que estaba amarrado a un tronco. El hombre gritaba de dolor pero entre más fuertes y desgarradores eran sus gritos, más bestias llegaban excitadas a desgarrarle las entrañas.

Cerró la puerta y, temblando, se dirigió a otra.

Vio una réplica suya que miraba a su madre. Su doppelganger sacó una larga daga y se la enterró en el pecho a la señora Lizeth. La Juliana que miraba la escena observaba en silencio. Ese había sido su sueño más retorcido e inconfesable aunque nunca lo hubiera llevado a cabo.

Abrió otra puerta: Estaba al aire libre, en el campo, la brisa golpeaba su rostro. Escuchó múltiples voces que gritaban llenas de júbilo. Eran sonidos alegres, pero eran, al mismo tiempo, obscenas, vulgares: ‘Alaben todos al rey de la noche’ parecían proclamar todas ellas. En lo alto, alumbraban las estrellas y se asomaba una luna roja que se ocultaba bajo el humo de mil hogueras. Cientos de duendes, jorobados y seres deformes y contrahechos aplaudían y aullaban con alegría entregándose al desenfreno y frenesí.

Caminó hacia las piras y vio que eran alimentadas por cuerpos desnudos y decapitados. Horrorizada vio una montaña de cráneos que se alzaba imponente y sobre ella, el trono violeta y dorado ocupado por el hombre que la había contratado. El enano.

El ser la miró mientras esbozaba una sonrisa, en sus ojos había algo antinatural, demoníaco, asustada le dio la espalda y salió por la puerta, pero ya no estaba el pasillo.

Ahora estaba en un salón blanco. Una figura reptaba hacia ella, una criatura inmunda, pequeña, llena de sangre. Ella se llevó horrorizada las manos a la boca.

Era un feto.

La criatura se acercó mientras hablaba.

—Madre, madre, no me dejes morir.

La mujer echó a correr. En otro de los rincones apareció otro feto gritando con voz rasposa: “Madre, sálvame, no me dejes morir”. Antes de que se diera cuenta estaba rodeada por cientos de seres que repetían una y otra vez: ‘Madre, madre’.

Acorralada se arrodilló mientras gritaba:

—¡Yo no te maté! ¡Eras mi hijo y te amaba! ¡Nunca quise que nacieras muerto! ¡No más, maldito enano! No entrés más en mi ser, mi alma es mía, ¡Sólo mía! No la violes más…
Una voz fría le replicó: Eres mía para siempre…

Los engendros cerraban el círculo en torno a ella. A medida que se movían dejaban una estela de sangre sobre la superficie blanca.

Sabiéndose atrapada, cerró los ojos para no ver a las horrendas criaturas.

Oyó la voz exasperante de su madre: ‘Has vuelto a casa mala hija, mereces un castigo’

—Quédate hijita, te voy a dar lo que te gusta — murmuró su padre.
—Asesinaste a mi hijo, ¡A mi hijo! — gritó Ezequiel.
—Esta es tú casa, no hay mejor sitio para nosotras que este lugar, déjate llevar — le dijo una de sus compañeras de la Academia.

Sintió incontables manitas que le tocaban los pies y se trepaban sobre ella, el tacto asqueroso de esos pequeños demonios le recorrían el cuerpo, se sintió ahogada por miles de bebés que la asfixiaban mientras decían: ‘sálvanos’ y ‘madre’. Tinieblas.

Su grito resonó por toda la habitación. Abrió los ojos, estaba desnuda e intacta. A su lado, estaba el reloj: había pasado una hora desde que el hombre le abrió la puerta. Estaba tan alterada que no vio que en el nochero a su lado había dos billetes de cien dólares.

Atraídos por los gritos histéricos, los empleados del hotel tumbaron la puerta de la habitación 69, les tomó más de cuatro horas calmar a la mujer.




1 comentario:

  1. Uhhh, fascinante, Tulio.
    Las descripciones empleadas en el texto son geniales, y nos transportan a cada paso viviendo todas las escenas.
    Macabro, me gustó ese final (lo leí "feliz"...): no me lo vi venir, genial.
    Te felicito, che, me gustó mucho.
    ¡Saludos!

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