Título original: Los
ingrávidos
Autora: Valeria Luselli
Editorial: Sexto piso
146 páginas
Dos
voces componen esta novela. La narradora, una mujer del México contemporáneo
relata sus años de juventud como editora en Nueva York, en los que el fantasma
del poeta Gilberto Owen la perseguía en el metro. El narrador, un Owen al borde
de la muerte recuerda su juventud durante el renacimiento de Harlem.
ingrávido,
da.
(De
in-2 y grave).
1.
adj. Dicho de un cuerpo: No sometido a la gravedad.
2.
adj. Ligero, suelto y tenue como la gasa o la niebla.
Sin duda, el título de esta
novela escrita por la mexicana Valeria Luselli, es el más indicado para su
obra. En ella, los protagonistas vagan por las calles y metros de las calles de
Nueva York, livianos y expectantes en espera de algo que no saben qué es.
La historia maneja dos
historias que se contraponen constantemente. En una de ellas vemos la historia
de una editora felizmente (?) casada y con dos hijos, quien recuerda cuando
trabajaba como traductora de autores latinoamericanos en una pequeña oficina en
la Gran Manzana, sus pensamientos, sus amigos y sus vivencias de enorme
libertad, la cual contrasta con su encierro actual y sus dudas sobre la fidelidad
de su esposo y la esclavitud de los hijos.
La protagonista tiene una
especie de obsesión con un poeta mexicano llamado Gilberto Owen, al cual quiso
publicar en sus épocas felices de editora. Es él precisamente el otro eje de la
novela, ya que en determinado momento de la trama empezamos a ver su punto de
vista del Nueva York de los años 20 hasta cuando muere gordo, ciego y solo.
El libro nos habla de la
vida de estos personajes de sus dudas, de las muchas muertes que se afrontan en
vida, de los fantasmas que como en Pedro Param caminan por la calle –por los
metros en este caso- y ‘viven’ sin darse cuenta que ya han fallecido.
El gran problema del libro
es la falta de pasión. Los personajes viven con desidia como si nada les importara,
la narradora tiene la misma actitud cuando era joven y y podía hacer lo que quisiera que cuando es
una sumisa ama de casa, nada le importa nada la mueve; el poeta no tiene esa
energía o esa tristeza (aunque si ese espíritu autodestructivo) que deben tener los vates. Lo mismo ocurre con lo
que les sucede, no pasa nada importante, nada relevante, el lector queda con
una pregunta al final de cada párrafo, un: ¿Y?
Alguien podrá decir que esa
es la idea de la novela, una especie de escepticismo a la vida, al futuro, pero
es aquí entra a jugar el segundo gran error de este texto: Los personajes no
son interesantes, simplemente flotan ingrávidos, sus vidas no son interesantes simplemente fluyen,
podrían estar muertos y vivos da exactamente igual.
Esto no es necesario malo pues
es el espíritu de la novela pero podría citar a un Horacio Olivera de Rayuela de Cortázar o a un Ignacio
Escobar de Sin Remedio de Antonio
Caballero, los cuales tienen la misma actitud
hacia la vida pero son personajes lo suficientemente fuertes para causar
una duda, un sentimiento, una inquietud por parte del lector, cosa que no
ocurre con el libro de Luselli.
También podría decir, aunque
es muy posible que me equivoque, que el libro no es auténtico. Me explico: En
mi opinión muchos de sus párrafos son impostados, algo falsos, como en una búsqueda
constante por querer impresionar al lector, sobretodo en los fragmentos que
narra el poeta, los cuales se convierten algo pesados y densos de leer.
Aun así no pude dejar de leerla. Desde que la cogí no la solté hasta que la hube terminado. No me
importó lo soso de la cotidianidad, las ínfulas de grandilocuencia, los hechos
y personajes que no conducen a ninguna parte, el hecho de que hubieran tomado
un tema que me apasiona las múltiples muertes que tenemos en una vida y lo
hubieran desaprovechado, el final en punta, no pude soltar sus páginas hasta que
la finalicé.
Quizá es porque esta novela es
como la vida misma.
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